Dubai

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Tercera parte » Capítulo XLV

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CAPÍTULO XLV

En el fuerte reconstruido del jeque Hamed, Fitz escuchó con simpatía el informe del anciano monarca sobre su entrevista de pocas horas antes con Brian Falmey. Fitz trató de persuadir a Hamed para que desafiara de manera inequívoca al representante británico.

—Empezaremos las perforaciones en cuestión de días —le dijo—. La torre de extracción será colocada pasado mañana.

Y también recomendó:

—Dígale a ese maldito inglés que salga del Emirato y se aparte de esto.

El jeque Hamed sacudió con pesadumbre la cabeza, rechazando la oferta de Fitz.

—Usted no sabe cómo reaccionan los ingleses ante un desafío de esa naturaleza, Mr. Lodd. Nosotros, los gobernantes de esta parte del mundo, conocemos cuál es exactamente el procedimiento que emplean. Cuando los ingleses deponen a un monarca, lo sacan inmediatamente, con escolta, de su residencia. Luego, en un «Land Rover» de los Exploradores de Omán lo trasladan de palacio hasta un avión de la RAF que aguarda con los motores en marcha. El avión, a su vez, se dirige a Bahrein, donde una espaciosa suite de hotel aguarda al monarca depurado. Desde allí, lo más probable es que se produzca otro vuelo en avión rumbo a Londres y el exilio. Los ingleses nos llaman gobernantes, pero sólo gobernamos de acuerdo con las recomendaciones de los ingleses. De todos modos, haré todo lo que esté en mi poder para enfrentarme a los ingleses en este asunto —dijo el monarca, suspirando hondamente.

Luego de un silencio, prosiguió:

—Como soberano de Kajmira, debo hacer todo lo que pueda por el bienestar de mi pueblo. Entregar fácilmente la riqueza petrolífera de mi Estado no sería una forma de gobernar en defensa de los intereses de mi gente. Esto es algo que he tratado de hacer durante los cuarenta años que llevo como monarca de Kajmira. Soy un hombre viejo, pero debo gobernar tal como lo hicieron mi padre y el padre de mi padre.

Fitz sentía tremenda simpatía por el viejo jeque, y la idea de que Saqr pudiera gobernar el pequeño Estado era sencillamente horrible.

—Las barcazas están en camino —repitió Fitz—. Suponemos que llegarán mañana por la noche, o a primera hora del día siguiente. Comenzaremos las operaciones inmediatamente. Lo único que puede detenernos es una orden directa, emanada de usted, ordenando que cesemos en las operaciones. Por cierto que no permitiremos que los ingleses nos digan lo que tenemos que hacer. Usted es el monarca, usted nos garantizó la concesión según era su deber. Lo que tiene que hacer es no dejar que los ingleses lo presionen y lo obliguen a firmar una carta ordenando que nos retiremos de la zona reclamada por Sharjah antes de que hayamos iniciado las tareas de perforación. Para entonces, ya no estarán en condiciones de detenernos. Tengo la esperanza de que el Gobierno de los Estados Unidos puede apoyarnos, haciendo algún alarde de fuerza naval en el Golfo, en caso de que Sharjah e Irán trataran de detenernos después de haber instalado la plataforma.

—Lo intentaré, Mr. Lodd. Haré todo lo posible por resistir. Pero si me anulan y entronizan a mi hijo como soberano, no tardarán en convencerlo de que interrumpa vuestras operaciones.

—Lo único que se ha de hacer es tratar de ganar tiempo. El consejero principal de la «Hemisphere Petroleum» llegará a las dos y media de la madrugada. Regresaré mañana por la mañana y elaboraremos un plan.

Fitz regresó por las arenas a la ensenada de Dubai y, de allí, al bar «Ten Tola». Durante una hora, hasta que oscureció, estuvo nadando en la piscina. Luego regresó a su despacho y estableció contacto con el Marlin por radio. El barco estaba anclado frente a la isla de Abu Musa. Fender Browne mantenía frecuentes contactos con el lento convoy de McDermott: poco a poco, las barcazas se acercaban a la isla surcando las aguas del Golfo. Aquella noche, el coronel Buttres llegó al bar «Ten Tola» a eso de las diez. Fue a ver a Fitz al majlis y le entregó una nota.

—¿Debo abrirla ahora? —preguntó Fitz.

—Como quieras —respondió Buttres—. Es un requerimiento para que tú y el representante de la «Hemisphere Petroleum» os personéis, a las diez y media de la mañana, en la Comandancia del TOS, en Sharjah. Brian Falmey estará allí presente, y creemos que el residente político de Bahrein asistirá también a la reunión.

—Pon las once y media y te aseguro que estaremos allí —respondió Fitz.

Buttres asintió y se quedó con Fitz un rato. Finalmente, se marchó, y Fitz anduvo de un lado para otro por el restaurante, saludando a unos y otros y, ocasionalmente, invitando a beber a algunos clientes. Luego se trasladó al aeropuerto, donde se encontró con Irwin Shuster y Jack Tepper.

—Sé que es tarde —dijo Fitz, cuando se acercaban al hotel—. De todos modos, han ocurrido muchas cosas y creo que deberíamos reunirnos temprano por la mañana para decidir qué vamos a hacer.

A las ocho de la mañana, Fitz regresaba al «Hotel Carlton» para tomar café en la suite de Shuster y Tepper.

El que Brian Falmey vigilara estrechamente todos los detalles relativos a las operaciones de la «British Petroleum Company», se hizo evidente cuando, a las ocho y media, un oficial británico uniformado de la Policía colonial llamara a la suite de Shuster.

Fitz abrió y cogió el sobre que el otro le entregaba.

—Ya me haré cargo yo —dijo—. Soy el representante de la «Hemisphere» aquí.

El oficial de la Policía colonial entregó el sobre a Fitz, se volvió ágilmente, girando sobre sus talones, y se alejó por el pasillo.

Fitz entregó el comunicado al abogado.

—Aquí tiene su carta del comandante de Policía de Sharjah.

En un lenguaje frío y normal, el comunicado, dirigido a la «Hemisphere Petroleum Company», 420 Park Avenue, Nueva York, USA, certifica que su Alteza, el monarca de Sharjah, había recibido noticias según las cuales la plataforma de extracción de la «Hemisphere» se hallaba a veinte millas de la isla de Abu Musa. Su Alteza estaba francamente alarmado ante la posibilidad de que la «Hemisphere» intentara establecer la plataforma dentro de los límites de doce millas del cinturón marítimo que rodeaba a Abu Musa.

Su Alteza prohíbe dicha intrusión —seguía diciendo el comunicado—, y la considerará como una acción ilegal en caso de que se concretara.

El comunicado seguía diciendo que Su Alteza estaba dispuesto a someter la controversia a una mediación, pero que, en el ínterin, el Gobierno de Sharjah haría responsables a la «Hemisphere» y a sus afiliados de las consecuencias de cualquier intrusión dentro de los límites territoriales de Sharjah, incluyendo, por supuesto, el cinturón marítimo de doce millas en torno a Abu Musa.

—No pierden tiempo para advertirnos —dijo Shuster, sombríamente.

—Yo también he recibido noticias de Falmey —dijo Fitz—. Nos ha citado en el despacho del comandante del Cuerpo de Exploradores de Omán, Ken Buttres. Quiero hablar antes con el jeque Hamed. Os veré en el despacho del coronel Buttres.

Fitz hizo de nuevo el viaje a lo largo de la línea de la costa y atravesando los demás emiratos en dirección a Kajmira, adonde llegó alrededor de las diez de la mañana. Entró a la fortaleza, donde le esperaban el jeque Hamed y el jeque Saqr. Se le ofreció la taza de café ritual y, tras aceptarla, Fitz recibió de manos de sus interlocutores el comunicado oficial, redactado, según la costumbre, en inglés a un lado y en árabe al otro. Fitz lo leyó; ocupaba tres páginas. Era una carta en la que, simplemente, se decía en lenguaje oficial lo que Falmey había comunicado ya verbalmente a Hamed. Falmey, como Agente Político de Su Majestad, recomendaba formalmente —es decir, pedía— al jeque Hamed que ordenara de inmediato, y de manera oficial, a la «Hemisphere Petroleum», que cesara en sus operaciones dentro del límite de las doce millas de la isla de Abu Musa. Fitz devolvió la carta al soberano.

—¿Qué piensa hacer, Alteza? —preguntó.

—He discutido el problema con mi hijo, y ambos hemos decidido no imponer límites a las operaciones de la «Hemisphere», al menos por el momento —respondió el soberano, encogiéndose de hombros expresivamente, con los ojos en blanco—. Todos sabemos lo inútil y tonto que puede ser tratar de enfrentarse con los ingleses. Con su Cuerpo de Exploradores de Omán, con sus aviones, con sus oficiales al mando de los destacamentos policiales de todos los Estados de la zona, y con una unidad del Ejército inglés estacionada en Sharjah, ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer ante todo eso?

—Resistan cuanto puedan, Alteza —aconsejó Fitz.

Fitz insistiría con todas sus fuerzas ante la «Hemisphere» para que comprara un helicóptero. Pensaba en eso mientras regresaba, por el desierto, hasta Sharjah. Poco más tarde llegó a la comandancia del Cuerpo de Exploradores de Omán y, escoltado por su amigo, el mayor Tom Rudd —el más antiguo oficial británico de servicio en los Estados de la Tregua— hizo su entrada en la oficina del coronel Buttres. Brian Falmey y su diputado se encontraban presentes, al igual que Irwin Shuster y Jack Tepper.

—Debo suponer que viene directamente de Kajmira —dijo Falmey, con un tonillo triunfalista en la voz.

—Ha acertado —replicó Fitz, secamente.

—Eso quiere decir que ha leído la carta, ¿verdad?

Fitz se volvió hacia Shuster y Tepper.

—Acabo de leer un documento de tres páginas enviado por el Agente Político de Su Majestad al soberano de Kajmira. En dicho documento, Falmey recomienda —dijo Fitz, sonriendo amargamente al mirar a Shuster y Tepper—, y supongo que sabrán lo que significa una «recomendación» por estos lares cuando proviene del mua’atamad. Recomienda, digo, que el jeque Hamed nos ordene oficialmente abandonar todo intento de iniciar las operaciones dentro del límite de las doce millas en torno a la isla de Abu Musa. Incidentalmente, puedo comunicaros que el jeque Hamed no ha dado aún esa orden. Acabo de estar con él.

—El jeque Hamed, soberano de Kajmira, impondrá muy pronto restricciones a la «Hemisphere» —apuntó Falmey, con un tono de voz de plena certeza, que no admitía objeciones.

El significado del lugar en el que los ingleses habían decidido celebrar aquella entrevista, no escapó a Fitz, Shuster ni Tepper. El Cuerpo de Exploradores de Omán representaba la constante amenaza de fuerza con la que se apoyaba la resolución de todos los objetivos que el Gobierno de Su Majestad se planteara en la zona. El coronel Buttres —quien miró a Fitz hasta con cierta simpatía desde detrás de su escritorio— sería el encargado de aplicar dicha fuerza coercitiva en caso que se hiciera necesaria para apoyar alguna decisión de orden político. Una discusión inútil y escabrosa se prolongó durante cuarenta y cinco minutos, durante los cuales, Brian Falmey reiteró una y otra vez los motivos por los cuales la «Hemisphere» no podría seguir adelante en sus operaciones dentro del límite de las doce millas en torno a Abu Musa, hasta que la situación se hubiera solucionado. Eso tardaría al menos tres meses, tal vez más. El Gobierno de Su Majestad estaba dispuesto a asegurar que dichas negociaciones se celebraran a la mayor brevedad posible.

Shuster, el consejero de la Compañía neoyorquina, estaba completamente despistado y no sabía cómo abordar el problema. Era evidente que el Gobierno británico le había hecho una tremenda jugarreta a la «Hemisphere»; en una palabra, la había engañado. Por otra parte, allí no regía más Ley que la emanada del poderío británico. Una y otra vez, Shuster reiteró que, de acuerdo con los convenios testificados por el Foreign Office en Londres, la «Hemisphere Petroleum» tenía pleno derecho a iniciar las perforaciones. Al fin, cuando ya era evidente que las discusiones no conducirían a ninguna solución, Fitz sugirió que lo mejor que podía hacerse era dar por terminada la entrevista.

Mr. Shuster, dígame cuáles son exactamente sus intenciones —inquirió Falmey.

—Mi empresa, la «Hemisphere Petroleum», se reserva el derecho a actuar de acuerdo con los convenios pactados y en defensa de sus intereses, siempre según lo especificado en dichos convenios. Nos reservamos el derecho a ejercer cualquier opción de las muchas que nos concede el convenio firmado por nosotros, el jeque Hamed y el Foreign Office inglés.

Tras hablar así, Shuster se puso de pie, seguido de inmediato por Tepper y Fitz. Fitz saludó agitando una mano al coronel Buttres y los tres abandonaron la comandancia. Una vez fuera, Fitz sugirió que lo mejor era volver a reunirse en el bar «Ten Tola», donde Majid Jabir se les uniría.

Como siempre, el «Ten Tola» estaba lleno cuando llegaron. Se sentaron a la mesa de Fitz y cotejaron sus opiniones. Apenas habían pedido las bebidas cuando apareció Majid Jabir. Fue puesto al corriente de todo lo ocurrido. Tras pensar unos instantes, Majid les aconsejó, tanto en su calidad de gobernante como de socio de la empresa, que lo mejor era seguir adelante con las operaciones. Mientras tanto, sugirió que redactaran una carta dirigida al Gobierno de Su Majestad, en la cual Hamed explicara todos los motivos que lo llevaban a rechazar las sugerencias de impedir que sus concesionarios siguieran adelante con las excavaciones dentro del límite de las doce millas.

—Detesto decir esto —empezó diciendo Shuster—, pero la verdad es que tengo la impresión de que Brian Falmey está de acuerdo con esa oscura Compañía petrolífera que acaba de firmar un convenio con Sharjah. Ellos son los que van a salir más beneficiados de todo este embrollo.

—Supongo que para un norteamericano, las cosas pueden tener ese aspecto —replicó, pensativo, Majid Jabir—. Pero como árabe que ha negociado ampliamente con los ingleses; como árabe que odia los tentáculos ingleses que impiden que cualquier soberano árabe pueda tomar sus propias decisiones; como árabe que ha visto personalmente cómo los ingleses deponían sin contemplaciones a tres monarcas árabes que se habían osado enfrentarse a ellos… a pesar de todo eso, sigo sin estar de acuerdo con usted, Mr. Shuster. En mi larga vida, nunca he encontrado el menor vestigio de corrupción entre los agentes políticos o los residentes políticos británicos. Estupidez sí he encontrado, por supuesto, y mezquindad también. A menudo son hombres vanidosos y, sin duda, todos están hambrientos por obtener, primero, la OBE[8], que Brian Falmey ya tiene en su poder, y como culminación, por supuesto, la KBE[9], es decir, que los nombren caballeros. Brian Falmey pertenece a esa clase de hombres mucho más interesados de que, cuando llegue el momento, se les conozca como Sir, que en sacar tajada de los turbios manejos de cualquier empresa petrolífera. Sea como fuere, si yo estuviera detrás de todo este asunto, podéis estar seguros de que sacaría algún beneficio.

—Como ocurre casi siempre —asintió Fitz, como otorgando una bendición—. Le diré a Sepah que me lleve hasta el Marlin en la nave más veloz que posea. Quiero estar allí cuando lleguen las lanchas de McDermott.

Fitz se mostraba decidido.

—Tenemos que hacer lo imposible por llegar allí antes de que anochezca —decía—. Mientras tanto, tú, Irwin, lo mejor que puedes hacer es redactar esa carta para que Hamed la firme, y asegurarte luego de que la misma es entregada en la oficina de Falmey, aquí en la ensenada. Trataremos de acelerar al máximo las operaciones, para tener instalada la torre mañana por la noche.

—Al parecer no nos queda otra alternativa —asintió Shuster—. Este lugar es bastante duro como para hacer valer las leyes —comentó.

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