Dubai

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Segunda parte » Capítulo IV

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—Fitz, me temo que no hemos puesto las cosas en claro esta mañana. No vas a decirme simplemente lo que hay que hacer, sino que vas a hacerlo. Y luego me acompañarás en nuestro primer viaje a la India a bordo de esa cañonera disfrazada y enseñarás a mis hombres lo que tienen que hacer para volar por los aires una lancha patrullera del servicio de guardacostas hindú. ¿Sabes? Cuando hagamos ese viaje a Bombay, llevaremos a bordo un mínimo de ochenta mil barras de las llamadas «ten-tola» —de forma casi distraída, Sepah estiró un brazo hacia la mesa junto a su sofá y cogió una pequeña barra de oro destellante, haciéndola descansar confortablemente en la palma de su mano—. ¿Nunca habías visto una barra «ten-tola»? Pesa tres onzas y cuarto.

Sepah la empujó hacia Fitz, que a su vez la cogió y la puso en la palma de su mano.

—Nuestro cargamento nos costará diez millones de dólares aquí en Dubai, pagando el oro al precio oficial internacional. En la India, representará una venta que triplicará el precio inicial, es decir treinta millones de dólares. Como puedes ver, los beneficios a obtener en esos breves viajes son indudablemente considerables.

Sepah se inclinó hacia delante:

—Tú, Fitz, tienes la gran oportunidad de compartir esos enormes beneficios. Ya conoces nuestra proposición, y estoy hablando no sólo en mi nombre, sino también en nombre de todas las demás personas involucradas en la financiación de este embarque. Por tu participación en los riesgos te daremos el dos por ciento de los beneficios de nuestro primer viaje y el uno por ciento de lo que se obtenga con los tres viajes siguientes. ¡Espera! Primero saca la cuenta de lo que representa el dos por ciento de veinte millones de dólares. Y luego, sin hacer nada, no importando dónde te encuentres, recibirás el uno por ciento de diez millones de dólares más o menos por los tres viajes siguientes, siempre y cuando no ocurra ningún accidente, claro está. Pero con tus armas y tu encargo de entrenar a mis hombres, asumo que en esta temporada no sufriremos ningún tipo de accidente. Según mis cálculos, puedes reunir medio millón de dólares, bastante más incluso, aquí en Dubai, y todo libre de impuestos.

Lentamente, Fitz terminó de beber su copa y puso la misma vacía sobre la mesa.

—Va a resultar un negocio caro tratar de adquirir esas armas —dijo.

—No te preocupes por los gastos. ¿Puedes conseguir los cañones y tenerlos instalados en el barco de aquí a dos meses? Sólo podremos hacer cuatro viajes entre una estación de tormentas y la siguiente. Cuatro viajes por año. Por eso debemos estar listos para zarpar en setiembre.

Fitz caviló sobre la proposición.

—Los Estados Unidos han estado introduciendo en Irán muchos cañones de veinte milímetros con silenciadores y balas de nitroguanidina —empezó diciendo—. El

Sha, a su vez, se las envía a los kurdos que combaten en las montañas de Irak. Se trata de un armamento ideal para el tipo de insurgencia que los kurdos llevan a cabo contra el Ejército de Irak.

—Tú puedes conseguir esas armas —dijo Sepah, con gran certidumbre.

—Supongo que habrá algún medio de hacernos con ellas. Y luego tendré que hacer arreglos para trasladar las armas a Bandar Abbas. Una vez allí, estoy seguro de que tus hombres podrán hacerse cargo de las mismas.

—Dalo por hecho —replicó Sepah—. ¿Cuándo?

—Tendré que regresar a Teherán y entablar contacto con algunos amigos míos procedentes de los servicios de inteligencia del

Sha. ¿De qué forma puedo pagar esas armas?

—Escoge el Banco que más te plazca. El dinero estará allí.

Fitz se volvió hacia Ibrahim.

—Ahora que me acuerdo, si me voy a quedar en Dubai, ¿dónde voy a vivir? No puedo transformarme en residente permanente de la casa de huéspedes del jeque.

Ibrahim miró a Sepah, que puso una mano sobre un hombro de Fitz.

—Estoy a punto de terminar una casa en unas tierras que el jeque me dio sobre la playa de Jumeira. Le daré órdenes al constructor para que se dé prisa y supongo que, en un par de semanas, estará terminada. Puedes vivir ahí hasta que te hagas tu propia casa. Tengo la certeza de que el jeque hará posible que se te entregue un hermoso trozo de playa. Oh, y mi nueva casa tiene aire acondicionado. De esa forma, este verano no lo pasarás mal, cuando estés en casa.

—Además, el jeque lo ha arreglado todo para que te den un coche en las cocheras reales —agregó Ibrahim—. Hay dos coches deportivos marca «Mercedes Benz» que nadie usa.

—¿Y un «Land Rover»? —preguntó Fitz.

—Claro que sí, si es lo que prefieres —le respondió Ibrahim.

—Es un coche mucho más práctico —dijo Fitz—. Una sola cosa más.

Una sonrisa de vacilación curvó brevemente las comisuras de sus labios.

—Lo que quieras —dijo Sepah, urgiéndolo.

—Conozco la política existente en estos países respecto a la concesión de visados a mujeres solas. Sé que vosotros no extendéis esos visados. Pero hay una chica trabajando en la Embajada americana de Teherán cuya compañía me hace mucho bien. De ser posible, me gustaría poder traerla aquí, aunque sea de visita.

Ibrahim puso semblante preocupado, pero Sepah rió francamente señalando que no habría problemas en ese asunto y que todo estaría dispuesto en el momento en que la chica estuviera lista para hacer el viaje.

—Ya ves que nuestro Ibrahim es un viejo beduino convencional —dijo—. A él no le importaría que un occidental como tú se desesperara por tener compañía femenina y no pudiera obtenerla, ya que ninguna mujer árabe puede tener contacto con un hombre que no sea de su familia, excepto aquél con el que vaya a desposarse, y aun así, ese contacto sólo se consuma en la noche de bodas. Pero el jeque y yo comprendemos que un extranjero necesita tener a su lado a su mujer mientras se halla entre nosotros.

—Gracias, Sepah.

—Y ahora, creo que ha llegado el momento de que almorcemos algo. Podremos elaborar planes más detallados después de almorzar.

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