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Después de una semana de Lucas ignorando mi existencia mientras estábamos en clase, no estaba segura de qué esperar el lunes por l a mañana. La alteración fue leve, pero innegable. Cuando entré en el aula, sus ojos se encontraron con los míos, la más mínima sugerencia de una sonrisa en su boca. Todo en él se había vuelto familiar. La noche en que bailé con él, sus rasgos se habían fusionado entre un chico digno y excepcionalmente aplastante. Ahora, tenía la mandíbula y la barbilla afilada en ángulo fuerte, la nariz con el más mínimo indicio de una ruptura previa. Una cicatriz en forma de medialuna se asentaba en lo alto del pómulo, y sus ojos sin color eran a veces un poco misteriosos. Los flecos de su cabello despeinado eran lo suficiente largos como para suavizar el conjunto; si alguna vez se lo cortaba, se vería como un hombre completamente diferente.

Volvió su atención hacia su siempre presente cuaderno de dibujo, y miré hacia el frente en un esfuerzo de no caerme por las escaleras. Solamente horas antes, él había sostenido mi cara en sus manos, me había presionado contra la puerta de mi camioneta y me había besado como si hubiéramos hecho lo que yo había querido. Yo había conducido de nuevo a mi dormitorio en un estado desconcierto de lujuria.

Deslizándome en mi asiento al lado de Benji, soporté la tentación de mirar sobre mi hombro. Si él no estaba mirándome, me sentiría decepcionada. En cambio, si lo hacía, estaría atrapada.

La muchacha a mi derecha, como todos los lunes por la mañana, estaba dando el resumen de su fin de semana a su compañera. y a las otras dos o tres docenas de personas que podían oírla. Benji la imitó perfectamente, aunque un poco dramático, y fingí un ataque de tos para ocultar mi risa. Por desgracia, la tos le llamó la atención.

—¿Te estás

muriendo o algo así? —Preguntó ella, afectando una burla perfecta cuando sacudí mi cabeza—. Bueno, escupir un pulmón en público no es para nada tan atractivo, sólo digo.

Mi cara ardía, pero luego me incliné hacia Benji y hablé a mí alrededor.

—Um, ¿darle a la mitad de la clase un resumen exhaustivo cada lunes por la mañana, en detalle espeluznante, de cuán alcohólica promiscua eres? No es nada atractivo, tampoco. Sólo digo.

Ella abrió la boca cuando las personas cercanas rieron, y me apreté mi labio inferior entre los dientes mientras trataba de mirar hacia delante. Afortunadamente, el Doctor Heller entró entonces, y comenzó la clase, y estuve cincuenta minutos intentando olvidar la presencia de Lucas a tres filas y cinco asientos atrás.

—Así que. nueve días hasta el final. —Benji llenó su mochila y sonrió con satisfacción hacia mí mientras empaqué la mía.

—Mmm-hmm.

—Nueve días hasta no más.

restricciones. —Hice rodar mis ojos directamente a él cuando sus cejas bailaron arriba y abajo—. ¿Eh? ¿Eh?

No pude evitar comprobar para ver si Lucas estaba todavía en el salón. Estaba hablando con la chica Zeta, la que había hablado antes, pero me miraba por encima de su cabeza.

Benji se deslizó por su camino hasta el pasillo, una media sonrisa en su rostro.

—Voy a tomar

Tutores Calientes por 200 dólares, Alex —dijo él con una voz extrañamente femenina antes de empezar a tararear la canción de

Jeopardy. Todavía estaba tarareando cuando sonrió hacia Lucas justo antes de salir.

Esperaba no seguir sonrojada cuando Lucas se puso a caminar conmigo, pero ninguno de los dos habló hasta que estuvimos fuera. Aclarándose garganta, hizo un gesto hacia la espalda de Benji con un hombro.

—¿Él, um, sabe? ¿Acerca de.?

Mordió su labio inferior y el pequeño arete, tenía el ceño ligeramente fruncido en su rostro.

—Él, de hecho, fue cómo me di cuenta de. quién eres.

—¿Oh? —Me acompañó hacia mi clase de español, como lo había hecho una vez.

—Él se había fijado en nosotros. mirándonos uno al otro. —Me encogí de hombros—. Y me preguntó si yo iba a tus sesiones de tutoría.

Cerrando los ojos por un instante, tomó un respiro.

—Dios. Lo siento mucho. —Esperé, deseando que me dijera el motivo de la farsa Landon/Lucas, por fin. Hicimos una excursión a través de las colinas del campus en silencio durante un minuto o dos, cada paso llevándonos más cerca de mi clase. Sin una sola nube en el cielo, el sol nos calentaba en parches directos de la luz, mientras que nos congelábamos en la sombra proyectada por los árboles y edificios.

—Te noté en la primera semana —Su voz era suave—. No sólo por lo bonita que eres, aunque, por supuesto, que eso jugó en todo. —Sonreí, mirando a nuestros pies, como emparejamos nuestros pasos—. Fue la forma en que te apoyabas en tus codos cuando escuchabas en clase, cuando algo capta tu interés. Y cuando te ríes, nunca es para llamar la atención, es sólo. risa. La forma en que obsesivamente metes el pelo detrás de la oreja en el lado izquierdo, pero dejas que en el lado derecho caiga como una pantalla. Y cuando estás aburrida, golpeas con el pie sin hacer ruido y mueves tus dedos en el escritorio como si estuvieras tocando un instrumento. Quería dibujarte.

Nos detuvimos y permanecimos en un cuadrado de sol, bien lejos de la entrada sombreada al edificio de artes del lenguaje.

—Casi cada vez que te veía, estabas con

él. Pero un día, te acercaste al edificio sola. Yo sostenía la puerta para varias muchachas delante de ti, y esperé a que me alcanzaras. Cuando me alcanzaste, parecías contenta, y un poco sorprendida. A diferencia de las otras, no esperabas que la puerta fuera sostenida para ti, por un chico al azar. Sonreiste y me dijiste: “Gracias”. Eso fue el colmo. Rogué para que nunca fueras a una sesión y no con él. No quería que supieras que era el tutor.

—Él te dio por hecho, incluso cuando estabas junto a él, sosteniendo su mano. Como si fueras un accesorio. —Frunció el ceño, y recordé sentirme exactamente igual con Kennedy. A menudo—. Nunca quise que te lastimaran, pero quería apartarte de él. Constantemente tuve que recordarme que no importaba si fueras suya o no, porque estabas en el otro lado de una línea que no podía cruzar. Y luego no te presentaste el día del intermedio, o el siguiente, o el siguiente. Me preocupé que algo te hubiera sucedido. Él fue muy reservado los primeros días. A finales de la semana, las chicas le coqueteaban antes de la clase, y la forma en que respondió me dijo lo que había sucedido.

—Estaba seguro de que habías dejado la clase, lo que me hizo egoístamente eufórico. Sin saber siquiera qué hacía, empecé a buscarte en el campus. —Miró en mis ojos y bajó la voz aún más—. Y luego, la fiesta de Halloween.

No podía respirar.

—¿Estuviste allí? ¿En la fiesta?

Asintió con la cabeza.

—¿Cómo? No estás en una hermandad, ¿o sí?

Él negó con la cabeza.

—Había arreglado las casas de A/C la noche anterior. El mantenimiento no hace esas cosas que no son una emergencia de noche o fin de semana, pero soy mano de obra contratada, así que accedí a hacerlo. Cuando no quise tomar propina, un par de chicos me invitaron a la fiesta. Sólo dije que sí porque tenía la esperanza de que podrías estar allí. Habían pasado dos semanas, y este campus es tan grande que estaba empezando a pensar que nunca te vería. —Rió entre dientes y se frotó una mano en la parte posterior de su cuello—. Vaya, eso suena totalmente acosador.

O totalmente caliente.

Dios.

—¿Por qué no me hablaste esa noche? Antes de.

Él negó con la cabeza.

—Estabas tan retirada y miserable. Casi todos los hombres que se acercaban a ti, fueron rechazados sin una segunda mirada. No había manera de convertirme en uno de ellos. Bailaste con un puñado de chicos que ya conocías. y

él era uno de esos.

—Buck.

—Sí. Cuando te fuiste, te siguió, y pensé que tal vez. tal vez ustedes dos habían decidido salir temprano juntos, sin que nadie lo supiera. Encontrarse afuera o algo así.

Vi a un trío de mis compañeros entrar en el edificio.

—Es el mejor amigo del novio de mi compañera de cuarto. Bueno, el mejor amigo de su ex, ahora. Era una persona conocida. Un amigo, pensé. Vaya, sí que me equivoqué.

Asintió con la cabeza, frunciendo el ceño.

—Yo estaba a punto de salir. mi moto estaba estacionado en el frente. Algo no se sentía bien, pero luchaba con el mismo deseo de llevar a cabo lo que había sentido la mitad del semestre con tu novio, así que cuestioné mis propios motivos. Pedí un minuto discutiendo conmigo mismo, y lo siento por eso. Finalmente decidí que si ustedes dos estaban ligando, sólo me daría la vuelta, subiría a mi moto y acabaría de una vez con ello. Contigo.

—Pero eso no es lo que pasó.

—No.

De repente consciente de la falta de gente vagando alrededor de nosotros, saqué mi teléfono. Eran las diez y dos minutos.

—Mierda. Llego tarde.

—Uh-oh. ¿No es el profesor que te pone de ejemplo si llegas tarde?

Impresionante.

—Lo recuerdas. —Gemí, empujé mi teléfono en mi bolso—. Me siento como con ganas de faltar ahora.

Su boca se elevó hacia un lado.

—¿Qué tipo de empleado de la universidad sería, al animarte a faltar a clase la última semana del semestre?

—Solamente repasamos. Tengo un A. Realmente no necesito la revisión.

Nos miramos el uno al otro.

Incliné mi cabeza y miré directamente a sus ojos claros.

—¿Tú no tienes clases?

—No hasta las once. —No por primera vez, la sensación de su fija mirada derivando sobre mi rostro fue como una brisa suave, o el toque más suave posible. Se detuvo en mi boca.

Mis labios se separaron, mi respiración más lenta que mi ritmo cardíaco acelerado.

—Nunca me dibujaste otra vez.

Sus ojos se lanzaron a los míos, pero no contestó, así que pensé que tal vez no se acordaba de su petición por mensaje.

—Dijiste que tenías dificultades para hacer memoria. Mi mandíbula. Mi cuello.

Él asintió con la cabeza.

—Y tus labios. Dije que necesitaba más tiempo mirándolos y menos probándolos.

Asentí. Dios mío, ¿Qué

no se acordaba?

—Una cosa muy tonta de mi parte por decir, creo. —Tenía la vista fija en mi boca de nuevo.

Mis labios cosquillearon por su enfoque. Quise frotar mis dedos a través de ellos. O rozarlos con los dientes para detener la sensación de cosquilleo. Cuando los humedecí con la lengua, él contuvo el aliento.

—Café. Vamos a tomar un café.

Asentí, y sin decir una palabra, caminamos hacia el centro de estudiantes, el lugar más concurrido en el campus a esta hora del día.

—Así que usas lentes, ¿eh? —Nos habíamos sentado en una mesa diminuta, bebiendo a sorbos nuestro café y aguantando un silencio decididamente incómodo, así que solté la primera cosa viable que entró en mi cerebro.

—Um. Sí.

Genial. Acababa de traer a relucir

esa noche. Pero, ¿Debería no traer

esa noche? ¿No deberíamos hablar de ello? ¿No debería preguntarle si me alejó porque era el tutor de la clase, o debido a esas cicatrices en sus muñecas?

—Uso lentes de contacto. Pero mis ojos se cansan de ellos al final del día.

La imagen mental de Lucas empujando la puerta, la aprehensión en su rostro, los lentes transformándolo en funcionario mientras el pijama producía un efecto contrario. Me aclaré la garganta.

—Se ven muy bien en ti. Los lentes. Quiero decir, podrías usarlos todo el tiempo, si quieres.

—Son una especie de molestia con el casco de la moto. Y el taekwondo.

—Oh. Sí, puedo imaginarlo.

Nos quedamos en silencio otra vez, con cuarenta minutos hasta su clase y mi reprogramado tiempo para practicar con el bajo.

—Podría dibujarte ahora —dijo.

Sin ninguna razón, mi cara ardió.

Por suerte, él metía la mano en su mochila, retirando su bloc de dibujos, y dando vuelta a una página en blanco. Tomó el lápiz de su oreja antes de mirar a través de la mesa en mí. Si notó mi color aumentado, no lo mencionó. Sin decir una palabra, él se reclinó en su silla, el almohadón sobre sus rodillas, y empezó a dibujar, el lápiz haciendo los arcos sin esfuerzo, de alguien que sabe lo que está haciendo. Sus ojos se movieron desde el bloc a mí y de vuelta, una y otra vez, y yo me senté en silencio bebiendo, viendo su cara.

Mirando sus manos.

Había algo íntimo acerca de modelar para alguien. Me había ofrecido como un modelo una vez en mi clase de arte de primer año, para el crédito suplementario. Con una falta grave de habilidades en dibujo, salté a la oportunidad de dos puntos adicionales, sin detenerme a considerar que iba a estar sentada arriba de una mesa por un período de clase entero. Darle a una clase de chicos adolescentes, rienda suelta a mirarme por una hora fue todo un nuevo nivel de torpeza completamente. Especialmente cuando el novio de Jillian, Zeke, comenzó su retrato con mi pecho. Se quedó mirando descaradamente, haciendo gala de sus esfuerzos artísticos a sus compañeros de mesa mientras me ruboricé y fingí que no podía oír sus bromas acerca sobre pellizcos y escote y como deseaba que perdiera la camisa totalmente. o al menos desabotonarla.

—La mayoría de los artistas comienzan con la cabeza —dijo la señora Wachowski mientras miraba por encima del hombro. Zeke y los demás chicos en la mesa soltaron un bufido de risa mientras yo ardía con humillación y la clase entera miraba.

—¿Qué estás pensando?

No quise retransmitir

esa historia.

—La secundaria.

El pelo que caía sobre su frente oscureciendo el pliegue que sabía que estaba allí, pero sus labios se apretaron.

—¿Qué? —pregunté, pensando en el cambio que esas dos palabras trajeron.

Rodeados de conversaciones, música y sonidos mecánicos, el rasguño del plomo a través del papel era inaudible en la cafetería. Vi la danza del lápiz en su mano, preguntándome qué parte de mí dibujaba, y qué partes podría querer dibujar. ¿Cómo fue él cuando tenía dieciséis años? ¿Dibujaba en ese entonces? ¿Salía con otros chicos de su edad? ¿Se había enamorado? ¿Se había roto su corazón por alguna chica cruel? ¿Había ya puesto esas cicatrices en sus muñecas, o estaban por llegar?

—Dijiste que habías estado con él durante tres años. —Habló lo suficientemente fuerte para que pudiera oírlo, mirando hacia abajo en el cuaderno mientras el lápiz trabajaba de ida y vuelta. No había pregunta en su voz. Él asumió que pensaba en Kennedy.

—No estaba pensando en él.

Su mandíbula se apretó, sus labios comprimidos otra vez. ¿Celoso?

La culpa me arrastró cuando me di cuenta que

quería que sintiera celos.

—¿Cómo fue la secundaria para ti? —pregunté y luego, quise retirarla. Sus ojos se dirigieron a los míos y su mano se detuvo.

—Muy diferente de lo que fue para ti, me imagino. —Sus ojos todavía recorrían mi cara, pero ya no dibujaba, y su expresión era tensa.

—¿Oh? ¿Cómo? —Le sonreí, esperando traernos a esta cornisa, aferrarnos a esta posición, o empujarnos sobre el borde.

Levantó la mirada hacia mí entonces y se quedó mirando.

—Para empezar, nunca he tenido novia.

Pensé en la rosa por encima de su corazón, y el poema inscrito en su costado izquierdo. No quería que ese amor sea reciente.

—¿En serio? ¿Ni una?

Negó con la cabeza.

—Yo era. inestable, se podría decir. Conecté con chicas. Pero no tuve ninguna relación. Me saltaba las clases tanto como me molestaba en aparecer. Celebraba fiestas con los locales y los turistas de playa. Me metía en peleas a menudo, en la escuela y fuera. Fui suspendido o expulsado con tanta frecuencia que cuando me despertaba por la mañana no estaba muy seguro de si se suponía que debía ir o no.

—¿Qué pasó?

Su rostro quedó en blanco.

—¿Qué?

—Quiero decir, ¿cómo entraste en la universidad y te convertiste en este. —hice un gesto hacia él y me encogí de hombros—. estudiante serio?

Se quedó mirando el lápiz en su mano, el pulgar raspando sobre el plomo, afilándolo.

—Tenía diecisiete años, a punto de reprobar por última vez, preparado para trabajar en el bote con mi padre por el resto de mi vida. Una noche, fui de fiesta con algunos amigos. Hicimos una fogata en la playa, lo que siempre atraía a los niños turistas, y ellos siempre querían conectar. Uno de mis amigos era un comerciante. Nada de materia grande, sólo drogas en fiestas. Él vendía caro, de modo que nosotros pudiéramos disfrutar un poco sin necesidad de pagar a su distribuidor por ello.

—Su hermana le siguió esa noche. Estaba enamorada de mí, pero tenía catorce años. Totalmente inocente. No era mi tipo. Ella no tomó el rechazo bien, y empezó a coquetear con los chicos que financiaron nuestra noche, por así decirlo. Su hermano idiota estaba tan drogado, no la miraba en absoluto. Mi cabeza no estaba mucho más despejada, pero cuando el chico con el que ella estaba bailando la empujó hacia abajo en la playa, parecía que estaba tratando de zafarse lejos de él.

—Recuerdo ir tras ellos, pero todo después es turbio. Me dijeron que rompí la mandíbula del tipo. Fui arrestado, se presentaron cargos. Probablemente habría terminado en la cárcel, pero los Heller estaban de visita esa semana, y Charles hizo algo para que todo desapareciera.

—Él y mi papá discutieron. Lo siguiente que supe es que estaba inscrito en clases de artes marciales. Era lo suficientemente estúpido como para ver el beneficio de manera equivocada de ser capaz de moler a golpes a las personas aún mejor de lo que ya podía, por lo que no me opuse. Lo que no vi venir fue cómo ello me centraría por primera vez en mucho tiempo. Antes de irse, Charles me sermoneó como papá nunca lo hizo. No me gustaba decepcionarle. —Me miró estrechamente—. Aún no.

Bebimos nuestro café y esperé, sosteniendo mi lengua, sabiendo que había

más.

—Me dijo que tiraba mi futuro a la basura, que yo era mejor que las drogas y las peleas. Me dijo que mi madre estaba pendiente, y me preguntó si quería que estuviera orgullosa o avergonzada. Luego, prometió que me ayudaría a entrar en la universidad, tirando cada cuerda que pudiera tirar, si tan sólo lo intentara. Él sabía que buscaba un escape, y me dio una segunda oportunidad.

Un escalofrío recorrió mi espalda por sus palabras.

—Es bueno al ofrecer eso.

Él sonrió, apenas.

—Sí. Lo es. Lo tomé. Mi último año lucía bien, pero casi arruino todo mi GPA antes de eso. No sé cómo consiguió que me acepten, aunque condicionalmente. Papá no puede pagarla, por supuesto, así que esa es la razón de todos los trabajos extraños. Puedo pagar el alquiler del apartamento, pero no pude conseguir una cama en el garaje de alguien, por lo que me cobra.

—Es como un ángel de la guarda para ti.

Alzando la vista, con sus ojos desconcertante en los míos, dijo:

—Ni te imaginas.

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