Dune

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Libro primero: Dune » Capítulo 9

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Muchos han hecho notar la rapidez con que Muad’Dib aprendió las necesidades de Arrakis. Las Bene Gesserit, por supuesto, conocen los fundamentos de esta rapidez. Para los demás, diremos que Muad’Dib aprendió rápidamente porque la primera enseñanza que recibió fue la certeza básica de que podía aprender. Es horrible pensar cómo tanta gente cree que no puede aprender, y cómo más gente aún cree que el aprender es difícil. Muad’Dib sabía que cada experiencia lleva en sí misma su lección.

De La humanidad de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN

Paul, en su cama, fingía dormir. Le había sido fácil ocultar el somnífero del doctor Yueh, haciendo como que se lo tragaba. Paul contuvo una risita. Incluso su madre había creído que dormía. Había sentido deseos de levantarse y pedirle permiso para explorar la casa, pero sabía que no se lo habría concedido. Las cosas estaban aún demasiado inseguras. No. Había otro sistema mejor.

Si salgo de aquí sin haber pedido permiso, no habré desobedecido ninguna orden. Y permaneceré dentro de la casa, donde estoy seguro.

Oyó a su madre y a Yueh hablando en la otra habitación. Sus palabras eran indistintas… algo acerca de la especia… los Harkonnen. La conversación crecía y disminuía en intensidad.

La atención de Paul se dirigió a la tallada cabecera de la cama: una cabecera falsa fijada a la pared y que ocultaba los controles de la estancia. Era un pez volador tallado en madera, con oscuras olas bajo él. Paul sabía que, apretando el único ojo visible del pez, accionaba las lámparas a suspensor de la habitación. Una de las olas, al ser girada, controlaba la ventilación. Otra regulaba la temperatura.

Suavemente, Paul se sentó en la cama. Una alta librería ocupaba la pared de su izquierda. Haciéndola girar sobre uno de sus lados, revelaba un pequeño cuarto trastero con cajones en uno de sus lados. La manija de la puerta que se abría al exterior tenía la forma de la palanca de mandos de un ornitóptero.

La habitación parecía haber sido concebida para seducirlo.

La habitación y aquel planeta.

Pensó en el librofilm que le había mostrado Yueh… «Arrakis: la Estación Botánica Experimental del Desierto de Su Majestad Imperial». Era un viejo librofilm, anterior al descubrimiento de la especia. Un enjambre de nombres revoloteó por la mente de Paul, cada uno de ellos con su fotografía gracias a los impulsos mnemotécnicos del libro: saguaro, arbusto burro, palmera datilera, verbena de arena, prímula del atardecer, cactus barril, arbusto de incienso, árbol de humo, arbusto creosota… zorro mimético, halcón del desierto, ratón canguro…

Nombres e imágenes, nombres e imágenes surgidos del pasado terrestre del hombre… y muchos de los cuales no podían encontrarse en ningún lugar del universo excepto en Arrakis.

Y tantas cosas nuevas que aprender acerca de… la especia.

Y los gusanos de arena.

Una puerta se cerró en la otra habitación. Paul oyó los pasos de su madre alejándose hacia el vestíbulo. Sabía que el doctor Yueh habría encontrado algo para leer y permanecía en la estancia.

Ahora era el momento de explorar.

Paul se deslizó fuera de la cama, dirigiéndose hacia la librería que se abría al cuarto trastero. Se detuvo y se volvió al oír un ruido detrás de él. La tallada cabecera de la cama se inclinó hacia adelante. Paul permaneció inmóvil, y esta inmovilidad le salvó la vida.

Del interior del cabezal se deslizó un pequeño cazador-buscador de no más de cinco centímetros de largo. Paul lo reconoció inmediatamente… era un arma asesina que todo niño de sangre real aprendía a conocer desde su más tierna edad. Era una peligrosa y fina aguja de metal, dirigida por un ojo y una mano que se hallaban en las inmediaciones. Se clavaba en la carne viva y luego se abría camino a lo largo del sistema nervioso hasta el órgano vital más próximo.

El buscador se alzó, giró atravesando la estancia, y regresó a su punto de origen.

Por la mente de Paul pasaron en un relámpago sus conocimientos acerca de las limitaciones del cazador-buscador: el débil campo de suspensión distorsionaba la visión del ojo transmisor. Sin otra fuente luminosa que la luz ambiente, el operador debía confiar en el movimiento y atacar a todo lo que se moviese. El escudo estaba en la cama. Una pistola láser podría abatirlo, pero eran armas caras y delicadas que necesitaban un mantenimiento constante, y si tropezaban con un escudo activado existía el peligro de una explosión pirotécnica. Los Atreides confiaban en sus escudos corporales y en su habilidad.

Ahora Paul se había sumido en una inmovilidad catatónica, sabiendo que disponía tan sólo de su habilidad para afrontar el peligro.

El cazador-buscador se elevó otro medio metro. Continuaba oscilando en la trama de sombras y claridad de la ventana, sondeando la estancia.

Debo apoderarme de él, pensó Paul. Pero el campo suspensor lo hará resbaladizo. Debo sujetarlo muy fuerte.

El objeto volvió a descender medio metro, giró a su izquierda y dio la vuelta a la cama. Producía un débil zumbido.

¿Quién lo está operando?, se dijo Paul. Es alguien que está cerca de aquí. Podría llamar a Yueh, pero sería atacado apenas abriera la puerta.

La puerta exterior, a espaldas de Paul, resonó. Se oyó una ligera llamada. La puerta se abrió.

El cazador-buscador pasó rozando casi su cabeza y avanzó hacia el movimiento.

La mano derecha de Paul saltó instantáneamente, aferrando el mortal objeto. Este zumbó y se retorció en su mano, pero sus músculos estaban contraídos desesperadamente. Con un violento giro, golpeó la punta del objeto contra el metal de la puerta. Notó cómo el ojo se rompía entre sus dedos, y el buscador murió en su mano.

Pero siguió sujetándolo fuertemente.

Paul levantó los ojos y se encontró con la mirada impávida y totalmente azul de la Shadout Mapes.

—Vuestro padre me ha enviado a buscaros —dijo ella—. Hay un grupo de hombres esperando en el vestíbulo para escoltaros.

Paul asintió, con sus ojos y toda su atención centrada en aquella extraña mujer vestida con las informes ropas de los siervos. Estaba mirando el objeto que él apretaba en su mano.

—He oído hablar de ello —dijo—. Me hubiera matado, ¿no es así?

Paul tragó saliva antes de poder hablar.

—Yo… yo era el blanco.

—Pero venía hacia mí.

—Porque te movías —y se preguntó: ¿Quién es esa criatura?

—Entonces, habéis salvado mi vida —dijo ella.

—He salvado nuestras dos vidas.

—Hubierais podido dejar que me atacase y huir —dijo ella.

—¿Quién eres? —preguntó él.

—La Shadout Mapes, el ama de llaves.

—¿Cómo sabías dónde encontrarme?

—Me lo dijo vuestra madre. La encontré en las escaleras que conducen a la cámara extraña, abajo en el vestíbulo —señaló hacia su derecha—. Los hombres de vuestro padre están esperando.

Deben ser hombres de Hawat, pensó. Tenemos que descubrir al operador de este objeto.

—Ve a reunirte con ellos —dijo—. Infórmales de que he cogido un cazador-buscador en la casa y que deben encontrar al operador. Que registren inmediatamente toda la casa y los terrenos adyacentes. Ellos saben cómo hacerlo. El operador tiene que ser seguramente un extraño entre nosotros.

Y se preguntó: ¿No podría ser esa criatura? Pero sabía que no era posible. El cazador-buscador estaba aún bajo control cuando ella entró.

—Antes de que siga vuestras órdenes, joven señor —dijo Mapes— debo limpiar el camino entre nosotros. Habéis puesto una pesada carga de agua sobre mí, y no estoy segura de que pueda soportarla. Pero nosotros los Fremen pagamos nuestras deudas… sean blancas o negras. Y sabemos que hay un traidor entre los vuestros. No podemos decir quién es, pero estamos seguros de que existe. Quizá haya sido su mano la que ha guiado este cortador de carne.

Paul asimiló aquello en silencio: un traidor. Antes de que pudiera hablar, la extraña mujer había dado media vuelta y se había dirigido de nuevo hacia la entrada.

Fue a llamarla, pero había algo en su actitud que le hizo pensar que no le gustaría. Le había dicho lo que sabía y, ahora, cumplía sus órdenes. La casa sería invadida por los hombres de Hawat en un minuto.

Su mente recordó algunos fragmentos de la conversación: la cámara extraña. Miró hacia su izquierda, en la dirección señalada por ella. Nosotros los Fremen. Así que era Fremen. Hizo una pausa para que su visión mnemotécnica registrara el patrón de su aspecto en su memoria: rostro de tonalidad oscura, arrugado, ojos totalmente azules, sin blanco. Le aplicó la etiqueta: La Shadout Mapes.

Sin soltar el buscador destruido, Paul dio media vuelta y volvió al lado de la cama, tomó con la mano izquierda su cinturón escudo, se lo ciñó y lo activó, mientras corría ya bajando hacia el vestíbulo.

La mujer había dicho que su madre estaba en algún lugar abajo en el vestíbulo… unas escaleras… una cámara extraña

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