Dubai

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Cuarta parte » Capítulo LI

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Intermitentemente, Fitz tuvo momentos de plena consciencia a lo largo de las tres dolorosas horas siguientes. Recordaba vagamente que había sido transportado en el «Land Rover» y que un médico lo había tratado en el dispensario del Cuerpo de Exploradores de Omán. Lo que no sabía era el tiempo que había pasado entre el momento del rescate y el momento en que recobró plenamente la consciencia.

El médico inglés se hallaba de pie junto a la camilla y lo miraba fijamente.

—Al fin ha recobrado el sentido, por lo que veo.

—¿Qué día es hoy? —preguntó Fitz.

—Sábado por la mañana —respondió el médico—. Ha estado inconsciente durante un día y medio, me temo. De todos modos, pronto se recuperará. Tuve que extraerle varios trozos de metal bastante desagradables de la pierna. Fue un verdadero milagro que no haya resultado con la arteria cortada.

—¿Podré caminar correctamente de nuevo?

—Sí, por supuesto, aunque no por el momento.

Fitz se miró la pierna herida. Le habían puesto una sábana que le tapaba hasta el cuello. Al parecer, la pierna estaba completa bajo la sábana. Entonces, Fitz empezó a percatarse del calor. El dispensario del Cuerpo de Exploradores de Omán no estaba climatizado. Fitz miró al doctor.

—¿Cuándo podré ir a mi casa? —preguntó.

—El problema no es que se quede aquí o vaya a su casa. El problema es trasladarlo hasta su casa. La herida ya ha sido limpiada y cosida y vendada. No me hace gracia la idea de que algo pueda estropearse durante el traslado. Temo que se tendrá que quedar con nosotros al menos por unos días, una semana digamos. Entonces creo que podremos arriesgarnos a moverlo. Por supuesto, por mi parte, lo mantendría más tiempo aquí.

—Al menos tengo aire acondicionado —señaló Fitz.

—Lamento ese inconveniente —dijo el doctor, sonriendo con ánimo de disculpa—. Al parecer, el Foreign Office no ha encontrado ningún hueco en su presupuesto para proveernos con un sistema de aire acondicionado. De cualquier modo, usted es el primer occidental que nos visita en mucho tiempo.

—Supongo que al coronel Buttres le gustaría hablar conmigo.

—Oh, sí, está esperando ese momento. Y también muchas más personas.

Me ha costado mucho trabajo mantenerlas a todas alejadas de usted. Querían despertarlo. No parecían darse cuenta de que usted estaba herido.

—Cuanto más pronto salga de todo eso, mejor.

Diez minutos más tarde, el coronel Buttres se hallaba junto a la cama de Fitz.

—No tienes tan mal aspecto —dijo, mirando a Fitz con aprecio.

—Gracias a vosotros no lo tengo. ¿Por qué diablos estabais allí?

—Bien, no hace falta decir que me desconcertó bastante el hecho de que Falmey no me autorizara a llevarme un par de escuadrones para hacer lo que, aparentemente, tú hiciste solo, por tu propia cuenta.

—Solo no. Recibí algo de ayuda.

—Bien, sean quienes sean los que te ayudaron, se marcharon sin dejar rastro. La verdad es que parecía una faena demasiado formidable para que un hombre hubiera podido hacerla por sí solo. De todos modos, Falmey consideró que, tal vez, conviniera que, por lo menos, vigiláramos la operación, para sacar todas las conclusiones posibles sobre lo que ocurría. Pensamos que, tal vez, Saqr estaba involucrado en el asunto de algún modo, aunque por cierto que en nada lo beneficia ayudar a que los insurgentes de Omán fortalezcan sus posiciones. Cuando los jeques tengan que hacerse cargo de sus propias fuerzas de defensa, entonces empezarán a aprender lo relativo a la insurgencia. Falmey y yo observamos la operación desde el momento en que llegó el barco y empezó la tarea de descarga. Seguimos al convoy de cañones a la mayor distancia posible. Y, amigos, tenías toda la razón respecto a los dhofars que pensaban desertar. Excepto los tres muertos, conseguimos rodearlos a todos en el desierto a primera hora de la mañana, y traerlos hasta aquí. Ahora están detenidos.

—¿Y qué hay con las armas?

—Con la colaboración de la Policía colonial recogimos bastante armamento como para equipar a todas las Fuerzas de Defensa de la Unión cuando sean formadas. Sin embargo, por desgracia, las armas son todas de fabricación francesa. Y nunca permitiríamos que nuestros amigos árabes tuvieran que dirigirse a los franceses en busca de repuestos y municiones. Hasta el momento no hemos decidido qué vamos a hacer con todas esas armas y municiones.

—Tal vez podríais vendérselas de nuevo a los franceses.

Buttres rió.

—Los franceses no compran, sólo venden. De todos modos, el principal problema parece que eres tú. El viejo Falmey está verdaderamente en un dilema respecto al asunto. Muy pronto pasará por aquí. No me gustaría que Falmey supiera que te dije esto, pero lo cierto es que ambos coincidimos en que has prestado un gran servicio a todos nosotros. Hace tan sólo seis meses, los Exploradores hubieran hecho pedazos ese convoy. Pero ahora que el ministro de Asuntos Exteriores ha anunciado que abandonaremos para siempre esta parte del mundo, la importancia de esta unidad militar, o como quieras llamarla, es asombrosa.

Ambos escucharon el sonido chirriante de la puerta que se abría. Buttres se volvió.

—Aquí está Brian —dijo.

Falmey se acercó a la cama y se quedó mirando a Fitz en silencio. Indudablemente era un esfuerzo de su parte, pero lo cierto es que se las arregló para tener un aspecto benevolente, casi amable incluso.

—Ah, Lodd, me alegra comprobar que se encuentra usted mejor. ¿Por qué motivo decidió efectuar esa misión por su propia cuenta? Quiero decir que es evidente que aquí no había de por medio ningún propósito de lucro. Y la verdad es, por mi vida, que no consigo entender cómo un hombre como usted, que se está haciendo rico, arriesga su vida para detener un gran suministro de armas destinado al movimiento de insurrección comunista existente en Omán.

—Todos esos años que pasé en Vietnam tratando de vencer a los comunistas… Han hecho que eso se convierta en una especie de vicio, ¿entiende?

Falmey sacudió la cabeza en señal de negación.

—Me cuesta mucho creer que ése haya sido el único motivo que lo impulsó a lanzarse en una acción de esa envergadura. Sólo existe una explicación posible. Ya sea formal o informalmente, oficial o extraoficialmente, usted forma parte de la CIA. Maldita sea, la verdad es que ustedes, muchachos, se están divirtiendo de lo lindo por todo el mundo, montando operaciones encubiertas donde les venga en gana. Y luego dicen que el Foreign Office es sinuoso y retorcido. Mis sospechas al respecto se han visto reforzadas después de entrevistarme con su ¿cómo lo definiría usted, asociado de negocios? Me refiero, claro, a

Mr. Abe Ferutti, de Beirut. Dimos con él cuando estaba tratando de sonsacar discretamente a Jack Harcross sobre el paradero de usted.

—El viejo y querido Abe —dijo Fitz, forzando una risa—. Ha venido a verme para sondearme en caso que me interese abrir una agencia de venta de coches en este lugar. Todo lo que se puede comprar aquí son «Toyotas», «Datsuns», «Mercedes» y coches ingleses. Me olvidé que había quedado citado con él para el viernes por la mañana.

—Lodd, no sea tonto. No lo presionaré respecto a esa ridícula historia que se ha inventado como pantalla. De todos modos estoy sorprendido. Hasta este momento, estaba convencido de que usted no era más que uno de esos piratas norteamericanos que siempre actúan por su cuenta. Esto, además, era algo que podía comprender. No me gustaba, pero lo podía comprender. Ahora tenemos un nuevo elemento. Yo estaba convencido de que teníamos un pacto muy claro con los norteamericanos, que estábamos de acuerdo en que ellos no se verían mezclados en ninguna operación encubierta en esta parte del mundo, al menos mientras nosotros siguiéramos aquí.

Fitz no respondió. Comprendía que se encontraba completamente a merced de Brian Falmey en aquellos instantes. Si Falmey sacaba a relucir esta última hazaña del notorio aventurero norteamericano James Fitzroy Lodd, antiguo coronel expulsado del Ejército, todas sus posibilidades de convertirse en parte integrante de la presencia norteamericana en el Golfo se extinguirían para siempre. Los pequeños «si» empezaron a acosarlo. Si, habiendo seguido las instrucciones de Abe Ferutti, hubiera hecho volar a distancia a todos los camiones y huir, no se encontraría en esta posición. Si, en primer lugar, le hubiera dicho al agente de la CIA que no quería tener absolutamente nada que ver con operaciones encubiertas, no estaría en esta posición. Si… Se obligó a detener la corriente de sus pensamientos: de nada valía insistir en las equivocaciones.

—Muy bien, Lodd —dijo Falmey, interrumpiendo la meditación de Fitz.

No esperaba que usted admitiera cuál era la causa que lo había llevado a complicarse en este asunto. El hecho comprobable es que, a despecho de las heridas que usted recibió, la misión fue un éxito resonante. El único, aparte nosotros, que sabe que usted estaba involucrado en el asunto, es Jack Harcross. Cuando las fuerzas de Policía de Dubai llegaron al lugar de los sucesos, Harcross de inmediato se fijó en su «Land Rover» incendiado. Todas las marcas de identificación, incluyendo las matrículas, fueron destruidas por el fuego. Sin embargo, allí estaba el cañón de veinte milímetros. Esa arma en particular parece ser el sello de un ex coronel del Ejército norteamericano, de apellido Lodd.

Mientras hablaba, el policía andaba a un lado y otro de la habitación, a los pies de la cama, a veces mirando fijamente a Fitz y a veces, al parecer, hablando solo en voz alta.

—Puedo agregar que Jack Harcross quedó impresionado por la magnitud de la operación y por el hecho de haber sido notificado por un informador anónimo sobre lo ocurrido. Él y sus hombres fueron los primeros en llegar. Ahora bien, teniendo en cuenta que ya informé al Foreign Office de lo ocurrido, me permito decirle que han dejado enteramente en mis manos el asunto y que yo ate como quiera todos los cabos sueltos. Nadie, salvo Buttres, Harcross y yo, conoce los verdaderos hechos del caso. Al parecer, sería conveniente para todos que hiciéramos correr la voz que fueron unos asaltantes nómadas del desierto los que atacaron la caravana. En cuanto al ex coronel Lodd, sufrió un accidente de circulación, del que se recupera rápidamente. ¿Qué le parece?

—Se lo agradezco mucho, Falmey. ¿Qué más puedo decir?

—Lo que puede decir, y hacer, es asegurarme que informará a sus compinches de que no meterán más las manos aquí. Por lo menos hasta el momento en que la presencia británica deje de ser una fuerza. ¿Acaso no pueden esperar unos cuantos meses?

—Pienso regresar a Estados Unidos tan pronto como pueda viajar. Si veo a algún conocido que tenga contactos con la CIA, lo informaré de lo que usted me ha dicho.

—Sería muy amable de su parte, Lodd. Y ahora, si me disculpa, me marcharé. Espero que se recupere pronto —dijo Falmey, con una leve inclinación de cabeza, mientras se retiraba.

—Falmey —le llamó Fitz.

Falmey se detuvo.

—Gracias. Es posible que algún día esté en condiciones de poder ayudarle. Y en cuanto al asunto del petróleo, lo entiendo perfectamente. Usted cumplía con su deber. Me alegra saber que los problemas que tenían ustedes con el Gobierno iraní respecto a Bahrein se han solucionado satisfactoriamente.

Una débil sonrisa surcó los labios de Falmey. Haciendo una nueva inclinación, abandonó el dispensario.

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