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Para cuando nuestro conductor designado nos dejó de vuelta en el dormitorio, Erin y yo nos habíamos condenado a una noche de paredes borrosas y abrazar el inodoro cuando mucho. Ninguna de las dos habló más alto de un susurro hasta las 3:00 de la tarde del domingo. Había una reunión de la fraternidad cuatro horas más tarde, y Erin maldijo al linaje de quien fuera que lo puso en el calendario el día después de la Fiesta de la Fraternidad.

—No vamos a poder decidir absolutamente nada, y por lo menos la mitad de nosotros vamos a querer matar a la primera persona que golpee el mazo — Aún estábamos conversando a medio volumen.

La vi ponerse una bufanda morada alrededor de su cuello y tomar los guantes a juego mientras esperaba a que mi ordenador portátil encendiera.

—Por lo menos tu miseria tendrá compañía.

—Bravo —Colocó una gorra de color púrpura sobre su pelo rojizo y salvaje y se acurrucó en su chaqueta—. Nos vemos en un par de miserables horas.

Lucas ya había enviado el ejercicio del lunes. Todavía sin nota personal.

Entendía por qué no podía verme, y tal vez por qué cualquier cosa que hayamos estado haciendo se había terminado. Pero no entendía por qué nuestros mensajes de correo electrónico tenían que terminar, también. Los extrañaba, y me pregunté qué haría si le enviaba un correo electrónico. Quería contarle sobre anoche y Buck, sobre decir que no y sentirme con miedo y fuerza a la misma vez.

Quedaba una semana de clases, seguida por una semana de exámenes finales, y luego el semestre habría terminado. No tenía ni idea de si haría alguna diferencia para él.

Hice, por lo menos, la tarea que podía hacer sin destruirme el cerebro — etiquetar un diagrama sobre constelaciones para la clase de astronomía— y después colgué la ropa limpia que había estado en el cesto al pie de mi cama por tres días, o cuatro, tal vez cinco. No asistí a mi práctica de bajo durante el fin de semana y ni al ensayo grupal, por lo que estaría luchando para completar las horas de práctica durante la semana.

Para cuando Erin regresó, estaba considerando seriamente volver a la cama y dormir los restos de mi resaca. Bostezando, me volví hacia la puerta.

—Estaba pensando en irme a dormir temprano.

Erin no estaba sola. Bajo su brazo estaba Mindi, mi cuarta socia de ayer. Al principio, pensé que ella tenía más resaca que yo; entonces, me di cuenta de la expresión sombría de Erin, y miré los ojos rojos de Mindi. Ella no sólo se sentía como mierda por el alcohol. Había estado llorando. Demasiado. Deslicé mis piernas al costado de la cama.

—¿Erin?

—J, tenemos un problema —La puerta se cerró detrás de ellas y Erin guió a Mindi hacia la cama—. Ayer por la noche, después que nosotras nos fuimos, Mindi bailó con Buck —Mindi se estremeció y cerró los ojos, lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

Mi corazón empezó a correr. Me imaginé todo lo que Erin podía decir después, y nada de ello era bueno. No había rezado en mucho tiempo, pero me encontré haciéndolo. Por favor, Dios, que no haya ido más allá de lo que me pasó. Por favor. Por favor.

—La convenció de ir a su habitación —Ante eso, las manos de Mindi volaron para cubrir su rostro y se desplomó a llorar sobre el hombro de Erin como una niña pequeña—. Shh, shh —canturreó Erin, colocando sus brazos alrededor de ella. Nos miramos la una a la otra sobre la cabeza de Mindi, y supe que no había habido un Lucas para ella.

—J, tenemos que decirlo. Tenemos que decirlo esta vez.

—¡Nadie me va a creer! —gritó Mindi. Su voz era ronca, y la imaginé haciendo lo que yo había hecho: rogarle a que se detuviera. La imaginé llorando toda la noche, y la mitad del día, y estuve más enfadada, y asustada, de lo que jamás lo había estado—. Yo no.—Su voz se redujo a un susurro—. Yo no era virgen.

—Eso no importa —dijo Erin con firmeza.

Tragué el nudo en mi garganta, y éste bajó, pero no sin dar pelea.

—Te van a creer. Él trató. lo trató conmigo, hace un mes.

Mindi abrió la boca, su rostro enrojecido y sus ojos abiertos volviéndose a mí.

—¿También te violó?

Negué con la cabeza mientras escalofríos se dispararon de mi cuello a los tobillos.

—Alguien se lo impidió. Tuve suerte —No tenía idea de lo afortunada que fui hasta este momento. Pensé que lo sabía, pero no lo hacía.

—Oh —Su voz se entrecortó, aún no había dejado de llorar—. ¿Eso contará?

Erin convenció a Mindi a acostarse, cubriéndola con una manta.

—Va a contar —Se sentó a su lado y tomó su mano—. ¿Corroborará Lucas tu historia, J? Quiero decir, creo, que con lo que sabemos de él, lo hará.

Lucas había estado furioso esa noche cuando no lo dejé llamar a la policía. No se me había ocurrido que al no informar lo que me había sucedido, le dejé creer a Buck que era intocable. Que lo haría de nuevo. Asumí que lo que Lucas le había hecho a Buck era suficiente. No es que le impidió hacer lo que hizo en la escalera. o sus amenazas implícitas durante la fiesta, justo en frente de Kennedy.

Asentí con la cabeza.

—Él lo hará.

Erin dejó escapar un suspiro entrecortado y miró a Mindi.

—Necesitamos llamar a la policía o ir al hospital. o algo, ¿no? No tengo idea de qué hacer primero.

—¿El hospital? —Mindi tenía miedo y no podía culparla.

—Probablemente tendrán que hacer. un examen o algo así. —Erin suavizó su voz, pero en la palabra examen, los ojos de Mindi se ampliaron y se llenaron de lágrimas una vez más.

Sus nudillos se pusieron blancos, sujetando la manta.

—¡No quiero un examen! ¡No quiero ir al hospital!

¿Cómo podía culparla, cuando informándolo le traería más dolor y humillación?

—Vamos a ir contigo. Puedes hacerlo —Erin se volvió hacia mí—. ¿Qué debemos hacer primero?

Negué con la cabeza, pensando en la policía del campus. Algunos, como Don, harían algo bueno con esta situación. Otros no. Podríamos ir directamente al hospital, pero no sabía cuál era el procedimiento. Tomé mi teléfono y marqué.

—¿Hola? —La voz de Lucas fue cautelosa, y me di cuenta de que nunca lo había llamado antes.

—Te necesito —Hacía más de una semana desde que habíamos tenido contacto, excepto por las hojas de trabajo que enviaba, y la clase de defensa personal de ayer por la mañana.

—¿Dónde estás?

—En mi habitación —Esperé a que me preguntara lo que quería. No lo hizo.

—Estaré allí en diez minutos.

Cerré los ojos. —Gracias.

Colgué, bajé el teléfono, y luego esperamos.

Lucas se puso en cuclillas sobre sus talones justo al nivel de los ojos de Mindi.

—Si no lo reportas, lo va a hacer de nuevo. A alguien más —Su voz zumbó a través de mí, apenas audible en la habitación—. Tus amigas se quedarán contigo.

Erin se sentó en la cama, sosteniendo su mano. Apenas conocía a esta chica, pero gracias a Buck, ahora éramos aliadas, asociadas de una manera que nadie desea estar vinculada.

—¿Tú estarás allí? —su voz fue un susurro.

—Si así lo quieres —respondió.

Ella asintió con la cabeza y comprimí mis celos. No había nada que envidiar en esta situación.

* * *

La televisión en la sala de urgencias estaba a un volumen alto, el cual no ayudaba a mi dolor de cabeza. Quería apagarla, o bajar el volumen, pero un hombre anciano estaba sentado en una silla a tres metros de ella con los brazos cruzados sobre el pecho, su mirada fija en el televisor. Si ese ruido lo distraía de su razón para estar aquí, ¿quién era yo para quitarle esa distracción?

Lucas se sentó junto a mí, su rodilla doblada hacia mí, rozando mi muslo. Su mano estaba tan cerca de la mía que podía haberla tocado con mi meñique. No lo hice.

—¿Tienes algo en contra de ese programa?

Su pregunta tonta borró mi ceño fruncido.

—No, pero creo que podría escucharlo desde el otro lado de la calle — Lucas mostró su sonrisa fantasma y quise fundirme en ella.

—Mmm —dijo, mirando a su rodilla—. ¿Tienes un poco de resaca, también? —Cuando Erin y Mindi lo pusieron al corriente de los detalles de la noche anterior, rápidamente se dio cuenta de que yo había asistido con Erin al evento Griego.

—Tal vez, un poco —Me pregunté si pensaría que me había puesto en peligro al asistir a una fiesta donde Buck estaría presente obviamente. Su regaño de la noche en que nos conocimos —muy responsable—, todavía dolía, sobre todo porque era verdad.

—Así que, ¿habló contigo? ¿Ayer? —Aún seguía mirando a su rodilla.

—Síp. Me invitó a bailar.

Un músculo se tensó en su mandíbula, y sus ojos fueron fríos cuando se encontraron con los míos.

—Le dije que no. —Incluso yo escuché mi tono defensivo.

Respiró profundamente y se volvió hacia mí completamente, su voz baja y amenazante.

—Jacqueline, está tomando todo mi control estar aquí sentado en este momento y esperar a que la justicia se haga cargo de esto, en lugar de cazarlo yo mismo y joderlo hasta la mierda. No te estoy culpando a ti, o a ella. Ninguna de las dos pidió lo que él hizo, no hay tal cosa como pedirlo. Eso es un puto argumento de los psicópatas y estúpidos. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza, sin aliento ante su declaración.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Acepto tú no?

¿Escuché al final de esta oración: esta vez?

Asentí con la cabeza otra vez.

—Kennedy estaba conmigo. Se dio cuenta de lo extraño que actué con Buck, por lo que le conté lo sucedido. No dije nada sobre ti, o la pelea. Sólo le dije que escapé.

Una pequeña arruga apareció entre sus cejas.

—¿Y cómo lo tomó?

Recordé el flujo de maldiciones muy pocas comunes de Kennedy.

—Estaba más enojado de lo que lo he visto en mi vida. Llevó a Buck afuera y habló con él, le dijo que se mantuviera alejado de mí. lo que probablemente lo hizo sentir débil a Buck, y es por eso que. —Es por eso que violó a Mindi.

—¿Qué acabo de decir? Esto no es tu culpa.

Asentí, mirando mi regazo, las lágrimas quemando en mis ojos. Quería creer que no era mi culpa, pero Mindi fue lastimada después de que Kennedy lo enfrentó. Por mí. Se sentía que era mi culpa. Sabía mejor, pero no podía dejar de conectar los puntos.

Los dedos de Lucas rozaron mi barbilla y volvió mi rostro al de él.

—No. Es. Tu. Culpa.

Asentí otra vez, aferrándome a sus palabras como si fueran mi redención.

Me estacioné frente a la casa de un vecino, cerrando la puerta de la camioneta lo más silenciosamente posible y caminando de puntillas por la entrada escasamente iluminada hacia el garaje. Era tarde; tal vez lo suficientemente tarde como para que nadie mirara a una chica dirigiéndose al departamento de un hombre.

La motocicleta de Lucas se encontraba estacionada frente a las escaleras. Me detuve a los pies de la escalera, con la mano en la barandilla, mi corazón latiendo fuertemente, y miré hacia la casa del doctor Heller. No podía ver ningún movimiento dentro, aunque había luces encendidas en el interior. Tomando una respiración profunda, subí las escaleras y toqué la puerta suavemente.

Había una mirilla en la puerta, así que estaba segura que él me vio de pie bajo la luz del porche por la expresión de confusión en su rostro cuando abrió la puerta. Hacía una hora, me había dejado en el dormitorio con Erin y Mindi, y después que se fue, me di cuenta que no dije lo que quería decir. Y para la mayor parte de lo que quería decir, tenía que tenerlo frente a mí mientras lo decía.

—¿Jacqueline? ¿Por qué.? —Se detuvo ante la expresión en mi rostro, empujándome al interior y cerrando la puerta detrás de nosotros—. ¿Qué pasa? —Sus manos se apoderaron de mis codos mientras miraba hacia él. Estaba vistiendo pantalones de pijama y una camiseta oscura, las líneas sexys de su tatuaje se derramaban de sus mangas hasta sus muñecas. También llevaba lentes delgados y con enmarcado negro, los cuales acentuaban aun más el azul de sus ojos y sus pestañas oscuras.

Tomé aire y solté todo antes de arrepentirme y no decir nada.

—Sólo quería decirte que. te extraño. Y tal vez suena ridículo, ya que apenas nos conocemos, pero entre los correos electrónicos y mensajes de texto y. todo lo demás, sentí como si lo hiciéramos. Que lo hacemos. Y te echo de menos. no sé de qué otra manera decirlo, pero los echo de menos a los dos.

Tragó saliva, cerrando sus ojos e inhalando lentamente. Sabía que iba a ser racional y hacer-lo-correcto y me alejaría de nuevo, y estaba determinada a no darle esa oportunidad. Pero entonces sus ojos se abrieron y dijo—: Al carajo — empujándome contra la puerta, colocando sus antebrazos a ambos lados de mi cabeza y besándome más fuertemente de lo que nunca antes me habían besado, tan firmemente que podía sentir el arete en su labio perforando el mío.

Presionó su duro cuerpo contra el mío y yo presioné de vuelta, agarrando su camiseta con mis puños y amoldándome a él mientras su lengua acariciaba el interior de mi boca. Cuando se apartó por una fracción, protesté con un sonido vergonzante inarticulado y se rió entre dientes suavemente, pero sólo estaba removiendo mi abrigo y llevándome hasta el sofá. Sentándose, me puso a horcajadas sobre su regazo, acunando mi cabeza en una mano y apretándome a él con la otra.

Nos separamos, sin aliento, y él arrojó sus lentes en la mesa de noche y se quitó su camiseta sobre su cabeza, y luego removió la mía suavemente. Sus manos cálidas se extendieron sobre mis costados y me sostuvieron fuerte mientras nuestros labios se movieron juntos, su lengua deslizándose con la mía. Enredé mis brazos alrededor de su cuello, abriendo mi boca y dejándole entrar. Cuando besó la comisura de mi boca y humedeció sus labios en el hueco de mi garganta, mi cabeza cayó hacia atrás. No pude evitar el suave gemido que su beso húmedo provocó.

—Tienes una peca aquí —susurró, pasando su lengua sobre ese punto debajo de mi mandíbula—. Me vuelve loco cada vez que estás sobre mí. Sólo quiero hacer esto. —El suave toque de su boca me empujó sobre el borde, y mis rodillas se apretaron alrededor de sus caderas mientras me mecía sobre él.

Con sus ojos claros ardiendo, quitó mi sujetador, delineando en círculos concéntricos con sus dedos, tocándome tan suavemente que me mareé con ganas de más. Sus manos cubrieron mis pechos, sus pulgares acariciando la parte de abajo, y me incliné para tomar su boca y chupar su lengua con la mía, deslizando mi mano por su abdomen tirante y más allá hasta la delantera de su pantalones de franela. Tiré de las correas.

—Dios, Jacqueline —jadeó, luchando contra mi mano mientras sus brazos serpenteaban alrededor de mí, sus dedos enredándose entre el pelo de mi nuca mientras nuestras bocas se devoraban entre ellas. Rompiendo el beso, presionó su frente contra mi hombro y gimió, con los dientes apretados—. Dime que me detenga.

Confundida, sacudí la cabeza, aunque no sabía si la acción fue ferviente o imperceptible. Su aliento acarició mis pechos y me incliné sobre su oído, mi voz un murmullo.

—No quiero que te detengas.

Sin decir palabra nos hizo rodar hacia abajo y sobre nuestros costados, desabrochó mis jeans y metió su mano entre el insustancial tejido de mi ropa interior y mi piel, sus dedos buscando y encontrando el lugar que anhelaban mientras me besaba. Gemí su nombre sobre su boca, clavando los dedos sobre sus bíceps, y su voz fue un gruñido en mi oreja.

—Jacqueline. Detenme.

Negué con la cabeza una vez más, mi mano deslizándose hasta presionar contra la evidencia de lo que su cuerpo quería de mí.

—No te detengas —suspiré, diciéndole que quería lo que él quería, sin condiciones. Lo besé nuevamente, segura de que mis acciones y palabras eran todo lo que necesitaba para continuar.

Estaba equivocada.

—Di que me detenga, por favor. Por favor. —La última palabra susurrada fue una súplica que no podía negarle, incluso si no entendía la razón de ella.

—Detente —susurré, sin sentirlo, sin quererlo y él se estremeció y apartó su mano de mí. Entrelazando mis manos sobre su pecho, no me alejé, no hablé. Sólo me quedé entre sus brazos por largos minutos, hasta que su respiración disminuyó, haciéndose finalmente profunda y regular.

Landon Lucas Maxfield estaba dormido en el sofá. Conmigo.

Me desperté con los maullidos apagados de Francis rogando entrar al interior. Desenredándome a mí misma de Lucas con cautela, me deslicé del sofá y fui a dejarlo entrar, agarrando mi sostén y camiseta de manga larga, poniéndomelos de nuevo. Una ráfaga de aire frío entró junto con el gato de Lucas, cerrando la puerta tan pronto estuvo completamente dentro. Después de envolver su cola alrededor de mi pierna por escasos dos segundos, se dirigió al dormitorio, y supuse que fue su agradecimiento.

Volví al sofá, pero me senté en el suelo y observé a Lucas en lugar de despertarlo, o acurrucarme de nuevo entre sus brazos. Con los planos de su rostro parcialmente ocultos por su cabello oscuro, sus labios carnosos entreabiertos y gruesas pestañas juntas por el sueño, pude ver al niño en el interior del hombre con más claridad que antes. No entendía lo que pasó antes, por qué me obligó a detenerlo o por qué se apartaba del resto del mundo, de mí, pero quería entender.

Deduje que el tatuaje de la rosa era una pista posible, dado su lugar sobre su corazón. La mayor parte de la tinta en sus brazos eran símbolos e intricados motivos, y me pregunté si alguno de ellos eran diseños suyos. Se movió sobre su espalda entonces, y finalmente pude leer las palabras en su lado izquierdo:

El amor no es la ausencia de la lógica,

Si no la lógica examinada y recalculada,

Calentada y curvada para adaptarse,

Dentro de los contornos del corazón.

No necesitaba ninguna prueba más para saber que en su no-muy-lejano pasado, Lucas había amado a alguien, profundamente. Alguien que debió haber perdido, porque ella no aparentaba estar a su lado. Y entonces miré más de cerca el tatuaje de la muñeca que se encontraba cerca de su cara. Dentro del patrón de tinta, haciéndose pasar por la piel más rosado de lo normal dentro del diseño, había una delgada pero dentada cicatriz. Corría de un lado al otro: alrededor de toda su muñeca, contenida por las líneas negras de su tatuaje como un código oculto.

El mismo diseño rodeaba su muñeca derecha, y observando su rostro en busca de signos de vigilia, la levanté de su pecho y suavemente la volví para verificar. Esta, también, estaba surcada de un lado a otro: la cicatriz ocultada magistralmente por el artista del tatuaje.

Sorprendida, me senté nuevamente en el suelo, mirándolo dormir. No tenía idea de si esto era algo que algún día sacaría a relucir con él; si era algo que él estaba dispuesto a decirme. Aún después de pasar mis días y noches miserables por mi rompimiento con Kennedy, nunca estuve lo suficientemente deprimida como para considerar el suicidio. No tenía ni idea de lo que se necesitaba para llegar a ese punto sin esperanza. No realmente.

Era tarde, y tenía que volver a mi dormitorio. Nuestra clase —mi clase— comenzaba en tan solo ocho horas. Sobre la mesa de la cocina, encontré un sobre descartado y garabateé una nota dejándole saber que había vuelto al dormitorio y lo vería mañana.

—Espera. —La voz de Lucas me detuvo con la mano en el pomo de la puerta. Se sentó, un poco desorientado por el sueño.

—No quise despertarte, así que te dejé una nota. —La recogí de la mesa de noche, doblándola y metiéndola en mi bolsillo. Estaba tan llena de palabras por decir y preguntas por cuestionar que nada podía salir.

Se frotó los ojos y se levantó, estirando su cuello hacia un lado, extendiendo sus brazos hacia atrás, sus ojos cerrados. Sus bíceps y pectorales flexionándose con el movimiento, y quería dejar de mirarlo, pero no pude hasta que sus ojos se abrieron.

—Te acompaño a tu camioneta.

Se volvió para tomar su camiseta y ponérsela nuevamente, y fui capaz de comérmelo con los ojos una vez más sin vergüenza. Sobre sus hombros definidos y espalda habían más diseños y palabras escritas, pero su camiseta las cubrió demasiado rápido. Se dirigió a su dormitorio y salió vestido con una sudadera con capucha y un par de zapatos viejos que nunca lo había visto usar. Las botas eran su calzado normal.

—¿Francis está en la cama? A menos que haya desarrollado pulgares opuestos, supongo que lo dejaste entrar. —Cruzando la habitación, sonrió.

Asentí mientras se acercaba, y su sonrisa decayó. Sabía que estaba pensando en lo que sucedió antes de que nos durmiéramos entre los brazos del otro, preguntándose qué pensaba sobre él suplicándome para detenerlo cuando le dejé claro que no quería hacerlo. Si tan sólo él supiera. mi confusión sobre su rechazo no era nada en comparación con lo que causaron las cicatrices en sus muñecas.

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