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Tercera parte » Capítulo XXXIV

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Por la mañana, al despertarse, Fitz tenía una fuerte resaca. Lo primero que hizo al levantarse fue retirar la billetera de debajo del colchón. Luego pidió un desayuno muy completo, incluso a sabiendas de que lo más probable era que tuviera que hacer un esfuerzo para comerlo, y se dio una larga ducha, primero con agua caliente y después con agua fría. La aspirina pareció colaborar y, para cuando llegó el desayuno, se sentía ya lo bastante repuesto como para deglutir algún alimento.

A las nueve de la mañana había terminado de comer y se sentía más o menos en condiciones de enfrentarse con el mundo. A las nueve y media llamó a las oficinas de la «Hemisphere Petroleum Company» y habló con la secretaria de Lorenz Cannon, que le dijo que se presentara en las oficinas a las diez y media.

Luego llamó al «First Commercial Bank» de Nueva York. Tenía en su poder el nombre de un funcionario encargado de cuentas en el extranjero que era el que se haría cargo de su cuenta en Nueva York. Por otra parte, Tim McLaren había remitido a las oficinas centrales del Banco varias cartas de presentación en favor de Fitz. Por teléfono, Fitz consiguió ponerse en contacto con el banquero, que lo invitó a almorzar. Fitz aceptó y prometió que se encontraría en el Banco a mediodía.

La «Hemisphere Petroleum Company» ocupaba uno de los grandes edificios nuevos que se alzaban en Park Avenue. Fitz comprobó que la empresa petrolífera ocupaba tres pisos completos destinados a oficinas. Eran exactamente las diez y media de la mañana cuando pidió a la recepcionista que anunciara su llegada. Minutos después, la secretaria de Lorenz Cannon aparecía y lo conducía a través de un verdadero laberinto de pasillos y corredores hasta el vasto despacho del presidente, situado en un ángulo de la planta.

Lorenz Cannon era un hombre de corta estatura, aproximadamente un metro sesenta, según calculó Fitz. No obstante, parecía lleno de vitalidad y vigor. Se encontraba de pie tras el escritorio cuando Fitz entró al despacho. De inmediato Cannon dio la vuelta a su escritorio y, atravesando la habitación, estrechó la mano que Fitz le tendía.

—Es un placer conocerlo,

Mr. Lodd. Hoving Smith me habló de lo que usted tiene en mente.

Cannon hizo un ademán indicando un gran sofá de cuero con una larga mesa delante.

—Siéntese, así repasaremos toda la situación. Conozco bastante la zona en la que está usted interesado. De hecho, la verdad sea dicha, muchas veces he sugerido a nuestra gente que tendríamos que hacer todo lo posible por asegurarnos una concesión en algún lugar del golfo Pérsico.

—Eso quiere decir que he venido al sitio adecuado —dijo Fitz, colocando su lujoso portafolios de cuero sobre la mesa.

—Muy bien, ahora me gustaría enterarme de cómo son las cosas exactamente,

Mr. Lodd —dijo Cannon, yendo directo al grano.

Fitz le explicó de qué forma él y un grupo de hombres de negocios habían obtenido la información sísmica que indicaba que, a nueve millas de la isla de Abu Musa, en aguas territoriales de Kajmira, había una estructura que, casi con toda certeza, señalaba la presencia de un yacimiento petrolífero. Durante cinco años, un grupo empresarial texano había estado en poder de la concesión, pero sin hacer nada con la misma. Fitz describió de qué forma se había encontrado con el jeque Hamed y las negociaciones que ambos habían llevado a cabo.

Lorenz Cannon lo interrumpió brevemente.

—Según veo, ustedes avanzaron de forma notablemente rápida con el jeque Hamed. Estoy muy al tanto del larguísimo y agobiante proceso existente entre el momento en que se inician las negociaciones con estos jeques en busca de obtener una concesión hasta el momento en que las cosas se canalizan definitivamente. ¿Le importaría que le pregunte cómo consiguieron avanzar tan de prisa?

Fitz miró a Cannon especulativamente. Habiendo decidido actuar con la mayor cautela y sabiendo que Cannon era un individuo enormemente astuto, seguro además del hecho de que se habían hecho rigurosas y exhaustivas investigaciones sobre su persona, Fitz decidió que había llegado el momento de explicar con todo lujo de detalles la desgraciada deformación de las afirmaciones que le había hecho al periodista Sam Gold, en Teherán, un año atrás.

Al terminar el relato, Fitz hizo una pausa y se puso a estudiar el rostro de Lorenz Cannon. Tenía la esperanza de haber pasado el examen.

—Todo eso me resulta muy interesante —dijo Cannon—. Qué pena que ese reportero haya tergiversado de tal forma sus declaraciones haciéndole aparecer como un antisemita. Es posible que usted haya oído decir que yo mismo soy de origen judío, lo cual es cierto. Sin embargo, soy feligrés de una iglesia en la que creo profundamente, la Iglesia Unitaria. Supongo que la Iglesia Unitaria podría ser definida como una institución secular de carácter neutral. Muchos de mis amigos judíos me consideran una especie de traidor. Nunca he contribuido con un centavo para la UJA (Unión de judíos americanos) ni me he involucrado en ninguna causa judía. De hecho, supongo que la mayoría de la gente ni siquiera se da cuenta de que soy judío, creyente o no. De todos modos, su explicación me ha interesado profundamente.

—Gracias,

Mr. Cannon —respondió Fitz, agregando—: Esa historia, que provocó mi prematuro retiro del Ejército, circuló ampliamente por todos los países árabes, donde todo el mundo me considera una especie de héroe. Dese cuenta, un norteamericano, un oficial del Ejército que dice a sus compatriotas que los judíos son histéricos.

Fitz se encogió de hombros, expresando su desamparo. Luego siguió:

—Mucho me temo que el éxito que he disfrutado en mis negocios en el golfo de Arabia se debe, fundamentalmente, a un enorme malentendido. Eso, y el hecho de que cuento con unos socios bastante influyentes en esta empresa, fue lo que hizo que nuestra concesión se firmara en tiempo récord.

—Gracias por ser tan sincero,

Mr. Lodd. También es justo señalar que si yo fuera lo que algunas personas podrían llamar un judío profesional, hoy no me encontraría involucrado de este modo en el negocio del petróleo. El éxito de la «Hemisphere Petroleum» se basa en su habilidad para explorar en busca de petróleo en todas partes del mundo, incluyendo, por supuesto, los países árabes, donde yo he estado en muchas ocasiones. De hecho, conozco Kajmira y he estado sentado en el

majlis del jeque Hamed. Ahora, antes de empezar a revisar la concesión y los demás documentos, tal vez usted quiera decirme qué es exactamente lo que esperan de la «Hemisphere Petroleum Company» en caso que nos asociemos con ustedes en esta empresa.

—Mis socios y yo hemos entregado la regalía inicial de setecientos cincuenta mil dólares, pagadera en tres cuotas anuales. De todos modos, si vamos a empezar a extraer petróleo antes que pasen tres años, el monto total de la regalía, es decir el medio millón de dólares que falta, es sin duda amortizable. Si, al cumplirse este plazo de tres años, aún no hemos iniciado las operaciones de extracción, la concesión vence automáticamente. Aquí tengo el informe sísmico, para que usted lo estudie. Mis socios y yo podemos financiar la instalación de la plataforma con la torre extractora, y colocarla sobre la estructura geológica, que se encuentra a setenta metros de profundidad. Uno de mis socios, Fender Browne, está al frente de una empresa que suministra equipos de rastreo y extracción para todos los Estados de la Tregua, y que, de hecho, tiene gran parte del equipo que necesitamos en sus propios depósitos y almacenes. Browne contribuye de esa forma en el consorcio.

—A mi modo de ver,

Mr. Lodd, ustedes realmente no necesitan a la «Hemisphere» ni a ninguna otra compañía. De hecho, me parece que terminarán montando una compañía petrolífera propia, independiente y próspera.

—Sí, es posible que usted lo vea de esa forma. Y, por ciento, que nosotros también lo veíamos así al principio. Sin embargo, lo más que se puede decir de nosotros es que somos unos neófitos en este negocio. No poseemos la gran influencia internacional que sólo se obtiene después de estar muchos años en el negocio del petróleo. En una palabra, no contamos con ningún pez gordo en nuestras filas, no tenemos músculos.

—A mí, sin embargo, me parece que tienen músculos suficientes como para asegurarse una prometedora concesión más de prisa y de manera menos costosa, que casi ninguna compañía petrolífera existente, de las grandes o de las independientes, habría conseguido.

—Sí, es probable que eso que dice sea cierto. De todos modos, cuando finalmente decidí trasladarme a los Estados Unidos, logré persuadir a mis socios para que me permitieran investigar las posibilidades de conseguir que una compañía productora de rango y experiencia se metiera con nosotros en este negocio.

Los ojos de Lorenz Cannon se dirigieron al portafolios.

—Los contratos, ¿los tiene ahí dentro? —preguntó.

—Sí, señor.

Fitz abrió el portafolios y retiró de su interior un gran sobre lleno de documentos. Cerró el portafolios y depositó el sobre encima de la mesa.

—Todo está ahí,

Mr. Cannon —dijo.

Durante veinte minutos, Lorenz Cannon estudió detenidamente el acuerdo firmado entre el jeque Hamed y el grupo de Fitz. Los términos del contrato, mecanografiados con toda prolijidad en inglés a la izquierda de las hojas y en árabe a la derecha, impresionaron profundamente a Cannon. Ninguna de las grandes compañías, señaló, habría podido hacer un trato tan bueno con el jeque.

Al terminar la lectura de los documentos, Cannon movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo, pensativamente.

—Sus neófitos,

Mr. Lodd, podrían enseñarles muchas cosas a mis más experimentados negociadores.

Fitz extrajo otras dos hojas de papel del interior del sobre.

—Aquí está el mapa que muestra claramente la concesión que nos fue otorgada, con el refrendo del Departamento Árabe del Foreign Office inglés.

Fitz esperó que Lorenz Cannon terminara de examinar el mapa.

—Seguramente usted sabrá,

Mr. Cannon —dijo—, que cada vez que un soberano árabe firma una concesión petrolífera, el Foreign Office británico se convierte en parte integrante de la transacción. El hijo del jeque Hamed, el jeque Saqr, actuando en representación de su padre, envió, en momentos en que firmábamos el convenio, una carta a los ingleses informándoles que no podríamos transferir de ningún modo la concesión sin una previa aprobación británica. Fue por esas fechas cuando Brian Falmey, el representante británico en la zona, nos entregó el mapa que usted tiene en sus manos. Por lo tanto, tenemos una garantía de los ingleses al igual que una del jeque de Kajmira respecto a la validez de la concesión.

—Oh, no me cabe la menor duda,

Mr. Lodd, de que esta concesión es perfecta, desde el punto de vista legal y también, si me lo permite, desde el punto de vista moral. Tal como le dije antes, han hecho un espléndido trabajo. Naturalmente, nosotros, la «Hemisphere Petroleum», estamos interesados en acompañarlos en esta empresa. ¿Qué clase de convenio es el que ustedes proponen?

—Sugerimos que la «Hemisphere» se haga cargo de nuestra concesión en los términos siguientes: ustedes nos devuelven el dinero que hemos invertido hasta la fecha, asumen la responsabilidad de efectuar todos los pagos siguientes y pertinentes al soberano de Kajmira, nos entregan a nosotros una regalía, en el momento de la firma, de medio millón de dólares, se encargan de financiar las operaciones de ahora en adelante y nos garantizan un veinticinco por ciento de los beneficios.

Fitz, Fender Browne, Majid y varias otras personas muy experimentadas en asuntos petrolíferos, habían discutido largamente este punto. Se trataba de una oferta honesta, equitativa y, quizá, más favorable a la «Hemisphere» que a la sociedad de la que Fitz formaba parte. «Hemisphere» entraba en posesión de algo que, a ciencia cierta, sería una concesión muy valiosa pagando mucho menos dinero del que habrían tenido que entregar de haber realizado las negociaciones directamente con el jeque de Kajmira. Por otra parte, se habían ahorrado gastos enormes de tiempo y dinero que habrían tenido que invertir en viajes y derechos legales. Fitz tenía la plena certeza de haberle hecho a Lorenz Cannon una proposición eminentemente equitativa, tanto, que Cannon ni siquiera la podría discutir.

Cannon miró fijamente a Fitz, con expresión interrogadora.

—¿Nada más? ¿Así, a

grosso modo, ésa es la propuesta que nos hacen ustedes?

Fitz asintió con la cabeza.

—Sí señor, ésa es. Oh, a propósito, no le he dado la información sísmica que poseemos.

Fitz extrajo del sobre el informe sísmico que habían realizado Fender Browne en el barco de investigaciones. Lorenz Cannon lo miró y luego fijó la vista en Fitz.

—Recuerdo haber visto un viejo informe sobre estas aguas —dijo—. Pero éste es nuevo, ¿verdad?

—Sí, las investigaciones las efectuamos nosotros mismos, hace un mes escaso. Hay

un gran manto petrolífero, bajo esas estructuras. Estimamos que las reservas pueden calcularse en dos mil, tal vez tres mil millones de barriles, e incluso más.

Lorenz Cannon sacudió la cabeza apreciativamente.

—Por tanto, debo entender que no sienten muchos deseos de seguir arriesgando dinero y que, de hecho, les gustaría hacerse con unos beneficios rápidos ahora y después con un porcentaje de las ganancias.

—No creemos que haya riesgo de ninguna clase. Por supuesto, siempre existe algún elemento de duda cuando uno excava en busca de petróleo, pero en este caso, el riesgo, obviamente, es mínimo.

—Me siento inclinado a creer en lo que dice,

Mr. Lodd. Opino que, definitivamente, deberíamos seguir adelante en esta empresa. Basándome en lo que usted me ha mostrado y me ha dicho creo que podremos llegar a un acuerdo. ¿Está usted autorizado a firmar en representación del consorcio?

—Sí, señor, estoy autorizado. Los poderes que se me conceden están aquí dentro, con todos los demás documentos. Se los puedo dejar para que los estudie a placer y se los pase a sus abogados.

—Si todo sigue así,

Mr. Lodd, puedo yo asegurarle que hemos llegado a un acuerdo. Un convenio bueno para ustedes y bueno para nosotros. Aquí, en la «Hemisphere Petroleum», nos enorgullecemos de nuestra capacidad para operar de prisa, mucho más de prisa que la competencia. Ése es uno de los motivos de nuestros éxitos.

—¿Cuándo cree que podremos cerrar el trato,

Mr. Cannon? —preguntó Fitz—. Tengo negocios urgentes de los que debo hacerme cargo cuanto antes en Dubai. Y también necesito viajar a Teherán lo antes posible.

—La verdad es que se mantiene usted muy ocupado desde que se retiró.

—He pasado al menos diez años de mucho más trajín que éste mientras estaba en el Ejército —dijo Fitz.

Una expresión de amargura apareció en su rostro antes que pudiera agregar:

—De todos modos, tal como van las cosas, todo parece marchar por el mejor camino. Al menos casi todo.

Si detectó una nota de desaliento en las palabras de Fitz, Lorenz Cannon se guardó mucho de comentarlo.

—Hoving Smith me ha hecho un gran servicio al conseguir que nos pusiéramos en contacto —dijo—. En caso que Hoving no lo hubiera enviado a mí, ¿qué habría hecho usted,

Mr. Lodd?

—Mis socios y yo elaboramos una lista de las diez personas más a propósito para ir a plantearles nuestra oferta. La compañía «Hemisphere Petroleum» estaba en la lista, claro, pero también había varias otras empresas con las que habríamos contactado antes.

En esos momentos, Fitz se encontraba en lucha con su conciencia. Vacilaba entre revelarle a Lorenz Cannon la información que Laylah le había entregado y no decir absolutamente nada al respecto. Indudablemente, la «Hemisphere Petroleum», como empresa, y Lorenz Cannon, como persona, habían dado muestras cabales de su integridad en varias ocasiones. La sugerencia de Cannon de entregar una recompensa monetaria al padre de Laylah por los servicios prestados —recompensa que Hoving Smith no esperaba, pues lo único que había hecho era tratar de ayudar a un amigo de su hija— demostraron a Fitz cuál era la forma de actuar de los hombres de negocios respetables.

Majid Jabir, Fender Browne y Sepah habían decidido por unanimidad que lo mejor sería dejar a discreción de Fitz la conveniencia o inconveniencia de revelar la información que poseían sobre la posibilidad de que los límites marítimos en torno a Abu Musa se extendieran de tres a doce millas. Finalmente, Fitz decidió que una revelación completa y detallada de todo lo que sabía era algo que debía no sólo a Lorenz Cannon y a Hoving Smith, sino también a su propio sentido de la integridad. Evidentemente, Cannon estaba encantado con la proposición. Fitz podía observar de qué forma se regodeaba el presidente de la «Hemisphere Petroleum» contemplando una y otra vez el informe sobre las condiciones sísmicas de la zona a explotar.

—Hay una cosa más que usted debe saber,

Mr. Cannon —dijo Fitz, una vez decidido—. A nuestra sociedad se le ha otorgado una garantía inglesa sobre esta concesión que, al parecer, es firme y sólida. Supongo que usted la interpretará del mismo modo, ¿verdad?

—Indudablemente, el refrendo británico parece sólido y firme. Yo he estado involucrado en muchos convenios de este tipo y sé que durante medio siglo, tal vez más, los ingleses han otorgado a los soberanos árabes toda la apariencia de que son los que gobiernan, pero los hilos siempre se han movido desde Londres.

—Exactamente,

Mr. Cannon. Me alegra que lo entienda de esa forma. Ahora déjeme decirle lo que escuché en Teherán la semana pasada. Tal como le he mencionado, Laylah, la hija de Hoving Smith, es muy amiga mía, hemos sido íntimos amigos durante dos años. Probablemente Laylah sea la joven no desposada más popular y conocida de Teherán. Como su madre es iraní, Laylah habla el persa perfectamente. Los parientes de su madre ocupan cargos muy elevados tanto en el Gobierno como en los negocios. Nada de lo que se cuece en Teherán puede pasar inadvertido para Laylah, que está en condiciones de enterarse de todo lo importante que ocurre a su alrededor. Laylah está enterada de mis intereses en la concesión petrolífera de Kajmira. También sabía que el campo petrolífero que pensamos explotar se encuentra a nueve millas marítimas de distancia de la isla de Abu Musa.

Los ojos de Cannon, atentos, no se apartaban ni un instante de los de Fitz. «¿Acaso se echará para atrás, ahora?», pensaba Fitz.

—Supongo que usted sabrá que el

Sha de Irán ha reclamado vigorosamente, y de manera estruendosa, la isla de Bahrein, aduciendo que era parte integrante del territorio iraní. De manera menos vocinglera, pero también firme, Arabia Saudí ha reclamado también como suya la isla de Bahrein. Por supuesto, Bahrein es un Emirato productor de petróleo en el que los ingleses tienen vastos intereses políticos, militares y comerciales. A los ingleses no les haría ninguna gracia que el

Sha se apoderara de Bahrein. Laylah descubrió que, para impedir que esto suceda, los ingleses han dado su autorización para que el

Sha reclame sus derechos sobre la mitad de la isla de Abu Musa y la mitad de todos sus réditos en materia petrolífera. Eso, siempre y cuando abandone sus intenciones respecto a Bahrein.

Fitz comprobó que Cannon lo escuchaba atentamente. Ésta era su última posibilidad de echarse hacia atrás y no revelar los vitales informes que tenía en su poder. Sin embargo, Fitz siguió adelante.

—Ahora bien, lo curioso es que no hay petróleo dentro del límite de las tres millas en Abu Musa. Por lo tanto, lo que los ingleses deben haber dicho al

Sha es que están dispuestos a apoyarlo si él, junto con el Estado de la Tregua de Sharjah, declaran unilateralmente que las tres millas de límites marítimos en torno a Abu Musa se extienden automáticamente a doce millas. De esa forma, nuestro campo petrolífero quedaría dentro de los límites territoriales de la isla.

Lorenz Cannon estudió silenciosamente el mapa durante algunos minutos. Luego ojeó todos los demás acuerdos y alzó la vista hacia Fitz.

—No pueden hacer eso. Es absolutamente ilegal. Los ingleses han garantizado esta concesión. Conozco al

Sha del Irán personalmente y sé que, sin duda, es un individuo de lo más ambicioso. De todos modos, no puedo creer que se atreva a desafiar las leyes internacionales y la opinión mundial arrancando unilateralmente al pequeño Emirato de Kajmira la parte más valiosa de su concesión petrolífera. ¿De qué forma llegaron a oído de Laylah estos informes?

—Laylah tiene un amigo que es el principal asistente del presidente de la «NIOC» en Teherán.

—Es posible que se haya planteado una maniobra de este tipo, pero no puedo creer que efectivamente se lleve a cabo. ¿Fue por esos informes por lo que decidieron venir a hablar con nosotros?

—Supongo que sí —admitió Fitz—. Aunque también nos dimos cuenta que estábamos yendo mucho más lejos de lo que pensamos en un principio. Calculábamos que con un millón de dólares o algo así podríamos financiar esta empresa. Ahora vemos que un millón no es, realmente, mucho dinero.

—No, no lo sería, al menos bajo circunstancias normales. De cualquier modo, siento enorme respeto por los recursos que han demostrado ustedes poseer y presiento que, probablemente, habrían puesto las cosas en funcionamiento por sí solos. Esos informes que me ha comunicado no modifican mi manera de pensar respecto a la conveniencia de interesarnos en esta empresa. Y es más, el respeto que siento por ustedes se ha multiplicado como resultado de su honestidad. Evidentemente, usted está mucho más preocupado que nosotros por esos informes de segunda mano que

Miss Smith le dio a conocer en Teherán.

—Indudablemente es un hecho que nosotros, con nuestros propios medios y nada más, nunca hubiéramos podido hacer frente a una coalición entre iraníes e ingleses —respondió Fitz.

—Sus informes son muy interesantes,

Mr. Lodd. Y, según le he dicho, lo más interesante es el hecho de que me lo haya dicho todo. Le encarecería que me diera plazo hasta el jueves para tratar de solucionar definitivamente el convenio. Mientras tanto, quizá quiera acompañarnos a cenar esta noche a mi esposa y a mí. Es posible que para esta noche ya pueda adelantarle algo respecto al convenio, para que compruebe con cuánta premura actuamos.

—Muchas gracias,

Mr. Cannon. Acepto su invitación.

Cannon extrajo una tarjeta de un bolsillo.

—Nos veremos en esta dirección. Vivimos en la Calle Cincuenta y Siete, al este de la Quinta Avenida. Lo aguardamos para las siete y media, ¿de acuerdo?

Varios directivos del «First Commercial Bank» de Nueva York llevaron a Fitz a almorzar al restaurante «Four Seasons». Fitz empezó a sentirse muy importante, brindando con los tres altos ejecutivos que lo acompañaban. Todos querían escuchar historias sobre el golfo Pérsico y Fitz, para complacerlos, no desmintió su participación personal en el contrabando de oro, tal como la Prensa le atribuía. Previamente se le había entregado una chequera con su nombre inscrito en la cubierta de cuero azul, operación que se llevó a cabo no bien Fitz se presentó en el Banco. Al abrirla, Fitz comprobó que tenía un saldó a su favor de cincuenta mil dólares que le habían sido transferidos del Banco de Dubai. También se le entregó una tarjeta de crédito que cubría hasta cien mil dólares para el caso de que los necesitara durante su estancia en los Estados Unidos.

Antes de partir hacia el restaurante, Fitz pidió que se le entregara un cheque certificado por cinco mil dólares a nombre de Marie Lodd. Ese mismo día Marie obtendría el decreto de divorcio en Santo Domingo y, al día siguiente, ya estaría de regreso en Washington.

Durante el almuerzo, Fitz y los banqueros discutieron todo lo relativo a la apertura de un fondo a beneficio de su hijo Bill. Fitz colocó cien mil dólares como primer abono, acordando que aumentaría el fondo con dinero que remitiría paulatinamente desde Dubai.

Esa noche, la cena con los Cannon fue muy interesante. La cena se llevó a cabo en la casa del matrimonio, con una doncella y un mayordomo encargados de atender la mesa. Un servicio tan completo era algo muy poco corriente en los Estados Unidos en esos días. Jeannette Cannon se mostró especialmente interesada en el estado civil de Fitz, puesto que, según sus palabras, tenía la intención de organizar una fiesta para el jueves de la semana en curso. Fitz caviló por un momento antes de responder a la pregunta que Jeannette Cannon acababa de hacerle hasta que recordó que, a esa hora, el decreto que le concedía el divorcio en la República Dominicana ya tenía que ser un hecho.

—No,

Mrs. Cannon, no estoy casado. Tengo un hijo de catorce años, pero mi mujer y yo estamos divorciados —dijo.

De inmediato, recordando lo mucho que Lorenz Cannon apreciaba la sinceridad, agregó:

—Es decir, a estas horas ya no estoy casado. Se supone que el divorcio se llevó a efecto más o menos a las cuatro de la tarde, hoy mismo.

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