Dubai

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Segunda parte » Capítulo XXIV

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CAPÍTULO XXIV

Fitz y Sepah llegaron juntos al consejo privado del jeque Rashid. Sepah llevaba puesta la dish dasha, al igual que la tradicional kuffiyah, y Fitz vestía un discreto traje con corbata. El agobiante calor del verano había dado paso a unos días moderadamente calurosos, ahora que el otoño había comenzado. Fitz y Sepah se dirigieron al ala del palacio dedicada a tratar asuntos de negocios y se adentraron por un corredor en dirección al majlis, o sala de consejos. Se trataba de una habitación diferente a aquélla en que Fitz se había entrevistado por primera vez con el jeque Rashid, luego de su llegada a Dubai. El majlis del jeque parecía, más bien, la sala principal de una compañía de seguros. Las paredes eran todas de cristal y los grandes ventanales se elevaban hasta casi un metro del techo. El jeque Rashid estaba sentado en el extremo más alejado de la habitación rodeada de cristales, en un sillón de brazos de aspecto muy confortable. A su lado había una mesa con un teléfono blanco encima. Escoltas y consejeros se hallaban sentados en sillas a ambos lados del soberano y algunos otros daban vueltas a espaldas del sillón de Rashid.

El sirviente encargado del café se afanaba atendiendo a los visitantes de Rashid, al tiempo que llegaban y tomaban asiento. Al parecer, había igual cantidad de occidentales que de árabes en el lugar. Los árabes hablaban entre ellos en voz baja, jugueteaban con los rosarios que llevaban en las manos y bebían café taza tras taza, esperando que les llegara el turno de acercarse al soberano para exponerle sus diferentes asuntos.

Majid Jabir se hallaba sentado a la derecha del soberano y actuaba, a la vez, como intérprete y consejero. Muy pocos occidentales podían expresarse en árabe y la mayoría de los gobernantes árabes no hablaban inglés o, si lo hablaban, se obligaban a hacerlo en los territorios a su mando. Fitz se percató de que tanto Fender Browne como Tim McLaren se encontraban sentados cerca del jeque y además había dos sillas vacías junto a ellos. El jeque Rashid y Majid Jabir estaban hablando con Ted Sommers, presidente de la recién formada Dubai Oil Drilling Operations (Operaciones de extracción de petróleo de Dubai). Estando a punto de producirse los primeros barriles de petróleo en costas de Dubai, los royalties y las regalías pronto empezarían a acceder por lo que, dentro del Emirato de Dubai, Ted Sommers era el personaje más importante después, por supuesto, del propio jeque. Fitz había conseguido enterarse de que Ted Sommers era el que había puesto en manos de Fender Browne la información que indicaba que podía haber otro campo petrolífero explotable frente a la isla de Abu Musa, en aguas territoriales del Emirato de Kajmira.

Fitz y Sepah entraron al majlis saludando con la cabeza y dando la mano a todos los árabes y a todos los occidentales que se encontraban sentados a los lados de la habitación, esperando. Se dirigieron a dos asientos vacíos y se sentaron, Fitz junto a Tim McLaren. El jeque Rashid captó la mirada de Fitz, sonrió y lo saludó moviendo la cabeza, interrumpiendo un momento su diálogo de negocios con Ted Sommers. El sirviente encargado del café se acercó a Fitz y Sepah, entregó a cada uno una taza y la llenó de café negro y caliente, utilizando su gran cafetera de cobre con pitorro en forma de pico de pelícano.

Luego de dar un par de sorbos a su taza de café, Fitz vio que Tim McLaren se inclinaba hacia él para decirle:

—¡Felicitaciones, Fitz!

Fitz miró al banquero con expresión de inocencia.

—¿Por qué?

—Oh, vamos, Fitz —dijo McLaren, volviéndose para mirar a Sepah: ambos sonrieron, uno al otro, como si compartieran algún conocimiento secreto—. ¿Quién supones que está procesando todos los documentos que Sepah acaba de adquirir tan repentinamente? Entre las órdenes de pago en moneda inglesa y americana, los cheques de viajero, los billetes de unos cinco países distintos y los cheques personales que, si todos son cobrables ascienden por sí solos a unos tres millones de dólares, sumando todo eso muy pronto redondearé diez millones en la cuenta que Sepah ha abierto con nosotros. Ahora eres un hombre considerablemente rico, y te encuentras en una posición bastante envidiable.

Fitz sonrió interiormente. La suma definitiva había superado todas sus suposiciones, alcanzando la cifra de trescientos cincuenta mil dólares. Cifra que se había visto notablemente engrosada de haber él aceptado su parte en los beneficios derivados del hachís. Por otra parte, podía esperar una ganancia de, aproximadamente, ciento cincuenta mil dólares de cada uno de los tres embarques siguientes. Por supuesto, eso era algo con lo que no podía contar absolutamente, al menos a estas alturas. Cualquiera de los tres cargamentos siguientes podía perderse, incluso cabía la posibilidad de que se perdieran los tres. Fitz tenía graves dudas respecto a las posibilidades de éxito de dichos viajes. La Armada de la India, al igual que su servicio de guardacostas, ya estaban tras ellos, y sobre aviso.

—Si las cosas funcionan hoy como espero, Tim —dijo Fitz—, trataré de pasar a verte antes de que cierres. Es posible que necesite que me concedas un préstamo.

—Aunque llegues algo tarde, igual te atenderé. Tengo que tratar bien a mis clientes principales, ¿entiendes?

El aserto de Tim produjo en Fitz gran satisfacción. Hasta entonces nunca había sido un «cliente principal» de un Banco, y nunca había esperado llegar a serlo.

Ted Sommers se puso de pie y abandonó su asiento junto al soberano. Sommers y el jeque Rashid se dieron la mano y, de inmediato, el norteamericano abandonó el majlis, al tiempo que Rashid hacía un ademán hacia Fitz y Sepah indicándoles que se acercaran y se sentaran junto a él.

Una vez más Tim McLaren se inclinó hacia Fitz:

—Al parecer, eres el chico preferido del jeque, en estos momentos —dijo, envidiosamente.

Fitz y Sepah se acercaron al soberano y, por turno, le dieron la mano antes de sentarse. Luego de los cumplidos de costumbre, el soberano dijo:

—Vuestros negocios están florecientes, Sepah.

Sepah asintió con la cabeza.

—He tenido a la fortuna de mi parte, últimamente.

—Cuando la fortuna está de vuestra parte, está también de parte de todos nosotros —dijo Rashid.

Eso, por supuesto, era cierto, pensó Fitz. Casi al pasar, Sepah le había mencionado que el jeque se llevaba un veinte por ciento de las ganancias obtenidas con todos los negocios que tenían lugar en Dubai. Fitz, aprovechando la ocasión, le había comentado a Sepah que ese veinte por ciento era, más o menos, la mitad de lo que las corporaciones pagaban en impuestos en los Estados Unidos, por lo que nadie podría quejarse, ya que, en el fondo, el porcentaje del jeque no era leonino, ni mucho menos.

Rashid se volvió ahora hacia Fitz:

—Y tú, amigo, ¿qué opinas de la vida y el trabajo en mi país? ¿Te han resultado agradables?

—Alteza, siempre os estaré agradecido por haberme invitado a venir a la ensenada. No puedo pensar en ningún lugar del mundo, salvo éste, al que pueda llamar verdaderamente mi hogar.

—Por lo que dices, debo deducir que tus cosas han salido bien, ¿verdad?

—Indudablemente, Alteza, todo me ha salido muy bien. Lamento que un reportero norteamericano haya considerado adecuado salir con una sarta de falsos sensacionalismos sobre mi persona. Espero de todo corazón que ese incidente no os haya molestado.

El jeque Rashid bajó la vista para mirar una página escrita con caracteres árabes que tenía ante sí.

—Tengo ante mis ojos el informe de los últimos acontecimientos relativos a esa historia, donde aparece un mentís tuyo respecto a todas esas fechorías de las que has sido acusado. Puesto que no hay ni siquiera vestigios de pruebas para dar consistencia a lo que ese reportero norteamericano dice en su crónica, he decidido que lo mejor era pedirle, con toda cortesía, que abandonara este país y no regresara nunca.

—Su Alteza ha obrado con sabiduría y prontitud —murmuró Fitz—. Gracias.

Fitz miró el informe escrito en árabe, y, sentado frente a Rashid, comprobó que el escrito se encontraba al derecho para sus ojos. Alzó la vista para mirar a Rashid y le dijo:

—Alteza, habéis puesto ese informe al revés.

Rashid rió.

—Sí, hace mucho que aprendí a leer al revés. Confunde a esos visitantes que se acercan por la espalda a mi asiento para leer por encima de mi hombro.

Rashid alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de Fender Browne. De inmediato hizo un ademán invitando a Browne y a Tim McLaren a acercarse y sentarse junto a él. Le trajeron de inmediato las sillas necesarias, y ambos tomaron asiento. Majid Jabir, que hasta entonces había estado hablando con otras personas presentes en el majlis, también regresó ahora y se sentó a un lado del monarca, dando comienzo a la conferencia. Aunque se daba cuenta de la importancia de poder expresarse en árabe y por más que se esforzaba en aprender el idioma, Tim McLaren aún no estaba en condiciones, ni mucho menos, de llevar adelante una conversación de negocios en la lengua nativa del jeque, por lo que Majid Jabir tenía que hacerle de intérprete mientras la conferencia avanzaba.

El jeque Rashid inició la conversación declarando sus sinceros deseos en pro de la prosperidad de su amigo y viejo aliado el jeque Hamed de Kajmira. Luego Rashid siguió diciendo que, por supuesto, el Emirato vecino de Sharjah reclamaría sus derechos ante cualquier campo petrolífero que se encontrara frente a las costas de la isla de Abu Musa. Majid Jabir señaló que la isla de Abu Musa sólo podría hacer valer sus reclamaciones dentro de un límite de tres millas a partir de sus costas, mientras que las excavaciones se realizarían a nueve millas de distancia de Abu Musa y, por lo tanto, obviamente dentro de aguas territoriales de Kajmira. El jeque Rashid, astuta y sabiamente, habiendo desaparecido de su semblante su habitual expresión de benevolencia, indicó que tenía el presentimiento de que el actual soberano de Sharjah no estaba más allá de ninguna cosa.

Fitz estaba perfectamente al tanto del viejo adagio muy corriente en el mundo árabe, adagio, que, indudablemente, había nacido en los Estados de la Tregua y que decía: «tu vecino es tu enemigo y el vecino de tu vecino es tu amigo». Durante la entrevista, Rashid otorgó su bendición para ese primer grupo de residentes de los Estados de la Tregua dispuestos a fundar una compañía que tendría la finalidad de buscar y extraer petróleo. Sepah, Majid Jabir, Fitz y Fender Browne se encargarían de conseguir la financiación para la empresa, quizá con la colaboración del Banco de Tim McLaren, y de esa forma poder pagar las regalías, ascendentes a setecientos cincuenta mil dólares, previamente acordadas con el jeque Hamed. Luego tendrían que meterse en el negocio verdaderamente costoso de la exploración y prospección y, después, de la extracción del petróleo de los pozos ubicados en el mar. Rashid prometió pleno apoyo para dicha empresa. Si este negocio del petróleo resultaba fructífero, tanto Kajmira como Dubai saldrían beneficiados, al Igual que aquellos audaces individuos que financiaban, sobre una base de Independencia, y en una situación muy competitiva, la formación de una compañía productora de petróleo.

Habiendo dicho todo lo que había que decir respecto al asunto del petróleo, Rashid miró a Fitz a los ojos y le preguntó por Harcourt Thornwell. Rashid señaló que había quedado impresionado por el documental y que dos veces había escuchado a Zayed decir que el proyecto de Thornwell era una empresa que había que sacar adelante. Fitz dijo que, por razones de negocios, se había alejado de la zona durante dos semanas pero que tenía entendido que Thornwell había ido a ver de nuevo a ver a Zayed y que, en aquellos momentos, se encontraba en Kuwait. Le prometió al soberano que lo mantendría informado de todos los progresos que hiciera Thornwell en sus afanes por levantar ese gran sindicato de medios de comunicación en los Estados Unidos.

Aquella mañana, Rashid parecía de un buen humor infrecuente, como quedó en evidencia al hacer la pregunta que Fitz estaba deseando escuchar:

—Coronel Lodd, su experiencia en Dubai parece haber sido provechosa, sin duda. ¿Hay algo más que yo pueda hacer para ayudarlo?

—Alteza, hay una cosa que me gustaría poder hacer. Cada vez son más los occidentales que vienen a esta parte del mundo, especialmente a Dubai. Con toda seguridad, Mr. Sommers ya os habrá informado de los muchísimos norteamericanos que llegarán hasta aquí para colaborar en la producción de petróleo. Hombres de negocios entran y salen en Dubai todos los días. Y hay algo que se echa mucho de menos aquí. No hay ningún lugar al que puedan concurrir los occidentales y todos aquellos árabes que se sienten tan inclinados a la buena conversación y a beber esos brebajes alcohólicos a los que tanto nos hemos acostumbrado hasta convertirnos, de hecho, en adictos. Necesitamos un local donde podamos gozar de diversión al estilo occidental. Incluso me gustaría traer mujeres occidentales que ayudaran en la diversión.

Fitz vio que el entrecejo de Rashid se fruncía levemente y se apresuró a corregir su última afirmación, diciendo:

—Lo que quería decir, Alteza, era traer cantantes y bailarinas, mujeres así. Por cierto que no quería decir que pudiéramos estar interesados en nada que se pareciera, ni remotamente, a la prostitución. Lo que os pido, Alteza, es vuestra autorización para edificar un bar y restaurante, nada más.

Fitz se quedó mirando a Rashid ansiosamente.

Finalmente, Rashid preguntó:

—¿Dónde tiene pensado edificar un local de ese tipo?

—En algún punto de la zona de Deira, probablemente cerca del aeropuerto. Es muy frecuente que muchos hombres de negocios cojan un avión hasta Dubai sólo para mantener una entrevista relativa a sus negocios para, de inmediato, coger aquí otro avión y trasladarse a Kuwait o quizás a Irán.

—Sí, supongo que la zona de Deira sería el mejor lugar para instalar un establecimiento de ese tipo. Mi próxima entrevista será con Jack Harcross, nuestro jefe de Policía. Discutiré el asunto con él y le pediré que disponga de los documentos necesarios que te autoricen a edificar ese local y a vender en el mismo bebidas fermentadas —dijo el jeque, y suspiró—. Cómo hemos cambiado, en apenas el lapso de una vida humana, todas nuestras tradiciones islámicas, con tantos siglos de antigüedad. Si os lo permitimos, seguro que todos vosotros, norteamericanos, ingleses, franceses y alemanes, pronto nos desarabizaríais. A la larga nos convertiríamos en meros occidentales, a pesar de la kuffiyah y el dish dasha.

—No, Alteza, no creo que eso ocurra jamás. Realmente sería trágico para nosotros comprobar que algo así puede ocurrir.

—Mi padre se aprovechó justo de estos temores para convertir a nuestra ensenada en el principal puerto comercial de las costas de los Estados de la Tregua. Cuando los occidentales empezaron a mostrar interés por enviar cargamentos de mercaderías a la ensenada de Sharjah, mi padre envió agentes suyos al soberano de Sharjah para señalarle que el jeque Said al Maktoum de Dubai se sentía enormemente feliz al comprobar que todos los occidentales preferían Sharjah a Dubai, de esa forma Sharjah tendría que soportar a los infieles bebiendo, jaraneando e infectando a la juventud del lugar con sus horribles costumbres. Ciertamente, Dubai no quería nada de eso. El viejo jeque de Sharjah se mostró tan impresionado que se negó a otorgar permiso a las empresas comerciales británicas para hacer uso de su ensenada. Por lo tanto, dichas empresas se dirigieron a mi padre, quien las recibió con los brazos abiertos, dándoles la bienvenida a Dubai. De esto hace ya cincuenta años y, desde entonces, hasta la fecha, Dubai ha sido y es el más importante puerto marítimo entre Kuwait y Ormuz.

Rashid sonreía recordando la astucia de su padre. Luego se volvió hacia Fitz.

—Es un mundo nuevo, con costumbres nuevas. Si Dubai se decide por el progreso, si queremos que nuestra ensenada sea el gran puerto que imagino, con grandes hoteles nuevos, y edificios de oficinas, y gran actividad comercial, y muelles secos, es decir, un verdadero puerto de aguas profundas que pueda recibir, al mismo tiempo, a doce o quince barcos de gran calado, si mis sueños referentes a Dubai deben ser realizados, no hay duda que tendremos que sacrificar algunas de nuestras viejas costumbres —Rashid hizo una pausa, pensativo y en seguida, sonriendo, mirando a Fitz, preguntó—: ¿Ya ha pensado un nombre para ese nuevo —y en ese instante, para asombro y perplejidad de todos, siguió hablando en inglés, agregando—: bar y restaurante?

—Sin duda su Alteza está muy al tanto de ciertas costumbres americanas —dijo Fitz, sonriendo—. Sí, de hecho creo tener el nombre más apropiado para mi local. Me gustaría llamarlo el bar «Ten Tola[5]».

Al escuchar eso, Rashid soltó una carcajada, en lo que se le unieron tanto Sepah como Tim McLaren.

—Muy adecuado, muy apropiado para usted, coronel —contestó Rashid.

Rashid indicó que la entrevista había terminado y todos los demás se pusieron de pie, le dieron la mano al soberano y se volvieron, dispuestos a abandonar el majlis. De camino hacia la salida, Fitz torció brevemente, dirigiéndose a Jack Harcross, que ya había sido invitado a pasar al lado del soberano.

—¿Puedo ir a verte un momento, esta tarde, Jack? —preguntó Fitz.

—¿De qué se trata?

—El soberano te lo dirá. ¿Te parece bien a las tres?

—Por cierto, te estaré esperando.

Fitz abandonó el majlis de Rashid sintiéndose muy satisfecho con su nueva carrera en Dubai, al menos hasta el presente.

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