Dubai

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Tercera parte » Capítulo XXX

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Era enorme el contraste entre el encuentro de la víspera y el almuerzo de aquel día, pensaba Fitz al entrar en el «Metropolitan Club de Washington D. C.», Dick Healey, que lo aguardaba en la sala de recepción, lo acompañó hasta el ascensor que los condujo al comedor, un piso más arriba.

—Te diré algo sobre el tipo con el que vamos a hablar, Matt McConnell. Es el enlace entre la CIA y el Departamento de Estado. Una especie de residuo de los días en que los hermanos Dulles estaban, uno, a cargo de la CIA, y el otro, del Departamento de Estado. Matt tiene mucha fuerza en el Departamento de Estado, especialmente en lo que se refiere a establecer contacto con enviados procedentes del extranjero, algo que casi nadie en todo Washington sabe, aparte algunos miembros de la CIA. Si Matt cree que puedes serle útil a la CIA, hará todo lo que esté en su mano para serte de utilidad a ti en el momento adecuado, si de veras te interesa llegar a ser embajador en algún país árabe.

—Yo no me refiero a cualquier país árabe, sino a uno en particular: la Unión de Emiratos Árabes.

—Bien, sea lo que sea, lo que puedo decirte es que vas a hablar con el hombre adecuado. Podríamos ir a su mesa y esperar que llegue. Te aseguro que es la mesa más privada del club.

—A menos que algún camarero le haya puesto una «chinche» —dijo Fitz, sonriendo.

—A Matt nadie le pone «chinches», él es el que se encarga de hacer que se las pongan a los demás.

Dick Healey condujo a Fitz a través del comedor, opulento en su extrema sencillez, y tomaron asiento a una mesa redonda en un rincón. Matt McConnell entró, agitó una mano y se acercó a ellos. Era un hombre fornido, de rostro agradable y cabello gris y ondulado: llevaba gafas sin montura. Tras las presentaciones, Matt se sentó y, dirigiéndose a Fitz, le dijo: Me alegro de que Dick nos haya puesto en contacto. Se ha convertido usted en todo un personaje de un año a esta parte.

—No era ése mi deseo —respondió Fitz.

—Entiendo lo que quiere decir, Fitz —admitió Matt—. Esperemos que eso no le haya causado daños irreparables. La verdad es que yo no lo creo. Estas cosas tienden a quedar rápidamente en aguas de borrajas, y nadie recuerda lo que leyó en los periódicos seis meses atrás. Siempre y cuando no se insista en los reportajes y las historias de ese tipo.

—Hago todo cuanto puedo por eludir a la Prensa. En realidad, el periodista que escribió ese reportaje ha sido expulsado de Dubai a perpetuidad.

—Otros periodistas irán a ocupar su lugar. Pero ése no es el motivo por el que estoy aquí. Dick me habló de sus deseos y ambiciones.

Matt McConnell hizo una pausa, y los tres hombres ordenaron las bebidas a un solícito camarero.

Una vez hubo marchado el camarero, McConnell continuó:

—Conoce usted muy bien el Oriente Medio, habla árabe a la perfección, y es amigo personal de los jefes tribales árabes que pronto formarán esa Unión de Emiratos Árabes. Actualmente está usted más cualificado que el noventa por ciento de nuestros embajadores. Por tanto, si de aquí a un año se plantea el problema de quién puede ser el representante de los Estados Unidos en esa parte del mundo, no vacilaré en recomendarlo a usted, basándome simplemente en lo que he podido sacar en limpio de mis investigaciones en los archivos de la CIA y en lo que Dick y otras personas me han hablado.

Matt hizo una pausa y luego miró astutamente a Fitz por encima de sus gafas sin montura.

—Por supuesto, que sólo he hecho una breve investigación rutinaria. Sea como fuere, convendrá usted conmigo en que la idoneidad no es lo que más influye en el momento en que los Estados Unidos designan a un embajador. Naturalmente, hay algunos diplomáticos de carrera que cumplen su misión encomiablemente. Y, por supuesto, los embajadores de este tipo son enviados sólo a las zonas críticas, a los puntos de fricción donde no podemos permitirnos el lujo de hacer politiquería respecto al nombramiento de los altos cargos diplomáticos. Por mucho que me duela decirlo, existe otra cualificación más importante aún, es decir: la posibilidad que uno tenga que apoyar económicamente al partido cuyo representante ocupe en ese momento la Casa Blanca. Que usted sea demócrata o republicano es algo que no tiene la menor importancia. Lo verdaderamente importante es que haya contribuido con cien mil dólares o una cantidad similar a las arcas del Partido Republicano, y que lo haya hecho a través de los conductos adecuados, de modo que su donación llegue a oídos del propio presidente y de aquellos que lo rodean y que, son los encargados de distribuir puestos y retribuciones. Esta capacidad, no sólo de contribuir, sino de saber cómo hacerlo, es fundamental para alcanzar una Embajada.

—Matt, creo que también podré superar ese examen.

—Sí —murmuró McConnell—. Eso es lo que Dick me ha dicho. Afortunadamente, el momento en que se decida quién representará a los Estados Unidos en esa nueva nación, está lo bastante lejos en el tiempo como para que nadie vaya a poner en tela de juicio el origen de nuestros fondos. Si tuviera usted que hacer hoy esa contribución, lo más probable es que el partido republicano la aceptara, pero también que sus mandamases creyeran a pies juntillas lo que dijeron los periódicos y pensaran: «Sí, cogeremos este dinero, pero no podemos encomendar a ese hombre la representación de los intereses de los Estados Unidos en el extranjero». Dentro de un año o año y medio, las cosas serán muy diferentes. Y, por supuesto, para 1971 el comité de finanzas del partido republicano estará buscando fondos desesperadamente para financiar la campaña presidencial de 1972. Por tanto, digamos que sus perspectivas son brillantes. Veamos ahora qué puede usted hacer por nosotros.

—Ya he hablado ampliamente con Fitz al respecto, Matt —intervino Dick Healey—. Ya ha conocido a nuestro hombre en Beirut. Comprende que existe la posibilidad, no la probabilidad, de que se le pueda pedir que cumpla una misión operacional extraoficial y, por supuesto, sin retribución alguna.

La expresión «misión operacional» le resultaba aterradora a Fitz. Sin embargo, no hizo comentario alguno ni reveló cuáles eran sus sentimientos ante aquella «posibilidad no probable».

Durante el almuerzo, fue saliendo poco a poco a la luz una clara implicación. «Podemos ayudarte a obtener lo que deseas, pero, a cambio, tendrás que ayudarnos tú a nosotros». Eso era lo que se le proponía. Y, además, le hacían saber que no podía actuar oficialmente y que nunca podía considerarse vinculado a las actividades de la CIA. «Te diremos lo que hay que hacer, tú lo haces y, si te ves envuelto en un jaleo, será tu problema, no de nosotros». Eso era lo que le estaban haciendo saber.

A punto de finalizar el almuerzo, Fitz dijo, como de una manera casual, que iba a pasar el fin de semana en casa de un ex diplomático del Departamento de Estado: Hoving Smith.

Matt McConnell levantó la vista y miró agudamente a Fitz:

—¿Conoce a Hoving? —preguntó.

—No. Pero tengo mucho interés en conocerlo, y también a su mujer. Conozco a su hija. Trabaja en la Embajada en Teherán.

—Exactamente —asintió Matt—. Su nombre parece árabe, ¿no? Su madre es persa, árabe o algo parecido.

—No, es iraní. El nombre de la hija es Laylah.

—Eso mismo, Laylah Smith. Y, a propósito, piense en Teherán. Es una ciudad por la que yo lucharía como novillo en rodeo si fuera posible conseguir el cargo de embajador. Es uno de los puntos más cálidos y sensitivos del mundo. He oído hablar de Laylah. Una joven muy hermosa, que habla perfectamente el farsí.

Matt hizo una mueca, que apenas era una sonrisa.

—Bueno, sin duda Hoving podrá aconsejarle muy bien sobre lo que hay que hacer y sobre lo que no hay que hacer si lo que persigue es hacerse con una Embajada. También estoy seguro de que podrá guiarle mejor que nadie sobre cómo hay que actuar para que consiga su objetivo una sustancial contribución a una campaña política.

Después del almuerzo, Fitz y Dick anduvieron juntos unas cuantas manzanas, gozando del agradable clima del otoño de Washington.

—He quedado perfectamente enterado, Dick.

—Eso espero. Antes de regresar al Oriente Medio, ponte en contacto conmigo. Abe está reuniendo varias sorpresas electrónicas para que te las lleves a Dubai. Pondremos a tu disposición a un experto para que te explique cómo manejar el equipo. Es bastante simple. No creo que tengas ningún problema.

—Los problemas empezarán para mí si me descubren utilizando el equipo.

—Por eso mismo pasará a verte nuestro hombre. Te dará tal eficiencia en el manejo de esos chismes, que nunca podrán cogerte.

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