Dune

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Libro primero: Dune » Capítulo 7

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Con Dama Jessica y Arrakis, el sistema Bene Gesserit de implantación de leyendas a través de la Missionaria Protectiva dio sus frutos. Ya se había podido apreciar la sabiduría que había impulsado a diseminar por todo el universo conocido la doctrina de un tema profético destinado a proteger el personal Bene Gesserit, pero nunca se había sabido de una combinación tan perfecta entre personas y preparativos. Las leyendas proféticas se habían desarrollado en Arrakis hasta la adopción de etiquetas (incluyendo la Reverenda Madre, canto y respondu, y la mayor parte de la panoplia propheticus Shari’ah). Y hoy es admitido generalmente que las latentes habilidades de Dama Jessica fueron burdamente subestimadas.

De Análisis de la Crisis Arrakena, por la PRINCESA IRULAN, (Difusión privada: B. G. clasif. AR-81088587)

Alrededor de Dama Jessica, apilada en los rincones del gran salón de Arrakeen, amontonada en los espacios abiertos, se encontraba toda su vida, encerrada en cajas, baúles, paquetes, valijas… en su mayor parte aún por abrir. Oyó a los descargadores de la Cofradía que acarreaban otro cargamento desde la nave hasta la entrada.

Jessica estaba de pie en el centro del salón. Se volvió lentamente, recorriendo con su mirada los bajorrelieves que asomaban entre las sombras, las ventanas profundamente entalladas en las gruesas paredes. El gigantesco anacronismo de aquella estancia le recordaba el Salón de las Hermanas en su escuela Bene Gesserit. Pero en la escuela el efecto era cálido y acogedor. Aquí, todo era dura piedra.

Algún arquitecto había tenido que bucear profundamente en la historia para recrear aquellas bóvedas y aquellas oscuras tapicerías, pensó. El arco del techo culminaba dos pisos por encima de ella, con enormes vigas transversales que, estaba segura, habían sido transportadas hasta Arrakis a un coste fabuloso. No existía ningún planeta en el sistema que poseyera árboles capaces de proporcionar tales vigas… a menos que las vigas fueran de imitación de madera.

No lo creía.

Aquella había sido la residencia del gobierno, en los días del Viejo Imperio. Los costes no habían tenido una gran importancia entonces, mucho antes de los Harkonnen y su nueva megalópolis de Carthag… un lugar de mal gusto y miserable a unos doscientos kilómetros al nordeste, más allá de la Tierra Accidentada. Leto había demostrado su buen juicio eligiendo aquel lugar para sede del gobierno. Ya su nombre, Arrakeen, sonaba bien, lleno de tradición. Y era una ciudad pequeña, más fácil de higienizar y defender.

Oyó nuevamente el ruido de las cajas que eran descargadas a la entrada, y suspiró.

Contra una caja de cartón, a su izquierda, se hallaba apoyado el retrato del padre del Duque. El cordón que había sujetado el embalaje colgaba a uno de sus lados como una deshilachada decoración. Jessica sostenía aún uno de sus extremos con la mano izquierda. Al lado de la pintura se hallaba la cabeza de un toro negro, montada sobre una placa de madera pulida. La cabeza era una isla negra en un mar de papeles arrugados. La placa estaba apoyada en el suelo, y el reluciente hocico del toro apuntaba hacia el techo como si el animal se preparara a mugir su desafío a la estancia llena de ecos.

Jessica se preguntaba qué compulsión la había empujado a desembalar aquellos dos objetos en primer lugar… la cabeza y la pintura. Sabía que había algo simbólico en aquella acción. Nunca, desde el día en que los enviados del Duque la habían comprado en la escuela, se había sentido tan asustada e insegura.

La cabeza y el cuadro.

Acentuaban su confusión. Se estremeció, lanzando una mirada a las estrechas ventanas sobre su cabeza. Era primera hora de la tarde, pero en aquella latitud el cielo se veía negro y frío… mucho más oscuro que el cálido azul de Caladan. Sintió una punzada de nostalgia por su mundo perdido.

Está tan lejos Caladan.

—¡Aquí estamos!

Era la voz del Duque Leto.

Se volvió, viéndolo avanzar a largos pasos bajo la inmensa bóveda de la entrada. Su uniforme negro de trabajo con el rojo halcón heráldico en el pecho se veía sucio y arrugado.

—Temía que te hubieses perdido en este horrible lugar —dijo.

—Es una casa fría —dijo ella. Miró su elevada estatura, su piel oscura que le recordaba el verde de los olivos bajo un sol dorado reflejado en un agua azul. Había como humo de leña en el gris de sus ojos, pero su rostro era el de un predador: afilado, todo ángulos y facetas.

Un repentino miedo aferró su pecho. Se había vuelto tan salvaje, tan autoritario desde que había decidido obedecer la orden del Emperador.

—Toda la ciudad parece fría —dijo ella.

—Es una pequeña, sucia y polvorienta ciudad de guarnición —admitió él—. Pero cambiaremos eso. —Miró a su alrededor—. Esta es una sala reservada para actos públicos y ceremonias de estado. Acabo de echar una ojeada a algunos de los apartamentos familiares del ala sur. Son mucho más acogedores. —Se acercó a ella y tocó su brazo, admirando su dignidad.

Y entonces se preguntó una vez más quiénes habrían sido sus desconocidos progenitores… ¿una Casa renegada, quizá? ¿Miembros de la realeza caídos en desgracia? Su majestad sugería sangre Imperial.

Bajo la presión de su mirada, ella se volvió ligeramente, revelando su perfil. Y él observó que no había ningún detalle sobresaliente que se impusiera al conjunto de su belleza. Su rostro era ovalado bajo la cascada de sus cabellos color bronce. Sus ojos, algo distantes, eran verdes y claros como el cielo de Caladan por la mañana. Su nariz era pequeña, su boca grande y generosa. Su figura era agraciada pero discreta: alta, delgada y de pocas pero bien formadas curvas.

Recordó que las hermanas de la escuela la llamaban flaca, así al menos se lo habían comunicado sus emisarios. Pero era una descripción demasiado simplificada. Jessica había aportado a la línea de los Atreides un rasgo de regia belleza. Se sentía feliz de que Paul se hubiera visto favorecido por ello.

—¿Dónde está Paul? —preguntó.

—En algún lugar de la casa, tomando sus lecciones con Yueh. Probablemente en el ala sur —dijo él—. Creo haber oído incluso la voz de Yueh, pero no he tenido tiempo de mirar. —Observó a Jessica, dudando—. He venido aquí tan sólo para colgar la llave de Castel Caladan en este salón.

Ella retuvo el aliento… era un acto definitivo de renuncia. Pero no era ni el momento ni el lugar de buscar consuelo.

—He visto nuestro estandarte sobre la casa, cuando hemos llegado —dijo ella.

Él miró hacia el retrato de su padre.

—¿Dónde tienes intención de colocarlo?

—En alguna de estas paredes.

—No. —La palabra era clara y definitiva, cortando cualquier intento de persuasión. Pero de todos modos debía intentarlo, aunque sólo sirviera para confirmar que no siempre podría convencerlo con astucias femeninas.

—Mi señor —dijo—, si tan sólo…

—Mi respuesta sigue siendo no. Me confieso culpable de una indulgencia hacia ti por gran cantidad de cosas, pero no por esta. Acabo de pasar precisamente por el comedor y he observado que hay…

—¡Mi señor! Os lo ruego.

—La elección es entre tu digestión y mi ancestral dignidad, querida —dijo—. Lo colgaremos en el comedor.

Suspiró.

—Sí, mi señor.

—Tan pronto como sea posible podrás volver a comer como de costumbre en tus habitaciones. Exigiré que ocupes tu puesto únicamente en las ocasiones oficiales.

—Gracias, mi señor.

—¡Y no seas tan fría y formal conmigo! Dame las gracias por no haberme casado nunca contigo, querida. De otro modo, tu deber hubiera sido estar a mi lado en la mesa a cada comida.

Ella asintió, impasible.

—Hawat ha instalado ya tu detector de venenos en la mesa —dijo—. Pero tienes otro portátil en tu habitación.

—Habéis previsto incluso esta… discrepancia —dijo ella.

—Querida, pero pienso también en tu comodidad. He contratado criadas. Son locales, pero Hawat las ha seleccionado… todas ellas son Fremen. Servirán hasta que nuestra propia gente haya terminado las tareas que tienen ahora.

—¿Hay alguien en este lugar que sea realmente de fiar?

—Todos aquellos que odian a los Harkonnen. Quizá incluso quieras quedarte con el ama de llaves: la Shadout Mapes.

—¿Shadout? —dijo Jessica—. ¿Un título Fremen?

—Me han dicho que significa «excavapozos», una palabra llena de importantes implicaciones aquí. Puede que no corresponda a tu idea de la sirvienta ideal, pero Hawat habla muy bien de ella, basándose en un informe de Duncan. Ambos están convencidos de que desea servir… y especialmente servirte a ti.

—¿A mí?

—Los Fremen han sabido que eres Bene Gesserit. Y corren leyendas acerca de las Bene Gesserit.

La Missionaria Protectiva, pensó Jessica. No hay ningún lugar que se les escape.

—¿Esto significa que Duncan ha tenido éxito? —preguntó—. ¿Serán los Fremen nuestros aliados?

—No hay todavía nada concreto —dijo el Duque—. Duncan cree que antes desean observarnos un poco. De todos modos, han prometido no saquear los pueblos limítrofes durante la tregua. Es un logro más importante de lo que puede parecer. Hawat me ha dicho que los Fremen eran una profunda espina en el costado de los Harkonnen, que mantenían en secreto el alcance de sus incursiones. No querían pedirle ayuda al Emperador para que no supiera la ineficacia de las fuerzas militares de los Harkonnen.

—Un ama de llaves Fremen —murmuró Jessica, volviendo al tema de la Shadout Mapes—. Así que tendrá los ojos totalmente azules.

—No te dejes engañar por la apariencia de esa gente —dijo el Duque—. Son muy fuertes y de una profunda vitalidad. Creo que son precisamente lo que necesitamos.

—Es un juego peligroso —dijo Jessica.

—No empecemos de nuevo con esto —dijo él.

Ella forzó una sonrisa.

Estamos en esto, no hay ninguna duda acerca de ello. —Se concentró en un rápido ejercicio de retorno a la calma: dos inspiraciones, el pensamiento ritual, y luego—: Cuando asigne las habitaciones, ¿hay alguna en especial que deseéis que os reserve para vos?

—Algún día tienes que enseñarme cómo consigues esto —dijo el Duque—, el modo de borrar todas las preocupaciones de tu mente y volver a las cosas prácticas. Debe ser algún truco Bene Gesserit.

—Es un truco femenino —dijo ella.

Él sonrió.

—Bien, volvamos a la asignación de habitaciones: búscame una estancia amplia cerca de mi dormitorio. Aquí va a haber mucho más papeleo que en Caladan. Una habitación para la guardia, por supuesto. Esto será suficiente. No te preocupes por la seguridad de la casa. Los hombres de Hawat la han rastreado a fondo.

—Estoy segura de que lo han hecho.

El Duque miró su reloj.

—Y comprueba que todos nuestros relojes queden puestos a la hora local de Arrakeen. He asignado a un técnico para que se ocupe de ello. Estará aquí dentro de poco. —Le apartó un mechón de cabellos que le había caído sobre la frente—. Ahora debo volver al área de desembarco. El segundo cargamento llegará de un momento a otro.

—¿No podría ocuparse de ello Hawat, mi señor? Parecéis tan cansado…

—El buen Thufir está aún más ocupado que yo. Sabes que este planeta está infestado de las intrigas de los Harkonnen. Además, debo convencer a los mejores cazadores de especia para que se queden. Con el cambio de feudo, ya sabes, quedan libres de elegir… y el planetólogo que el Emperador y el Landsraad han designado como Árbitro del Cambio no puede ser comprado. Les ha dado la opción de elegir libremente. Casi ochocientos hombres expertos esperan para irse en el transbordador de la especia, y un cargo de la Cofradía los está aguardando.

—Mi señor… —Jessica se interrumpió, vacilante.

—¿Sí?

Nadie podrá impedirle que haga lo imposible para convertir este mundo en habitable para nosotros, pensó. Y no puedo usar mis trucos en ello.

—¿A qué hora os espero para la cena? —preguntó.

No es esto lo que ibas a decir, pensó él. Ah, mi Jessica, cómo querrías que estuviéramos lejos de aquí, no importa en qué sitio, pero lejos de este terrible lugar… solos nosotros dos, sin ninguna preocupación.

—Comeré en el campo, en la mesa de oficiales —dijo—. No me esperes hasta muy tarde. Y… ah, enviaré un coche con escolta para Paul. Quiero que asista a nuestra conferencia estratégica.

Se aclaró la garganta como si fuera a decir algo más, y luego, en silencio, dio media vuelta y sonrió, mientras Jessica oía el ruido de otra carga que era depositada en el suelo. Su voz sonó aún otra vez, imperativa y desdeñosa, en el tono con el que hablaba a los sirvientes cuando tenía prisa:

—Dama Jessica está en el vestíbulo. Reúnete con ella inmediatamente.

La puerta exterior se cerró con un chasquido.

Jessica se volvió, haciendo frente al retrato del padre de Leto. Había sido realizado por un afamado artista, Albe, cuando el Viejo Duque era de mediana edad. Había sido pintado vestido de matador, con una capa magenta colgando del brazo izquierdo. El rostro se veía joven, casi tanto como el de Leto en la actualidad, y con la misma expresión de halcón, la misma mirada gris. Apretó sus puños contra los costados, mirando el retrato con odio.

—¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —susurró.

—¿Cuáles son vuestras órdenes, Noble Nacida?

Era una voz de mujer, musical como una cuerda tensada.

Jessica se volvió y se encontró frente a una mujer nudosa, de cabellos grises, vestida con las informes ropas de tela de saco de los siervos. La mujer tenía el mismo aspecto rugoso y reseco que todos los demás que la habían recibido aquella mañana, a lo largo del camino desde el campo de aterrizaje. Todos los nativos de aquel planeta, pensó Jessica, tenían aquel mismo aspecto consumido y famélico. Sin embargo, Leto había dicho que eran fuertes y sanos. Y ademas, por supuesto, estaban los ojos… aquellos lagos de un azul profundo sin el menor blanco, secretos, misteriosos. Jessica se esforzó por no afrontar su mirada.

La mujer inclinó brevemente la cabeza y dijo:

—Me llaman la Shadout Mapes, Noble Nacida. ¿Cuáles son vuestras órdenes?

—Puedes llamarme «mi Dama» —dijo Jessica—. No nací noble. Soy la concubina titular del Duque Leto.

De nuevo aquella extraña inclinación de cabeza, y la mujer alzó los ojos hacia Jessica con una insidiosa pregunta:

—¿Hay entonces una mujer?

—No la hay, ni la ha habido nunca. Soy la única… compañera del Duque, la madre de su heredero designado.

Mientras hablaba, Jessica se reía para sí misma del orgullo que transpiraban sus palabras. ¿Qué es lo que dijo San Agustín?, se preguntó a sí misma. La mente gobierna al cuerpo, y éste obedece. La mente se ordena a sí misma, y encuentra resistencia. Sí… últimamente encuentra una mayor resistencia. Debería retirarme calmadamente en mí misma.

Un grito extraño sonó fuera de la casa, allí en el camino. Un grito repetido:

—¡Suu-suu-suuk! ¡Suu-suu-suuk! —y luego—: ¡Ikhut-eigh! —y luego, de nuevo—: ¡Suu-suu-suuk!

—¿Qué es esto? —preguntó Jessica—. He oído varias veces este grito por las calles, esta mañana.

—Es sólo un vendedor de agua, mi Dama. Pero no tiene interés para vos. Las cisternas de esta morada contienen cincuenta mil litros, y están siempre llenas. —Inclinó la cabeza y miró sus ropas—. Vedlo, mi Dama, ¡no necesito llevar mi destiltraje aquí! —se rio—. ¡Y no he muerto!

Jessica vaciló, queriendo hacerle algunas preguntas a aquella mujer Fremen, sintiendo la necesidad de que la orientara. Pero la más urgente era poner un poco de orden en la confusión del castillo. De todos modos, la idea de que en aquel lugar el agua fuera un signo de riqueza la desconcertaba.

—Mi esposo me ha dicho tu título, Shadout —dijo Jessica—. Conozco esta palabra. Es una palabra muy antigua.

—¿Así que conocéis las antiguas lenguas? —preguntó Mapes, y la miró con una extraña intensidad.

—Las lenguas son la primera enseñanza Bene Gesserit —dijo Jessica—. Conozco el bhotani-jib y el chakobsa, todas las lenguas de los cazadores.

Mapes asintió.

—Tal como dice la leyenda.

Y Jessica se preguntó: ¿Por qué estoy representando esta comedia? Pero los caminos Bene Gesserit siempre eran sinuosos y compulsivos.

—Conozco las Cosas Oscuras y los caminos de la Gran Madre —dijo Jessica. Leyó, en el aspecto de Mapes, en cada uno de sus gestos, los más obvios signos reveladores—. Miseces prejia —dijo, en lengua chakobsa—. ¡Andal t’re pera! Trada cik buscakri miseces perakri…

Mapes dio un paso atrás, dispuesta a huir.

—Sé muchas cosas —dijo Jessica—. Sé que has engendrado hijos, que has perdido a seres queridos, que te has ocultado por miedo y que has cometido violencia y que volverás a cometer más violencia. Sé muchas cosas.

—No quería ofenderos, mi Dama —dijo Mapes en voz muy baja.

—Hablas de la leyenda y buscas respuestas —dijo Jessica—. Guárdate de las respuestas que puedas encontrar. Sé que has venido aquí preparada para la violencia, con un arma en tu corpiño.

—Mi Dama, yo…

—Existe una remota posibilidad de que consigas derramar la sangre de mi vida —dijo Jessica—, pero si lo hicieras causarías más daño del que te puedas imaginar en tus más locos terrores. Hay cosas peores que la muerte, tú lo sabes… incluso para todo un pueblo.

—¡Mi Dama! —imploró Mapes. Parecía a punto de caer de rodillas—. Esta arma es un regalo para vos si podéis probar que sois Ella.

—Y el instrumento de mi muerte si no puedo probarlo —dijo Jessica. Esperó, en la aparente calma que hacía a las Bene Gesserit tan terribles en el combate.

Ahora veremos hacia dónde se inclina la decisión, pensó.

Lentamente, Mapes metió la mano por el cuello de su vestido y sacó una oscura funda. Una negra empuñadura, profundamente grabada para hacer segura la sujeción, emergía de ella. Tomó la funda con una mano y la empuñadura con la otra, y con un rápido movimiento extrajo una hoja de un color blanco lechoso. La blandió por encima de su cabeza y la hoja pareció brillar con luz propia. Era de doble filo, como un kindjal, y la hoja tendría unos veinte centímetros de largo.

—¿Conocéis esto, mi Dama? —preguntó Mapes.

No podía ser otra cosa, se dijo Jessica, que el fabuloso cuchillo crys de Arrakis, la hoja que nunca había salido de aquel planeta y que en otras partes sólo era un rumor y un misterio.

—Es un crys —dijo.

—No lo pronunciéis con ligereza —dijo Mapes—. ¿Sabéis el significado de este nombre?

Y Jessica pensó: Esta es una pregunta de doble filo. Aquí está la razón por la cual esta Fremen ha querido servir conmigo, tenía que hacerme esta pregunta. Mi respuesta puede precipitar la violencia o… ¿qué? Exige una respuesta de mi parte: el significado de este cuchillo. La llaman la Shadout en lengua chakobsa, el cuchillo es el «hacedor de muerte». Se está impacientando. Tengo que responder ya. Retardar la respuesta es tan peligroso como una respuesta falsa.

—Es un hacedor… —dijo.

—¡Aiiiieeeeeee! —gritó Mapes. Era un sonido de dolor y de alivio. Temblaba tan violentamente que la hoja del cuchillo creaba reflejos por toda la estancia.

Jessica esperaba, inmóvil. Iba a decir que el cuchillo era un hacedor de muerte y a añadir la antigua palabra, pero ahora todos los sentidos la advertían, con la intensidad de su adiestramiento capaz de revelar el significado del menor estremecimiento muscular.

La palabra clave era… hacedor.

¿Hacedor? Hacedor.

Sin embargo, Mapes empuñaba el cuchillo como si estuviera dispuesta a usarlo.

—¿Cómo has podido pensar —dijo Jessica— que yo, conociendo los misterios de la Gran Madre, no iba a conocer el Hacedor?

Mapes bajó el cuchillo.

—Mi Dama, cuando uno ha vivido tanto tiempo con la profecía, el momento de la revelación es un shock.

Jessica pensó en la profecía… el Shari’ah y toda la panoplia propheticus; una Bene Gesserit de la Missionaria Protectiva había sido enviada allí muchos siglos antes; había muerto hacía ya mucho, no cabía ninguna duda de ello, pero había cumplido sus propósitos: las leyendas protectoras sólidamente implantadas en aquel pueblo para el día en que una Bene Gesserit tuviera necesidad de ellas.

Bien, el día había llegado.

Mapes volvió el cuchillo a su funda y dijo:

—Esta es una hoja inestable, mi Dama. Llevadla siempre con vos. Si permanece más de una semana lejos de la carne, empezará a desintegrarse. Es un diente de Shai-Hulud, permanecerá con vos durante todo el tiempo que dure vuestra vida.

Jessica tendió su mano derecha y se arriesgó a decir:

—Mapes, has devuelto la hoja a su funda sin que estuviera marcada por la sangre.

Con una ahogada exclamación, Mapes puso el enfundado cuchillo en la mano de Jessica y desgarró su corpiño, diciendo:

—¡Tomad el agua de mi vida!

Jessica extrajo la hoja de su funda. ¡Cómo relucía! La apuntó directamente hacia Mapes, y vio en sus ojos un pánico más grande que la muerte.

¿Un veneno en la punta?, se preguntó Jessica. Alzó la hoja, trazando un delicado arañazo en el seno izquierdo de Mapes con el lado de la hoja. Surgieron unas pocas gotas de sangre que se detuvieron casi inmediatamente. Coagulación ultrarrápida, pensó Jessica. ¿Una mutación para conservar la humedad del cuerpo?

Metió de nuevo la hoja en su funda y dijo:

—Abotona tu vestido, Mapes.

Mapes obedeció, temblando. Sus ojos sin blanco miraban fijamente a Jessica.

—Vos sois de los nuestros —murmuró—. Vos sois Ella.

En la entrada se oyó de nuevo el ruido de descargar bultos. Mapes tomó el cuchillo envainado y lo deslizó en el corpiño de Jessica.

—¡Cualquiera que vea esa hoja debe ser purificado o muerto! —gruñó—. ¡Vos lo sabéis, mi Dama!

Acabo de saberlo ahora, pensó Jessica.

Los descargadores, allí afuera, se marcharon sin pasar por la Gran Sala.

Mapes recuperó su compostura y dijo:

—Aquel que es impuro y ha visto un crys no puede abandonar vivo Arrakis. No olvidéis esto, mi Dama. Os ha sido confiado un crys —hizo una profunda inspiración—. Ahora las cosas deben seguir su curso. No se puede apresurar nada. —Paseó su mirada por las cajas y paquetes apilados a su alrededor—. Y aquí hay mucho trabajo para dejar pasar el tiempo.

Jessica vaciló. «Las cosas deben seguir su curso». Una frase típica que provenía directamente de las reservas de conjuros de la Missionaria Protectiva… La venida de la Reverenda Madre que os liberará.

Pero yo no soy una Reverenda Madre, pensó Jessica. Y luego: ¡Gran Madre! ¡Este mundo debe ser horrible para que hayamos tenido que implantar esto!

—¿Qué es lo primero que deseáis que haga, mi Dama? —dijo Mapes con voz tranquila.

El instinto empujó a Jessica a responder, con el mismo tono casual.

—La pintura del Viejo Duque, ésta, debe ser colocada en una de las paredes del comedor. La cabeza del toro en la pared opuesta.

Mapes se acercó a la cabeza del toro.

—Debía ser un animal enorme para tener una cabeza tan grande —dijo. Se inclinó sobre ella—. ¿Debo limpiarla primero, mi Dama?

—No.

—Pero la suciedad se ha incrustado en los cuernos.

—No es suciedad, Mapes. Es la sangre del padre de nuestro Duque. Esos cuernos fueron tratados con un fijador transparente pocas horas después de que este animal matara al Viejo Duque.

Mapes se irguió.

—¿Eh? —dijo.

—Es tan sólo sangre —dijo Jessica—. Sangre muy antigua. Busca a alguien que te ayude a colgar esto. Esas malditas cosas son pesadas.

—¿Creéis que un poco de sangre me impresiona? —preguntó Mapes—. Vengo del desierto, y he visto sangre en abundancia.

—Sí… estoy convencida de ello —dijo Jessica.

—Y, a veces, esa sangre era la mía —dijo Mapes—. Mucha más sangre de la que me ha producido vuestra rozadura.

—¿Hubieras preferido que cortara más profundamente?

—¡Oh, no! El agua del cuerpo es ya escasa, y no hay necesidad de malgastarla esparciéndola por el aire. Habéis actuado correctamente.

Y Jessica, a través de las palabras y el modo de decirlas, captó las profundas implicaciones de aquella frase, «el agua del cuerpo». Sintió de nuevo la sensación opresiva de la importancia del agua en Arrakis.

—¿En qué lado del comedor debo colgar estas hermosas cosas, mi Dama? —preguntó Mapes.

Siempre práctica, esta Mapes, pensó Jessica. Dijo:

—Usa tu buen juicio, Mapes. Realmente, no tiene importancia.

—Como deseéis, mi Dama. —Mapes se inclinó y comenzó a liberar la cabeza de los restos del embalaje—. ¿Así que mató a un viejo duque, decís? —murmuró suavemente.

—¿Llamo a alguien para ayudarte? —preguntó Jessica.

—Me las arreglaré yo sola, mi Dama.

Sí, se las arreglará, pensó Jessica. Eso es algo que realmente posee esa Fremen: la voluntad de acabar lo que emprende.

Jessica sintió el frío contacto del crys en su corpiño, y pensó en la larga cadena de intrigas Bene Gesserit, y en el nuevo eslabón que acababa de forjarse allí. Gracias a aquella cadena, había conseguido sobrevivir a una crisis mortal. «No se puede apresurar nada», había dicho Mapes. Y sin embargo, la prisa dominaba aquel lugar, llenando a Jessica de aprensión. Y ni siquiera todos los preparativos de la Missionaria Protectiva, ni siquiera las minuciosas inspecciones hechas por Hawat en aquel enorme cúmulo de piedras que era el castillo, habían conseguido disipar sus oscuros presagios.

—Cuando hayas terminado con esto, empieza a desempaquetar los bultos —dijo Jessica—. Uno de los descargadores está en la entrada principal con todas las llaves, y te dirá dónde hay que meter cada cosa. Haz que te dé las llaves y la lista. Si tienes que hacerme alguna consulta, estaré en el ala sur.

—Como vos deseéis, mi Dama.

Jessica se alejó, pensando: Hawat habrá juzgado esta residencia como segura, pero hay algo amenazador en este lugar. Lo presiento.

Una urgente necesidad de ver a su hijo invadió a Jessica. Se dirigió hacia la gran entrada abovedada que se abría al pasillo que conducía al comedor y a las habitaciones familiares. Andaba más y más aprisa, hasta que finalmente casi corría.

Detrás de ella, Mapes hizo una breve pausa en su tarea de terminar de desembalar la cabeza del toro, y miró la silueta que se alejaba.

—Es Ella, no hay duda —murmuró—. Pobrecilla.

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