Dubai

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Segunda parte » Capítulo XIII

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—Me encantaría, John, aunque, por diversos motivos, pienso que lo mejor es que no asista a esa reunión. Rashid sabe que estamos juntos en esto y te escuchará con suma atención. Por supuesto iré a ver al jeque Zayed, en Abu Dhabi, con vosotros. También iré con vosotros a otros países, siempre y cuando esos viajes no coincidan con ciertas obligaciones ineludibles que he contraído aquí.

—Muy bien, Fitz, de acuerdo —dijo Stakes, echando una ojeada a Thornwell, que, a su vez, tenía dificultades en apartar los ojos de Laylah—. Te diré lo que haremos. Después de nuestra entrevista con el jeque, pasaremos por aquí y te informaremos de todo lo que haya ocurrido.

—Espléndido. Os estaremos aguardando.

—Podremos darnos un baño y almorzar —agregó Laylah, encendiendo considerablemente el entusiasmo de Thornwell.

Al día siguiente, sobre el mediodía, cuando Courty Thornwell, Stakes, Fitz y Laylah acababan de salir de las aguas del Golfo después de un baño muy prolongado, un emisario de Sepah llegó a la casa con una carta para Fitz. Fitz abrió la carta, la leyó y miró a Laylah, desilusionado. El mensaje decía que la caseta de mandos iba a ser colocada en la nueva embarcación aquella misma noche y que Fitz debía estar presente. No había forma de decirle a Sepah que prefería no ir, porque no deseaba apartarse de Laylah.

—¿Qué sucede, Fitz? —preguntó Laylah.

—Por desgracia, Sepah tiene trabajo para mí esta misma noche. No bien la temperatura descienda un poco tendré que ir a verlo.

—¿Puedo ir contigo, Fitz? —preguntó Laylah.

—Me temo que no. Se trata de un trabajo que debo hacer en el astillero.

—Nosotros nos encargaremos de cuidar de Laylah mientras tú no estés —dijo Stakes, ofreciéndose voluntarioso y sin duda encantado ante la oportunidad que se le presentaba.

—Seguro, no hay problema —coreó Courty Thornwell—. Y estaremos aquí para tomar una última copa contigo cuando regreses a casa.

Ésa, no era la mejor forma en que podría pasar la noche Laylah, según opinión de Fitz, al que no le hacía ninguna gracia que la muchacha intimara con Thornwell. Pero no se podía hacer nada al respecto. Eso era preferible a dejarla sola.

—Supongo que eso será lo mejor —dijo Fitz, con renuencia—. Comeremos algo ahora y después tendré que dejaros.

Fitz despidió al mensajero de Sepah antes de proseguir:

—Bien, me alegro de que haya ido todo bien con Rashid esta mañana.

—Sí, está bastante entusiasmado —dijo Stakes—. Por supuesto que todavía no está en condiciones de invertir una gran suma de dinero en esto, pero, de todos modos, su influencia puede ser muy importante ante los demás gobernantes árabes.

Esa noche, alrededor de las diez, Fitz llegó al astillero de Abdullah. Las luces estaban encendidas sobre la nave y una grúa estaba dispuesta para levantar la cabina de mandos para depositarla en su sitio sobre la cubierta de popa de la embarcación. Se habían hecho muchas modificaciones en el diseño primitivo de la cabina y también se notaba la ausencia de los tradicionales bancos de bogar, ubicados en torno a la caseta. Esa ausencia era la única pista auténtica que podía guiar al verdadero motivo de la presencia de dicha caseta. También, aunque el balandro había sido construido para pasar por un buque pesquero, el mástil había sido levantado de forma que pudiera caer directamente sobre cubierta arrastrando con su peso todas las jarcias: de esa forma, el elevado puente de popa podría barrer el mar a su alrededor, sin ningún obstáculo, en un ángulo de trescientos sesenta grados.

Sin las jarcias, al tiempo que cualquier marinero desatento podría verse arrastrado al océano, las ametralladoras gemelas de calibre veinte —que Fitz tenía la misión de instalar esa misma noche— podrían ser inclinadas en un ángulo lo suficientemente agudo como para disparar a ras del mar a menos de diez metros de distancia del casco del buque.

Sepah estaba de pie junto al casco cuando Fitz hizo su aparición. Sepah condujo a Fitz, por la escala de mano, desde el piso arenoso del puente principal hasta la elevación de la cubierta de popa.

El pedestal que habían diseñado Fitz y el herrero del patrón del barco, ya había sido fijado y atornillado en su lugar. Ahora sería necesario colocar los montantes de las ametralladoras sobre dicho pedestal y, luego, emplazar las armas sobre los montantes. Más tarde, la falsa cabina de mandos sería depositada sobre las ametralladoras ya montadas. Aunque había un timón colocado frente al pedestal para las ametralladoras, el verdadero timón estaba en la sala de navegación, ubicada en popa, bajo cubierta. El timón que había en aquella caseta podría utilizarse para entrar en puerto y salir, e incluso en alta mar, pero estaba colocado de tal forma que se podía quitar instantáneamente cuando las ametralladoras necesitaran entrar en combate.

Instalar las armas, depositar encima la cabina y ajustarla fue un arduo trabajo que consumió seis horas enteras. Con grandes dosis de habilidad y destreza, Fitz y Abdul Hussein Abdullah, el constructor, habían conseguido armar la cabina perfecta para la misión que tenía encomendada. En cuestión de segundos, los lados de la cabina que daban a popa, a proa, a estribor y a babor podían ser empujados hacia fuera, para que cayeran libremente sobre la cubierta de popa. Luego, los cuatro pernos de rosca que soportaban la estructura se deslizarían hacia atrás, arrastrando el techo de la cabina, que se deslizaría suave y velozmente hacia cubierta. En ese momento, las ametralladoras gemelas, envueltas en planchas de acero para proteger al artillero, que de otro modo se encontraría demasiado expuesto al fuego enemigo, ya estarían en condiciones de empezar a escupir balas de acero explosivas contra cualquier posible agresor.

—Magnífico —exclamó Sepah, una vez completadas las instalaciones y después de que Fitz hiciera una primera demostración práctica de cómo se debían echar abajo la cabina dejando al descubierto las ametralladoras. También demostró cómo emplear dichas armas contra una imaginaria lancha patrullera del servicio de guardacostas de la India que los estuviera atacando en alta mar.

Fitz dejó escapar un suspiro de alivio.

—He completado mi trabajo excepto en lo concerniente a entrenar algunos posibles artilleros, pero eso es algo que habrá que hacer cuando estemos en mar abierto.

Fitz estaba empapado en sudor y cubierto con grasa de la que envolvía a las armas para protegerlas de la intemperie.

—Has cumplido, Fitz —dijo Sepah—. Ahora todo depende de nosotros. Nos lanzaremos al mar, a probar la nave, en los próximos quince días. Mis mecánicos me han informado que deberemos emplear los motores a baja velocidad durante treinta horas, por lo menos, antes de ponerlos a todo gas. Y aún seguimos ampliando nuestro sindicato para poder completar el mayor cargamento de oro que se haya realizado hasta la fecha con destino a la India.

—Laylah se marcha el domingo y yo, por las dudas, he reservado pasajes para Kuwait, Arabia Saudí y Abu Dhabi, pues pensaba viajar a esos puntos en cuestión de una semana o diez días en total. Así que no habrá problemas si me presento en el muelle de aquí a dos semanas, ¿verdad?

Sepah asintió con la cabeza.

—No hay necesidad de que nos acompañes a los viajes de pruebas. Puedes instruir a tus discípulos de artilleros cuando estemos ya en pleno mar de Arabia. Pero no te demores más de dos semanas. Tenemos que completar este viaje antes que la estación de los vientos llegue al Golfo. No podemos correr el riesgo de ser azotados por una de estás tormentas con el cargamento que llevaremos a bordo.

—Me mantendré en contacto constante contigo, Sepah —dijo Fitz.

—Por favor, hazlo. Y, Fitz, de veras que sabremos apreciar todo lo que estás haciendo. Todos lo apreciamos. Puedes tener la certeza que casi todos los comerciantes establecidos aquí en la ensenada tienen intereses en este viaje. Todos, desde el llano hasta la cumbre. Ése es el motivo por el cual pienso hacer este viaje personalmente, como

nakhouda —dijo Sepah, golpeando amistosamente a Fitz en un hombro—. Te invitaría a acompañarme a beber y soñar por un rato, pero sé que hay cosas más interesantes esperando tu regreso.

En su total absorción por resolver el intrincado problema de completar la instalación del armamento en la embarcación, Fitz se había olvidado temporalmente no sólo de que Laylah lo estaba esperando, sino de que Courty Thornwell le estaba haciendo compañía a la muchacha.

—Tienes razón —dijo Fitz—. Creo que me pondré en marcha hacia mi casa ahora mismo.

Subió a su «Land Rover» y se alejó a toda prisa del astillero de Abdullah y, luego de atravesar la ciudad de Dubai, accedió a la carretera arenosa que conducía a la playa de Jumeira. Mientras conducía, pensaba que le gustaría encontrar alguna manera de penetrar en la casa sin que lo vieran, para poder lavarse y presentarse ante Laylah con un aspecto decente. No necesitaba la colaboración de un espejo para saber lo grasiento y sudado que se encontraba. Llegó a su casa y metió el «Land Rover» por el sendero que conducía a la puerta de la misma. El coche que utilizaba John Stakes todavía se encontraba frente a la casa.

—El viejo y querido Courty —murmuró Fitz, con resentimiento—. Al pie del cañón, siempre probando.

—¡Fitz! —gritó Laylah, alegremente, cuando Fitz abrió la puerta y entró.

Courty sacudía un

highball en una mano, sentado en una silla en el rincón, y allí no había signos de otra cosa que no fuera una conversación trivial y fortuita entre dos amigos.

—Estábamos preocupados por ti. Dijiste que sólo estarías fuera un par de horas. Oh, tienes un aspecto tan agobiado, tan cansado. Ve y dúchate mientras te preparo un trago. ¿Qué te parece un

gin-tonic?

—Me encantaría —dijo Fitz, haciendo una seña con la cabeza hacia Courty y después hacia Laylah—. Prometo que no tardaré tanto en limpiarme.

Laylah entró al cuarto de baño mientras Fitz se encontraba bajo la ducha y le dejó la bebida a su alcance.

—¿Hiciste lo que tenías que hacer, fuera lo que fuera?

—Sí, por supuesto —dijo Fitz, desde detrás de la cortina plástica.

Ahora se sentía mejor y estaba un poco avergonzado de sí mismo por haber subestimado deliberadamente el tiempo que emplearía en terminar su trabajo. Había pensado que, de esa forma, Laylah y Courty estarían toda la noche esperando su regreso para cualquier momento.

Una vez bañado, afeitado y vestido con ropas limpias, Fitz regresó al cuarto de estar. Ya eran las cinco de la mañana. Se sentía placenteramente agotado, con el sentimiento de haber cumplido cabalmente una misión.

—No falta mucho para que el sol se levantase sobre las montañas para traernos un nuevo día —dijo—. Mañana, más o menos a esta hora, partiremos rumbo a Al Ain.

Laylah sonrió mirando a Thornwell.

—Fue muy amable de tu parte el quedarte a hacerme compañía y hablar conmigo, Courty. Ahora entiendo mucho mejor lo que intentas llevar a cabo.

—Muy bien. Entonces es posible que puedas echarme una mano en Irán —dijo Thornwell, al ponerse de pie—. Hasta pronto, Fitz. Nos veremos.

Cuando Thornwell ya se había marchado, Laylah se dirigió al dormitorio con Fitz, con un brazo en torno a él, y ambos se echaron juntos en la cama.

—Laylah, te quiero —murmuró Fitz.

Y, al instante, estaba profundamente dormido.

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