Dune

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Libro primero: Dune » Capítulo 20

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Arrakis enseña la actitud del cuchillo… cortar lo que es incompleto y decir: «Ahora ya está completo porque acaba aquí».

De Frases escogidas de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN

El hombre con uniforme Harkonnen se detuvo al final del corredor y observó a Yueh, abarcando en una sola mirada el cuerpo de Mapes, la forma inmóvil del Duque, y a Yueh de pie a su lado. Había un aire casual de brutalidad en él, una sensación de dureza y arrogancia que hicieron estremecer a Yueh.

Sardaukar, pensó Yueh. Un Bashar, a juzgar por su aspecto. Probablemente uno de los enviados por el Emperador para controlar como van las cosas aquí. No importa el uniforme que lleven, nada puede disimularlos.

—Tú eres Yueh —dijo el hombre. Miró especulativamente el anillo de la Escuela Suk que recogía el cabello del doctor, echó una ojeada al tatuaje diamantino de su frente y luego clavó sus ojos en los de Yueh.

—Soy Yueh —dijo el doctor.

—Puedes relajarte, Yueh —dijo el hombre—. Apenas has anulado los escudos de la casa hemos penetrado inmediatamente. Todo está bajo control. ¿Es este el Duque?

—Es el Duque.

—¿Muerto?

—Sólo inconsciente. Aconsejo que sea atado.

—¿Qué has hecho con los otros? —miró en dirección al cuerpo de Mapes tendido en el corredor.

—Es lamentable —murmuró Yueh.

—¡Lamentable! —se burló el Sardaukar. Avanzó y bajó sus ojos hacia Leto—. Así que este es el gran Duque Rojo.

Si tuvieras dudas acerca de la identidad de este hombre esto bastaría para anularlas, pensó Yueh. Sólo el Emperador llama a los Atreides los Duques Rojos.

El Sardaukar se inclinó y arrancó la insignia del halcón rojo del uniforme de Leto.

—Un pequeño recuerdo —dijo—. ¿Dónde está el anillo ducal?

—No lo lleva puesto —dijo Yueh.

—¡Ya lo veo! —cortó el Sardaukar.

Yueh se envaró y deglutió. Si me presionan, si traen una Decidora de Verdad, descubrirán lo que he hecho con el anillo, lo del tóptero que he preparado… y todo terminará.

—A veces el Duque envía el anillo con un mensajero para probar que la orden viene directamente de él —dijo Yueh.

—Ha de ser un mensajero condenadamente fiel —gruñó el Sardaukar.

—¿No lo atáis? —aventuró Yueh.

—¿Cuánto tiempo permanecerá inconsciente?

—Aproximadamente dos horas. No he sido tan preciso en su dosificación como en las de la mujer y el chico.

El Sardaukar removió al Duque con un pie.

—No hay nada que temer de él, ni siquiera cuando se despierte. ¿Cuándo se despertarán la mujer y el chico?

—Dentro de diez minutos.

—¿Tan pronto?

—Se me dijo que el Barón llegaría inmediatamente detrás de sus hombres.

—Llegará. Espera fuera, Yueh —lo miró duramente—. ¡Ya!

Yueh miró a Leto.

—Pero, y…

—Será enviado al Barón propiamente atado, como un asado a punto de ser metido en el horno —el Sardaukar miró de nuevo el tatuaje diamantino de la frente de Yueh—. Eres conocido: estarás seguro en el recinto. Pero no tenemos tiempo para charlar. Oigo que los demás están llegando.

Traidor, pensó Yueh. Bajó los ojos y se apresuró delante del Sardaukar, sabiendo que este era tan sólo el principio y que así le conocería siempre la historia: Yueh, el traidor.

Cruzó por encima de varios cuerpos antes de alcanzar la entrada principal, y los examinó temiendo que alguno de ellos pudiera ser el de Paul o Jessica. Eran todos soldados de la casa o llevaban el uniforme Harkonnen.

Los guardias Harkonnen le apuntaron con sus armas cuando salió por la puerta principal a la noche iluminada por las llamas. Las palmeras a lo largo de la calle habían sido incendiadas para iluminar la casa. El negro humo de las sustancias inflamables usadas para prender los árboles reptaba entre las llamas anaranjadas.

—Es el traidor —dijo alguien.

—El Barón querrá verte muy pronto —dijo otro.

Debo alcanzar el tóptero, pensó Yueh. Debo esconder el sello ducal en un lugar donde Paul pueda encontrarlo. El terror contrajo sus vísceras. Si Idaho sospecha de mí o se impacienta… si no espera y se dirige al sitio exacto que le he indicado… Jessica y Paul no escaparán de la carnicería. Le será negado a mi acto incluso el más pequeño alivio.

Uno de los guardias Harkonnen lo sujetó del brazo y dijo:

—Espera ahí, fuera del paso.

Bruscamente, Yueh se sintió perdido en aquel lugar de destrucción, sin que nada le fuera perdonado, sin que le fuera concedida la menor piedad. ¡Idaho no puede fallar!

Otro guardia le empujó y gritó:

—¡Tú, sal del camino!

Aunque se hayan aprovechado de mí, me desprecian, pensó Yueh. Se irguió mientras lo empujaban, recobrando algo de su dignidad.

—¡Espera a que venga el Barón! —gritó un oficial de la guardia. Yueh asintió y, con una calculada lentitud, recorrió toda la parte anterior de la casa, giró la esquina, hundiéndose en la oscuridad fuera de la luz de las palmeras ardiendo. Rápidamente, con creciente ansia, Yueh se dirigió al patio detrás del invernadero, donde esperaba el tóptero… el aparato preparado para llevar a Paul y su madre hasta el desierto.

Un guardia estaba inmóvil en la abierta puerta trasera de la casa, con su atención dirigida hacia el iluminado corredor y los hombres que iban y venían por todos lados, inspeccionando las habitaciones.

¡Qué seguros estaban de sí mismos!

Yueh se movió en las sombras, rodeó el tóptero y abrió la portezuela contraria donde estaba el guardia. Deslizó la mano bajo el asiento delantero para asegurarse de que la Fremochila que había ocultado antes estaba allí, abrió una solapa y deslizó dentro el anillo ducal. Notó el crujido del papel de especia que había allí, la nota que había escrito, y metió dentro el anillo. Retiró la mano, volvió a dejar el paquete en su sitio.

Suavemente, Yueh cerró la portezuela del tóptero y deshizo su camino hacia la esquina de la casa y hacia la luz de los árboles incendiados.

Ya está hecho, pensó.

Emergió de nuevo a la luz de las palmeras ardiendo. Se embozó en su capa y contempló las llamas. Pronto lo sabré. Pronto veré al Barón y lo sabré. Y el Barón… encontrará un pequeño diente.

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