Dubai

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Segunda parte » Capítulo XV

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Mr. Thornwell que consideraré seriamente su propuesta.

—¿Podría decirle cuándo continuaremos estas charlas, Alteza?

Zayed se puso de pie y sonrió.

Bukra Inshallah.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Thornwell.

Fitz tradujo la frase, tan corriente.

—Ha dicho: «Mañana, si Alá lo desea».

—¡Mañana! Grandioso. Eso es lo que yo llamo ponerse en acción.

Fitz sonrió con pesadumbre.

—No te entusiasmes tanto. Lo que

Bukra Inshallah de hecho quiere decir es: «Cuando esté dispuesto, entonces hablaré de nuevo con vosotros».

Zayed comprendió que su amigo norteamericano, que entendía perfectamente el árabe, le había dado a Thornwell la verdadera traducción de

Bukra Inshallah, y sonrió enigmáticamente. Y volviéndose a Fitz, le dijo:

—Mañana veréis al jeque Hamed. Está ansioso por concretar esa entrevista. Entiendo que Majid Jabir está asociado con vos en este asunto. Eso es bueno. Kajmira necesita petróleo, y si vosotros salís adelante donde tantos han fracasado, le haréis un gran servicio al jeque Hamed y, por supuesto, saldréis bien recompensados. No olvidéis que mañana, al ver al jeque Hamed, vuestra reputación como amigo de los árabes os habrá precedido. Tengo la certeza de que mantendréis una entrevista provechosa.

Fitz inclinó la cabeza ante el jeque, haciendo todo lo posible por no mostrar su júbilo ante lo que Zayed le acababa de decir.

—Gracias, Alteza. Aprecio sinceramente el interés que os tomáis.

Zayed extendió una mano hacia Laylah, que la cogió en la suya y sonrió. Fitz sabía muy bien que siempre era un deleite, para los árabes, el que una atractiva mujer occidental fuera a visitarlos. Ninguna mujer árabe se atrevería a acercarse siquiera a otro hombre que no fuera su marido sin ir cubierta de velos y sólo en circunstancias largamente planificadas de antemano. Mientras le sostenía la mano, el jeque Zayed se dirigió a Laylah, diciéndole:

—Espero tener el placer de volveros a ver. Entiendo que mañana debéis partir, de regreso a Dubai. Pero quizás en la próxima ocasión podamos pasar más tiempo juntos.

Luego se volvió hacia Thornwell y, esperando que Fitz terminara de traducir lo que había dicho antes, estrechó la mano del millonario americano, señalando:

—De veras que estoy muy interesado por vuestro proyecto, al que prestaré mi atención más profunda e inmediata.

Fitz tradujo la frase del jeque y Thornwell, en cierta forma, se iluminó, al menos un poco.

Sir Harry Olmstead escoltó a los árabes hasta sus automóviles y luego regresó a la habitación principal, donde Thornwell ya guardaba su equipo de cine.

—Le habéis causado una profunda impresión, de veras, una muy profunda impresión, Thornwell —dijo

Sir Harry, casi con solemnidad.

Luego se volvió hacia John Stakes y le dijo:

—Estuviste muy callado durante toda la entrevista, John, sin intervenir para nada, ni una vez tan siquiera.

Stakes sonrió.

—Sí, me pareció que entre Fitz, Laylah y el joven Thornwell aquí presente, cualquier comentario que yo hubiera hecho habría sido superfluo.

—Astuto de tu parte, John, de veras. Bien, creo que hay algo de comer ya listo para nosotros y tal vez, después de la presentación, un trago sería lo más adecuado.

—Es el más generoso de los anfitriones, el más lleno de encanto —dijo Laylah, sinceramente—. Espero que algún día viaje a Teherán, de modo que pueda devolverle su hospitalidad, al menos en parte,

Sir Harry.

—Ha sido un placer para mí, querida —dijo

Sir Harry, cogiéndole suavemente de un brazo y conduciéndola hacia el porche.

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