Easy

Easy


Easy » 25

Página 28 de 30

25

Mientras me dirigía a casa de Lucas el domingo por la tarde, repasé las numerosas razones por las cuales presentarme sin previo aviso y sin haber sido invitada era una mala idea: podría no estar allí, podría estar ocupado, piensa que me ha alejado, piensa que hemos dicho adiós. Por otro lado, yo sólo iba a estar en la ciudad hasta el martes por la mañana, y no podía dejar que me marchara sin una lucha.

Después de tocar, escuché el cerrojo de la puerta y después la voz ronca de Lucas. —¿Quién es, Carlie? No sólo abras la puerta.

—Es una chica. —La puerta se abrió y una chica rubia y bonita con ojos oscuros adornaba la puerta. Parpadeó, claramente esperando una explicación de quién era yo y qué quería. No podía hablar. Estaba segura que mi corazón se había atorado en mi esófago y dejó de latir.

Lucas se acercó a su lado, frunciendo el ceño. Cuando me vio, sus cejas se levantaron. —¿Jacqueline? ¿Qué estás haciendo aquí?

Mi corazón volvió a la vida y regresé escaleras abajo. De pronto estaba en el aire, mi bíceps atrapado en sus puños, balaceándome desde el escalón más alto atrayéndome contra su pecho.

—Ella es Carlie Heller —dijo en mi oído y me calmé—. Su hermano Caleb está dentro, también. Estamos jugando videojuegos.

Mi corazón aún latía fuertemente cuando sus palabras tomaron sentido y me desplomé contra él, sintiéndome como una idiota celosa. Recargué mi frente contra su pecho. Su corazón latía tan fuerte como el mío. —Lo siento —murmuré en contra de su camiseta suave—. No debí haber venido.

—Tal vez no deberías haber venido sin decirme, pero no puedo lamentar el

verte.

Levanté la mirada. —¿Pero tú dijiste.?

Sus ojos eran de un color plateado bajo la luz del pórtico. —Estoy tratando de protegerte. De mí mismo. Yo no hago. —apuntó con su dedo hacia mí y hacia él—.esto.

Mis dientes castañearon cuando hablé. —Eso no tiene sentido. Sólo porque no lo has hecho antes no quiere decir que no puedes. —Demasiado tarde, una razón más probable que sus razones me detuvo—. A menos que. tú no quieras.

Suspiró y soltó mi brazo para pasar sus manos por su pelo. —No es. eso.

—¡Brrr! ¿Van a entrar o qué? Porque voy a cerrar la puerta. —Eché un vistazo sobre Lucas. Carlie Heller parecía joven, pero no tan joven. Sin embargo, no parecía resentida. Y parecía estar curiosa.

—Bueno, tú lo has querido. —Entrelazando sus dedos con los míos, Lucas se volvió hacia la puerta—. Vamos a entrar.

Carlie tomó una esquina del sofá donde Francis se encontraba recostado sobre una manta. Cargándolo, lo dejó caer sobre su hombro como si fuera un objeto inanimado. Después de colocarse debajo de la manta, reacomodó el gato en su regazo y tomó el control. Junto a ella estaba sentado un chico con el ceño fruncido con los mismos ojos oscuros, un poco más joven (pero igual de sombrío) que mis chicos de escuela intermedia.

—Te tomó todo el día —murmuró hacia Lucas.

—Grosero. —Carlie le dio un codazo y él puso los ojos en blanco.

Lucas tomó su control el cual estaba sobre el cojín del sofá, indicándome que me sentara en la esquina opuesta de Carlie. —Chicos, ella es mi amiga, Jacqueline. Jacqueline, estos monos son Caleb y Carlie Heller. —Carlie y yo intercambiamos saludos y Caleb murmuró algo en mi dirección.

Cuando Carlie le dijo a Caleb que era hora de retirarse al cabo de quince minutos después, su mal humor no había disminuido. Me miró. —Yo no puedo tener chicas a solas en mi habitación.

Carlie le dio un golpe detrás de su cabeza. —Cierra el pico. Lucas es un adulto, y tú sólo eres un pre-adolescente en celo.

Traté de disimular mi risa con una tos cuando el rostro de Caleb se puso rojo y se disparó a través de la puerta y bajó las escaleras.

Carlie abrazó a Lucas y me sonrió alegremente. —Qué tengan una buena noche —cantó, desapareciendo por la puerta.

La vio caminar por el patio y entrar en la casa, antes de cerrar y asegurar la puerta. Se volvió, recargándose en ella, y me miró. —Así que, ¿pensé que estábamos tomando un descanso? —No parecía enojado pero tampoco estaba feliz.

—Tú dijiste que nos tomaríamos un descanso.

Sus labios se fruncieron. —¿No tienes que irte por varias semanas?

Me quedé en mi lugar en el sofá, acurrucada en la esquina. —Sí. Sólo estoy aquí por dos días más.

Se quedó mirando el suelo, sus palmas planas en la puerta detrás de él.

Traté de tragar, pero no pude, mis palabras eran inestables. —Hay algo que tengo que decir.

—No es que no te quiero —su voz era suave y no me miró cuando habló—. Mentí, antes, cuando te dije que te estaba protegiendo. —Levantó su barbilla y nos quedamos mirando el uno al otro a través de la habitación—. Me estoy protegiendo a mí mismo —tomó una respiración visible, su pecho subiendo y bajando—. No quiero ser el segundo, Jacqueline.

El recuerdo de Operación Chico Malo llegó a mí. Erin y Maggie habían ideado el plan para que yo usara a Lucas para olvidar a Kennedy, como si él no tuviera sentimientos, y yo les había seguido el juego. En ese entones no tenía idea de que él me había estado observando durante todo el semestre. Que una vez que comenzáramos a interactuar, su interés se haría más fuerte. Que finalmente sentiría la necesidad de alejarse de mí a causa de esos sentimientos tan profundos, no porque no sintiera nada.

—Entonces, ¿por qué estás asumiendo ese papel? —Me levanté de la esquina del sofá y crucé la sala—. No es lo que quiero, tampoco. —Mientras me acercaba, él permaneció congelado en su lugar, succionando el arete en el labio inferior en su boca.

Enderezándose, me miró como si pensara que podría desaparecer justo delante de sus ojos. Sus manos acunaron mi rostro. —¿Qué voy a hacer contigo?

Sonreí. —Puedo pensar en un par de cosas.

* * *

—El nombre de mi madre era Rosemary. Pero prefería Rose.

Su confesión me trajo de vuelta a la tierra. Presionada a su lado, había estado trazando distraídamente los pétalos de color rojo oscuro sobre su corazón, preguntándome cómo decirle lo que sabía. O no.

—¿Lo hiciste en su memoria? —Un nudo se atoró en mi garganta mientras mi dedo trazaba el tallo.

—Sí. —Su voz era baja y pesada en la oscura habitación.

Estaba tan lleno de secretos que no podía imaginarme cómo sobrevivió a ellos día a día, nunca compartiendo la carga con nadie. —Y el poema en mi lado izquierdo. Ella lo escribió. Para mi padre.

Mis ojos ardían. No era de extrañar que su padre se hubiera cerrado. Por lo que el Dr. Heller me dijo, Ray Maxfield era una persona lógica y analítica. Su única excepción emocional debió haber sido su esposa. —¿Era poeta?

—A veces.

Con mi cabeza en su brazo, vi una sonrisa fantasma aparecer en su rostro, y se veía diferente desde este ángulo. Su rostro estaba sin afeitar y desaliñado, y varias partes de mi cuerpo tenían la parte irritada por esa razón.

—Por lo general era una pintora.

Luché para ignorar mi conciencia, la cual no dejaba de balbucear que le dijera que yo ya lo sabía. Que le debía la verdad. —Así que ella es la responsable de los genes de artista mezclados con partes de ingeniería, ¿eh?

Recostándose sobre su lado, repitió: —¿Partes de ingeniería? ¿Qué parte podría ser eso? —Una sonrisa traviesa apareció en su boca.

Arqueé una ceja y me besó.

—¿Tienes alguna de sus pinturas? —Mis dedos siguieron la órbita alrededor de la rosa, y el músculo duro debajo de ella se flexionó con mi tacto. Presionando mi mano contra su piel, absorbí el thump-thump de su corazón.

—Sí.pero están en almacenamiento o colgadas en la casa Heller, ya que eran amigos íntimos de mis padres.

—¿Tu padre ya no es amigo de ellos?

Asintió con la cabeza, observando mi rostro. —Lo es. Ellos fueron mi aventón a casa en Acción de Gracias. No pueden convencerlo de que venga aquí, así que cada año, todos van allí.

Pensé en mis padres y amigos y los vecinos con los que socializaban. —Mis padres no tienen amigos lo suficientemente íntimos como para ser incorporados en días festivos.

Miró hacia el techo. —Todos eran muy cercanos; antes.

Su dolor era tan tangible. Supe en ese momento que no lo había superado —no en los ocho años que habían pasado. Su muro de protección lo había convertido en un rehén en lugar de darle santuario. Tal vez nunca podría recuperarse totalmente del horror de lo que sucedió esa noche, pero tenía que haber un punto en el cual no lo consumiera.

—Lucas, tengo que decirte algo. —Su corazón tamborileó bajo mi mano, lento y constante.

Aparte de dirigir su mirada hacia mí, no se movió, pero lo sentí retirarse mientras esperaba. Me aseguré que todo estaba en mi mente —un producto de mi culpa y nada más.

—Quería saber cómo perdiste a tu madre y podía darme cuenta que no te gusta hablar de ello. Así que. busqué en línea por su obituario. —Mi respiración se hizo superficial mientras los segundos pasaban y no dijo nada.

Finalmente, habló y su voz era plana y fría. —¿Encontraste la respuesta?

Tragué saliva, pero mi voz fue un susurro. —Sí. —No pude oírme a mí misma sobre el ruido de los latidos de mi corazón.

Retiró su vista de mí y se volteó boca arriba, mordiéndose el labio fuertemente.

—Hay una cosa más.

Inspiró y espiró, mirando el techo, esperando por mi siguiente confesión.

Cerré los ojos y lo solté. —Hablé con el Dr. Heller sobre ello.

—¿Qué? —Su cuerpo era como una roca contra el mío.

—Lucas, lo siento si invadí tu privacidad.

—¿Si? —Se levantó, sin poder verme, y me senté, tirando de las sábanas conmigo—. ¿Por qué hablarías con él? ¿No fueron los morbosos detalles lo suficientemente repugnantes para ti? ¿O personalmente suficientes? —Se puso su bóxers y pantalones, sus movimientos enfadados—. ¿Quieres saber cómo se veía cuando la encontraron? ¿Cómo se había desangrado? ¿Cómo mi padre arrancó la alfombra con sus propias manos? —Exhaló con severidad—, ¿cómo había una mancha debajo de los pisos que no pudo ser lo suficientemente tallado para eliminarlo completamente? —Su voz se rompió y dejó de hablar.

En el shock y sin palabras, casi podía respirar. Se sentó en el borde de la cama, en silencio, con la cabeza entre sus manos. Estaba tan cerca que podría haberme estirado para trazar la cruz que posaba en su columna vertebral, pero no me atreví. Me deslicé cuidadosamente de la cama y me vestí. Caminé al pie de la cama.

Sus ojos presionaban en sus muslos, con las manos ocultando su rostro como vendas. Me quedé mirando su pelo oscuro que acariciaba sus hombros, la flexión de los músculos de su brazo y la tinta alrededor de su bíceps fluyendo hacia su antebrazo, su hermoso torso y las palabras grabadas en su lado como una marca.

—¿Quieres que me vaya? —Me sorprendí, pronunciando las palabras con voz firme.

No sé por qué pensé que iba a decir que no, o no decir nada. Pero estaba equivocada de cualquier manera.

—Sí.

Las lágrimas comenzaron a fluir libremente, pero él no pudo verlas. No se movió de su posición en la cama. Ni siquiera podía estar enojada, porque yo había cruzado la línea y lo sabía, y aunque mis intenciones eran buenas no eran lo suficientemente correctas. Tomé mi bolso y las llaves de la mesa de la cocina y mi abrigo del sofá, mis orejas esperaban el sonido de él detrás de mí, diciéndome que me quedara. No había nada más que silencio en su habitación.

Cuando abrí la puerta, Francis se disparó hacia el interior, junto con una ráfaga de aire frío. Cerré la puerta detrás de mí antes de que un sollozo escapara. Tragando el aire helado y preguntándome cómo fui capaz de joder esto tan a fondo, estaba decidida a no llorar hasta que estuviera en mi camioneta. Deslicé mi mano a lo largo de la barandilla mientras corría torpemente por las escaleras, porque no podía ver a través de la combinación de una noche sin luna y mis lágrimas. Una astilla me atravesó la mano en los últimos dos escalones.

—¡Ay! ¡Maldita sea! —El dolor físico fue la excusa ideal para que los sollozos empezaran. Corrí por el largo camino curvado, sin éxito de controlar mis lágrimas hasta estar en mi camioneta—. Maldita sea. Maldita sea. Mierda. —Metí la llave en la cerradura a tientas.

Déja vu. Eso fue lo primero que pensé cuando sentí ser empujada a través del asiento. Sin embargo, ahí fue donde la semejanza terminó.

Buck cerró la puerta detrás de él y puso el seguro automático. Su peso inmovilizó mis piernas y tenía mi muñeca izquierda entre su mano antes de que pudiera ver quién era, aunque lo sabía. —Lo suficientemente buena como para abrir tus piernas para cualquiera menos yo, ¿eh, Jackie?

Ir a la siguiente página

Report Page