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I

La ecología de Dune

Más allá de un punto crítico, los grados de libertad, en un espacio finito, disminuyen a medida que se incrementa el número. Esto resulta válido tanto para los hombres en el espacio finito de un ecosistema planetario como para las moléculas de gas en una redoma sellada. La cuestión para los seres humanos no es saber cuántos de ellos podrán sobrevivir dentro del sistema, sino qué tipo de existencia será posible para aquellos que sobrevivirán.

PARDOT KYNES, Primer Planetólogo de Arrakis

El efecto que causa Arrakis en la mente del recién llegado es usualmente el de una tierra estéril y absolutamente desolada. El extranjero piensa inmediatamente que allí nada puede crecer o sobrevivir al aire libre, que realmente es una tierra yerma que nunca ha conocido la fertilidad y nunca la conocerá.

Para Pardot Kynes, el planeta no era más que una expresión de la energía, una máquina movida por un sol. Sólo necesitaba ser reestructurada de modo que respondiera a las necesidades de los seres humanos. Su mente fue atraída inmediatamente hacia la población humana que se movía libremente por la superficie del planeta, los Fremen. ¡Qué desafío! ¡Y qué herramienta representaban!

Los Fremen: una fuerza ecológica y geológica de un potencial ilimitado.

Bajo muchos aspectos, Pardot Kynes era un hombre simple y directo. ¿Uno necesita escapar a las restricciones Harkonnen? Excelente. Entonces uno se casa con una mujer Fremen. Y cuando ella le da un hijo, uno empieza con él, con Liet-Kynes, y con los niños, a enseñarles las bases de la ecología, creando un nuevo lenguaje con símbolos que preparen la mente para manipular todo un paisaje, su clima, sus límites estacionales, y superen finalmente todos los conceptos de fuerza para alcanzar una clara consciencia de la idea de orden.

—Existe una armonía interior de movimiento y equilibrio en todos los planetas adaptados al hombre —decía Kynes—. Uno puede ver en esta armonía un efecto dinámico estabilizador esencial a todas las formas de vida. Su función es simple: crear y mantener esquemas coordinados más y más diversificados. Es la propia vida la que aumenta la capacidad de un sistema cerrado para sustentar la vida. La vida —toda la vida— se halla al servicio de la vida. Los alimentos necesarios para la vida son creados por la vida cada vez en mayor abundancia a medida que se incrementa la diversificación de esta vida. Todo el paisaje se vuelve vivo, se producen relaciones, y relaciones dentro de estas relaciones.

Así era Pardot Kynes cuando enseñaba en las clases de las cavernas del sietch.

Pero antes de estas lecciones, de todos modos, había tenido que convencer a los Fremen. Para comprender cómo fue posible esto, hay que conocer antes con qué increíble tenacidad e inocencia afrontaba todos los problemas. No era ingenuo: simplemente, apuntaba directamente hacia lo que pretendía conseguir.

Estaba explorando el territorio de Arrakis a bordo de un vehículo monoplaza durante un tórrido atardecer, cuando fue testigo de una escena deplorable. Seis mercenarios Harkonnen, provistos de escudos y completamente armados, habían sorprendido a tres jóvenes Fremen al abierto tras la Muralla Escudo, cerca del poblado del Saco del Viento. Para Kynes, aquello parecía una lucha más bien irreal, sin la menor trascendencia, hasta que se dio cuenta de que los Harkonnen pretendían matar a los Fremen. Uno de los jóvenes había caído ya, con una arteria seccionada, mientras dos de los mercenarios estaban fuera de combate, pero aún había cuatro hombres armados frente a dos jóvenes imberbes.

Kynes no era valeroso; simplemente era resuelto y precavido. Los Harkonnen estaban matando Fremen. ¡Estaban destruyendo las herramientas con las que pretendía remodelar el planeta! Activó su propio escudo, se lanzó a la lucha y derribó a dos Harkonnen antes de que supieran que alguien los estaba atacando por la espalda. Esquivó la espada de uno de los otros y les seccionó la garganta con un limpio entrisseur, y dejó al único sicario que quedaba en manos de los jóvenes Fremen, dirigiendo su atención a salvar al que estaba en el suelo. Y consiguió salvarlo… justo en el momento en que era abatido el sexto Harkonnen.

¡Y entonces fue cuando se complicaron las cosas! Los Fremen no sabían qué hacer con Kynes. Por supuesto, sabían quién era. Nadie llegaba a Arrakis sin que un completo dossier relativo a su persona llegara a los baluartes Fremen. Lo conocían: era un servidor Imperial.

¡Pero había matado Harkonnen!

Si hubiesen sido adultos se hubieran limitado a alzarse de hombros mientras enviaban su sombra a reunirse con las de los seis hombres muertos en el terreno. Pero aquellos Fremen eran jóvenes inexpertos y sabían tan sólo que habían contraído una vital obligación con aquel servidor Imperial.

Kynes estaba dos días más tarde en un sietch que se abría dominando el Paso del Viento. Para él, todo aquello era natural. Habló a los Fremen del agua, de dunas ancladas con hierba, de palmeras cargadas de dátiles, de qanats corriendo al aire libre a través del desierto. Habló y habló y habló.

Y ni siquiera se dio cuenta del debate que se producía a su alrededor. ¿Qué hay que hacer con ese loco? Ahora conoce la situación de un sietch importante. ¿Qué hacer? ¿Y cómo interpretar esas palabras hablando de Arrakis como de un paraíso? Son tan sólo palabras. Y ahora sabe demasiado. ¡Pero ha matado Harkonnen! ¿Y la carga de agua? ¿Desde cuándo le debemos algo al Imperio? Ha matado Harkonnen. Cualquiera puede matar Harkonnen. Incluso yo los he matado.

¿Pero y su hablar de la fertilización de Arrakis?

Muy sencillo: ¿dónde está el agua para ello?

¡Dice que está aquí! Y ha salvado a tres de los nuestros.

¡Ha salvado a tres idiotas que se habían cruzado en el camino de los Harkonnen! ¡Y ha visto los crys!

La necesaria decisión fue conocida ya muchas horas antes de que fuera pronunciada. El tau de un sietch dice a sus miembros lo que deben hacer; incluso las más brutales necesidades. Fue enviado un guerrero experto con un cuchillo consagrado para realizar la tarea. Dos maestros de agua lo siguieron para recoger el agua del cuerpo. Una brutal necesidad.

Es dudoso que Kynes se diera cuenta de la existencia de aquel ejecutor. Estaba hablándole a un grupo de gente reunida a su alrededor a prudente distancia. Caminaba mientras hablaba, trazando círculos, gesticulando. Agua al aire libre, decía Kynes. Caminar a cielo abierto sin destiltrajes. ¡Agua para bañarse en estanques al aire libre! ¡Portyguls!

El hombre del cuchillo le hizo frente.

—Apártate —dijo Kynes, y siguió hablando de trampas de viento ocultas. Rozó al hombre al pasar por su lado. La espalda de Kynes se ofreció, inerme, al golpe ritual.

Nunca se sabrá lo que ocurrió entonces en la mente del ejecutor. ¿Quizá terminó por escuchar las palabras de Kynes y creyó en ellas? ¿Quién sabe? Pero todos saben lo que hizo, porque ha quedado dicho. Su nombre era Uliet, el Viejo Liet. Uliet avanzó tres pasos y deliberadamente cayó sobre su propio cuchillo, «eliminándose» a sí mismo. ¿Suicidio? Algunos dicen que obró guiado por Shai-Hulud.

¡Hablad de presagios!

Desde aquel instante. Kynes sólo tuvo que mover un dedo y decir:

—Venid aquí.

Tribus enteras de Fremen acudieron. Murieron hombres, murieron mujeres, murieron niños. Pero acudieron.

Kynes volvió a sus trabajos Imperiales, dirigiendo las Estaciones Biológicas Experimentales. Y los Fremen comenzaron a aparecer entre el personal de las Estaciones. Los Fremen miraron a su alrededor. Se dieron cuenta de que se estaban infiltrando en el «sistema», una posibilidad que nunca habían considerado. Algunos instrumentos de las Estaciones empezaron a aparecer en las cavernas de los sietch… especialmente cortadores a rayos, que eran usados para ampliar las depresiones ocultas y cavar trampas de viento.

El agua comenzó a recolectarse en las depresiones.

Y empezó a hacerse evidente a los Fremen que Kynes no era un hombre totalmente loco, tan sólo estaba lo suficientemente loco como para hacer de él un santo. Pertenecía al umma, la hermandad de los profetas. La sombra de Uliet fue elevada a los sadus, la multitud de los jueces divinos.

Kynes —el directo, el obsesionado Kynes— sabía que la investigación altamente organizada no era capaz de producir nada nuevo. Así que creó pequeñas unidades de experimentación con un regular intercambio de datos a fin de alcanzar rápidamente el efecto Tansley, pero con cada grupo siguiendo su propio camino. Así se acumularon millones de pequeños datos. Kynes se limitó a organizar algunos experimentos aislados y escasamente coordinados, a fin de que cada grupo pudiera evaluar el alcance efectivo de sus dificultades.

Muestras de los estratos profundos fueron extraídas por todo el bled. Fueron establecidos mapas detallados de las largas corrientes de tiempo llamadas climas. Se descubrió que en la inmensa franja delimitada entre los 70 grados de latitud norte y sur, las temperaturas a lo largo de millares de años nunca había oscilado más allá de los 154-332 grados (absolutos), y que en esta franja existían largas estaciones de germinación en las que las temperaturas medias se establecían entre los 284 a 302 grados absolutos: un auténtico paraíso para la vida terrestre… una vez resuelto el problema del agua.

¿Y cuándo será resuelto?, preguntaron los Fremen, ¿cuándo veremos a Arrakis transformado en un paraíso?

Del mismo modo que un maestro enseñando a un niño que le ha preguntado cuanto son 2 más 2, Kynes les respondió:

—Dentro de trescientos a quinientos años.

Un pueblo inferior hubiera gritado su desesperación. Pero los Fremen habían aprendido la paciencia a golpes de látigo. Aquel plazo les pareció más largo de lo que habían esperado, pero todos estaban convencidos de que el bendito día iba a llegar. Se apretaron más sus fajas y volvieron al trabajo. De alguna manera, la decepción había hecho mucho más concreto el concepto del paraíso.

El problema de Arrakis no era el agua, sino la humedad. Los animales domésticos eran casi desconocidos, el ganado raro. Algunos contrabandistas usaban un asno del desierto domesticado, el kulon, pero su precio en agua era elevado, incluso si se conseguía hacerle llevar una versión modificada de destiltraje.

Kynes pensó en instalar plantas reductoras que sintetizaran agua del hidrógeno y oxígeno presentes en las rocas nativas, pero el coste de la energía era demasiado alto. Los casquetes polares (que daban a los pyons una falsa impresión de seguridad acerca de su riqueza en agua) contenían demasiada poca para su proyecto… y Kynes sospechaba ya dónde se encontraba realmente el agua. Había aquel sensible aumento de la humedad a altitudes medias, y en ciertos vientos. Había aquel indicio de fundamental importancia que era la composición del aire: un 23 por ciento de oxígeno, un 75,4 por ciento de nitrógeno, y un 0,023 por ciento de anhídrico carbónico… con huellas de otros gases formando el resto.

Había una rara planta nativa que crecía por encima de los 2.500 metros en las zonas templadas del norte. Un tubo de dos metros de largo que contenía medio litro de agua. Y había las plantas del desierto terrestres: las más resistentes mostraban poder prosperar si eran plantadas en depresiones provistas de precipitadores de rocío.

Entonces, Kynes descubrió el pan de sal.

Su tóptero, volando entre dos estaciones alejadas en el bled, fue obligado a salirse de su curso a causa de una tormenta. Cuando la tormenta hubo pasado, allí estaba el pan: una enorme depresión ovalada extendiéndose a lo largo de casi trescientos kilómetros en su eje mayor… una cegadora sorpresa blanca en el ilimitado desierto. Kynes tomó tierra, y probó la lisa superficie limpiada por la tormenta.

Sal.

Ahora estaba seguro de ello.

Había habido agua a cielo abierto en Arrakis… antes. Comenzó a examinar de nuevo la evidencia de los pozos secos, donde aparecía un hilillo de agua para desvanecerse en seguida, y no volver a aparecer ya más.

Kynes puso inmediatamente al trabajo a sus nuevos limnólogos Fremen recién adiestrados: su indicio más importante, una especie de fragmentos de una materia parecida al cuero que se encontraba a menudo en una masa de especia después de su explosión. En las leyendas Fremen eran atribuidos a una imaginaria «trucha de arena». Los hechos, acumulándose, diseñaban una criatura que podía dar origen a aquellos fragmentos parecidos al cuero… una criatura que nadara en aquella arena aislando el agua en bolsas fértiles en el interior de los estratos porosos más bajos, en los límites inferiores de los 280 grados (absolutos).

Aquellos «ladrones de agua», morían por millones durante una explosión de especia. Una variación de temperatura de más de cinco grados bastaba para matarlos. Los pocos supervivientes entraban entonces en una semidurmiente quiste-hibernación para emerger seis años más tarde como pequeños (alrededor de tres metros de largo) gusanos de arena. Muy pocos de ellos conseguían entonces escapar a sus hermanos mayores y a las bolsas de agua preespecia para alcanzar la madurez como el gigantesco Shai-Hulud (el agua es venenosa para el Shai-Hulud, como saben muy bien los Fremen desde hace tiempo ahogando los raros «gusanos enanos» del Erg Menor para producir el narcótico incrementador de la percepción llamado Agua de Vida. El «gusano enano» es una forma primitiva de Shai-Hulud que alcanza una longitud de unos nueve metros).

Ahora también habían descubierto la relación cíclica: de pequeño hacedor a masa de preespecia; de pequeño hacedor a Shai-Hulud; el Shai-Hulud dispersando la especia de la cual se nutren las pequeñas criaturas conocidas como plancton de arena; el plancton de arena, alimento del Shai-Hulud, creciendo, hundiéndose en las profundidades, convirtiéndose en pequeños hacedores.

Kynes y su gente apartaron entonces su atención de aquellas grandes relaciones y la centraron en la microecología. Primero, el clima: la superficie de la arena alcanzaba a menudo temperaturas de 344 a 350 grados (absolutos). A treinta centímetros de profundidad la temperatura podía ser inferior en 55 grados; a treinta centímetros por encima podía ser inferior en 25 grados. Hojas o una sombra negra podían conseguir un descenso de otros 18 grados. Luego, las sustancias nutritivas: las arenas de Arrakis son principalmente el producto de la digestión de los gusanos; el polvo (el omnipresente problema) es producido por el constante roce de la superficie, por la arena frotándose contra si misma. Los granos más gruesos se hallan en los lados de las dunas no batidos por el viento. Las dunas viejas son amarillas (por la oxidación), mientras que las dunas jóvenes tienen el color de las rocas, generalmente gris.

Los lados no expuestos al viento de las viejas dunas fueron los primeros en ser sembrados. Los Fremen comenzaron con una hierba mutante adaptada a los terrenos áridos y pobres que producía fibras entrelazadas parecidas a turba, con el fin de fijar las dunas y privar al viento de su mejor arma: los granos móviles.

Zonas de adaptación fueron desarrolladas así en el lejano sur, fuera de los observadores Harkonnen. La hierba mutante fue plantada inicialmente en las pendientes no expuestas al viento de las dunas que se hallaban en el camino de los vientos dominantes del oeste. Una vez anclada esta cara, la otra cara de la duna crecía más y más en altura, y la hierba era desplazada hacia esa cara. Sifs gigantes (largas dunas con crestas sinuosas) de más de 1.500 metros de altura fueron producidas de esta forma.

Cuando la barrera de dunas alcanzó una altura suficiente, las caras expuestas al viento fueron plantadas con hierbas largas mucho más resistentes. Cada estructura con una base seis veces más larga que su altura quedaba así anclada, «fijada».

Entonces se pasó a las plantas de raíces más largas: efímeras (quenopodias, hierba para el ganado y amaranta para empezar), luego retama, lupino, eucalipto (el tipo adaptado a los territorios del norte de Caladan), tamarisco enano, pino marítimo, y luego las verdaderas plantas del desierto: cactus candelabro, saguaro, y bisnaga, el cactus barril. Y, donde podían crecer, introdujeron salvia, hierba pluma del Gobi, alfalfa, verbena de arena, prímula, arbustos de incienso, árbol de humo, arbusto creosota.

Después dedicaron su atención a la necesaria vida animal… criaturas excavadoras que horadaban el suelo para airearlo: zorro enano, ratón canguro, liebre del desierto, tortuga de arena… y los predadores para mantener el equilibrio: halcón del desierto, búho enano, águila y lechuza del desierto; e insectos para llenar los nichos que éstos no podían alcanzar: escorpiones, ciempiés, arañas, avispas y moscas… y el murciélago del desierto para vigilarlos a su vez.

Y finalmente la prueba crucial: palmeras datileras, algodón, melones, café, plantas medicinales… más de doscientos tipos de plantas comestibles para ensayar y adaptar.

—Lo que no comprende el no versado en ecología con respecto a un ecosistema —decía Kynes— es que se trata de un sistema. ¡Un sistema! Un sistema mantiene una cierta fluida estabilidad que puede ser destruida como un simple paso en falso en un solo nicho ecológico. Un sistema obedece a un orden, está armonizado de uno a otro extremo. Si algo falla en el flujo todo el orden sufre un colapso. Una persona no adiestrada puede no darse cuenta de este colapso hasta que sea demasiado tarde. Es por eso por lo que la función más importante de la ecología es la comprensión de las consecuencias.

¿Habían conseguido edificar un sistema?

Kynes y su gente esperaron y esperaron. Los Fremen comprendían ahora por qué había previsto quinientos años de paciencia.

Llegó un primer informe de los palmerales:

En el límite del desierto con las plantaciones, el plancton de arena empezó a dar señales de envenenamiento a causa de la interacción con las nuevas formas de vida. La razón: incompatibilidad proteica. Se estaba formando allí agua envenenada que la vida de Arrakis no aceptaba. Una zona desolada rodeaba las plantaciones, un lugar en el que ni siquiera el Shai-Hulud se aventuraba.

Kynes visitó personalmente los palmerales: un viaje de veinte martilleadores (en un palanquín, como un herido o una Reverenda Madre, porque no era un caballero de la arena). Inspeccionó la zona desolada (cuyo hedor ascendía al cielo) y volvió con una prima, un regalo de Arrakis.

La adición de sulfuro y nitrógeno fijado convirtió la zona desolada en un terreno rico para las formas de la vida terrestre. ¡Las plantaciones podían extenderse así a voluntad!

—¿Eso disminuirá la espera? —preguntaron los Fremen.

Kynes volvió a sus fórmulas planetarias. Los resultados de los programas de trampas de viento eran ya bastante seguros. Se habían concedido generosos márgenes de tiempo, sabiendo que era imposible delimitar exactamente los problemas ecológicos. Una cierta cantidad de plantas debía ser reservada al anclaje de las dunas; una cierta cantidad para alimentación (de hombres y animales); una cierta cantidad para apresar la humedad en sus sistemas de raíces y encaminar el agua a las regiones secas de los alrededores. En aquella época, las zonas frías del bled habían sido delimitadas y llevadas a los mapas. También entraban en las fórmulas. Incluso los Shai-Hulud tenían su lugar en los gráficos. No podían ser destruidos nunca, o la especia hubiera terminado junto con ellos. Pero la gigantesca «factoría» que era su aparato digestivo, con sus enormes concentraciones de aldehídos y ácidos, era una gigantesca fuente de oxígeno. Un gusano de tamaño medio (unos 200 metros de largo) descargaba en la atmósfera tanta cantidad de oxígeno como la fotosíntesis de diez kilómetros cuadrados de vegetación.

Había que tener en cuenta también la Cofradía. La tasa de especia que se entregaba a la Cofradía para que ningún satélite meteorológico o cualquier otro tipo de aparato de observación se instalara en el cielo de Arrakis había alcanzado enormes proporciones.

Tampoco se podía ignorar a los Fremen. Especialmente los Fremen, con sus trampas de viento y sus irregulares territorios organizados alrededor de sus abastecimientos de agua; los Fremen con su nueva cultura ecológica y su sueño de transformar cíclicamente vastas áreas de Arrakis, primero en praderas, luego en bosques.

De los gráficos emergió un resultado. Kynes lo informó. El tres por ciento. Si conseguían obtener que el tres por ciento de las plantas verdes de Arrakis contribuyeran a la formación de compuestos de carbono, alcanzarían un ciclo autosuficiente.

—¿Pero en cuánto tiempo? —preguntaron los Fremen.

—Oh, eso: alrededor de trescientos cincuenta años.

Así, era cierto lo que aquel umma había dicho al principio: la cosa no ocurriría en el tiempo de vida de ninguno de ellos, ni en el tiempo de vida de ninguno de sus descendientes a lo largo de ocho generaciones, pero ocurriría.

El trabajo continuó: edificando, plantando, excavando, adiestrando a los niños.

Kynes-el-Umma murió en el derrumbe de la Depresión de Yeso. Su hijo, Liet-Kynes, tenía entonces diecinueve años, un auténtico Fremen caballero de la arena que había matado a más de cien Harkonnen. El contrato Imperial, que el viejo Kynes había pedido para su hijo, le fue transmitido normalmente de acuerdo con la rígida estructura de clases que funcionaba en Arrakis. El hijo había sido adiestrado en la escuela del padre.

En aquel tiempo el camino estaba trazado, y los ecólogos Fremen tan sólo tenían que seguirlo. Liet-Kynes sólo tenía que observarlos y no perder de vista a los Harkonnen… hasta el día en que el planeta se vio afligido por un Héroe.

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