Dubai

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Segunda parte » Capítulo V

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Después de los cócteles y la cena en la residencia de huéspedes del jeque, John Stakes llamó a Fitz aparte. Tanto Fender Browne como Tim McLaren se encontraban de humor muy jovial. El jeque les había garantizado que obtendrían lo que deseaban. Ahora era sólo cuestión de ponerse a hacer lo que mejor sabían hacer: Fender organizando y montando un centro de suministro de materiales para la prospección y extracción de petróleo y Tim estableciendo un Banco.

—Fitz —empezó diciendo el inglés de pelo blanco—, creo que tengo una proposición muy interesante para hacerte. Comprenderás que podríamos ayudarnos mucho mutuamente, si quisiéramos.

Fitz sonrió torciendo la boca.

—Dispara, John. Parece que hoy me ha tocado recibir proposiciones y más proposiciones.

—Esto es algo que tiene que ver con las inversiones árabes en los Estados Unidos. Mi socio en esta empresa, un joven norteamericano, llegará a Dubai en dos o tres semanas. Se llama Thornwell, Harcourt Thornwell, y procede de Boston.

—Espléndida ciudad —dijo Fitz, para dar ánimos a su interlocutor.

—Cierto. Los familiares del joven Thornwell son principalmente banqueros, aunque entre sus inversiones contaban también con un periódico y una cadena de televisión en la ciudad. Cuando Courty, que es como lo llaman sus amigos, salió de Harvard, se ocupó inmediatamente de los intereses familiares en medios de comunicación, y fue puesto al mando tanto del periódico como de la cadena de televisión. Durante ocho años, fue una verdadera figura de los medios de comunicación, con la que había que contar en toda América, hasta el punto de que logró convencer a su familia para que lo dejaran expandir sus intereses. En el momento culminante del reinado de Courty, la familia llegó a poseer otras tres cadenas de televisión en color y otros cuatro periódicos distribuidos por toda América.

—Un aplauso para Courty —dijo Fitz, poniéndose de pie—. Creo que voy a prepararme un trago. Tal vez de esa forma pueda dormir mejor.

—Te acompaño. Estoy intentando resumirte la situación de la manera más coherente, ¿comprendes?

—Oh, claro.

Después de haberse preparado cada uno su bebida y vuelto a sentarse en sus respectivos asientos, John Stakes prosiguió con su relato.

—A lo que quería llegar es al hecho de que Courty conoce a todos los editores de periódicos y a todos los propietarios de estaciones de televisión de América. Sólo tiene treinta y dos años pero, probablemente, es el más conocido de todos los individuos que ahora se encuentran

fuera del negocio. Lo que sucedió fue que su familia de Boston vendió el imperio de medios de comunicación que Courty había edificado obteniendo enormes beneficios. Los banqueros llegaron a la conclusión de que estaban en el negocio de hacer dinero, no de manejar medios de comunicación. Yo me encontré con Courty, un joven muy deprimido, el año pasado, en su casa de Jamaica. No está casado y había junto a él una hermosa rubia francesa tratando de consolarlo por la pérdida de su negocio.

—¿Y cómo llegaste a conocerlo? —preguntó Fitz.

John se aclaró la garganta antes de beber otro sorbo de su copa.

—Bien, puesto que sin duda harás todas las investigaciones del caso relativas a mi persona, más vale que me adelante y te diga que tengo la reputación, no merecida, por supuesto, de ser algo así como un oportunista. Mi negocio es enterarme de la existencia de proposiciones interesantes y ponerlas en conocimiento de los que pueden darse el lujo de aceptarlas o estudiarlas. Hace mucho tiempo estuve involucrado en las concesiones petrolíferas por varios puntos de Oriente Medio. Es por ese motivo por lo que he llegado a conocer a tantos de los gobernantes que rigen esta parte del mundo.

—Y oíste decir que Courty era un joven rico y, por lo tanto, un inversor potencial para alguno de tus tortuosos negocios.

—Mis sistemas son básicamente honrados, amigo. De todos modos, la verdad es que hice un esfuerzo para encontrarme con Courty en la Copa Tryall de golf, en la que tomaba parte. Luego me invitó a cenar.

—¿Y en qué diablos pensabas involucrar a Courty? —A su pesar, Fitz empezaba a sentirse cada vez más interesado por el relato.

—La verdad es que, en este caso, el asunto funcionó a la inversa. Fue Courty el que me hizo un planteamiento y yo el que de golpe, se encontró envuelto en el mismo.

—¿Y éste es el enredo del que piensas que yo puedo tomar parte?

—Precisamente.

—Soy todo oídos, John.

—Courty no anda escaso de dinero, ni mucho menos, pero lo que planea hacer necesita enormes cantidades de capital. Quiere lanzarse a la creación de una red de comunicaciones que se convierta en la más poderosa de América.

—¿Por qué no va, simplemente, y adquiere el

New York Times?

—No creas que no quiere agregarlo a sus intereses, al contrario. Pero piensa que el periódico tiene que sufrir todavía dos o tres golpes duros antes que él pueda estar capacitado para adquirirlo —respondió Stakes.

—Creo que voy entendiendo a dónde quieres llegar. Continúa.

—En la semana que pasé con Courty —siguió diciendo Stakes—, nos dedicamos a discutir un plan. Eso es en lo único que Courty ha estado pensando desde que su familia vendió las estaciones de televisión y los periódicos. Pero ¿dónde podría encontrar el dinero necesario para una empresa de tamaña envergadura? Literalmente, se trata de un proyecto de mil millones de dólares. Fue entonces cuando empecé a hablar del dinero que tienen los jeques y los monarcas de los países petrolíferos, y del dinero que, sin duda, seguirán ganando. Y fue entonces cuando se nos ocurrió la gran idea. Los árabes no tienen prácticamente ningún apoyo en los Estados Unidos. La industria de la comunicación, que es la que moldea la opinión pública, está controlada por los judíos. Si los árabes desean que su punto de vista se escuche y se atienda en América, deben adquirir el control de los medios de comunicación de los Estados Unidos. Harcourt Thornwell se hará cargo de las adquisiciones y de crear una red coherente de periódicos y estaciones de televisión al tiempo que los jeques árabes del petróleo serán los encargados de suministrar el dinero haciendo que América, en breve, se convierta en un país proárabe.

—Sólo hay una cosa que los árabes, por lo menos los que yo he conocido, siempre han querido aún más que ser amados, y es la de poder ser más ricos cada día —señaló Fitz.

—Una red de comunicaciones de ese tipo puede aportar enormes beneficios —dijo Stakes—. Courty opina que puede ser más lucrativa que cualquier otra empresa en la que los árabes pudieran invertir. Mira lo rico que ha llegado a ser vuestro presidente, gracias a la simple posesión de una estación de televisión en una ciudad de América.

—Por supuesto, porque nadie se atreve a competir con él en Austin, Texas —hizo notar Fitz—. Pero reconozco que la idea es estupenda.

—Eso es lo que les diremos a los líderes árabes —siguió diciendo Stakes—. He aquí un modo de hacer que América los comprenda, ganando dinero al mismo tiempo.

—¿Y dónde encajo yo? —preguntó Fitz, haciendo una mueca—. Ésa es una pregunta que parece haberme acosado todo el día.

—Donde encajas tú es en el hecho de que los líderes árabes no se olvidarán de ti, un oficial del Ejército americano que ha sido separado del servicio por hacer comentarios sobre los judíos. Después de todo, lo que cuenta es lo que ellos creen que tú dijiste —dijo Stakes—. Si te dispusieras a visitar a los líderes árabes estratégicos, acompañándonos a Courty y a mí, apuesto a que gobernantes y reyes se mostrarían aún más inclinados a acompañarnos en esta empresa. Naturalmente, para usar un vulgarismo de tu país, también tomarás parte en la acción y en sus beneficios.

—Naturalmente —Fitz permaneció en silencio varios minutos—. Es una idea demoníaca, genial. Incluso es posible que funcione, aunque supongo que va a ser difícil hacer que los árabes trabajen unidos, cooperando entre ellos mutuamente en una empresa de tamaña envergadura. Si ni siquiera pueden ganar una guerra, teniendo una proporción favorable de diez hombres por uno del enemigo.

—Yo he vivido en esta zona muchos años y sé que lo que dices es verdad. Pero toma a Rashid a modo de ejemplo. Cuando oyó lo que te había pasado por hablar a favor de los árabes, de inmediato te entregó una parte de su emirato.

—¿Quieres que yo recorra contigo el mundo árabe para juntar dinero procedente del petróleo en vistas a la realización de este proyecto?

—No sólo dinero procedente del petróleo, aunque sin duda ésa es la fuente principal. Obtendremos dinero de los Bancos árabes e incluso de Rashid, quien, te aseguro, se mostró entusiasmado con la idea. Quiere invertir dinero en el proyecto, extrayéndolo de sus distintas fuentes de ingresos.

—Tengo ciertos encargos que cumplir, actualmente —dijo Fitz, vacilando—. Sin embargo, si planificamos el asunto con cuidado, es posible que pueda viajar contigo y con tu amigo recorriendo el Oriente Medio para afianzar ese proyecto.

—Espléndido. Necesitaré un par de semanas al menos para planificar nuestro itinerario y asegurarme de que se nos recibirá en todas partes en los círculos más elevados posibles. Tal como te dije, Courty llegará a Dubai de aquí a dos o tres semanas. Por otra parte, se hará cargo de financiar todos nuestros gastos.

—Es bueno saber eso —dijo Fitz, poniéndose de pie—. Ha sido un gran día. Voy a intercambiar unas palabras con Tim McLaren respecto a los procedimientos habituales de los Bancos en el Oriente Medio y después haré lo posible por echarme un sueñecito.

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