Dubai

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Segunda parte » Capítulo X

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Abdul Hussein Abdullah había remolcado el barco que estaba construyendo para Sepah lejos de su embarcadero y de las miradas curiosas que pudieran fijarse en él desde el puente Maktoum, que se extendía sobre la ensenada entre Deira y Dubai. El barco se encontraba ahora emplazado en una especie de cala seca a la entrada de la ensenada, por el lado de Dubai, cercano a una obra que se estaba llevando a cabo de cara al Golfo, para crear el puerto de Maktoum, una necesidad reciente de un dique de aguas profundas, que proporcionaría espacio suficiente para que atracasen los buques más pesados y los petroleros que plagaban las aguas del golfo de Arabia.

Eran las dos de la madrugada y la temperatura había descendido a treinta y ocho grados soportables, cuando Fitz, con la ayuda del herrero de Abdul, trabajaba en la bodega del barco, alumbrándose con linternas. Se había necesitado un gran ingenio para instalar las monturas de los dos cañones de 20 mm, de tal manera que éstos, al retroceder, no destrozaran la base del barco. Fitz y Abdul habían discurrido un método de absorción del retroceso que conduciría el impulso del doble estallido de los «M-24 s» alrededor del costillaje del barco. Incluso así, Fitz había advertido que un fuego continuado de los cañones podría abombar fácilmente el robusto esqueleto del barco. El empleo de los cañones tendría que ejecutarse con dos o tres fogonazos cortos en cuestión de minutos.

Fitz estaba justificadamente orgulloso de la destreza que había demostrado al montar los cañones. Se había construido un armazón de tubos de acero en el interior del casco que cubría el armamento. Incluso en el ardor de la batalla, un disparador inexperto se vería incapaz de dirigir los cañones a una posición tal que desde dentro pudieran disparar al casco de la embarcación. Había llevado más tiempo instalar estos parapetos de seguridad que colocar las monturas del armamento. La línea de fuego en el lado del casco, cuando se giraba abiertamente hacia dentro, era escasamente de 30 cm de anchura y 6 cm de largo, entre los dos listones reforzados a ambos lados del bote. Había también una tronera en la popa del bote, ofreciendo a los dos «M-24 s» una capacidad aún más impresionante en el caso de que la embarcación se viera atacada por la retaguardia. La verdad es que la primera vez que se intentara detener este barco en alta mar, el buque ofensivo sería destruido irremediablemente. Y mientras no hubiera un superviviente, en un encuentro de este tipo, que pudiera informar a las autoridades de lo sucedido, no se tomarían contramedidas efectivas. Ya se encargarían de este problema los dos «treintas» y las ametralladoras pequeñas durante un tiempo, pensaba torvamente Fitz mientras trabajaba en el calor para tener el barco listo para su primera excursión de «re-exportación» de oro.

Hacia las tres de la madrugada, cuando el calor y la humedad disminuían, Fitz anunció que los dos cañones de combate de 20 mm estaban listos. Como siempre, Sepah permaneció cerca durante el tiempo que Fitz estuvo trabajando, como si estuviera memorizando todos los detalles técnicos de los esfuerzos de los americanos.

Fitz se enderezó, restregándose la espalda que le dolía de mala manera.

—¿Tomarás algo antes de marcharte? —preguntó Sepah a Fitz.

Fitz, naturalmente, estaba deseoso de volver a la maravillosa casita que Sepah le había prestado en la playa, pero era importante mantener las relaciones muy cordiales que ellos apreciaban, y por tanto, aceptó la invitación. Conduciendo el «Land Rover» que el gobernador le había prestado, Fitz siguió el coche de Sepah hacia la casa persa y respiró agradablemente el aire fresco de dentro, bebiendo la ginebra y las tónicas que un criado siempre alerta les había preparado.

—¿Así que las armas están listas? —Sepah le hizo una mueca de inmensa satisfacción.

Fitz indicó con la cabeza que no.

—Todas, excepto las ametralladoras de treinta calibres. Trabajo de una noche cuando el camarote que hemos desplazado se ponga en su sitio —replicó Fitz.

—Pero tú dijiste que harías el primer viaje a finales de setiembre. Falta todavía un mes.

Sepah hizo un gesto de contrariedad.

—Hay una demanda tremenda de oro en India y Pakistán hoy —explicó—. Se están retrasando muchas bodas hasta que los padres puedan obtener una cantidad apropiada de oro para adornar a la novia. Los hindúes ricos están desesperados por convertir sus lingotes de plata, las divisas americanas y británicas y los cheques de viaje que han adquirido, en oro. En lugar del millar de lingotes de diez toneladas que esperamos enviar, nos encargaremos probablemente de más de cien mil. Quizás habrá que embarcar tanto como quince millones de dólares con la fuerza de tus armas y, naturalmente, con tu habilidad como disparador.

Fitz apretó los labios. La inmensidad de su responsabilidad lo sumió en la incertidumbre.

—Supongo que esto me hace dos puntos más valioso.

—Por supuesto Fitz. Y no hay ni un inversionista en mi sindicato que envidie tu parte.

—Espero que guarden las armas como un secreto sagrado —dijo Fitz.

—¿Con el dinero que están invirtiendo? No debes preocuparte sobre la salida de las armas.

—Nada parece demasiado secreto por aquí. Hay ojos por todas partes.

—Lo que más me importa es que trajiste suficientes municiones —continuó Sepah, ignorando el comentario de Fitz—. Este barco tendrá que navegar mucho en los próximos años.

—Recargué los cargadores, como quedamos —replicó Fitz—. Cuatrocientos cartuchos para cada escopeta te debieran durar para cinco o seis tiroteos. Unas pocas granadas de veinte milímetros bien dirigidas debieran ser suficientes para destruir una lancha patrullera. Enseñaré a tus hombres a volar el control. Y si, más adelante, necesitas más municiones, sé dónde conseguirlas para ti.

Sepah dio unas palmaditas sobre el hombro de Fitz.

—Ya lo sé, Fitz, tengo toda la fe puesta en ti. Mi futuro es lo que se juega con esta nueva salida. Ésa es la razón por la que vuelvo sobre ello y si a veces parezco extremadamente ansioso, trata de entenderlo.

—Mientras la guardia costera de la India no tenga ni idea de la existencia de un barco armado de contrabando, todo está bien. Pero desgraciadamente me han visto multitud de árabes trabajando en ese barco.

Sepah se encogió de hombros.

—Recibí una llamada del coronel Buttres de las patrullas de la Tregua-Omán. Se interesó por el cargamento que traje desde algún lugar del Golfo hace unas semanas.

—¿Las armas? —preguntó Fitz, levantando la mirada.

—No iba a alarmarte, Fitz. Buttres puede tener muchos espías por la costa y puede creer que he traído artículos de ferretería, pero también sabe que no hago nada sin conocimiento y cooperación del gobernador, así que no se inmiscuirá.

Fitz suspiró, se recostó, examinó su bebida y tomó unos sorbos. Entonces dijo:

—Ahora que los veintes están instalados voy a traer a mi joven dama de la Embajada americana en Irán, para una visita.

—Ahora será un buen momento —asintió Sepah—. ¿Has hecho algo para conseguirle el visado? Puede ser un problema.

—¿Tú crees?

—Oh, ya conseguiremos uno. Pero tú sabes cómo son todos estos países árabes con las mujeres. A menos que traigas a una esposa, e incluso así es difícil; no les gustan las jóvenes mujeres occidentales paseando por ahí y excitando las pasiones de los jóvenes árabes solteros. Todo lo relacionado con el sexo es un asunto delicado aquí. Ya desde la infancia se enseña a todos los árabes que es pecado incluso pensar en las relaciones sexuales y lo peor que un joven puede hacer para perjudicar a la familia es hablar a alguien del sexo opuesto en un lugar cerrado o íntimo. No les cabe en la cabeza que un hombre y una mujer pueden estar juntos sin caer en la tentación de hacer el amor.

—Soy perfectamente consciente de esta actitud. Pero espero que el gobernador no insista en que todos los occidentales adopten las costumbres árabes —dijo Fitz.

—Naturalmente que no. Lo veré mañana y le diré que necesitas un visado. Escríbeme simplemente todos los detalles.

Sepah se acercó a su pupitre y sacó una carpeta de papel y una pluma que entregó a Fitz.

Fitz escribió el nombre de Laylah, el domicilio y la filiación que constaba en la Embajada y se lo devolvió a Sepah.

—Accidentalmente —dijo—, el Banco de Tim McLaren fue una gran ayuda para Irán. Espero que puedas ofrecerle algún negocio mientras vigorizas el cargamento de oro.

—Por supuesto. Dile que venga a verme. Compraremos oro de su Banco y procederemos al pago hindú del oro a través de él. ¿Comercia con plata?

—En este viaje que se avecina espero que se nos pagará mucho con plata. A los precios actuales, la plata vale un dólar veinte centavos la onza. Compramos el oro a treinta y cinco dólares la onza y lo vendemos en la India por unos ciento cinco dólares la onza, un doscientos por cien de beneficio. Así traeremos de vuelta ciento veintinueve libras de plata por cada libra de oro que trafiquemos. No existe ninguna ley en la India sobre la compra y venta de plata. Parecen tener cantidades ilimitadas de ésta y podemos vender tanto como podamos almacenar aquí.

—Estoy seguro de que McLaren tiene todos los recodos de la comunidad financiera a su favor.

—A propósito, Fitz, Majid se puso muy contento con la alfombra que le trajiste de Tabriz y, naturalmente, a mí me gustó mucho la mía. Lo que pasa es que Majid compra y vende buenas alfombras por todo el golfo de Arabia y reconoció la cualidad de la tuya. Naturalmente, como yo mismo y mi mujer —Sepah preguntó—. ¿Habla persa esa chica de la Embajada americana?

—La familia de su madre es persa, y la de su padre americana —respondió Fitz—. Es bilingüe y extraordinariamente valiosa para la Embajada.

—Debes traerla a pasar una velada con nosotros —invitó Sepah.

—Mi mujer es persa y pocas veces tiene la oportunidad de hablar a una mujer en su lengua nativa.

—Consíguele el visado y ya está.

—A propósito —preguntó Sepah—, ¿has pensado qué vas a hacer cuando termines el trabajo para mi sindicato?

—Parece que tengo infinitas propuestas —dijo Fitz—. Estoy pensando sobre un montón de cosas.

—Si continúas invirtiendo en nuestras aventuras de reexportación te puede ir muy bien.

—Lo sé. Y Majid tiene algunas ideas sobre el petróleo. Parece que hay oportunidades ilimitadas por aquí.

—En un mes, a lo sumo, emprenderemos el negocio. Dos semanas más tarde ya no se necesitará más tu participación y podrás hacer lo que te parezca interesante.

—Sepah —preguntó Fitz—, ¿cuánto tarda el sindicato en repartir los beneficios? E, incidentalmente, ¿cómo sabes cuanto oro vamos a transportar?

Sepah se rió, pidió al criado que trajera dos bebidas más y cuando éste llegó, respondió:

—Bueno, Fitz, en primer lugar, verás con tus propios ojos el oro cargado en el barco, pero lo que es más importante, en el negocio de reexportación, la palabra de un hombre significa todo. No podemos hacer contratos, ni cartas ni acuerdos escritos. Todo se basa en la palabra de un caballero. El castigo por no guardar la palabra es severo. De hecho, estamos teniendo algunos problemas con un depositario de la India ahora. Se solucionará con un hombre que llevaremos con nosotros en el viaje. Se deslizará secretamente a la India y lo matará. Ejemplos como éste de vez en cuando sirven para que todo el mundo se mantenga honesto.

Fitz sintió haber aludido el asunto. Sepah continuó:

—Cuando llegue el momento de desembolsar los beneficios, pregunta a tu amigo McLaren cuando lleva el proceso de pagos que recibimos aquí por el oro. Cuando todo se ha convertido en dinero contante y sonante en Dubai, se divide. Quizá lleve, como mucho, un mes.

Fitz cabeceó. Terminó su copa en silencio.

—Sepah, si me permites, necesito dormir un poco.

Sepah se levantó y le estrechó la mano.

—Naturalmente. Las cosas marchan bien y estoy muy complacido. Haremos mucho juntos. Y mira, Fitz, es muy raro que se pida a uno de fuera que tome parte en un sindicato establecido como el nuestro.

—Lo comprendo, Sepah —dijo Fitz, mientras su anfitrión abría la puerta—. Y haré todo cuanto pueda para que continúes establecido.

Se intercambiaron sonrisas de inteligencia y entonces Fitz caminó hacia el calor empalagoso de su «Land Rover».

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