Dubai

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Tercera parte » Capítulo XL

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Joe Ryan condujo a Majid Jabir y a Sepah a la mesa de Fitz, la primera a la derecha después de entrar al bar «Ten Tola». Muy pronto, la mesa había recibido el nombre de

majlis. Allí era desde donde Fitz dirigía la mayor parte de sus negocios, desde la hora del almuerzo hasta, aproximadamente, las dos o tres de la mañana, tomándose apenas tiempo para nadar un poco y disfrutar algo del sol a alguna hora de la tarde.

Fitz se puso de pie, apartando apenas su silla colocada a la cabecera de la mesa en forma de ataúd, y dio a Sepah y Majid Jabir la bienvenida a su

majlis. Con el momento de cerrar el trato en Londres acercándose a pasos agigantados, todos los principales miembros del grupo financiero conferenciaban casi a diario y el jeque Saqr se trasladaba en coche frecuentemente desde Kajmira al bar «Ten Tola». Aunque, ostensiblemente, las visitas de Saqr tenían el propósito de intercambiar opiniones de negocios con Fitz, la verdad era que el jeque estaba enamorado de todas las rubias camareras y, muy especialmente, de Ingrid, tal como Fitz advirtió.

Majid Jabir se sentó a un lado de Fitz y Sepah al otro lado. Apenas si habían tenido tiempo de pedir café cuando aparecieron Fender Browne y Tim McLaren. Ambos conversaron durante un rato, riéndose de Saqr, que parecía muy interesado por todas las chicas que había en el local. Fitz siempre estaba preocupado por la situación confusa existente entre los árabes y las chicas que trabajaban en el restaurante. Hasta ese momento, ninguna de las chicas se había metido en dificultades, pero todo indicaba que habría una primera vez. Frecuentemente, Fitz había jugado con la idea de desprenderse de todas las chicas de un solo golpe, pero no podía: eran las chicas las que daban al establecimiento esa atmósfera especial que tenía, eran ellas las que traían a gran parte de los clientes más asiduos.

—Puedo ver a Jean Louis Serrat, en su habitual reservado del rincón, seguramente resolviendo problemas.

Fender Browne sonrió.

—Me encantaría escuchar lo que se dice en algunas de estas mesas. Los más fabulosos negocios del Golfo en estos días se llevan a cabo aquí mismo, en el bar «Ten Tola».

Majid Jabir miró fijamente a Serrat.

—Me gustaría saber qué está complotando con ese banquero iraquí de Ras al Jaimah —dijo—. Aquel otro sujeto también tiene aspecto de iraquí y además hay un chino sentado a su mesa.

—Empecé a oír hablar de Serrat cuando estaba en Beirut —dijo Fender Browne—. Sé que está tramando la venta de unas armas francesas, puedo deciros eso. Como bien saben, estuvo involucrado en la venta de

jets de combate franceses a Israel.

—Fender, tú oyes toda clase de rumores, incluso referentes a mi persona —admitió Fitz—. Y supongo que regalar barras de oro ten tola a los mejores clientes no ayuda en nada.

Fitz rió antes de proseguir:

—En lo que a mí respecta,

Monsieur Serrat es el representante de los intereses franceses en la «Dubai Oil Drilling Company» y en algunas otras compañías productoras de petróleo que operan en el Golfo.

Por un momento, Fitz consideró la idea de ir a su despacho y conectar un aparato de radio a la mesa de Serrat, para saber de qué versaba la conversación. Estaba perfectamente al tanto del hecho de que los principales provocadores en el área del Golfo eran iraquíes y, por supuesto, en Omán los chinos estaban involucrados en el entrenamiento y el liderazgo del Frente Popular para la Liberación del Golfo de Arabia Ocupado (FPLGAO), que peleaba para derrocar al sultán y establecer un Estado comunista. La verdad es que todavía tenía que usar a fondo los artilugios que le habían dado, captando alguna conversación. Pero abandonar en aquellos momentos a sus invitados habría sido una acción muy descortés. En la mesa se discutía el tema de la firma del convenio, prevista para dentro de diez días en Londres. Todavía existían opiniones contradictorias en el grupo respecto a la conveniencia de desprenderse de esa forma de la concesión. El único que apoyaba firmemente a Fitz era Majid Jabir. La lógica del asunto en torno a Abu Musa y los límites marítimos era tan fuerte, que Majid Jabir estaba convencido de que los informes recibidos por Fitz eran auténticos.

—Debe de estar haciéndose tarde —señaló Tim McLaren—. Aquí llega el grupo procedente del vuelo de Beirut.

Fitz echó una ojeada a su reloj de pulsera.

—Para variar, el vuelo debe de haber llegado justo en hora —dijo.

Varios hombres y una pareja fueron conducidos a distintos asientos por Joe Ryan, todos uniéndose a distintos grupos que los aguardaban.

—Me gustaría tener el uno por ciento de todos los negocios que se tratan y se concretan en este local —dijo Fitz, riendo.

—En ese caso serías más rico que Rashid, Zayed y Faisal juntos —señaló Tim McLaren.

Joe Ryan se deslizó a un costado de Fitz.

—Hay un tal

Mr. Tony DeMarco, recién llegado de Beirut, que quiere hablar con usted, jefe —dijo Ryan—. Dice que lo envía el general Boless.

Fitz asintió con un movimiento de cabeza.

—Me preguntaba cuándo llegaría. Hazlo venir aquí.

Dirigiéndose a los otros que estaban en la mesa, dijo:

—Este sujeto ha venido para colocar entre veinte y treinta millones de dólares en Dubai. Era dinero sucio cuando salió de Vietnam, pero aquí supongo que será simplemente dinero, como el resto del dinero que circula por todas partes.

—Me encantaría poder ayudarlo, Fitz —declaró Tim McLaren.

McLaren y Sepah se apartaron un asiento cada uno y, cuando DeMarco llegó, guiado por Joe Ryan, Fitz le indicó la silla libre que había a su lado.

—Bienvenido a mí

majlis, Mr. DeMarco —dijo.

Tony DeMarco era un hombre vulgar, de aspecto áspero. Su espeso y apretado cabello gris surgía en una especie de bulbo por encima de sus cejas. Aunque era de noche y se encontraba en un sitio cerrado, llevaba lentes oscuros. Fitz pensó que si existía la Mafia, ahora tenía delante al prototipo del mafioso.

Fitz presentó a DeMarco a los demás hombres sentados en torno a la mesa.

—A tenor de lo que el general Boless me dijo en Washington, creo, Tony, que se encuentra usted entre la gente más adecuada. Majid Jabir, este señor, es el que hace que las cosas ocurran en los Estados de la Tregua, es el que mueve todos los hilos. Sepah es uno de los principales impulsores de la política de arriesgar capital para ganar buenos dividendos en esta parte del golfo de Arabia. Tim McLaren es nuestro amistoso banquero, y el suyo también supongo. Está a cargo de la sucursal del «First Commercial Bank» de Nueva York en Dubai. Y también está a la cabeza del sistema de cuentas bancarias numeradas más seguro y anónimo existente hoy en día en el mundo. Y frente a McLaren tenemos a Fender Browne, uno de los más respetables representantes de los suministradores de equipo para exploración y extracción de petróleo que operan hoy en día en el Golfo. De modo, Tony, que todos estamos a su servicio.

—Nunca pensé que pudiera encontrar un lugar como éste en esta parte del mundo —dijo Tony DeMarco, recorriendo con los ojos el restaurante—. Estaba convencido de que hacía una expedición al mismísimo fin del mundo.

—Nos encontrará a todos tan civilizados como a los amigos de Saigón —dijo Fitz, con aspereza—. A menos que la Perla de Oriente haya cambiado mucho desde que estuve allí por última vez.

—El «Club Internacional» ha mejorado desde entonces, Fitz —afirmó Tony—. Pero, aun así, no puede compararse con esto.

—Puede hablar con entera libertad, ante estas personas. La verdad es que, de todos modos, tendría que ponerme en contactos con ellas después de haber comunicado usted sus propósitos. El general Boless y yo hablamos ya largamente de ellos en Washington.

Fitz indicó a Ingrid que se acercara a la mesa. La chica preguntó a Tony DeMarco qué quería para beber. La expresión de la cara de DeMarco decía claramente: «A ti, nena». Sin embargo, se resignó a pedir un

whisky con soda.

—Para empezar —dijo DeMarco—, tengo una orden bancaria por veinte millones de dólares. Está extendida contra el «Commercial Trading Bank» de Hong Kong. Llevo una lista de nombres para los cuales quiero que se disponga de cuentas numeradas. Los veinte millones serán depositados en dichas cuentas separadas.

—Eso es bastante sencillo —dijo Tim McLaren.

DeMarco miró a Sepah.

—Tengo también otra orden por cinco millones de dólares. Mi sindicato quiere invertir ese dinero en algún negocio lucrativo. Sabemos que corremos un riesgo y que podemos perder el dinero. Pero nos gustaría poder participar aquí con nuestro dinero.

Fitz se volvió hacia Sepah:

—¿Puedes hacerte cargo de cinco millones de dólares? —le preguntó.

—Desde luego. En estos momentos tenemos ciertos problemas, que espero solucionar de aquí a dos meses como máximo —respondió Sepah.

Fitz consideró la idea de sugerir a DeMarco que invirtiera los cinco millones en el convenio petrolífero, para poder dejar así sin efecto el contrato con la «Hemisphere Petroleum». Sea como fuere, Fitz seguía teniendo fe en la exactitud de los datos que le había proporcionado Laylah en Teherán, relativos a la situación en Abu Musa. Y, por otra parte, conocía a la gente que estaba detrás de DeMarco. Se trataba de gánsteres y asesinos, por más que fueran soldados o, en apariencia, honrados hombres de negocios que operaban en Oriente. No tenía ningún deseo de responsabilizarse personalmente en el caso de que tal sindicato perdiera el dinero invertido. Lo mejor sería que DeMarco y Sepah decidieran qué negocio podrían hacer juntos. Fitz prefería mantenerse al margen.

—Bien, Tony, has llegado al lugar adecuado en el momento adecuado —dijo Fitz, cordialmente—. En diez minutos habrás establecido todos los contactos que puedas necesitar. Ahora dejaré que tú y Tim arregléis los detalles concernientes a las transferencias y que tú y Sepah resolváis lo que pensáis hacer juntos.

—El general Boless me dijo que tú te encargarías personalmente de contratar el dinero que llegase a Dubai. Hay mucho más dinero en el mismo lugar de donde éste vino, esperando ser colocado. El Gobierno de los Estados Unidos ha hundido el sistema suizo de cuentas numeradas. Y, además, los malditos banqueros suizos han empezado a poner impuestos hasta de un treinta por ciento para el dinero ingresado en cuentas numeradas.

—Aquí, el monarca no permite que nadie, ni siquiera el propio Senado de los Estados Unidos, hurgue en las cuentas numeradas. ¿Por qué no se da una vuelta por el Banco mañana por la mañana, digamos alrededor de las ocho y media? Fitz podría acompañarlo.

—Y cuando haya acabado lo que tiene que hacer con Tim, Fitz puede acompañarlo hasta mi casa —agregó Sepah—. Con ayuda de Fitz, le explicaré con toda precisión cómo funciona nuestro negocio. A pesar de los riesgos, las posibilidades siempre son grandes.

—Si quiere entrar en el negocio del petróleo, sólo tiene que ir a verme a mí, Tony —agregó, por su parte, Fender Browne, que no quería quedar de lado en caso que hubiera una inyección de dinero nuevo en Dubai.

Ya eran cerca de las tres de la madrugada, y poco a poco el ambiente se iba aclarando en el bar «Ten Tola». Al parecer, aún se celebraban algunas conferencias de negocios en los reservados de los rincones, pero las mesas del centro del local estaban ya desocupadas.

—He venido aquí directamente, Fitz —dijo Tony—. Ni siquiera me he preocupado de reservar habitación en un hotel, antes de venir. ¿Podrías solucionarme este problema, Fitz?

Desde luego, Tony. Puedes quedarte en mi casa mientras estés aquí. ¿Vienes directamente de Honk Kong?

—Sí. Demasiado tiempo volando. De Honk Kong a Beirut con un par de escalas, y luego de Beirut hasta aquí. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que me acosté en una cama.

—Tal vez quieras posponer un día las entrevistas. Descansar y recuperarte de la paliza de tantas horas en avión —sugirió Fitz.

—No, eso es algo que he de hacer cuanto antes. Tal como te dije, si todo sale bien, pronto podré invertir aquí importantes sumas de dinero. Muy importantes. Hace dos años que tenemos en marcha un negocio fantástico en Saigón, y ahora la maldita Administración que se ha instalado en Washington trata de acabar con la guerra. Además, no sé qué senador quiere abrir una investigación, para que lo reelijan el otoño que viene. Por todo esto, calculo que dentro de seis meses, un año a lo sumo, tendremos que encontrar otra área como cuartel de nuestras operaciones.

—Si quieres, te llevo a tu habitación —se ofreció Fitz—. Es curioso, pero en el momento en que la gente llega a Dubai, ya empieza a pensar en marcharse lo antes posible. De todos modos, podremos actuar de prisa. ¿Dónde tienes las maletas?

—El hombre que estaba en la puerta me dijo que se encargaría de vigilarlas.

Fitz palmeó y un botones pakistaní hizo su aparición.

—Coge las maletas de

Mr. Joe —Fitz se refería siempre así a Joe Ryan cuando lo nombraba ante sus empleados— y llévalas a mi casa a través de la cocina.

El pakistaní asintió y se alejó a toda prisa hacia la puerta.

—Bueno, Tony. Cuando quieras. Yo estoy listo.

—Ahora mismo —dijo DeMarco, ansioso.

Fitz se puso de pie.

—Os veré a todos mañana por la mañana —manifestó a guisa de despedida.

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