Dubai

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Primera parte » Capítulo primero

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Siempre había hecho todo lo posible por evitar a la Prensa, aunque le había sido difícil lograrlo en Vietnam, donde había llegado a desconfiar de todos los periodistas e incluso a detestar profundamente a muchos de ellos.

—Parece ser que el reportero en cuestión le conoce a usted. Lo conoció en Vietnam y ha oído decir que está usted muy enterado de lo que ocurre en el Oriente Medio.

—¿Un reportero que me conoce? ¿A mí? —preguntó Fitz, incrédulo.

—Se llama… —El general consultó el informe— Sam Gold. ¿Le dice algo ese nombre?

Fitz hizo una mueca.

—Sí. Con que por fin se marchó de Saigón… Escribía para uno de los periódicos más influyentes de los Estados Unidos. No puedo recordar exactamente cuál, un periódico de Nueva York o de Chicago.

—El

Star de Nueva York —indicó el general.

—Lo único que recuerdo es que tenía fama de no haber salido nunca de Saigón hacia el campo de batalla. Conseguía toda su información haciendo entrevistas a los oficiales y a otros periodistas que sí habían salido de la ciudad. Y no tenía escrúpulos si había que retorcer las palabras para conseguir un buen reportaje. No quiero verlo. Tuve suerte de que no me metiera en problemas en Vietnam. Con aquello tuve suficiente.

—De acuerdo con este informe del oficial de Información, el embajador se mostraría muy agradecido si le concediera esta entrevista. Lo más probable es que tenga usted una idea mucho más clara de lo que ocurre aquí en el Oriente Medio que cualquier otro americano funcionario de la Embajada. ¿Lo recibirá, Fitz? —Era más una orden que una pregunta—. No necesita decirle nada; simplemente hay que mostrarse corteses, con ese periódico de Nueva York, dejando que uno de sus reporteros se entreviste con nosotros, ¿de acuerdo?

Hubo una pausa. Luego, Fitz dijo, renuente:

—De acuerdo.

Mr. Gold vendrá por aquí a las cuatro de la tarde. Haré que lo hagan pasar a su oficina.

—Lo estaré esperando.

Fitz no podría haber dicho exactamente por qué temía aquella entrevista. Tal vez se trataba, simplemente, de la desconfianza que sentía por la Prensa en general y por Sam Gold en particular. Fitz había sido asignado a las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos en Vietnam con el cargo de Oficial Jefe de Información y entonces fue cuando se topó por primera vez con Sam Gold. Por segunda vez en su carrera se encontraba luciendo la boina verde de las unidades de élite. Estaba bien calificado para volver a la unidad, habiendo sido paracaidista e instructor en guerra de guerrillas de Fort Bragg. Esta designación había tenido lugar después de su misión como consejero del rey Hussein para la creación de un grupo especial de comando en el Ejército jordano. El rey se había mostrado tan complacido con el trabajo de Fitz, que incluso llegó a ofrecerle un contrato de cinco años como general del Ejército, con un sueldo de cincuenta mil dólares al año, más todos los gastos. Pero Fitz era un oficial de carrera del Ejército norteamericano y no tenía ganas de cortar su carrera de esa forma.

A fines de 1965, el teniente coronel Lodd estaba considerado como la persona mejor informada respecto a las operaciones fronterizas norteamericanas hacia el interior de Laos, Camboya e incluso Vietnam del Norte. Ocasionalmente, cada vez que llegaba a la Prensa el rumor, a veces fantasioso y otras veces auténtico, de una operación a través de las fronteras llevada a cabo por los Boinas Verdes, los periodistas exigían que se les dieran datos concretos, y entonces Fitz se veía obligado a cumplir la desagradable tarea de despistarlos, lo cual no era fácil, pues los periodistas estaban verdaderamente ansiosos de obtener reportajes sensacionales. No importaba lo que dijera o de qué forma respondiera a las preguntas de la Prensa, lo cierto era que Sam Gold siempre lo citaba retorciendo sus palabras y obteniendo de esa forma historias verdaderamente sensacionales para los lectores de su periódico, ávidos de sensaciones. Esos reportajes causaban verdadera conmoción en los cuarteles del Alto Mando, al menos una vez a la semana.

Sam Gold, de baja estatura, rechoncho y desagradablemente cordial y de buenas maneras, entró en la oficina de Fitz exactamente a las cuatro en punto. Llevaba en una mano un vasito de papel, con café. De esa forma lo recordaba Fitz en los días de Saigón: siempre con un vasito de café en la mano.

—Buenas tardes, coronel Lodd. Es un verdadero placer volver a verle.

—¿Qué tal,

Mr. Gold? —replicó Fitz, en guardia—. ¿De veras ha pedido usted autorización para hablar específicamente conmigo?

—¿Por qué no? En recuerdo de los viejos tiempos, ¿entiende? Por todo lo que vivimos juntos en Saigón. No bien leí su nombre en la lista de la Embajada de esta ciudad, comprendí que entre nosotros las cosas podrían ir más de prisa y mejor que si tuviera que empezar a hablar en frío, con alguna otra persona. Por otra parte, dondequiera que esté usted, siempre conocerá al dedillo lo que está pasando. ¿Qué ocurre por esta parte del mundo? ¿Seguimos enviando armas para ayudar a las guerrillas kurdas a derrocar al Gobierno de Irak?

—Y yo he dejado de castigar a mi mujer, ¿eh, Gold?

El reportero rió.

—Simplemente, estoy tratando de entender qué es lo que pasa por aquí, coronel, procurando captar la escena, verla en un plano general. Después de cinco años en Vietnam, conozco el Sudeste asiático mejor que cualquier reportero… O que cualquier soldado —agregó—. Ahora tengo que empezar otra vez por el principio y enterarme de lo que ocurre en el Oriente Medio. Usted estuvo asignado en misión de servicio con los kurdos, antes de ser trasladado a Vietnam, ¿verdad?

—Viví algún tiempo en Irak, cierto. Y también es verdad que formé parte de una misión americana a las montañas para brindar ayuda y cuidados médicos a los miembros de las tribus de la zona, la primera ayuda médica que recibieron jamás. También ayudamos a educarlos en higiene.

—Seguimos tratando de ayudar a los kurdos, ¿verdad?

—Pero no entregándoles armas, no por ese medio —replicó Fitz.

—Entonces, ¿cómo es posible que empleen rifles fabricados en los Estados Unidos? —replicó, a su vez, Sam—. Se los damos al

Sha para que se encargue de pasárselos a su vez a los kurdos, ¿verdad?

—Lo que el

Sha pueda hacer con las armas que le vendemos, es algo que está fuera de mi conocimiento.

—Lo cierto es que seguimos mandando esa mercancía a Irán, ¿verdad? —Sam Gold sonrió de manera poco amistosa—. No tengo intención de hurgar en temas demasiado espinosos. En caso que esté demasiado cerca de la verdad, puede decirme simplemente que me calle. Ésa era su forma de actuar, invariable, en Saigón.

Sintiéndose a la defensiva, Fitz empezó a retroceder.

—Ese rumor al que se refiere usted hace años que circula por el mundo. Y claro que todos sabemos que los kurdos utilizan preferentemente armas norteamericanas, pero no pasa una semana sin que algún traficante de armas norteamericano no se presente en Irán. Algunos pasan por la Embajada, pero otros hacen sus negocios bajo mano, sin informar. Por tanto, le repetiré que nuestra postura, al menos en lo que entra dentro de mis conocimientos, es la de no vender armas a ningún grupo ni a ninguna potencia sin hacer pública dicha venta. Que yo sepa, no tenemos ningún negocio secreto de venta de armas en el Oriente Medio. ¿He respondido a su pregunta?

—No del todo. Pero en Saigón obraba usted exactamente igual. Pasemos a otra cosa. ¿Qué hay del petróleo? —preguntó Gold.

—¿Del petróleo? Ése sí que es un asunto verdaderamente grande.

—¿Cuándo va a subir los precios el

Sha y cuál es la postura de la Embajada?

—¿Por qué no le hace esa pregunta al oficial de Información de la Embajada? Porque se trata de un tema del que no sé nada. Yo pertenezco al Servicio de Información militar como usted sabe.

—Pero el problema del petróleo puede convertirse en asunto militar.

—Lo dudo. E insisto: ésos son asuntos de índole política.

Fitz empezó a preguntarse si sería posible que Sam Gold se las hubiera apañado para introducirse de alguna forma en el Servicio de Información privado de Hassian. Pero éste siempre había mantenido que sólo negociaba con oficiales del Servicio de Información. Por cierto que no podía ser una ventaja para él ver que sus informes, que tanto trabajo le había costado obtener, eran publicados en lugares que cualquiera podía leer.

—Le pido que me ayude un poco más, coronel.

De nuevo la ingenua petición de ayuda. El coronel sonrió tristemente, esperando.

—La verdad es que no estoy al tanto de nada en esta parte del mundo. No me encuentro aquí para escribir un reportaje. Simplemente busco información de fondo. No espero poder empezar a elaborar reportajes hasta dentro de un par de semanas más. Ahora ni siquiera sabría dónde buscar una buena historia.

—Conociéndole como le conozco,

Mr. Gold, sé que no pasará mucho tiempo antes de que el embajador en persona me llame para que le diga cómo diablos se las ha arreglado Sam Gold para obtener esa historia.

Fitz se sentía un poco aliviado, sabiendo que la entrevista no iba a servir como base para un artículo periodístico.

—Todos cumplimos nuestra misión coronel, cada uno la suya. Ahora permita que le pregunte: En el conflicto árabe israelí, Teherán es más bien neutral, ¿verdad?

—Sí, yo diría que sí. Los iraníes no son árabes, ni tampoco son judíos. Irán comercia con ambos bandos en conflicto y hace lo posible por mantener relaciones amistosas con todos los demás países del Oriente Medio.

—Tengo informes según los cuales la guerra va a reanudarse en un período muy breve. Ése es el motivo por el que estoy aquí. ¿Existe alguna información importante, que pueda brindarme a este respecto, teniendo en cuenta la posibilidad que le he mencionado?

—Se haya usted tan al tanto como yo de las tensiones existentes. No me sorprendería en absoluto ver que se reanudaran abiertamente las hostilidades.

—Los jodidos árabes están sedientos de sangre, ¿no le parece? Es muy posible que alguna noche de éstas se lancen en manada sobre Israel y maten a todo judío que encuentren a tiro. Y por ningún motivo, salvo el de odiar a los judíos. Sin embargo, los Estados Unidos siguen entregando armas y aviones a los árabes.

Mr. Gold, siendo como es usted un periodista responsable, tendría que darse cuenta de que hay dos puntos de vista respecto a este problema. —Fitz hacía todo lo posible por mantener un tono de voz normal—. Por algún motivo, la Prensa norteamericana en general se ha acercado a este problema de la misma forma que usted lo ha hecho, disparando sin desenfundar. Si la población norteamericana (favorable, claro está a los judíos), y los medios de comunicación se mostraran menos histéricos respecto al asunto y se tomaran la molestia de aprender sobre los árabes y llegar a comprenderlos, entendiendo, de paso, cuál es el punto de vista árabe en este asunto; y si los árabes fueran capaces, a su vez, de entender de esa misma manera el problema judío, entonces sí cabría la posibilidad de que Estados Unidos llevaran a cabo una política ecuánime en el Oriente Medio, política que quizá llevara a la consecución de una paz duradera en la zona.

Sam Gold sonrió ampliamente, sacó su libreta de apuntes, garrapateó algo en ella y volvió a guardarla. A Fitz no le gustaba nada el complacido aspecto del rostro del periodista.

Sam arrojó su cigarrillo dentro del vaso de café, lo colocó en el escritorio de Fitz y se puso en pie.

—Gracias, coronel. La verdad es que me ha sido de gran ayuda.

—Pero no le he dado mucha información de fondo,

Mr. Gold.

Fitz empezaba a alarmarse.

—Me ha dado algo mucho mejor. Un punto de vista.

Gold sonrió y extendió un brazo. Fitz se vio obligado a ponerse de pie —dando por terminada la breve entrevista—, y a estrechar la mano húmeda y blanda del periodista.

—En caso de que necesite más material de referencia, hágamelo saber —dijo Fitz, con suma cortesía.

—Gracias, coronel.

Con la sonrisa astuta iluminándole aún el rostro, Sam Gold abandonó la oficina de Fitz.

Fitz sentía un nudo en el estómago a causa de la honda preocupación que lo embargaba. No estaba muy seguro de qué era lo que había sucedido en la entrevista, pero sí tenía la plena certeza de que muy pronto tendría que arrepentirse de haber aceptado entrevistarse con Sam Gold.

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