Dune

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Libro tercero: el profeta » Capítulo 45

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Y vino a ocurrir en el tercer año de la Guerra del Desierto que Paul se encontró en la Caverna de los Pájaros, bajo los tapices kiswa de un apartamento interior. Y yacía como muerto, absorto en las revelaciones del Agua de Vida, con su ser transportado más allá de las fronteras del tiempo por el veneno que da la vida. Así se hizo realidad la profecía según la cual el Lisan al-Gaib estaría a la vez muerto y vivo.

Leyendas escogidas de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN

Chani abandonó el erg Habbanya en la penumbra que precede al alba, escuchando el rumor del tóptero que la había transportado desde el sur y que ahora se alejaba en dirección a su escondite en la inmensidad del desierto. A su alrededor, la escolta se mantenía a distancia, dispersándose entre las rocas en busca de posibles peligros… y obedeciendo también a la petición de la compañera de Muad’Dib, la madre de su primogénito, que había pedido estar sola por un momento.

¿Por qué me ha llamado?, se preguntó. Me había dicho tantas veces que debía permanecer en el sur, con el pequeño Leto y Alia.

Se envolvió más en sus ropas, dio un salto por encima de una barrera rocosa y comenzó a ascender por un sendero que tan sólo alguien entrenado en el desierto podía reconocer en las sombras.

Algunos guijarros rodaron bajo sus pies, pero los evitó sin apenas darse cuenta.

La ascensión era reconfortante, librándola de los temores nacidos del silencio de su escolta y del hecho de que hubiera sido enviado uno de los preciosos tópteros en su busca. Sentía ahora aquella excitación que tan bien conocía, al pensar que muy pronto se reuniría con Paul-Muad’Dib, su Usul. Su nombre se había convertido en un grito de batalla que atravesaba el desierto: «¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib!». Pero para ella era otro hombre con un nombre distinto… el padre de su hijo, el tierno amante.

Una figura alta se dibujó entre las rocas por encima de ella, haciéndole señas de que se apresurara. Avanzó más aprisa. Los pájaros del alba empezaban a alzarse en el cielo lanzando sus reclamos. Una pálida claridad empezaba a diseñarse en el horizonte, por el este.

La figura sobre ella no era uno de los hombres de su escolta. ¿Otheym?, se preguntó, observando la familiaridad de sus movimientos y ademanes. Se reunió con él, reconociendo a la luz del alba las alargadas y planas facciones del lugarteniente Fedaykin, su capucha abierta y el filtro bucal precariamente asegurado, como se hacia cuando se salía al exterior tan sólo un instante.

—Aprisa —susurró, precediéndola a lo largo de la escarpadura hacia la oculta caverna—. Dentro de poco será de día. —Mantuvo abierto para ella el sello de la puerta—. Los Harkonnen están desesperados y han enviado gran número de patrullas a esta región. No podemos arriesgarnos a ser descubiertos ahora.

Emergieron en el estrecho corredor a lo largo del cual se entraba en la Caverna de los Pájaros. Algunos globos se iluminaron. Otheym apresuró su paso.

—Sígueme. Rápido.

Avanzaron aprisa a lo largo del corredor, traspasaron otra puerta de válvula, después otro corredor, y finalmente cruzaron unos cortinajes para penetrar en la que había sido la alcoba de la Sayyadina en los días en que aquella había sido tan sólo una caverna de etapa. Ahora, alfombras y almohadones cubrían el suelo. Tapices con el emblema del halcón rojo revestían las rocosas paredes. Un escritorio bajo, a un lado, estaba lleno de papeles cuyo olor a especia revelaba su procedencia.

La Reverenda Madre estaba sentada, sola, en la parte directamente opuesta a la entrada. Levantó la mirada, con aquella expresión introspectiva que hacía temblar a los no iniciados.

Otheym juntó las palmas y dijo:

—He traído a Chani. —Se inclinó, desapareciendo a través de los cortinajes.

Y Jessica pensó: ¿Cómo puedo decírselo a Chani?

—¿Cómo está mi nieto? —preguntó Jessica.

Esta es la acogida ritual, pensó Chani, y sus temores regresaron. ¿Dónde está Muad’Dib? ¿Porqué no está aquí para recibirme?

—Está bien y es feliz, madre —dijo Chani—. Lo he dejado al cuidado de Harah, con Alia.

Madre, pensó Jessica. Sí, tiene derecho a llamarme así en la acogida ritual. Me ha dado un nieto.

—He oído que el Sietch Coanua ha ofrecido tejido —dijo Jessica.

—Un tejido maravilloso —dijo Chani.

—¿Te ha dado Alia algún mensaje?

—Ningún mensaje. Pero el sietch está más calmado ahora que la gente ha empezado a aceptar el milagro de su condición.

¿Por qué continúa ganando tiempo?, se preguntó Chani. Se trata de algo tan urgente como para enviar un tóptero a buscarme. Entonces, ¿por qué todas estas formalidades?

—Debemos usar algo de este tejido para hacerle algunos vestidos al pequeño Leto —dijo Jessica.

—Como quieras, madre —dijo Chani. Bajó los ojos—. ¿Hay noticias de las batallas? —Mantuvo su rostro desprovisto de expresión para que Jessica no comprendiera sus auténticas razones… el hecho de que había formulado aquella pregunta únicamente para saber algo de Muad’Dib.

—Nuevas victorias —dijo Jessica—. Rabban ha hecho algunas cautelosas tentativas acerca de la posibilidad de una tregua. Sus mensajeros le han sido devueltos sin su agua. Rabban ha disminuido incluso las cargas en algunos de los poblados del sink. Pero ya es demasiado tarde. La gente sabe que lo hace porque nos tiene miedo.

—Entonces todo se desarrolla como había previsto Muad’Dib —dijo Chani. Miró fijamente a Jessica, intentando guardar su temor para ella misma. He pronunciado su nombre, pero ella no ha respondido. No puede leerse ninguna emoción en esa piedra helada que ella llama su rostro… pero está demasiado fría. ¿Por qué permanece tan inmóvil? ¿Qué le ha ocurrido a mi Usul?

—Me gustaría que estuviéramos en el sur —dijo Jessica—. Los oasis estaban tan maravillosos cuando nos fuimos. ¿No estás impaciente por ver el día en que todo el paisaje esté lleno de flores?

—El paisaje es hermoso, cierto —dijo Chani—. Pero también está lleno de tristeza.

—La tristeza es el precio de la victoria —dijo Jessica.

¿Me está preparando para la tristeza?, se preguntó Chani.

—Hay tantas mujeres sin hombre —dijo—. Hubo muchos celos cuando fui llamada al norte.

—Yo te he llamado —dijo Jessica.

Chani sintió que el corazón le martilleaba locamente. Hubiera deseado llevarse las manos a los oídos para no oír aquello que Jessica iba a decir. Sin embargo, consiguió decir con voz tranquila:

—El mensaje estaba firmado por Muad’Dib.

—Lo firmé en presencia de sus lugartenientes —dijo Jessica—. Era un subterfugio necesario. —Y Jessica pensó: Es una mujer valiente la de mi Paul. Consigue mantener su compostura incluso cuando el terror la está invadiendo. Sí. Ella es la que necesitamos en estos momentos.

Hubo una imperceptible nota de resignación en la voz de Chani cuando dijo:

—Ahora puedes decirme lo que tiene que ser dicho.

—Tu presencia aquí era necesaria para ayudarme a revivir a Paul —dijo Jessica. Y pensó: ¡Ya está dicho! En la forma exactamente correcta. Revivir. Ella sabe así que Paul está vivo, pero al mismo tiempo sabe que hay peligro.

Chani necesitó tan sólo un instante para recuperar su calma.

—¿Qué es lo que debo hacer? —preguntó. Hubiera querido saltar hacia Jessica, sacudirla y gritar: ¡Llévame hasta él! Pero se mantuvo silenciosa, esperando la respuesta.

—Sospecho —dijo Jessica— que los Harkonnen han conseguido infiltrar un agente entre nosotros para envenenar a Paul. Es la única explicación posible. Es un veneno no usual. He examinado su sangre con los medios más sutiles sin conseguir detectarlo.

Chani se arrojó de rodillas.

—¿Veneno? ¿Acaso está sufriendo? Quizá yo…

—Está inconsciente —dijo Jessica—. Sus procesos vitales son tan lentos que solamente pueden ser detectados con las técnicas más refinadas. Tiemblo al pensar en lo que hubiera ocurrido si yo no hubiera estado aquí para descubrirlo. Para alguien no adiestrado parece muerto.

—Hay otras razones aparte de mi condición para que me hicieras llamar —dijo Chani—. Te conozco, Reverenda Madre. ¿Qué es lo que crees que yo puedo hacer y tú no?

Es valiente, encantadora y, ahhh, tan perspicaz, pensó Jessica. Hubiera podido ser una excelente Bene Gesserit.

—Chani —dijo Jessica—, te parecerá difícil de creer, pero no sé exactamente los motivos por los que te he llamado. Ha sido un instinto… una intuición. El pensamiento me ha venido en una forma clara: «Llama a Chani».

Por primera vez, Chani vio tristeza en la expresión de Jessica, un dolor no velado modificando aquella mirada introvertida.

—He hecho todo lo que podía, todo lo que sabía —dijo Jessica—. Todo… y ni siquiera puedes imaginar lo lejos que está este todo de lo que significa usualmente esta palabra. Sin embargo… he fracasado.

—Halleck, el viejo amigo —preguntó Chani—, ¿es posible que sea el traidor?

—Gurney no —dijo Jessica.

Aquellas dos palabras eran como toda una conversación, y Chani percibió como el eco de largas búsquedas; de pruebas… el recuerdo de antiguos fracasos que se ocultaban tras aquella concisa negación.

Chani se levantó, alisando las arrugas de sus ropas manchadas por el desierto.

—Llévame hasta él —dijo.

Jessica se alzó a su vez, dirigiéndose hacia los cortinajes que ocultaban la pared izquierda.

Chani la siguió, penetrando en algo que debía haber sido antes un almacén, cuyas paredes rocosas estaban cubiertas ahora por pesados tapices. Paul yacía sobre un lecho de campaña, junto a la pared opuesta. Un único globo suspendido sobre él iluminaba su rostro. Una manta negra lo cubría hasta el pecho, dejando al descubierto sus brazos apoyados a lo largo de su cuerpo. Debajo parecía estar desnudo. La piel descubierta era como cera, rígida. No se apreciaba en él el menor movimiento.

Chani controló su deseo de precipitarse hacia él, de abrazar convulsivamente aquel cuerpo. Sus pensamientos, en cambio, corrieron hacia su hijo… Leto. Y en aquel instante se dio cuenta de que Jessica había vivido ya en otra ocasión una prueba como aquella… con su compañero amenazado de muerte y forzando a su mente a no pensar más que en la salvación de su joven hijo. Aquella revelación creó un fuerte lazo de unión entre ella y la madre de Paul, y Chani tendió su mano y tomó la de Jessica. El apretón fue casi doloroso en su intensidad.

—Está vivo —dijo Jessica—. Te aseguro que está vivo. Pero el hilo de su vida es tan delgado que es muy fácil que escape a cualquier detección. Algunos de los jefes murmuran ya que es la madre quien habla y no la Reverenda Madre, que mi hijo está realmente muerto y que me niego a entregar su agua a la tribu.

—¿Cuánto tiempo hace que está así? —preguntó Chani. Liberó su mano de la de Jessica y avanzó en la estancia.

—Tres semanas —dijo Jessica—. He pasado cerca de una semana intentando revivirlo. Ha habido reuniones, discusiones… investigaciones. Después te he llamado. Los Fedaykin obedecen mis órdenes, de otro modo no hubiera conseguido retrasar el… —se humedeció los labios y calló, observando a Chani mientras ésta se acercaba a Paul.

Chani se detuvo al lado de Paul, contemplando su rostro, la naciente barba, los párpados cerrados, las altas cejas, la afilada nariz… aquellos rasgos tan tranquilos en su rígido reposo.

—¿Cómo se nutre? —preguntó Chani.

—Las necesidades de su carne son tan reducidas que aún no ha necesitado alimentos —dijo Jessica.

—¿Cuánta gente sabe lo que ha ocurrido? —preguntó Chani.

—Sólo los consejeros personales, algunos jefes, los Fedaykin y, por supuesto, aquél que le haya administrado el veneno.

—¿Hay algún indicio de quién ha sido?

—No, y no es porque no lo hayamos investigado —dijo Jessica.

—¿Qué es lo que dicen los Fedaykin? —preguntó Chani.

—Creen que Paul está sumido en un trance sagrado, reuniendo sus santos poderes para las batallas finales. Es algo que yo misma he cultivado.

Chani se arrodilló al lado del lecho, hasta casi rozar el rostro de Paul. Captó inmediatamente una diferencia en el aire alrededor de su rostro… pero sólo había el olor de la especia, la omnipresente especia cuyo perfume envolvía toda la vida de los Fremen. Sin embargo…

—Vosotros no habéis nacido entre la especia, como nosotros —dijo Chani—. ¿Has pensado que su cuerpo puede haberse rebelado contra una excesiva cantidad de especia en su dieta?

—Todas las reacciones alérgicas son negativas —dijo Jessica. Cerró los ojos, tanto para borrar aquella escena de su vista como porque, de pronto, se dio cuenta de lo agotada que estaba. ¿Cuánto tiempo hace que no duermo?, se preguntó. Demasiado.

—Cuando transformas el Agua de Vida —dijo Chani—, lo haces en tu interior, gracias a tu percepción interior. ¿Has usado esa percepción para analizar su sangre?

—Es sangre Fremen normal —dijo Jessica—. Completamente adaptada a la dieta y a la vida de este lugar.

Chani se sentó sobre sus talones, ahogando su miedo en sus pensamientos mientras examinaba el rostro de Paul. Era una técnica que había aprendido observando a las Reverendas Madres. El tiempo podía servir a la mente. Toda la atención podía ser concentrada en un único pensamiento.

—¿Hay un hacedor aquí? —preguntó de pronto.

—Hay varios —dijo Jessica, con un toque de cansancio—. Procuramos que nunca nos falten en esos días. Cada victoria requiere una bendición. Cada ceremonia antes de una incursión…

—Pero Paul-Muad’Dib se ha mantenido siempre alejado de estas ceremonias —dijo Chani.

Jessica asintió para sí misma, recordando los ambivalentes sentimientos de su hijo en sus enfrentamientos con la droga de especia, y la consciencia presciente que esta suscitaba en él.

—¿Cómo sabes tú esto? —preguntó Jessica.

—Es lo que se dice.

—Se dicen demasiadas cosas —dijo Jessica amargamente.

—Tráeme Agua del hacedor sin transformar —dijo Chani.

Jessica se envaró ante el tono imperioso de la voz de Chani; luego, observando la intensa concentración de la joven, se relajó y dijo:

—Ahora mismo —y salió a través de los cortinajes en busca de un maestro de agua.

Chani permanecía sin apartar sus ojos de Paul. Si ha intentado hacer esto, pensó, y es el tipo de cosa que podría intentar…

Jessica regresó junto a Chani, arrodillándose a su lado y entregándole un bocal. El intenso olor del veneno azotó el olfato de Chani. Metió un dedo en el líquido y lo colocó muy cerca de la nariz de Paul.

La piel a lo largo del puente de la nariz se estremeció. Lentamente, sus aletas se dilataron.

Jessica jadeó.

Chani tocó con su dedo húmedo el labio superior de Paul.

Paul inspiró profunda, penosamente.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Jessica.

—Calma —dijo Chani—. Tienes que convertir un poco de agua sagrada. ¡Aprisa!

Sin hacer ninguna pregunta, porque por el tono de voz de Chani había comprendido que ésta sabía ya lo que ocurría, Jessica tomó el bocal y bebió una pequeña cantidad de líquido.

Los ojos de Paul se abrieron. Miró a Chani.

—No es necesario que transforme el Agua —dijo. Su voz era débil pero firme.

Jessica, al mismo tiempo que notaba el contacto del líquido en su lengua, sintió que su cuerpo reaccionaba, convirtiendo el veneno casi automáticamente. Con la sensibilidad acrecentada que suscitaba la ceremonia, percibió el flujo vital que emanaba de Paul… una radiación que registraron todos sus sentidos.

En aquel instante, supo.

—¡Has bebido el agua sagrada! —balbuceó.

—Una gota —dijo Paul—. Muy poco… una gota.

—¿Cómo has podido cometer una locura así? —preguntó ella.

—Es tu hijo —dijo Chani.

Jessica la fulminó con la mirada.

Una extraña sonrisa, mezcla de ternura y comprensión, apareció en los labios de Paul.

—Escucha a mi amada —dijo—. Escúchala, madre. Ella sabe.

—Aquello que los otros pueden hacer, ha de hacerlo también él —dijo Chani.

—Cuando he tenido esta gota en mi boca —dijo Paul—, cuando la he sentido y gustado, cuando he sabido el efecto que causaba en mí, entonces he comprendido que hubiera podido hacer aquello mismo que tú has hecho, madre. Vuestros instructores Bene Gesserit hablan del Kwisatz Haderach, pero ni siquiera pueden imaginar en cuántos lugares he estado. En los pocos minutos que… —se interrumpió, mirando a Chani con un perplejo fruncimiento de cejas—. ¿Chani? ¿Cómo estás aquí? Se supone que tendrías que estar… ¿Por qué estás aquí?

Intentó levantarse sobre sus codos. Chani le empujó suavemente para que se volviera a tender.

—Por favor, Usul —dijo.

—Me siento tan débil —dijo él. Su mirada recorrió la estancia—. ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

—Has permanecido durante tres semanas en un coma tan profundo que la chispa de la vida parecía haberse extinguido en ti —dijo Jessica.

—Pero era… La tomé hace apenas un instante y…

—Un instante para ti, tres semanas de angustia para mí —dijo Jessica.

—Era tan sólo una gota, pero la transformé —dijo Paul—. Transformé el Agua de Vida —y antes de que Chani o Jessica pudieran detenerle, hundió una mano en el bocal que había dejado en el suelo a su lado, y se la llevó chorreante a la boca, bebiendo el líquido recogido en su palma formando cuenco.

—¡Paul! —gritó Jessica.

Él le aferró una mano, volvió hacia ella un rostro deformado por un rictus mortal, y la embistió con toda su percepción.

La interpenetración no fue tan tierna, tan completa, tan absoluta como lo había sido con Alia y con la Vieja Reverenda Madre de la caverna… pero fue una interpenetración: un compartir absoluto de todo el ser. Jessica se sintió sacudida, debilitada, y se replegó sobre sí misma en su mente, temerosa de su hijo.

—¿Has hablado de un lugar donde no puedes entrar? —dijo él en voz alta—. Quiero ver este lugar que la Reverenda Madre no puede afrontar.

Ella agitó la cabeza, aterrorizada por el empuje de los pensamientos que la asaltaban.

—¡Muéstramelo!

—¡No!

Pero no podía escapar. Subyugada por su terrible fuerza, cerró los ojos y se concentró en sí misma en la dirección-donde-todo-es-tinieblas.

La consciencia de Paul la envolvió, penetró con ella en la profunda oscuridad. Jessica entrevió vagamente el lugar, antes de que su mente huyera vencida por el terror. Sin saber por qué, todo su cuerpo temblaba por aquello que apenas había entrevisto… una región azotada por el viento, donde danzaban chispas incandescentes, donde pulsaban anillos de luz y largas hileras de tumescentes formas blancas fluían en torno a las luces, empujadas por las tinieblas y por el viento que venía de ninguna parte.

Abrió los ojos, viendo que Paul continuaba mirándola. Seguía estrechando aún su mano, pero la terrible unión había cesado. Dominó su temblor. Paul soltó su mano. Fue como si se hubieran roto los hilos que la sustentaban. Caviló, y hubiera caído si Chani no hubiera corrido a sostenerla.

—¡Reverenda Madre! —dijo Chani—. ¿Qué ocurre?

—Cansada —murmuró Jessica—. Muy… cansada.

—Aquí —dijo Chani—. Siéntate aquí. —Ayudó a Jessica hasta un almohadón junto a la pared.

El contacto de aquellos jóvenes y fuertes brazos hicieron bien a Jessica. Se aferró a Chani.

—¿Ha visto realmente con el Agua de Vida? —preguntó Chani. Se soltó de las manos de Jessica.

—Ha visto —susurró Jessica. Su mente estaba aún alterada por el contacto. Era como si acabara de alcanzar nuevamente la tierra firme después de pasar semanas en un mar tempestuoso. Sintió a la vieja Reverenda Madre dentro de ella… y a todas las demás, que se habían despertado y preguntaban: ¿Qué ha sido? ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estaba ese lugar?

Pero sobre todos los demás la dominaba el pensamiento de que su hijo era el Kwisatz Haderach, aquel que podía estar en muchos lugares al mismo tiempo. Era el sueño Bene Gesserit convertido en realidad. Y aquella realidad no le proporcionaba ninguna paz.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Chani.

Jessica agitó la cabeza.

—Hay en cada uno de nosotros —dijo Paul— una antigua fuerza que toma, y una antigua fuerza que da. Ya le es muy difícil a un hombre afrontar aquel lugar dentro de sí mismo donde reina la fuerza que toma, pero le es casi imposible contemplar la fuerza que da sin transformarse en algo distinto a un hombre. Para una mujer, la situación es exactamente a la inversa.

Jessica alzó los ojos, viendo a Chani que la observaba a ella mientras escuchaba a Paul.

—¿Me comprendes, madre? —preguntó Paul.

Ella pudo tan sólo asentir con la cabeza.

—Estas cosas dentro de nosotros son tan antiguas —dijo Paul— que están difundidas por todas las células de nuestros cuerpos. Somos modelados por estas fuerzas. Uno puede decirse a sí mismo:

«Sí, comprendo como puede ser esta cosa». Pero cuando uno mira dentro de sí mismo y debe afrontar las fuerzas primordiales de nuestra existencia, entonces es cuando ve el peligro. El mayor peligro del que da, es la fuerza del que toma. El mayor peligro del que toma, es la fuerza del que da. Es tan fácil ser arrollado por la fuerza que da, como por la que toma.

—Y tú, hijo mío —preguntó Jessica—, ¿eres uno de los que da o uno de los que toma?

—Soy exactamente el fulcro. No puedo dar sin tomar y no puedo tomar sin… —se interrumpió, mirando hacia la pared a su derecha.

Chani sintió un soplo de aire rozarle su mejilla, y se volvió para ver cerrarse los cortinajes.

—Era Otehym —dijo Paul—. Estaba escuchando.

Aceptando aquellas palabras, Chani se sintió tocada por algo de la presciencia que había en Paul, y supo algo que aún no había ocurrido como si fuera un acontecimiento del pasado. Otheym hablaría de cuanto había visto y oído. Otros difundirían la historia, hasta que se esparciría como una mar de llamas por todo el planeta. Paul-Muad’Dib no es como los demás hombres, dirían. Ya no hay la menor duda. Es un hombre, y sin embargo puede ver a través del Agua de vida como una Reverenda Madre. Es realmente el Lisan al-Gaib.

—Tú has visto el futuro, Paul —dijo Jessica—. ¿Puedes decirnos lo que has visto?

—No el futuro —dijo él—. He visto el Ahora. —Se obligó a sentarse, rechazando la ayuda de Chani que avanzaba hacia él—. El espacio por encima de Arrakis está repleto de naves de la Cofradía.

Jessica tembló ante la firmeza de su voz.

—Incluso el propio Emperador Padishah está aquí —dijo Paul. Miró el techo rocoso de la celda—. Con su Decidora de Verdad favorita y cinco legiones de Sardaukar. El viejo Barón Vladimir Harkonnen está aquí con Thufir Hawat a su lado y siete naves repletas con todos los hombres que ha podido reclutar. Cada Gran Casa tiene sus tropas encima de nosotros… esperando.

Chani agitó la cabeza, incapaz de apartar su mirada de Paul. El extraño halo que emanaba de él, la atonía de su voz, la forma en que la miraba, como si lo hiciera a través de ella, la fascinaban.

Jessica intentó tragar saliva, pero su garganta estaba seca.

—¿Qué es lo que están esperando? —dijo.

Paul volvió su mirada hacia ella.

—El permiso de la Cofradía para aterrizar. La Cofradía abandonará en Arrakis a cualquier fuerza que aterrice sin su permiso.

—¿La Cofradía está protegiéndonos? —preguntó Jessica.

—¡Protegiéndonos! Ha sido la Cofradía quien ha creado esta situación, divulgando lo que estamos haciendo en Arrakis y bajando las tarifas del transporte de tropas hasta el punto que incluso las Casas más pobres están ahí arriba, a la espera de poder saquear algo.

Jessica notó la ausencia de amargura en lo que decía, y se preguntó la razón. No había duda en sus palabras… había hablado con la misma fuerza que la noche que le había revelado la vía del futuro que los llevaría hasta los Fremen.

Paul inspiró profundamente.

—Madre, debes cambiar una cantidad del Agua para nosotros. Necesitamos el catalizador. Chani, quiero que se envíe una patrulla de exploradores al desierto… que encuentren una masa de preespecia. Si echamos una cantidad del Agua de Vida sobre una masa de preespecia, ¿sabes lo que ocurrirá?

Jessica sopesó un instante sus palabras, luego comprendió bruscamente.

—¡Paul! —exclamó.

—El Agua de Muerte —dijo él—. Será una reacción en cadena —apuntó un dedo hacia el suelo—. Esparcerá la muerte entre los pequeños hacedores, destruyendo un vector del ciclo vital que comprende la especia y los hacedores. Arrakis se convertirá en una desolación… sin especia ni hacedores.

Chani se llevó una mano a la boca, aterrada e incapaz de hablar ante la blasfemia surgida de labios de Paul.

—Quién puede destruir algo es quien lo controla —dijo Paul—. Nosotros podemos destruir la especia.

—¿Qué es lo que detiene la mano de la Cofradía? —susurró Jessica.

—Están buscándome —dijo Paul—. ¡Piensa en ello! Los mejores navegantes de la Cofradía, hombres que pueden explorar a través del tiempo en busca de las rutas más seguras para los más veloces Cruceros, todos están buscándome… y son incapaces de encontrarme. ¡Cómo tiemblan! ¡Saben que aquí tengo su secreto! —Paul levantó sus manos, formando una copa—. ¡Sin la especia están ciegos!

Chani encontró su voz.

—¡Has dicho que veías el ahora!

Paul se tendió de nuevo, escrutando las dimensiones del presente, cuyos límites se extendían hacia el futuro y el pasado, luchando para conservar la presciencia mientras comenzaba a desvanecerse en su interior el efecto de la especia.

—Ve y haz lo que te he ordenado —dijo—. El futuro es tan confuso para mí como lo es para la Cofradía. Las líneas de visión se restringen. Todas se concentran aquí donde está la especia… pero ellos nunca se habían atrevido a intervenir antes… por miedo a que su interferencia les hiciera perder aquello que necesitaban absolutamente. Pero ahora están desesperados. Todos los caminos se hunden en las tinieblas.

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