Dune

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Libro segundo: Muad’Dib » Capítulo 33

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33

Mi padre, el Emperador Padishah, tenía setenta y dos años y no aparentaba más de treinta y cinco cuando decidió la muerte del Duque Leto y la restitución de Arrakis a los Harkonnen. Raramente aparecía en público con otro atuendo que un uniforme Sardaukar y un yelmo de Burseg, negro, con el león Imperial en oro en su cimera. El uniforme era un desafiante recuerdo de cuál era la fuente de su poder. Pero no siempre se mostraba tan agresivo. Cuando quería, sabía irradiar simpatía y sinceridad, pero en estos últimos tiempos, a muchos años de distancia, me pregunto a menudo si todo en él era como parecía. Pienso más bien que era un hombre que luchaba constantemente contra los barrotes de una jaula invisible. No hay que olvidar que era el Emperador, la cabeza de una dinastía cuyos orígenes se perdían en el tiempo. Pero nosotros le negamos un hijo legítimo. ¿No es este el más terrible fracaso que pueda sufrir un jefe? Mi madre obedeció a sus Hermanas Superiores allí donde desobedeció Dama Jessica. ¿Cuál de las dos fue más fuerte? La historia ya ha contestado a esta pregunta.

En la casa de mi padre, por la PRINCESA IRULAN

Jessica se despertó en la oscuridad de la caverna, sintiendo el agitarse de los Fremen a su alrededor, el acre olor de los destiltrajes. Su sentido del tiempo le informó que afuera la noche llegaría muy pronto, aislada del desierto por las placas de plástico que capturaban la humedad de sus cuerpos en sus superficies.

Se dio cuenta de que se había permitido abandonarse al sueño relajador después de la gran fatiga, y esto sugería que inconscientemente aceptaba su seguridad personal en el seno de la gente de Stilgar. Se volvió en la hamaca que había formado con sus ropas, se dejó deslizar hasta el suelo rocoso y se calzó sus botas del desierto.

Debo recordar aflojar a medias los cierres de mis botas a fin de facilitar la acción de bombeo de mi destiltraje, pensó. Hay tantas cosas que debo recordar.

Tenían aún en la boca el sabor de su comida de la mañana: la carne de pájaro con cereal amasado con miel de especia —todo ello enrollado en una hoja—, y se dio cuenta de que el tiempo allí estaba invertido: la noche era el día de actividad y el día el tiempo de reposo.

La noche esconde; la noche es más segura.

Soltó sus ropas de los puntos de fijación en el nicho de roca, tanteó hasta encontrar la parte alta del vestido y se lo puso.

¿Cómo enviar un mensaje a las Bene Gesserit?, se preguntó. Tenía que informar de su fuga y del refugio arrakeno que había encontrado.

Al otro lado de la caverna se encendieron algunos globos. Vio gente moviéndose, y entre ella a Paul, ya vestido, con la capucha echada hacia atrás, revelando el aquilino perfil de los Atreides.

Se había comportado de una forma un tanto extraña antes de retirarse, pensó. Ausente. Como si hubiera regresado de entre los muertos, no aún del todo consciente, con los ojos vítreos, semicerrados, vueltos hacia su interior. Esto le recordó lo que le había dicho acerca de la dieta impregnada en especia: adictiva.

¿Tendrá otros efectos colaterales?, se preguntó. Ha dicho que existía alguna relación con sus facultades prescientes, pero ha permanecido extrañamente silencioso respecto a sus visiones.

Stilgar surgió de las sombras a su derecha, avanzando hacia el grupo bajo los globos. Jessica observó su andar prudente, felino, el modo como sus dedos jugueteaban con su barba.

El miedo la aferró de pronto, cuando sus sentidos le revelaron las visibles tensiones en la gente que rodeaba a Paul… los reticentes movimientos, las posiciones rituales.

—¡Tienen mi protección! —tronó Stilgar.

Jessica reconoció al hombre al que se dirigía Stilgar: ¡Jamis! Vio la rabia de Jamis en la rigidez de sus hombros.

¡Jamis, el hombre al que Paul venció!, pensó.

—Conoces la regla, Stilgar —dijo Jamis.

—¿Quién la conoce mejor que yo? —respondió Stilgar, y había un tono apaciguador en su voz, el intento de calmar los ánimos.

—Elijo el combate —gruñó Jamis.

Jessica se apresuró a través de la caverna, sujetando el brazo de Stilgar.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Es la regla del amtal —dijo Stilgar—. Jamis exige la prueba de que vosotros sois los de la leyenda.

—Puede elegir un paladín —dijo Jamis—. Si su paladín vence, entonces hay verdad en ella. Pero está dicho… —miró a la gente que se apretujaba a su alrededor—… que no escogerá paladín entre los Fremen: ¡así que tiene que ser su propio compañero!

¡Quiere un combate mano a mano con Paul!, pensó Jessica.

Soltó el brazo de Stilgar, avanzando un paso.

—Yo soy el paladín de mí misma —dijo—. El sentido es lo bastante simple como para…

—¡Tú no nos dictarás nuestras reglas! —cortó Jamis—. No, sin más pruebas que las que nos has dado. Stilgar puede haberte sugerido esta mañana las palabras que había que decir para engañarnos, y lo único que has tenido que hacer es repetirlas.

Podría vencerte, pensó Jessica, pero esto entraría en conflicto con su interpretación de la leyenda. Y se preguntó de nuevo de qué modo había podido ser alterado el trabajo de la Missionaria Protectiva en aquel planeta.

Stilgar miró a Jessica, y habló en voz baja pero de forma que todos pudieran oírle:

—Jamis es un hombre que conserva el rencor, Sayyadina. Tu hijo lo ha vencido y…

—¡Fue un accidente! —rugió Jamis—. Había brujería en la Depresión de Tuono. ¡Y ahora voy a probarlo!

—… y yo mismo lo he vencido también —prosiguió Stilgar—. Busca en el desafío tahaddi vengarse también de mí. Hay demasiada violencia en Jamis para que alguna vez sea un buen jefe: demasiada ghafla, demasiada inestabilidad. Tiene su boca llena de reglas pero su corazón vuelto al sarfa, el alejamiento de Dios. No, nunca será un buen jefe. Hasta ahora le he perdonado estas cosas porque es un buen combatiente, pero esta rabia que le corroe lo hace peligroso para sí mismo y para su gente.

—¡Stilgaaar! —rugió Jamis.

Y Jessica comprendió lo que intentaba Stilgar, atraer hacia él el furor de Jamis, obligarlo a desafiarle a él en vez de a Paul.

Stilgar hizo frente a Jamis, y Jessica oyó de nuevo el deseo de apaciguar en la resonante voz.

—Jamis, es tan sólo un muchacho. Él…

—Tú le has llamado hombre —dijo Jamis—. Su madre dice que ha afrontado el gom jabbar. Su carne es firme y rezuma agua. Aquellos que han llevado su mochila dicen que hay litrojons de agua en ella. ¡Litrojons! Y nosotros continuamos sorbiendo nuestros bolsillos de recuperación al primer indicio de rocío.

Stilgar miró a Jessica.

—¿Es eso cierto? ¿Hay agua en vuestra mochila?

—Sí.

—¿Litrojons?

—Dos litrojons.

—¿Qué pensabais hacer con semejante riqueza?

¿Riqueza?, pensó Jessica. Agitó la cabeza, consciente de la repentina frialdad en la voz del hombre.

—Allí donde nací, el agua cae del cielo y corre sobre la tierra formando largos ríos —dijo—. Los océanos son tan vastos que desde una orilla no se puede ver la otra. No he sido educada en vuestra disciplina del agua. Nunca he tenido que pensar así.

Un suspiro se elevó de la gente reunida a su alrededor:

—El agua cae del cielo y corre sobre la tierra…

—¿Sabes que algunos de entre nosotros han perdido el agua de sus bolsillos de recuperación por accidente, y estarán en peligro antes de haber alcanzado Tabr esta noche?

—¿Cómo podía saberlo? —Jessica agitó su cabeza—. Si la necesitan, dales el agua de nuestra mochila.

—¿Esto es lo que pensabais hacer con vuestra riqueza?

—Pensábamos salvar vidas —dijo ella.

—No nos compraréis con vuestra agua —gruñó Jamis—. Y tú tampoco conseguirás que vuelva mi furor hacia ti, Stilgar. Ya veo que quieres que te desafíe a ti antes de haber podido probar mis palabras.

Stilgar hizo frente a Jamis.

—¿Estás decidido a obligar a este muchacho a combatir, Jamis? —su voz era baja, venenosa.

—Ella debe elegir un paladín.

—¿Incluso si tiene mi protección?

—Invoco la regla del amtal —dijo Jamis—. Es mi derecho.

Stilgar asintió.

—En este caso, si el muchacho no te atraviesa, tendrás que enfrentarte con mi cuchillo inmediatamente después. Y esta vez mi hoja no se detendrá.

—No podéis hacer esto —dijo Jessica—. Paul es tan sólo…

—Tú no puedes intervenir, Sayyadina —dijo Stilgar—. Oh, sé que puedes vencerme, y también puedes vencer a cualquiera de nosotros, pero no puedes vencernos a todos juntos. Así debe ser; es la regla del amtal.

Jessica permaneció silenciosa, mirándolo a la verde luz de los globos, descubriendo la rigidez demoníaca que se había apoderado de pronto de sus rasgos. Pasó su atención a Jamis, observó su ceñuda expresión y pensó: Hubiera debido ver esto antes. Rumía. Es del tipo silencioso, de los que trabajan en lo más profundo de sí mismos. Tendría que haber estado preparada.

—Si hieres a mi hijo —dijo— tendrás que enfrentarte conmigo. Te desafío. Te despedazaré como a un…

—Madre —Paul avanzó, tocando su brazo—. Quizá si me explico con Jamis, entonces…

—¡Explicarte! —se burló Jamis.

Paul calló, mirando al hombre. No sentía miedo de él. Jamis parecía torpe en sus movimientos, y había caído muy pronto en su encuentro nocturno en la arena. Pero Paul percibía aún el rebullir de los nexos de aquella caverna, recordaba su presciente visión de sí mismo muerto por un cuchillo. Había tan pocos caminos de escape para él en aquella visión…

—Sayyadina —dijo Stilgar—, ahora debes retirarte hacia…

—¡Deja de llamarla Sayyadina! —dijo Jamis—. Eso aún tiene que ser probado. ¡Ella conoce la plegaria! ¿Y qué? Cualquier niño entre nosotros la sabe.

Ha hablado suficiente, pensó Jessica. Tengo su registro. Podría inmovilizarlo con una sola palabra. Vaciló. Pero no puedo inmovilizarlos a todos.

—Entonces me responderás —dijo Jessica, y su voz era como un lamento, con una llamada en la última palabra.

Jamis la miró, con un visible temor en su rostro.

—Te enseñaré el dolor —dijo ella en el mismo tono—. Recuerda esto mientras combates. Tu agonía será tan grande que comparado con ella el gom jabbar será un recuerdo agradable. Te retorcerás con todo tu…

—¡Intenta embrujarme! —gritó Jamis. Cerró el puño y lo colocó tras su oreja—. ¡Invoco el silencio sobre ella!

—Que así sea, entonces —dijo Stilgar. Lanzó una mirada imperativa a Jessica—. Si sigues hablando, Sayyadina, sabremos que ha sido tu brujería y tendrás que pagar. —Hizo un signo con la cabeza para que retrocediera.

Jessica sintió algunas manos que la empujaban hacia atrás, pero se dio cuenta que lo hacían sin agresividad. Vio a Paul separado de los demás, y el rostro de elfo de Chani inclinándose hacia él y susurrándole algo al oído, mientras hacía una inclinación con la cabeza hacia Jamis.

Se formó un círculo. Fueron colocados más globos y todos ellos regulados al amarillo.

Jamis penetró en el círculo, se quitó sus ropas y las entregó a alguien del grupo. Permaneció inmóvil, enfundado en su destiltraje gris, remendado y manchado. Por un momento, inclinó la cabeza hacia su hombro y bebió del tubo de un bolsillo de recuperación. Luego se irguió y se quitó también el traje, entregándolo cuidadosamente a los demás. Después esperó, vestido tan sólo con un taparrabos y un trozo de paño enrollado a sus pies, y con un crys en su mano derecha.

Jessica observó a la chica Chani ayudando a Paul, vio que le ponía un crys en su palma, vio a él cogerlo, sopesarlo, comprobar su equilibrio. Y Jessica recordó que Paul había sido adiestrado en el prana y bindu, nervio y fibra… que había aprendido a batirse a muerte con hombres como Duncan Idaho y Gurney Halleck, hombres que ya eran leyenda en vida. El muchacho conocía los tortuosos trucos Bene Gesserit, y se le veía confiado y relajado.

Pero sólo tiene quince años, pensó. Y no tiene escudo. Tengo que detener esto. Debe existir un medio… Levantó la mirada, y vio que Stilgar la observaba.

—No puedes impedirlo —dijo él—. No debes hablar.

Ella se llevó la mano a la boca, pensando: He sembrado el miedo en la mente de Jamis. Esto le hará más lento… quizá. Si pudiera rezar… realmente rezar.

Ahora Paul estaba en el interior del círculo, vestido con sus ropas de combate que había guardado bajo su destiltraje. Sujetaba el crys en su mano derecha; sus pies estaban desnudos sobre la arenosa roca. Idaho le había instruido muchas veces: «Cuando dudes del terreno, permanece descalzo». Y las palabras de Chani estaban aún vivas en su consciencia: «Jamis se inclina con su cuchillo hacia la derecha después de una parada. Es una costumbre suya que todos conocemos. Y te mirará a los ojos para golpear en el momento en que parpadees. Y combate con las dos manos; vigila en todo momento a qué mano pasa su cuchillo».

Pero tan intenso había sido en Paul el adiestramiento, que le parecía sentir en todo el cuerpo el mecanismo de las reacciones instintivas que le habían sido inculcadas día a día, hora tras hora.

Las palabras de Gurney Halleck volvieron de nuevo a su mente: «El buen combatiente debe pensar simultáneamente en la punta y en el filo y en la guarda de su cuchillo. La punta puede también cortar; el filo puede también apuñalar; y la guarda puede también atrapar la hoja del adversario».

Paul examinó el crys. No tenía guarda; sólo un pequeño anillo en la empuñadura, para proteger la mano. Recordó de pronto que ignoraba la resistencia de la hoja. Ni siquiera sabía si podía ser partida.

Jamis comenzó a avanzar a su derecha, a lo largo del círculo, por el lado opuesto al de Paul.

Paul se agazapó, dándose cuenta de que no tenía escudo, mientras que todo su adiestramiento en la lucha se basaba en la presencia de aquella sutil pantalla a su alrededor, que exigía la mayor rapidez en la defensa, pero una lentitud calculada en el ataque para poder penetrar en el escudo del adversario. Pese a las constantes advertencias de sus instructores, se daba cuenta ahora de que el escudo formaba íntimamente parte de sus reacciones.

Jamis lanzó el desafío ritual:

—¡Pueda tu cuchillo astillarse y romperse!

Entonces, el cuchillo puede partirse, pensó Paul.

Se advirtió a sí mismo que Jamis tampoco llevaba escudo, pero que no había sido adiestrado en su uso y que por lo tanto no estaba sujeto a inhibiciones.

Paul miró a Jamis a través del círculo. El cuerpo del hombre parecía hecho de cuero tensado sobre el esqueleto desecado. Su crys lanzaba reflejos lácteos a la amarilla luz de los globos.

Paul sintió un estremecimiento de miedo. De pronto se sintió solo y desnudo en aquella confusa luminosidad amarillenta, en medio de aquel círculo de gente. La presciencia lo había llenado con innumerables experiencias, haciéndole entrever las grandes corrientes del futuro y los resortes de decisión que las guiaban, pero aquello era el ahora real. La muerte estaba presente en un infinito número de posibilidades.

Se dio cuenta de que, en aquel instante, un mínimo gesto podía cambiar el futuro. Algo como un acceso de tos entre los espectadores, un instante de distracción. Una variación en el brillo de un globo, una engañosa sombra.

Tengo miedo, se dijo Paul.

Y avanzó a su vez por el lado opuesto al de Jamis, repitiéndose en silencio la letanía Bene Gesserit contra el miedo: «El miedo mata la mente…». Fue como un chorro de agua fresca sobre él. Sintió distenderse sus músculos, calmarse y alertarse.

—Bañaré mi cuchillo en tu sangre —gruñó Jamis. Y en mitad de su última palabra, atacó.

Jessica captó el movimiento y sofocó un grito.

Pero donde había golpeado el hombre ya no había nadie, y Paul estaba ahora detrás de Jamis, con un blanco perfecto en su indefensa espalda.

¡Ahora, Paul! ¡Ahora!, gritó Jessica en su mente.

Paul golpeó, con una calculada lentitud, con un gesto extraordinariamente fluido, pero tan lento que dio a Jamis la posibilidad de esquivarlo, retroceder y saltar hacia la derecha.

Paul se batió en retirada, agazapándose.

—Primero debes hallar mi sangre —dijo.

Jessica reconoció la influencia del escudo en las maniobras de su hijo, y vio el arma de doble filo que representaba. Las reacciones de Paul tenían el ímpetu y la vivacidad de la juventud, y eran el resultado de un adiestramiento desconocido por aquel pueblo. Pero el ataque era resultado también de este adiestramiento, y estaba condicionado por la necesidad de penetrar la barrera de un escudo. Un escudo repelería un ataque demasiado veloz, admitiendo tan sólo los golpes lentos y solapados. Se necesitaba astucia y un perfecto control para penetrar un escudo.

¿Ha visto Paul esto?, se preguntó. ¡Es preciso!

Jamis atacó de nuevo, sus ojos profundamente oscuros brillando, su cuerpo una confusa mancha amarilla bajo los globos.

Y de nuevo Paul lo esquivó y se situó a su espalda, y atacó demasiado lentamente.

Y otra vez.

Y otra.

En cada ocasión, el contraataque de Paul llegaba un instante demasiado tarde.

Y Jessica vio algo que esperó que Jamis no captara. Las reacciones defensivas de Paul eran de una rapidez fulmínea, pero cada vez se movía en el ángulo exactamente correcto que le permitiría desviar en parte el golpe de Jamis con su escudo.

—¿Está tu hijo jugando con ese pobre idiota? —preguntó Stilgar. Pidió su silencio antes de que ella pudiera responder—. Perdón; no debes hablar.

Ahora, las dos figuras giraban en círculo uno en torno del otro sobre el suelo de roca; Jamis con el brazo extendido hacia adelante y el cuchillo apuntado; Paul replegado sobre sí mismo, con el cuchillo bajo.

Jamis atacó una vez más, y esta vez giró hacia la derecha, donde Paul esquivaba el golpe.

En lugar de retroceder, Paul detuvo el ataque con su propia hoja, golpeando la mano de Jamis que empuñaba el cuchillo. Un segundo después el muchacho estaba ya fuera de alcance, pirueteando hacia la izquierda y dándole mentalmente las gracias a Chani por su advertencia.

Jamis retrocedió hasta el centro del círculo, frotándose su mano que empuñaba el cuchillo. Por un instante brotó sangre de la herida, luego se detuvo. Sus ojos se abrieron enormemente por la sorpresa, dos pozos de profunda y azulada oscuridad, y estudiaron a Paul bajo la luz de los globos con una nueva confianza.

—Ah, le ha hecho daño —murmuró Stilgar.

Paul tensó los músculos preparado para saltar y, después de ver la primera sangre, interpeló:

—¿Abandonas?

—¡Ahhh! —gritó Jamis.

Un murmullo colérico surgió de la concurrencia.

—¡Calma! —exclamó Stilgar—. El muchacho ignora nuestras reglas. —Se dirigió a Paul—: Nadie puede abandonar el tahaddi. La muerte es la única salida.

Jessica vio a Paul tragar saliva trabajosamente. Y pensó: Nunca ha matado así a un hombre… en un combate a cuchillo hasta la última sangre. ¿Podrá hacerlo?

Paul avanzó lentamente siguiendo el círculo hacia su derecha, forzado por el movimiento de Jamis. El conocimiento presciente de las variantes en aquella caverna que había entrevisto en el rebullir del tiempo volvía a perseguirlo. Su nueva percepción le decía que eran demasiadas decisiones en aquel combate para que uno de entre los innumerables caminos posibles se distinguiera claramente de los demás.

Las variantes se amontonaban sobre las variantes… era por esto que la caverna parecía un confuso nexo en las corrientes del tiempo. Era como una gigantesca roca en medio de un río, creando torbellinos y corrientes a su alrededor.

—Termina ya, muchacho —murmuró Stilgar—. No juegues con él.

Paul avanzó al interior del círculo, confiando en su rapidez.

Jamis retrocedió, dándose repentinamente cuenta de que ante él no tenía, en el círculo del tahaddi, a un vulnerable extranjero, fácil presa para un crys Fremen.

Jessica vio la sombra de la desesperación en el rostro del hombre. Es ahora cuando es más peligroso, pensó. Ahora está desesperado y puede hacer cualquier cosa. Ha descubierto que Paul no es un niño como los de su raza, sino una máquina de combatir adiestrada desde su infancia. Ahora el miedo que he instilado en él se ha desbocado.

Y en el fondo de sí misma experimentó un sentimiento de piedad por Jamis… una emoción dominada por la consciencia del peligro que corría su hijo.

Jamis puede hacer cualquier cosa… lo más impredecible, se dijo. Se preguntó si Paul había entrevisto este futuro, si estaba reviviendo esta experiencia. Pero observó sus movimientos, el sudor que resbalaba por su rostro y hombros; la profunda concentración que revelaba la tensión de sus músculos. Y por primera vez captó, sin comprenderlo realmente, el factor de incertidumbre que existía en el poder de Paul.

Paul buscaba ahora el combate, moviéndose en círculo pero sin atacar. Había visto el miedo en su oponente. El recuerdo de la voz de Duncan Idaho surgió en su memoria: «Cuando tu adversario tenga miedo de ti, entonces es el momento de dejar sueltas las riendas de su miedo, dándole tiempo suficiente para que actúe sobre él. Deja que se convierta en terror. El hombre aterrorizado lucha contra sí mismo. Llega un momento en que su ataque es fruto de la desesperación. Es el momento más peligroso, pero el hombre aterrorizado suele cometer normalmente un error fatal. Tú has sido adiestrado para detectar este error y aprovecharlo».

El rumor en la caverna empezó a aumentar de intensidad.

Creen que Paul juega con Jamis, pensó Jessica. Creen que Paul es inútilmente cruel.

Pero percibió también la corriente subterránea de la excitación, como si disfrutaran del espectáculo. Y la presión que aumentaba en Jamis. Captó el momento en que aquella tensión se hizo imposible de contener… como lo captó el propio Jamis… o Paul.

Jamis saltó, fintó y golpeó con la derecha, pero su mano estaba vacía. El crys había saltado a su izquierda.

Jessica jadeó.

Pero Paul había sido advertido por Chani: «Jamis combate con las dos manos». Y su adiestramiento había asimilado ya aquel truco. «Piensa en el cuchillo y no en la mano que lo empuña», le había repetido siempre Gurney Halleck. «El cuchillo es más peligroso que la mano, y tan pronto puede encontrarse en la derecha como en la izquierda».

Y Paul captó el error de Jamis: un instante de vacilación tras aquel salto dirigido a desorientarle, mientras pasaba el cuchillo de una a otra mano.

Excepto por las luces amarillas de los globos y los sombríos ojos de la concurrencia, todo parecía una sesión más en la sala de adiestramiento. Los escudos no contaban cuando el propio movimiento del adversario podía ser usado contra él. Paul, con la misma rapidez, pasó su cuchillo de una a otra mano, saltó a un lado, y golpeó de abajo a arriba el pecho de Jamis que avanzaba hacia él… luego se apartó a un lado y vio al hombre derrumbarse.

Jamis cayó como un fláccido andrajo, el rostro contra el suelo, emitió un gemido y volvió la cabeza hacia Paul, yaciendo inmóvil sobre el suelo de roca. Sus ojos muertos lo miraban como dos esferas de oscuro cristal.

«Matar con la punta no es artístico», le había dicho Idaho a Paul en una ocasión, «pero esta consideración no debe frenar tu mano cuando se presenta el momento».

Los espectadores se precipitaron hacia adelante, rompiendo el círculo, empujando a Paul. Rodearon el cuerpo de Jamis en una frenética actividad. Después, un grupo de ellos se apresuró hacia las profundidades de la caverna, transportando un bulto envuelto en ropas.

Y en el suelo rocoso ya no había ningún cuerpo.

Jessica se abrió paso hacia su hijo. En el mar de hediondas espaldas envueltas en ropas, le pareció captar un extraño silencio.

Este es el momento terrible, se dijo. Ha matado a un hombre gracias a la evidente superioridad de sus músculos y de su mente. No debo permitirle que se alegre por esta victoria.

Se forzó un camino entre los últimos hombres, y se encontró en un pequeño espacio donde dos barbudos Fremen ayudaban a Paul a colocarse el destiltraje.

Jessica miró a su hijo. Los ojos de Paul brillaban. Parecía ausente, aceptando con indiferencia la ayuda de los Fremen.

—Se ha batido con Jamis y no tiene ni una marca —murmuró uno de los hombres.

Chani se mantenía de pie a un lado, con los ojos fijos en Paul. Jessica vio la excitación de la muchacha, la admiración reflejada en su rostro de elfo.

Tengo que actuar rápidamente, pensó Jessica.

Se obligó a poner el máximo desprecio en su voz y en su actitud cuando dijo:

—Bien… ¿cómo se siente uno sabiéndose un asesino?

Paul se envaró como si acabasen de golpearlo. Afrontó los gélidos ojos de su madre, y la sangre afluyó a su rostro. Involuntariamente, lanzó una ojeada al punto donde había caído Jamis.

Stilgar se abrió camino hasta el lado de Jessica, volviendo de las profundidades de la caverna donde había sido llevado el cuerpo de Jamis. Habló a Paul en tono amargo y controlado.

—Cuando llegue el momento de desafiarme para arrebatarme mi burda, no pienses que vas a poder jugar conmigo como has hecho con Jamis.

Jessica notó que las palabras de Stilgar, tras las suyas, se imprimían profundamente en Paul, completando su obra. El error cometido por aquella gente… era útil ahora. Observó los rostros a su alrededor, tal como había hecho Paul, viendo lo que él veía. Admiración, sí, y miedo… y odio en algunos. Miró a Stilgar, vio su fatalismo, y comprendió sus razones, el modo como él había visto la lucha.

Paul miró a su madre.

—Tú sabes cómo ha ocurrido todo —dijo.

Ella percibió en su voz el retorno a la razón, los remordimientos. Paseó una mirada por la gente a su alrededor y dijo:

—Paul nunca había matado a un hombre con un arma blanca.

Stilgar se enfrentó a ella, con la incredulidad en su rostro.

—No estaba jugando con él —dijo Paul. Se situó frente a su madre, ajustándose sus ropas, y miró la oscura mancha de la sangre de Jamis en el suelo de la caverna—. No quería matarlo.

Jessica vio como, lentamente, Stilgar aceptaba la verdad, observó el modo como, con un gesto de alivio, llevaba a su barba una mano de venas prominentes. Se oyeron murmullos de comprensión entre la gente.

—Es por eso que lo invitaste a abandonar —dijo Stilgar—. Ya veo. Nuestras costumbres son distintas, pero comprenderás sus razones. Temía haber aceptado un escorpión entre nosotros. —Vaciló, y luego—: Y no te llamaré más muchacho.

—Necesita un nombre, Stil —dijo alguien entre la gente.

Stilgar asintió, tirando de su barba.

—Veo la fuerza en ti… como la fuerza que hay en la base de un pilar. —Hizo de nuevo una pausa antes de proseguir—. Todos nosotros lo conoceremos con el nombre de Usul, la base del pilar. Ese será tu nombre secreto, tu nombre de soldado. Sólo los del Sietch Tabr podremos usarlo… Usul.

Un nuevo murmullo surgió de los reunidos:

—Buena elección… fuerza… nos traerá suerte —y Jessica sintió que lo aceptaban, y que con su hijo, su paladín, la aceptaban también a ella. Era realmente la Sayyadina.

—Ahora, ¿qué nombre de adulto escoges para que puedas ser llamado delante de todos? —preguntó Stilgar.

Paul miró a su madre, y de nuevo a Stilgar. Fragmentos de aquel instante correspondían a su memoria presciente, pero percibió diferencias que eran casi físicas, una presión que lo forzaba a franquear la estrecha puerta del presente.

—¿Cómo llamáis a aquel pequeño ratón, el ratón que salta? —preguntó Paul, recordando el hey-hop en la Depresión de Tuono. Imitó el movimiento con una mano.

Se elevaron risas entre los reunidos.

—Lo llamamos un muad’dib —dijo Stilgar.

Jessica contuvo el aliento. Era el nombre que le había dicho Paul, afirmando que los Fremen lo aceptarían y lo llamarían así. De pronto, tuvo miedo de él y por él.

Paul tragó saliva. Estaba representando en aquel momento una parte que ya había representado innumerables veces en su mente… y sin embargo… había diferencias. Se vio a sí mismo aislado en una vacilante cima, rico en experiencia y poseedor de un profundo almacenamiento de conocimientos, pero a su alrededor solamente había abismos.

Y recordó una vez más la visión de fanáticas legiones siguiendo el estandarte verde y negro de los Atreides, saqueando y quemando a través del universo en nombre de su profeta Muad’Dib.

Esto no debe ocurrir, se dijo.

—¿Ese es el nombre que deseas, Muad’Dib? —preguntó Stilgar.

—Soy un Atreides —susurró Paul, y luego, en voz más alta—: No es justo que renuncie totalmente al nombre que mi padre me dio. ¿Puedo ser conocido entre vosotros con el nombre de Paul-Muad’Dib?

—Eres Paul-Muad’Dib —dijo Stilgar.

Y Paul pensó: No estaba en ninguna de mis visiones. He hecho algo distinto.

Pero a su alrededor seguían abriéndose los abismos.

De nuevo se alzaron murmullos entre los presentes, como respuesta:

—La sabiduría y la fuerza… No se puede pedir más… Es realmente la leyenda… Lisan al-Gaib… Lisan al-Gaib…

—Voy a decirte algo respecto a tu nuevo nombre —dijo Stilgar—. La elección nos gusta, Muad’Dib es sabio a la manera del desierto. Muad’Dib crea su propia agua. Muad’Dib se esconde del sol y viaja en el frescor de la noche. Muad’Dib es prolífico y se multiplica sobre la tierra. Llamamos a Muad’Dib «maestro de niños». Esta es la poderosa base sobre la que edificarás tu vida, Paul-Muad’Dib, Usul entre nosotros. Eres bienvenido.

Stilgar tocó la frente de Paul con la palma de la mano, lo abrazó y murmuró:

—Usul.

Cuando Stilgar lo soltó, otro Fremen del grupo abrazó a Paul, repitiendo su nombre de soldado. Y Paul pasó de abrazo en abrazo a través de todos ellos, oyendo todas las voces, los cambios de tono: «Usul… Usul… Usul». Paul consiguió situar algunos por sus propios nombres. Y luego fue el turno de Chani, que apretó su mejilla contra la de él y pronunció su nombre.

Después, Paul estuvo de nuevo frente a Stilgar.

—Ahora perteneces al Ichwan Bedwain, nuestro hermano —dijo éste. Su rostro se endureció y su voz se hizo imperativa—. Y ahora, Paul-Muad’Dib, cierra tu destiltraje. —Dirigió a Chani una mirada de reproche—. ¡Chani! ¡Paul-Muad’Dib tiene sus filtros nasales colocados del peor modo posible! ¡Creo haberte ordenado que velaras sobre él!

—No tengo tampones, Stil —dijo ella—. Hay los de Jamis, por supuesto, pero…

—¡Basta con esto!

—Le daré uno de los míos —dijo ella—. Podré arreglármelas con uno solo hasta…

—No —dijo Stilgar—. Sé que tenemos piezas de recambio entre nosotros. ¿Dónde están? ¿Esto es una tropa organizada o una banda de salvajes?

Algunas manos surgieron del grupo ofreciendo objetos duros y fibrosos. Stilgar escogió cuatro de ellos y se los tendió a Chani.

—Ocúpate de Usul y de la Sayyadina.

—¿Y el agua, Stil? —dijo una voz al fondo del grupo—. ¿Los litrojons de su mochila?

—Conozco tus necesidades, Farok —dijo Stilgar. Miró a Jessica. Esta asintió.

—Toma uno de ellos para quienes lo necesiten —dijo Stilgar—. Maestro de agua… ¿dónde está el maestro de agua? Ah, Shimoom, mide la cantidad necesaria. La necesaria y no más. Este agua es propiedad de la Sayyadina, y le será reembolsada en el sietch a la tarifa del desierto, deducidos los gastos de almacenamiento.

—¿Qué es la tarifa del desierto? —preguntó Jessica.

—Diez por uno —dijo Stilgar.

—Pero…

—Es una regla sabia, como ya verás —dijo Stilgar.

Un rozar de ropas marcó el movimiento de los hombres que acudían a tomar el agua.

Stilgar levantó una mano, y el silencio se restableció.

—En cuanto a Jamis —dijo—, ordeno la ceremonia completa. Jamis era nuestro compañero y hermano del Ichwan Bedwine. No nos iremos de aquí sin el respeto debido a quien ha puesto a prueba nuestra fortuna con su desafío tahiddi. Invoco el rito… al crepúsculo, cuando las sombras lo cubran.

Paul, oyendo aquellas palabras, se sintió hundirse de nuevo en el abismo… en el tiempo ciego. En su mente no había ningún pasado para este futuro… excepto… excepto… sí, podía distinguir aún el estandarte verde y negro de los Atreides ondeando… en algún punto delante de él… podía distinguir aún las espaldas sangrantes de jihad y las fanáticas legiones.

Esto no ocurrirá, se dijo. No puedo permitirlo.

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