Dubai

Dubai


Segunda parte » Capítulo XVII

Página 21 de 62

CAPÍTULO XVII

A la mañana siguiente a su regreso de Al Ain, con sólo dos días y dos noches para disfrutar juntos por delante, Fitz y Laylah se fueron a nadar a la playa frente a la casa, después de la sesión matinal de sexo, y estaban en medio del desayuno cuando Peter entró al dormitorio en el que se encontraban comiendo.

El sirviente pakistaní explicó a Fitz que, durante los dos últimos días, un norteamericano había ido a verlo, en repetidas ocasiones. Fitz le preguntó que le dijera el nombre de esa persona y por qué lo buscaba. Peter no pudo responder a las preguntas más que señalándole a Fitz que el hombre al que se refería se encontraba en aquellos momentos aguardando ante la puerta principal.

—¿Quieres decir que lo has hecho quedarse esperando ahí fuera, con el calor que hace?

—Sí, sahib. Pensé que tal vez usted o la mensahib podrían aparecer en el cuarto de estar.

Peter lanzó una mirada a los minúsculos vestidos que ambos llevaban puestos mientras se encargaban de despachar el desayuno. Fitz y Laylah rieron, burlones, mirándose el uno al otro. Fitz se puso de pie y se colocó una bata sobre los hombros.

—¿Ésta es su tercera visita?

—Sí, sahib.

—De acuerdo. Dile que pase al cuarto de estar. Yo lo veré en un instante.

Peter abandonó el dormitorio y Fitz se encogió de hombros ante la mirada inquisidora de Laylah. Se puso un par de pantalones, metió los pies en unas sandalias y se inclinó para besar a la chica.

—En seguida vuelvo. Sea quien sea este sujeto, es posible que tenga algo importante que decirme. Tal vez se trata de alguien con el que me convenga hablar.

Fitz se dirigió al cuarto de estar y se encontró con un hombre bajo y delgado, con el cabello negro más bien largo, y una mirada inquisitiva en el rostro. El recién llegado llevaba puesta una camisa de verano de cuello convertible y de mangas cortas, colgando holgadamente hasta la mitad de los shorts.

—Buenos días —dijo Fitz, dando la bienvenida a su visitante.

—Buenos días, coronel Lodd. Me llamo David Harnett. Soy reportero y trabajo para varios periódicos de los Estados nidos, incluyendo el Army Times. También soy el representante de la «Associated Press» en la zona del golfo Pérsico. Me dedico principalmente al Líbano.

—¿Qué quiere usted de mí, Harnett? —preguntó Fitz, haciendo lo posible por que su voz no trasluciera la poca simpatía que le inspiraban los periodistas.

—Ya hace tres días que me encuentro en Dubai. Estoy tratando de escribir un reportaje para el Army Times respecto a sus actividades desde el momento en que se retiró del Ejército.

—No veo el motivo por el cual el Army Times pueda mostrarse interesado por lo que hago actualmente. Por cierto, lo que hago no tiene nada que ver con cualquier tipo de actividad militar.

—De hecho, el Army Times fue el primero en mostrar su interés por este reportaje, pero cuando pregunté a la «AP» si también podía interesarles, la respuesta fue afirmativa. Lo vine a ver por primera vez hace dos días, pero usted se había marchado. Su sirviente me dijo que usted probablemente volvería en un par de días, por lo tanto decidí quedarme en Dubai y esperar hasta que usted regresara. Naturalmente, como tenía que quedarme dos días me dediqué a averiguar un poco, haciendo preguntas, hablando con varias personas sobre cómo van las cosas en Dubai y de qué forma operan aquí los norteamericanos. Hablé con Jack Harcross, el jefe de Policía, y con Brian Falmey, un inglés que parece estar al tanto de todo lo que sucede. Discutí respecto a los negocios norteamericanos en el Golfo con el banquero de este lugar, Tim McLaren, y Mr. Fender Browne, que se encarga de suministrar equipos para exploración y dragados en petróleo, también se mostró muy comprensivo a la hora de ayudarme a entender cuál es la situación en Dubai y Abu Dhabi.

—Bien, si usted ha hablado con toda esa gente, estoy seguro de que no hay nada de interés que yo pueda decirle, a estas alturas —dijo Fitz, con una evidente nota de irritación en el tono de su voz.

—Por el contrario, coronel, hay gran cantidad de cosas que usted podría decirme. Me imagino que muchos de sus amigos militares estarán interesados por saber qué ocurre cuando un teniente coronel se retira en circunstancias como las de usted. Tengo entendido, a través de la gente con la que he hablado, que está usted involucrado en una especie de sindicato naviero.

Harnett hizo una pausa, como esperando una respuesta, pero nada sucedió.

—Todas las personas con las que hablé, incluyendo los árabes, dijeron que era un caso excepcional el que un norteamericano, o cualquier otro occidental, fuera aceptado en uno de esos sindicatos que funcionan en esta zona. Se trata de organizaciones fuertemente unidas, que jamás hacen caso de los extranjeros ni de los advenedizos. Lo que me gustaría saber, señor, es de qué forma ha podido usted introducirse tan de prisa en el comercio de Dubai. A estas alturas, usted parece ser una figura bastante conocida y considerado, en esta ensenada.

—Bien, para serle honesto, Mr. Harnett, no lo sé. Se me pidió que formara parte de un grupo, tal vez por mi notorio interés en la construcción de embarcaciones. También hay que contar con el hecho de que el expresarse correctamente en árabe es una gran ayuda para hacer negocios en estos países. No veía ninguna clase de futuro para mí en caso de regresar a los Estados Unidos en estos momentos, y muchos de mis amigos árabes vinieron en mi rescate económico después que me vi obligado, tan de súbito, a abandonar la carrera militar a causa de las falsas y tendenciosas historias que se publicaron sobre mí en la Prensa de los Estados Unidos.

—Naturalmente, estoy muy al tanto de esos relatos en los que se detallan sus opiniones antisemitas. También sé que Sam Gold es más bien histérico en todo lo relativo al sionismo. Yo, por mi parte, trato de ser objetivo, y además no soy judío. Ocurre que se me ha destinado por lo general a cubrir información en los países árabes, pero también sería capaz de seguir la pista a una buena historia en cualquier parte del mundo, si se me diera la oportunidad. El hecho, coronel, tal como usted comprenderá, es que hay en todo esto una historia fascinante, digo, en todo lo relativo a cómo ha podido usted alcanzar en tan poco tiempo una posición tan elevada en este lugar. Ese inglés, Falmey, me insinuó, con gran persistencia, que usted estaba involucrado en el negocio del contrabando de oro.

—Nunca tendré nada que ver con cualquier cosa que sea ilegal, y muy especialmente si esa cosa es el contrabando.

—Por supuesto, casi lo olvido —dijo Harnett—. No hay nada ilegal en comprar oro a los Bancos y a los comerciantes de aquí y luego sacar ese oro de Dubai. La ilegalidad de este tipo de operaciones empieza cuando la embarcación se adentra a menos de doce millas de la costa de la India. Esto, en sí mismo, no es exactamente una historia original. Lo que sí es nuevo y original es ese secreto motivo por el cual usted ha pasado a formar parte de uno de estos rígidos sindicatos árabes.

De nuevo una pausa, que chocó contra el pétreo silencio de Fitz.

—Las más fuertes sospechas indican que usted, con sus conocimientos y experiencia militares, con sus conocimientos y experiencia en armas y en insurrecciones, tiene las condiciones adecuadas para obtener las armas con las que equipar una pinaza dedicada al contrabando de oro. Bien sabe usted que yo podría escribir un reportaje de lo más simpático y conmovedor respecto a su vida en Dubai. Por cierto qué nada puede haber de malo en un reportaje que describa cómo colabora usted con los mercaderes y navieros de Dubai para que éstos puedan protegerse de la piratería usual en alta mar. Me gustaría tener la oportunidad de hacer de usted un verdadero héroe, coronel.

Fitz no había invitado al reportero a tomar asiento. Miraba fijamente a Harnett, con sospecha y malestar crecientes. Estaba perfectamente al tanto del hecho de que todos sus males presentes se debían a la insidia de un reportero.

También percibía que Harnett era un joven reportero ambicioso que tendría que justificar su viaje a Dubai de algún modo y, por cierto, si Fitz no le daba alguna explicación de lo que estaba haciendo en Dubai, lo más probable era que Harnett repartiera conjeturas, por toda la Prensa de los Estados Unidos, respecto al coronel retirado James Lodd, involucrado en negocios misteriosos y actuando en el puerto franco de Dubai.

—Mire, Harnett —empezó diciendo Fitz—, yo no sé nada en absoluto sobre el contrabando de oro. Estoy tratando de ganarme la vida, eso es todo. Como ya le dije, hablo correctamente el árabe y también soy de la opinión de que los países árabes son las nuevas tierras de la oportunidad. Estoy interesado en toda empresa legítima de la que pueda entrar a formar parte. El puerto de Dubai es el más importante del golfo de Arabia. Y se está convirtiendo en un puerto cada vez más importante a medida que pasa el tiempo.

»Mercaderías de todas partes del mundo llegan a Dubai y desde aquí son redistribuidas a todos los lugares del Golfo y, claro, también a la India y Pakistán. Las tarifas aduaneras son singularmente elevadas en esos dos países. Por lo tanto, el comercio con los mismos es muy limitado. Tal como usted probablemente ya ha descubierto, a Dubai llegan más oro y más relojes suizos que a cualquier otro puerto del mundo. Evidentemente, eso indica algo respecto a la clase de embarques que se realizan en este lugar.

Fitz anduvo hasta la ventana y miró prolongadamente las claras aguas azules y profundas del Golfo, tomándose tiempo para poder pensar qué tenía que decirle ahora a Harnett.

—Si pudiera conseguir la representación de productos americanos en Dubai y, de esa forma, vender estos productos a los navieros o incluso correr el riesgo de entregárselos en consignación, siempre y cuando me pagaran bien por la venta de esos productos en puertos extranjeros, por supuesto que lo haría. Pero yo no estoy involucrado en el negocio de contrabandear mercaderías hacia países que imponen altas tarifas aduaneras. Por el momento, estoy profundamente interesado en ciertos negocios relacionados con el petróleo. Puede usted decir honestamente que Fitz Lodd está trabajando activamente en varios negocios en el golfo de Arabia y que recibiría con agrado cualquier tipo de correspondencia de todo negociante norteamericano que necesite un buen contacto en esta zona para poder introducirse en la misma. Puedo anticipar que, de aquí a cinco años, Dubai se convertirá en la ciudad más prometedora del mundo para los hombres de negocios emprendedores.

Dicho esto, Fitz decidió que lo mejor era dar por terminada la entrevista.

—Ahora bien, si usted me deja su tarjeta, yo podría informarle, y gustosamente lo haría, respecto a cualquier progreso que hiciera en este lugar. Pero en lo que respecta al contrabando de oro con destino a la India, le aseguro que de eso no sé nada.

Laylah eligió justo ese momento para hacer su aparición y el reportero desvió la vista hacia ella, sorprendido y tal vez, en cierta forma, deslumbrado.

—Laylah, te presento a Mr. Harnett, un periodista que se encuentra de visita en Dubai. Mr. Harnett estaba a punto de marcharse. Hemos tenido una charla muy interesante respecto a las posibilidades de hacer buenos negocios que existen actualmente en Dubai.

Fitz se volvió a Harnett.

Mr. Harnett, le presento a Miss Smith. Miss Smith trabaja en Teherán.

El reportero estiró un brazo para darle la mano a Laylah.

—Es un placer conocerla, Miss Smith. ¿Puedo preguntarle a qué se dedica en Teherán?

Laylah se volvió a Fitz, con una mirada interrogante en el rostro.

—Está bien, puedes hablar libremente con Mr. Harnett —dijo Fitz—. Representa al Army Times, a la «Associated Press» y, según presumo, a muchos otros periódicos y órganos de Prensa de los Estados Unidos. He sido absolutamente franco con él respecto a mis intenciones y ambiciones aquí en el Golfo.

—Bien, Mr. Harnett, ya que Fitz lo pone de ese modo le diré que estoy empleada en la Embajada americana de Teherán. Parte de mi trabajo es estar al tanto de todas las actividades que se desarrollan en el Golfo. En su condición de antiguo empleado de la Embajada, y siendo como es un norteamericano leal a su país, el coronel Lodd me estaba brindando su ayuda para que yo me enterara de todo lo que acontece actualmente en los Estados de la Tregua —dijo Laylah, sonriendo hacia el reportero con dulzura e indulgencia—. ¿Le parece que he respondido a su pregunta?

—Sí, por supuesto, Miss Smith. Le agradezco enormemente su sinceridad. No es que esté pensando en poner esto en ningún reportaje que esté escribiendo, pero mi trabajo también consiste en adquirir los mayores conocimientos que me sean posibles respecto a esta parte del mundo.

—Le comprendo, Mr. Harnett. En caso que Vaya algún día a Teherán, no se olvide de pasar por la Embajada y preguntar por mí. Me encantaría poner a su disposición todo el material no calificado como secreto que tenga a mi alcance.

—Eso sería magnífico, Miss Smith. ¿Puedo preguntarle su nombre de pila?

—Sí, Laylah. Laylah Smith. Trabajo en la Sección de Información.

Harnett movió la cabeza.

—Es usted el primer norteamericano, de los muchos que he conocido por esta zona, que admite pertenecer a los Servicios de Información.

Mr. Harnett, no hay nada encubierto ni misterioso en la recopilación de datos útiles para el Servicio. Lo que ocurre es que sé hablar farsí y árabe. Mi trabajo fundamental consiste en leer todos los periódicos y todos los días. Cualquier cosa que me parezca interesante para nuestro embajador, la recorto y la archivo. Todo es tan simple como eso.

Fitz no podía por menos de admirar la forma en que Laylah manejaba a Harnett. De todos modos, no veía la utilidad de seguir prolongando la entrevista, que le había resultado una incomodidad y una simple pérdida de tiempo desde el principio.

Mr. Harnett —dijo Fitz—, si hay algo más que pueda hacer por usted, le ruego que no vacile en llamarme. Ahora lo siento, pero Miss Smith y yo tenemos varias entrevistas por delante y no podemos evitarlas. Miss Smith regresa a Teherán mañana mismo. Así que, si nos excusa…

—Por supuesto, por supuesto, coronel. Miss Smith, ha sido un placer haberla conocido. Acepto su invitación para cuando vaya a Teherán.

—Magnífico. Espero su visita, Mr. Harnett —dijo Laylah, complacida.

Fitz se dirigió a la puerta. Harnett comprendió la insinuación y lo siguió.

Fitz abrió la puerta, estrechó la mano de Harnett y cerró la puerta tan pronto como el periodista se hubo marchado. Luego regresó al cuarto de estar. Miró detenidamente a Laylah y movió la cabeza.

—¡Malditos periodistas, hijos de perra! ¿Cuándo van a dejarme en paz?

—La única forma de manejarlos es aparentar, por lo menos, que se intenta colaborar con ellos.

—Lo sé, Laylah, lo sé muy bien. Pero el hijo de puta ése ha insinuado que estoy armando un balandro para hacer contrabando de oro en la India. Ese maldito inglés, Brian Falmey, se lo dijo. Te aseguro que me sentiré todavía más feliz que ellos cuando los árabes consigan deshacerse de una vez de los ingleses.

Fitz se dirigió al dormitorio.

—Creo que lo mejor que podemos hacer es prepararnos para ir a almorzar con Sepah y Sira.

—Luego tendremos que volver para hacer mis maletas. Ya es casi el momento del regreso a casa. No puedo creerlo.

—Tan pronto como termine este trabajo para Sepah, lo primero que haré será ir a Teherán a verte.

—¿Y qué hay de ese trabajo que estás haciendo para Courty y John Stakes?

—Voy a realizarlo lo mejor que pueda. Pero no dejaré que pasen más de una o dos semanas antes de volver a verte. Sabes que estoy enamorado de ti, Laylah. Quiero que te cases conmigo no bien se me encarrilen los negocios que llevo con Sepah.

Se abrazaron. Fitz la besó y le susurró:

—¿Te casarías conmigo, Laylah?

—Es mejor que hablemos de eso cuando vayas a verme a Teherán, querido. Yo también te amo.

Ir a la siguiente página

Report Page