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No había asistido a ningún evento de hermandad desde la fiesta de Halloween, y apenas había visto Buck desde nuestro incidente en el hueco de la escalera —siempre dentro de un grupo, y siempre en público. Cuando él se acercaba, yo me alejaba, como si su mismo ser me repugnara, lo cual era cierto. El mero pensamiento de él todavía hacía que mi boca se secara y creaba un nudo en mi estómago.

En nuestra habitación, Erin se volteó, tras su verificación final en el espejo.

—Será mejor que él se quede lo más lejos posible de ti, o voy a probar la

cortadora de césped en su trasero —declaró.

—Ese movimiento no es para usar en un trasero —bromeé, odiando el temblor que me provocaba la idea de Buck con los brazos en bandas alrededor de mí. Tenía la esperanza de que Erin estuviera lista para tener una sombra, porque no pensaba alejarme de su lado en toda la noche.

Con su brazo rodeando mis hombros, nos puso a ambas frente al espejo de cuerpo entero.

—Estamos

ardientes, amiga —Sus ojos se encontraron con los míos en la reflexión—. Gracias por hacer esto. Las chicas han sido un gran apoyo, pero ellas no son tú. Me siento más fuerte sabiendo que estarás conmigo.

Sonreí y la abracé, acercándola más a mi lado. De verdad nos veíamos ardientes. En aquel vestido plateado con brillo, y con sus tacones de tiras de plata, Erin tenía su propia bola de discoteca. Mi vestido azul —cortado simplemente en el frente y del tono exacto de mis ojos— se veía básico, y hasta aburrido, junto a Erin. Pero eso era hasta que me daba la vuelta. La combinación de tocar el bajo y practicar yoga me había dado una espalda tonificada, y el vestido se lucía con una "V" casi hasta la cintura. Las zapatillas de charol en mis pies, de un negro que se asemejaba a la sangre que solía salirte por la nariz, se negaban a ser opacadas.

Erin hizo un par de movimientos de baile.

—Vamos a hacer que Chaz desee nunca haber nacido.

Rodeé los ojos y ella se rió.

—Oh, Erin. Estoy tan contenta de que estés a mi lado.

—Eso es, zorra —Golpeó mi trasero, y ambas tomamos nuestros abrigos.

Por acuerdo tácito, nos saltamos la puerta de la escalera y bajamos por la amplia escalinata del frente para cumplir con nuestro viaje. Todos quedaban boquiabiertos tras nuestros pasos —un escuálido estudiante de primer año tropezó en un escalón, mientras sus ojos se movían entre Erin y yo. Por suerte, él subía, aterrizó en sus dos manos, prácticamente a los pies de Erin.

—Whoa —suspiró tomándola.

Ella le acarició la cabeza mientras pasaba, cantando suavemente:

—Aww, qué dulce —como si fuera un cachorro. La expresión de adoración con la que él respondió a su toque indicaba que allí había un hombre

dispuesto a ponerla en un pedestal y tratarla como a una diosa. Yo sospechaba que Erin no quería eso de un chico casi tanto como ella insistía en que sí lo hacía.

Los chicos de la fraternidad de Chaz habían hecho todo lo que había estado a su alcance, colgando una verdadera bola de discoteca y contratando a una banda.

Equipados con trajes, corbatas, y un nivel peligroso de confianza, todo parecía más caliente que el infierno, y cada uno de ellos lo sabía. Dos voluntarios se encontraban en la puerta, uno de ellos colgando abrigos, mientras que el otro se ocupó de tomar la invitación que Erin le entregó, y nos dio a ambas una tira de boletos para el "bar" creado en la cocina, y una rifa para la tabla de premios ofrecida por los miembros a prueba.

Los premios eran en su mayoría electrónicos, desde

iPods hasta consolas de video y pantallas planas de 42 pulgadas.

—Chicos —se burló Erin—. ¿Dónde está el día de spa? ¿O la orden de compras de

Victoria Secret? —los ojos del guardia de la tabla se ampliaron en una aprobación evidente a la última idea.

—Hola, Erin —dijo una voz profunda. Nos dimos la vuelta, y allí estaba Chaz, luciendo increíble en un traje gris oscuro de corte intachable, y una corbata roja que, de alguna manera, combinaba perfectamente con el cabello de Erin. Él me miró, sus ojos eran cálidos y acogedores—. Hola, Jacqueline —No sentí ningún reproche por el hecho de que su relación había detonado luego de que Erin me defendiera.

—Hola, Chaz. El lugar se ve impresionante —respondí por las dos, mientras Erin se balanceaba con la música y saludaba a sus amigos, como si su ex no existiera. El tema de la Fiesta de ese año era

Fiebre del Sábado por la Noche. La banda pasó de tocar un cover de

Keith Urban a una canción de los

Bee Gees, algo muy popular cuando mis padres estaban en la escuela primaria, tal vez.

Chaz miró a su alrededor, sólo superficialmente, y sus ojos regresaron a mí.

—Gracias —dijo, y entonces él sólo tenía ojos para Erin. Mirando a la gente que ya estaba bailando, ella tomó una copa repleta de un líquido rojo, de las manos de un tipo que pasó con un puñado de ellos. Él empezó a protestar, pero Chaz lo fulminó con la mirada, desafiándolo a decirle una palabra. El tipo se mordió el labio y se mantuvo en movimiento.

Mientras ella bebía y fingía permanecer ajena a su presencia, él la miró fijamente. Era obvio que quería que aquello continuara, y el hecho de que Erin estuviera evitando su mirada, me dijo que ella era cualquier cosa menos inmune. No se movieron de sus respectivas órbitas durante el resto de la noche, pero él no intentó hablar con ella de nuevo, tampoco.

Sabía que Chaz era un buen tipo, aunque mal aconsejado y crédulo. Se había tragado la historia de Buck sobre lo que pasó entre nosotros, le había dicho a Erin que tal vez yo estaba borracha esa noche, y no me acordaba de todo con claridad.

Probablemente era uno de esos chicos para los que los violadores eran hombres feos que saltaban de los arbustos y agredían a niñas al azar. Los violadores no eran para él los chicos buenos de tu trabajo, o tu hermano de fraternidad, o tu mejor amigo.

Tal vez nunca se le ocurrió que su mejor amigo era capaz de desgarrar la confianza de una chica en un lapso de cinco minutos. Que podría lastimar a alguien inocente, sólo para herir a un rival. Que podría violarla en un retorcido intento de destruir su propia impotencia. Que podría hacerla sentir constantemente amenazada, sin importarle una mierda.

La única vez que me sentí completamente segura fue cuando estaba con

Lucas.

Maldita sea.

Diez minutos más tarde, estaba observando a Buck bailar con una chica de alto rango de la hermandad de Erin. Él sonrió y se echó a reír, ella lo imitó. Se veía tan... normal. Por primera vez, me pregunté si yo había sido la única chica a la que él había aterrorizado, y si era así, por qué.

Salté cuando escuché la voz de Kennedy en mi oído.

—Te ves despampanante, Jacqueline —Mi trago se derramó sobre el borde de la copa hasta mi mano, por suerte, sin tocar mi vestido. Él me quitó la bebida— . Ah, lo siento, no quería sobresaltarte. Vamos, te voy a buscar una toalla.

Estaba lo suficientemente desconcertada como para evitar que su brazo me dirigiera a través de la multitud, y su mano se ubicara sobre mi espalda desnuda. No fui consciente de que me había separado de Erin, sino hasta que estuvimos en la cocina, con mi brazo sobre el lavabo, como si tuviera una herida mortal en lugar de una mano empapada de cerveza. Kennedy enjuagó y palmeó mi mano seca, y yo me solté de su agarre cuando él no lo hizo de inmediato.

Haciendo caso omiso a mi retiro, me sonrió.

—Como estaba tratando de decir antes. luces hermosa esta noche. Me alegro de que hayas venido.

La música estaba muy alta, y la conversación nos obligó a estar más cerca de lo que yo quería estar.

—Vine por Erin, Kennedy.

—Lo sé. Pero eso no disminuye mi satisfacción de que estés aquí.

Llevaba su habitual colonia

Lacoste, pero ya no me daban ganas de inclinarme contra él y respirarla. Una vez más, lo puse en contraste directo con Lucas, cuyo olor no era cualquier cosa —era su chaqueta de cuero y su loción para después de afeitarse, la comida que había cocinado para mí y el olor sutil pero agudo de grafito en sus dedos después de dibujar, el tubo de escape de su

Harley y el olor a champú de menta de su almohada.

Con la frente inclinada, Kennedy me miró de cerca, y me di cuenta de que probablemente había dicho o preguntado algo.

—Lo siento, ¿qué? —incliné mi oído hacia él, tomándome un segundo para sacar a Lucas de mi mente.

—Dije: 'Vamos a bailar".

Incapaz de deshacerme de aquellos pensamientos, estuve de acuerdo y dejé que mi ex me llevara a la pista de baile designada, justo en frente de la banda. Una zona que había sido despejada de mobiliario, justo debajo de la bola de discoteca motorizada que colgaba peligrosamente baja para algunos de los chicos más altos. Girando lentamente, su superficie espejada lanzaba destellos de luz en ondas alrededor de la habitación, iluminando los rostros y los cuerpos, girando y haciendo brillar cualquier superficie reflectante, desde los pomos de las puertas, hasta el vestido color plata de Erin. Sus manos estaban entrelazadas por detrás del cuello de un alto

Pi Kappa Alpha, y una copa vacía colgaba de sus dedos. Su pareja de baile fue, sin saberlo, el extremo receptor de una mirada mortal por parte de Chaz. Erin se había dado cuenta, sin embargo, y se apretó más a él, mirándolo a los ojos con gran atención.

Pobre Chaz. Debería estar enojada con él, también, pero él ya era claramente miserable.

—Me enteré de Chaz y Erin. ¿Qué pasó? —Kennedy siguió mi mirada.

—Deberías preguntárselo tú —quería saber lo que Kennedy habría pensado del comportamiento de Buck. Eran civilizados el uno con el otro, pero aquella competitividad había existido entre ellos desde siempre.

—Lo hice. Más o menos. No parecía querer hablar de ello. Dijo que habían tenido una gran pelea, que estaba siendo irracional, blah, blah, ya sabes, los chicos dicen cosas estúpidas cuando encontramos algo bueno.

Justo en ese momento, la música cambió a algo rápido, permitiéndome restablecer mi burbuja de espacio personal y, afortunadamente, hechar la conversación acerca de rupturas y metidas de pata. Me sentí tan aliviada de poner fin a ese intercambio que no presté atención hacia dónde se dirigió Erin. Tampoco presté atención a donde estaba Buck.

En una pausa entre canción y canción, él caminó detrás de mí.

—Oye, Jacqueline —dijo, y yo salté por segunda vez esa noche—. ¿Has terminado bailando con este perdedor? Ven a bailar conmigo —El vello de mis brazos se crispó, cada nervio de mi cuerpo se puso en alerta máxima, y me acerqué a Kennedy, quien colocó su brazo alrededor de mis hombros. Yo no quería su brazo sobre mí, pero dada la elección entre ellos, no había otra opción.

Sonriendo, Buck tendió una mano.

La observé, incrédula, y me acerqué más a Kennedy, cuyo cuerpo se puso rígido, en consonancia con el mío.

—No.

Con su habitual sonrisa insolente, Buck miró hacia mí, como si mi ex no estuviera allí. Como si estuviéramos solos.

—Muy bien, entonces. Tal vez más tarde.

Negué con la cabeza y me concentré en la palabra que había dicho una y otra vez por la mañana. La palabra que precedió a cada patada.

—Dije que

no. No lo entiendes, ¿cierto? —Desde el rabillo del ojo, vi como la mirada de Kennedy se fijaba en mi cara.

Los ojos de Buck se entrecerraron y su máscara de indiferencia se deslizó por una fracción de segundo. Luego se recuperó, y el disfraz estaba de vuelta en su lugar. Supe en ese momento que él no se daba por vencido. Él sólo estaba esperando su momento.

—Por supuesto. Te escucho,

Jacqueline —sus ojos cambiaron a Kennedy, cuya expresión era cuidadosa en desacuerdo con la rigidez que había despertado en su cuerpo—. Kennedy —Buck asintió con la cabeza, y él respondió de la misma manera. Luego se alejó.

Me apoyé contra mi ex, y un segundo después me aparté, con los ojos entre la aglomeración de personas en la pequeña casa, en busca del vestido plateado de Erin.

—Jacqueline. ¿Qué está pasando entre tú y Buck?

No hice caso a su pregunta.

—Necesito a Erin. Necesito encontrar a Erin —Empecé a caminar en la dirección opuesta a la que Buck se había ido, y Kennedy tomó mi brazo para tirar de mí hacia atrás. Me deshice de su agarre, y luego me di cuenta de que había gente observando.

Se acercó, sin tocarme.

—Jacqueline, ¿qué está pasando? Voy a ayudarte a encontrar Erin —Su voz era baja, sólo para mis oídos—. Pero primero, dime. ¿Por qué estás tan enojada con Buck?

Levanté la mirada y mis ojos ardieron.

—No aquí.

Él apretó los labios.

—¿Vienes conmigo? ¿A mi habitación? —Cuando dudé, el añadió—. Jacqueline, estás como loca. Ven a hablar conmigo.

Asentí con la cabeza y él me llevó por las escaleras. Cerró la puerta y nos sentamos en su cama. Su habitación, como de costumbre, estaba ordenada y organizada, aunque la cama no estaba hecha y había pantalones vaqueros y camisas arrojados por encima de su silla de escritorio. Reconocí las sábanas y la funda nórdica que habíamos escogido antes de regresar a la escuela ese otoño, porque quería algo nuevo. Reconocí su biblioteca y sus novelas favoritas, sus libros de derecho, su colección de biografías presidenciales. El contenido de aquella sala me era familiar. Él me era familiar.

—¿Qué está pasando? —Su preocupación era genuina.

Me aclaré la garganta y le conté lo sucedido la noche de la fiesta de Halloween, dejando a Lucas fuera de la historia. Escuchando en silencio, se levantó y caminó, respirando profundamente, con los puños cerrados. Cuando terminé, se detuvo y se sentó con fuerza.

—¿Le pediste que se fuera lejos y él no lo hizo.?

Negué con la cabeza.

—No.

Él resopló.

—Maldita sea —se sacó la corbata y desabrochó el primer botón de su camisa blanca. Tenía los dientes apretados con tanta fuerza que las venas de su cuello sobresalían bajo su piel, como tuberías yendo desde su mandíbula hacia abajo. Él negó con la cabeza y estrelló un puño en su muslo.

—Hijo de puta.

Kennedy, por lo general, no maldecía. Sin duda, ninguna de aquellas palabras era parte de su vocabulario estándar. Me miró más de cerca.

—Voy a manejar esto.

—Ya está hecho. Se terminó, Kennedy. Yo sólo... Sólo quiero que me deje en paz —No lloraba, lo cual era extraño. Me sentía como si hubiera ganado fuerza al contarle, al igual que me sentí más fuerte después de decírselo a Erin.

Su mandíbula estaba apretada otra vez.

—Lo hará —Tomó mi cara entre sus manos y repitió—. Él te dejará en paz. Me aseguraré de ello —Y entonces él me besó.

La sensación de su boca era tan familiar como los elementos catalogados que había cuando entré en su habitación. Los libros de la estantería. El edredón en mi mano. El equipo de escalada en roca, en la esquina. La sudadera con capucha que solía pedirle prestada. El olor de su colonia.

Sin darme cuenta, registré la sensación de sus labios, moviéndose un poco toscos. Deduje que su enojo hacia Buck hacía su beso menos sensible, pero yo lo conocía. Por eso, también, me resultaba familiar. Aquel beso era como él siempre me besaba. Su lengua se deslizó en mi boca, posesiva. Era familiar, correcta, y no era Lucas.

Me eché hacia atrás.

Él dejó caer sus manos.

—Dios, Jackie, lo siento. Eso fue tan inapropiado.

No hice caso de su desliz.

—No. Está bien, yo sólo... yo no... —Busqué en mi cabeza, tratando de definir lo que yo no quería. Llevábamos separados siete semanas. Siete semanas, y para mí había terminado. Me quedé mirando la palma de mi mano, girándola sobre mi regazo; la comprensión y su conclusión eran desconcertantes.

—Entiendo. Todavía necesitas tiempo —Se puso de pie, y yo también lo hice, queriendo salir de aquella familiar habitación y de la conversación.

El

tiempo no iba a cambiar lo que estaba sintiendo, o lo que no sentía. Yo había tenido tiempo, y aunque el dolor de su deserción no había desaparecido, estaba disminuyendo. Mi futuro era borroso, sí, pero yo estaba empezando a imaginar un futuro donde ya no lo echaba de menos en absoluto.

—Vamos a ir a buscar a Erin para ti. Y yo voy a tener una charla con Buck.

Me quedé inmóvil, a medio camino de la puerta.

—Kennedy, no espero que tú.

Se dio la vuelta.

—Lo sé. No importa. Estoy manejando esto. Manejándolo a él.

Respiré hondo y lo seguí desde la habitación, esperando que sus intenciones hubieran surgido de la determinación de hacer lo correcto, y no sólo porque él me quería recuperar.

Erin y yo miramos desde la ventana cómo Buck y Kennedy se enfrentaron en la parte de atrás de la casa. Hacía demasiado frío para que cualquier persona fuera a tomar partido, por lo que estaban solos. No podíamos escuchar las palabras, pero el lenguaje corporal era inconfundible. Buck era más alto y más grande, pero mi ex tenía una superioridad innata que se negaba a ceder al control de cualquier persona que él consideraba indigna. La cara de Buck era un barniz de molestia y furia absoluta mientras Kennedy hablaba, señalándolo con el dedo una, dos, tres veces, nunca tocándolo, pero sin mostrar miedo. Le envidiaba esa capacidad. Siempre la había tenido.

Nos apartamos de la ventana cuando Kennedy dio la vuelta para regresar a la casa, pero antes de eso, Buck miró hacia la ventana y se fijó en mí con una mirada de odio puro.

—Jesucristo —murmuró Erin, cogiéndome del brazo—. Es tiempo de

tomar una copa.

Encontramos a Maggie en un grupo de personas que jugaban cuartos1.

—¡Errrrrrin! —dijo arrastrando las palabras —¡Ven y sé parte de mi equipo!

Erin alzó una ceja.

—¿Estamos jugando en equipos?

—Sí —agarró el brazo de Erin y tiró de ella en su regazo—. ¡J, puedes ser socia de Mindi! Erin y yo vamos a patearles el culo a todos —Mindi era pequeña y rubia. Sonrió y parpadeó. Sus ojos eran verdes y grandes, incapaces de concentrarse en mí.

—¿Su nombre es Jay2? —Su acento era muy pronunciado, y sus pestañas revolotearon hacia arriba y abajo como un personaje de dibujos animados, lo que la hacía parecer más joven y más vulnerable que una chica de dieciocho años.

Ella era todo lo contrario a la actitud sarcástica de Maggie y sus oscuras miradas de duendecillo.

—¿Al igual que el nombre de un niño? ¿Jay?

Los chicos al otro lado de la mesa rieron entre dientes, y Maggie rodó los ojos, disgustada. No estaba claro por qué ella quería que yo fuera su pareja.

—Um, no. J es de Jacqueline. —Uno de los muchachos se apoderó de dos sillas plegables que estaban contra la pared, poniéndolas a ambos lados de Mindi y Maggie. Tomé la que se encontraba al lado de Mindi y Erin se deslizó en la otra.

—Oh —Mindi frunció el ceño y parpadeó—. Entonces, ¿puedo llamarte Jacqueline? —Mi nombre era casi irreconocible entre su acento y las palabras arrastradas por la borrachera.

Maggie comenzó a murmurar en voz baja así que le dije: —Claro, eso es genial —miré alrededor de la mesa—. Así que, ¿vamos ganando?

Los chicos del otro lado sonrieron. Definitivamente no estábamos ganando.

1

Es un juego de bebedores. Consiste en hacer rebotar monedas (de 25 centavos en EE.UU.= 1 cuarto de dolar) en la mesa, de manera que caigan en un caballito, que se usan como medida para las bebidas alcohólicas.

2

Juega con la pronunciación de la letra J en inglés.

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