Dubai

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Primera parte » Capítulo II

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Fitz volvió a sentarse para leer los cables. El primero le produjo un nudo en las tripas. Provenía de Tel-Aviv y decía:

Nos hemos enterado que has caído, como se dice en lenguaje popular, en una trampa. ¿Qué ha ocurrido? ¿Hay algo que podamos hacer? (firmado) Shlomo.

Fitz pulsó un botón, y antes que entrara el mensajero procedente del cuarto de cables, ya había escrito una respuesta para su amigo, diputado del ministro de Información de Israel. Luego leyó los otros cables. Cuando llegó al cable procedente de Dubai, lo estudió atentamente. Sus viejos amigos de Dubai no se habían olvidado de él.

Nos agradaría enormemente que pasaras a formar parte de nuestra comunidad de hombres de negocios. Aquí hay muchas oportunidades. Nos sentiríamos verdaderamente honrados de tenerte como consejero y asesor. Esperamos tu visita. La Aduana y la oficina de Inmigración ya han sido advertidas para que te traten con toda cortesía. (Firmado) S. A. Rachid, gobernador.

Fitz pensó en Dubai y en el príncipe mercader que gobernaba, con probada eficacia, su pequeño califato, perteneciente a los Estados del Tratado. Aunque Dubai no recibía beneficios procedentes del petróleo en forma de

royalties, como el opulento califato vecino de Abu Dhabi, el jeque Rashid bin Said al Maktoum había convertido a su pequeño Estado en el más lucrativo puerto franco del golfo de Arabia. Dubai había accedido a la opulencia pese a no tener petróleo, aunque las prospecciones se llevaban a cabo sin interrupción en el desierto que se extendía detrás de Dubai y en el lecho oceánico frente a las costas del pequeño emirato. Dicha zona, que en otra época se llamó Costa de los Piratas, era conocida ahora por la Costa del Contrabando. Esto no quiere decir que hubiera contrabando de mercancías hacia Dubai —no había obligaciones aduaneras y, por tanto, no existía el contrabando, a excepción del opio y el hachís—, pero el negocio amablemente llamado de «reexportación» producía enormes fortunas de la mañana a la noche. Desde Dubai se embarcaban artículos tan prohibidos o tan castigados por los derechos aduaneros como el oro, los cigarrillos y los licores, que iban hacia la India, Pakistán e Irán.

Una invitación para convertirse en consejero y asesor de Rashid era algo que no podía descartarse con ligereza. Y, por más que Fitz había recibido numerosas invitaciones para visitar e incluso para residir en varios Estados árabes, la verdad es que Dubai parecía prometer los mayores beneficios económicos, en caso de que ése fuera ahora el principal interés de Fitz en la vida.

Fitz no se sorprendió en absoluto cuando, a las cuatro en punto, fue llamado a comparecer en la oficina del general Fielding. Se sentó frente al escritorio de su superior y esperó que el general iniciara la conversación.

—¿Ha decidido por fin qué va a hacer? —preguntó el general con voz áspera, tratando de disimular el embarazo que lo embargaba.

—Me gustaría tratar de seguir adelante en mi carrera militar, pero estimo que a estas alturas es una causa perdida.

Fielding se mantuvo en silencio, esperando que Fitz agregara alguna otra cosa. Tras unos instantes de incómodo silencio, Fielding dijo:

—Un miembro del Congreso por Nueva York tiene intención de personarse aquí dentro de pocos días. Sería de veras estupendo poder cablegrafiar al Departamento de Estado y al Departamento de Defensa informándolos de que el caso ya ha sido aclarado, de forma que ese jodido representante que busca antisemitismo en las Embajadas norteamericanas, se encontrara con que no tiene nada que hacer.

Fitz se encogió de hombros.

—Está bien, supongo que es la única solución. ¿Tiene ya preparados los documentos? Pediré mi retiro y trataré de buscar por ahí una nueva forma de vida.

Fielding, con una amplia sonrisa, se puso de pie, dio la vuelta en torno al escritorio y puso una mano sobre un hombro de Fitz.

—Excelente decisión, Lodd. Y ya sabe que, en cualquier cosa que decida emprender, nosotros, la Embajada, lo ayudaremos en todo lo que nos sea posible.

Una amarga sonrisa surcó los labios de Fitz al tiempo que recordaba la advertencia de Oscar Bealle: «Mantente alejado del Vietnam, no te metas en ninguna controversia y llegarás a lo más alto».

—Lo tendré todo dispuesto —siguió diciendo Fielding—. Paga retroactiva, formularios para la paga de la pensión, permisos. Por la mañana nos haremos cargo de todo.

«Están ansiosos por quitarse de encima al paria», pensó Fitz.

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