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Tercera parte » Capítulo XXXVII

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CAPÍTULO XXXVII

Al despertarse por la mañana, Fitz tardó algunos instantes en darse cuenta de dónde se encontraba. Estaba solo en una gran cama, en un apartamento que, evidentemente, pertenecía a una mujer. La luz del sol penetraba por la ventana. Y de golpe recordó. Lynn. La hermosa fotógrafa. Fitz volvió la cabeza, pero se percató de que la chica no estaba a su lado. Rápidamente se puso de pie, entró en el cuarto de baño, se lavó, se limpió los dientes con un cepillo nuevo que la chica había dejado para él, y luego empezó a vestirse. En mangas de camisa se dirigió al despacho. En esos mismos momentos, Lynn salía por la puerta de lo que parecía una pequeña alacena. Llevaba varias fotografías en las manos. Fitz se dio cuenta que la muchacha venía de trabajar en el cuarto oscuro.

—A Abdul le van a encantar estas fotos —dijo, entregándoselas a Fitz, que las cogió, les echó una ojeada y lanzó un silbido.

—¡Dios mío! ¡Casi lo había olvidado! —exclamó.

La chica miró el gran reloj redondo que colgaba de la pared.

—Bueno, querido, son las once menos cuarto. Apenas te queda tiempo para tomar un poco de café antes de salir para la oficina de Abdul.

La chica señaló la pequeña cocina.

—Sólo tienes que encender el gas —dijo—. Me quedan un par de fotos por revelar, y en seguida nos marcharemos.

Diciendo eso, Lynn desapareció dentro del cuarto oscuro.

El viaje a la Red Lion Square lo hicieron en un tiempo mínimo y llegaron a la oficina de Abdul exactamente a las once y cuarto. Fitz estaba un poco preocupado, puesto que había por lo menos quince o veinte minutos de viaje en taxi desde allí hasta el Foreign Office. De todos modos, Abdul se mostró encantado con las fotografías. Las observó una a una murmurando con alegría. Luego miró a Fitz.

—Vamos, tenemos que marchamos.

Fitz se volvió hacia Lynn.

—¿Dónde podemos vemos? —preguntó.

—Vuelve a mi piso cuando hayas terminado y podremos almorzar juntos.

—Los invito a los dos a almorzar —dijo Abdul, magnánimo—. De hecho, ya he reservado mesa para la una en punto.

—Tú mandas, Abdul —respondió Lynn—. Y no te olvides del talonario.

Mientras fueron en un taxi al Foreign Office, Abdul informó brevemente a Fitz sobre lo que podían esperar de aquella entrevista. Iban a entrevistarse con Sir Hugh Macintosh, que antaño había sido representante británico en Kuwait y que estaba muy al tanto de todo lo que ocurría en el golfo Pérsico. Antes de ser enviado a Kuwait, Sir Hugh había actuado como representante del Foreign Office en Palestina, durante la ocupación británica, exactamente al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

—Abdul, me parece que lo tienes todo perfectamente controlado y que ni siquiera necesitas de mi presencia.

—No es verdad. Sir Hugh Macintosh me dijo que deseaba hablar específicamente con el representante del grupo que controla en la actualidad la concesión. También querrá ponerse en contacto con un representante del jeque Hamed.

Fitz y Abdul llegaron al Foreign Office, en Pall Mall, y Abdul, ya ducho, condujo a Fitz por escaleras y corredores hasta el Departamento de Arabia. El viejo y mohoso edificio parecía desierto. Finalmente Abdul se detuvo, empujó una antigua puerta de roble crujiente, y penetró en una sala de recepción vacía. Mirando a su alrededor, Fitz vio una puerta abierta que comunicaba con una gran oficina con ventanales que daban al Mall. Un hombre de elevada estatura, mejillas sonrosadas y cabello blanco, estaba sentado detrás de un aparatoso escritorio de caoba. El hombre se puso de pie al ver entrar a Abdul y Fitz.

—Le agradezco que haya accedido a entrevistarse hoy con nosotros, Sir Hugh —dijo Abdul, acercándose al escritorio y extendiendo la mano por encima del mismo para saludar al inglés—. Mr. Lodd está ansioso por regresar al golfo de Arabia, pues tiene negocios urgentes que atender en aquella zona. Los dos le agradecemos profundamente su interés.

Fitz, para sí mismo, pensó que los negocios que tenía en el Golfo ya no le parecían tan urgentes como ayer.

—De todos modos, tenía que quedarme aquí esta mañana —dijo Sir Hugh Macintosh, con toda calma—. Siéntense, por favor.

Fitz y Abdul se sentaron, cada uno en una silla del otro lado del escritorio que ocupaba Sir Hugh. Con gran elocuencia, Abdul explicó la situación existente entre el grupo de Fitz y la «Hemisphere Petroleum Company».

Sir Hugh, entonces, empezó a hablar.

—Recuerdo muy bien a Hamed —dijo—. A estas alturas debe de ser el más viejo de los gobernantes árabes de los Estados de la Tregua. Es un gran hombre, sin duda. Le encantaba doblar monedas con los dedos mientras hablaba. Algo realmente desconcertante. Habiendo revisado los documentos que usted me envió ayer, no puedo evitar el sentirme sorprendido, creo que impresionado es una expresión aún más adecuada, por los términos de la concesión que Mr. Lodd negoció con el jeque Hamed. De todos modos, será una buena cosa para Hamed que ustedes comiencen realmente a producir petróleo. Ahora bien, según tengo entendido, Mr. Lodd, el problema consiste en que ustedes quieren agrandar el consorcio uniéndose con la «Hemisphere Petroleum Company». ¿Verdad?

—Exactamente. Sir Hugh.

—¿Lleva consigo algún borrador relativo al nuevo acuerdo que se redactará entre ustedes y la «Hemisphere»?

Abdul se encargó de responder a esa pregunta:

—No, señor. Yo me enteré del asunto ayer por la mañana. De todos modos, el jueves próximo usted podrá tener una copia en inglés del borrador o de las líneas generales del nuevo convenio. No creo que necesite la traducción árabe del mismo para darnos su aprobación, al menos en principio, ¿verdad?

—No. Por supuesto tendré que leer la traducción árabe antes de poder darles la ratificación política relativa al convenio. De todos modos eso es algo que puede esperar.

—Unos abogados de la «Hemisphere» están en viaje a Londres y se entrevistarán conmigo a primera hora de la mañana del lunes próximo. ¿Usted desea que Mr. Lodd siga en Londres para una nueva entrevista?

—Sería conveniente para Mr. Lodd que él mismo me dijera que ha leído el nuevo convenio y que cuenta con su aprobación. Luego, por supuesto, tendremos que ponernos en contacto con Hamed o con algún representante suyo aquí en Londres para la firma definitiva. Según lo entiendo, la regalía inicial ya le ha sido entregada a Hamed. Por lo tanto, no se le tiene que entregar ninguna otra regalía en la próxima firma, ¿correcto?

—Indudablemente, tendría que ser así, Sir Hugh —respondió Abdul—. De todos modos, presumo que cuando Hamed descubra que el grupo de Fitz obtiene un beneficio inmediato tras el rembolso por las inversiones iniciales, presentará su objeción.

—Eso es algo que ustedes tendrán que solucionar por su cuenta. Ustedes muéstrenme el acuerdo entre Lodd y «Hemisphere» y yo les diré si podemos ratificarlo o no.

Fitz se inclinó hacia delante, deliberadamente.

Sir Hugh, ¿ha observado usted el diagrama que nos entregó el Departamento de Arabia del Foreign Office cuando firmamos el compromiso inicial en Kajmira?

—Por supuesto. Es correcto para mí, de hecho.

—¿De veras está todo en orden? ¿No va a haber modificación ninguna respecto al área de concesión?

—La verdad es que no veo por qué tendría que haber modificaciones. Si hace sólo dos meses que fue garantizado, ¿por qué motivo alguna de las partes iba a echarse atrás en el acuerdo hoy en día?

—No hay motivo, ningún motivo, Sir Hugh. Se trata simplemente de que, como estamos modificando el convenio original que firmamos con Hamed, quería asegurarme de que el área de concesión seguirá siendo la misma.

—No tiene que preocuparse por eso, en mi opinión, Mr. Lodd.

Durante el viaje en taxi de regreso a la oficina de Abdul, Fitz se mantuvo silencioso y contemplativo.

—Puedo leer en tu mente, Fitz —dijo Abdul—. Ahora empiezas a dudar de que la información que te dieron fuera correcta. Es posible que lo fuera, es posible que no. De todos modos, vuestro grupo se encuentra en una posición mucho más firme, contando con el apoyo de «Hemisphere». La empresa sería muy ardua para vosotros solos, en lo relativo a su financiación.

—Cierto, pero igual lo habríamos conseguido.

—Sí, probablemente sí.

—Oh, vamos a seguir adelante con el convenio, de todos modos, exista o no un verdadero plan destinado a modificar el límite de las tres millas extendiéndolo a doce en torno a Abu Musa. Ahora que he conocido a Lorenz Cannon y a ti, estoy convencido de que, de todos modos, obramos de la mejor manera.

—Buen chico. Lorenz Cannon aguarda una llamada mía para hoy mismo, entre nueve y diez, hora de Nueva York. Eso nos deja dos horas para un animado almuerzo con la hermosa fotógrafa. No te resultaría desagradable quedarte en Londres hasta el miércoles próximo. De hecho, podrías marcharte el martes por la noche, si lo desearas.

—El miércoles me parece perfecto. De hecho, quién sabe, es posible que me quede incluso hasta el jueves.

Abdul rió divertido.

—Lynn era exactamente lo que ordenó el médico —dijo.

Excepto para las entrevistas del lunes y el martes por la mañana con los abogados de la «Hemisphere Petroleum» y para la entrevista por la tarde con Sir Hugh Macintosh, Fitz y Lynn no se apartaron en ningún momento. Fitz veía como un síntoma particularmente bueno el hecho de que no se hubiera tenido que esforzar en absoluto para no repetir su equivocación de la primera noche llamando Laylah a Lynn. La verdad era que apenas si pensaba en Laylah. Lynn le había curado la profunda herida que tanto le había hecho sufrir.

El miércoles le dijo a Lynn que volvería a Londres dentro de tres o cuatro semanas, con un representante del jeque Hamed, para firmar el acuerdo con la «Hemisphere Petroleum».

—Entonces te llevaré a Dubai conmigo. Quédate cuanto puedas y luego te pondré en un avión para Teherán, de donde podrás dirigirte a Israel. Ésta es una época muy excitante en Israel. Ahora que los israelíes poseen por entero Jerusalén y dominan la ribera occidental del río Jordán, podrás ver la Ciudad Santa de un modo que era imposible de gozar antes de la guerra de 1967.

—Oh, Fitz, estoy tan excitada. Siempre ansié llevar a cabo ese viaje, de veras. Voy a trabajar duro y ahorrar cada penique que pueda para así estar en condiciones de disfrutar verdaderamente de Israel.

—Hazme un favor. No más sesiones fotográficas de orgías. Cuando llegues a Dubai, habrá un asunto que te estará aguardando. Quince mil dólares por sacar fotos en mi restaurante, el bar «Ten Tola». ¿Qué te parece?

—Soberbio. Soy tan feliz, Fitz.

—Yo también, Lynn. Te avisaré con tiempo suficiente para comunicarte la fecha de mi próxima visita a Londres.

No fue sino el viernes por la mañana cuando Fitz, en un esfuerzo de voluntad, se apartó finalmente de Lynn y cogió el vuelo de las líneas aéreas del Oriente Medio, rumbo a Beirut y Dubai. Una vez más, Fitz comprobó lo afortunado que había sido al conseguir que Joe Ryan se encargara de todo, supervisando los trabajos finales de la construcción del edificio y la decoración del local, para que Fitz pudiera viajar entretanto.

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