Dubai

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Tercera parte » Capítulo XLIII

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No bien llegó al aeropuerto internacional de Dubai, Fitz comprobó que el grupo procedente de Kajmira ya estaba confirmando sus billetes. Todos los miembros de la comitiva de Saqr llevaban la tradicional

dish dasha y la

kuffiyah y ya se preparaban a abordar el

jet que viajaría con destino a Londres. Evidentemente, Saqr y su comitiva estaban de muy buen humor. Los árabes del estilo de ellos aprovechaban ansiosos cualquier oportunidad que tuvieran para trasladarse a Beirut, a Suiza, a París y, fundamentalmente, a Londres. Ni Saqr ni Fitz hicieron la menor referencia, ni verbal ni de gesto, a la rubia camarera secuestrada.

Fitz, llevando en su portafolio el poder que lo autorizaba a firmar en nombre de Sepah, Fender Browne y Majid Jabir, se acomodó en primera clase, al igual que Saqr y su comitiva, aunque en una sección distinta del avión. Dejaría que fuera Abdul Hummard el encargado de hacer placentera aquella visita de Saqr a Londres. En el bolsillo, Fitz llevaba una carta de Laylah, que había recibido dos días antes. Aún no había decidido si enseñaría dicha carta a Lorenz Cannon y a Abdul Hummard: tal vez sí y tal vez no.

Cuando el

jet ya estaba en el aire en viaje hacia Beirut, Fitz abrió la carta de Laylah y volvió a leerla. En esta ocasión, Laylah apenas mencionaba a Thornwell, puesto que escribía tan sólo para comunicar a Fitz los últimos informes respecto al desarrollo de las negociaciones relativas a Abu Musa. Estando ya a la vista el fin de la dominación británica en el golfo de Arabia, se llevaban a cabo intrincadas negociaciones entre ingleses, por un lado, y el

Sha y la «NIOC» por el otro. El

Sha había abandonado completamente todas sus reclamaciones sobre la isla de Bahrein, reclamaciones que antaño había planteado de manera harto insistente. El representante británico en Bahrein en combinación con Brian Falmey, representante ante los Estados de la Tregua —que de entonces a un año pasarían a llamarse Emiratos Árabes Unidos— habían asegurado a la «NIOC» que estaban en condiciones de persuadir al Departamento de Arabia del Foreign Office para que respaldara las reclamaciones iraníes sobre Abu Musa y también la extensión de los límites marítimos de tres a doce millas. Si eso se llevaba a efecto, la concesión otorgada a Fitz y a los suyos entraría dentro de las aguas iraníes.

Aunque aún no se había fijado fecha para que Irán se hiciera cargo de la mitad de Abu Musa que le correspondía, lo cierto es que no faltaba mucho para que el acuerdo se concretara. Fitz debía estar preparado para afrontar una inminente declaración relativa a la doble soberanía de Abu Musa, declaración a la que, en pocas semanas, seguiría el anuncio de que la extensión unilateral de los límites marítimos decidida por el

Sha contaba con el apoyo británico, que dispondría de su Armada en caso necesario. La carta terminaba diciendo:

Espero que todo esto te sirva de algo y sepas cómo usarlo, Fitz. Estoy convencida de que actúas correctamente al firmar el convenio con la «Hemisphere Petroleum». Si hay alguna compañía petrolífera que puede hacer frente con éxito a este pequeño complot internacional, no hay duda que esa compañía no es otra que la «Hemisphere». Sólo espero que puedas firmar el convenio antes que los de la «Hemisphere» se enteren de lo inminente que es la declaración que te he mencionado. Con todo afecto, Laylah.

Cuando el avión se hallaba a una hora de vuelo, de Beirut, Saqr y los restantes miembros de su comitiva fueron uno a uno al excusado de caballeros y, al poco, regresaron llevando ropas occidentales, habiendo guardado las túnicas en la misma maleta en la que llevaban antes los trajes y las corbatas. Para cuando el avión tocó tierra en Beirut, cuatro árabes muy occidentalizados terminaban una botella de champaña y se preparaban para descender del avión. La escala en Beirut se prolongó por una hora y luego todos los pasajeros fueron conducidos de nuevo al avión, que de inmediato puso rumbo a Londres.

Al volar de Este a Oeste, los pasajeros ganaban varias horas, gracias a la diferencia de huso horario existente entre Beirut y Londres. De modo que apenas estaba oscureciendo cuando el avión llegó a la capital británica. Abdul Hummard se encontraba en el aeropuerto esperando a Fitz y a Saqr. Abdul y Saqr se abrazaron y luego el palestino le dio la mano a todos los componentes de la comitiva del jeque. Poco después, Abdul le daba una calurosa bienvenida a Londres a Fitz y le decía que su fotógrafa favorita lo esperaba en su piso.

—Yo me encargaré de llevar a Saqr a las

suites que he reservado en el hotel «Grosvenor». Tú coge un taxi y vete a lo de Lynn, que yo te llamaré más tarde a su piso. He hecho todos los arreglos para dar una fiesta mañana por la noche. De todos modos, si Saqr está impaciente en busca de diversión, creo que podré tener algo listo para él esta misma noche.

—Creo que Lynn debería repetir su escena de fotógrafa amistosa —dijo Fitz.

—Por supuesto. Aunque Lynn me dijo que a ti no te gustaba que hiciera ese tipo de cosas.

—En este caso es distinto, pues las fotos pueden resultar valiosas más adelante.

Fitz metió las maletas en un taxi y dio al chófer las señas del apartamento de Lynn, en Kensington. Menos de una hora después, Fitz subía las escaleras hacia el estudio fotográfico. Lynn en persona le abrió la puerta y Fitz dejó caer las maletas y tomó a la chica en sus brazos. Lynn se apretó a él fuertemente y los dos se besaron apasionada y largamente.

—¿Todavía piensas volver conmigo a Dubai, querida? —preguntó Fitz.

—Por supuesto que sí, querido. Apenas si puedo esperar.

—Fantástico.

—¿Tienes hambre?

—Sí —dijo Fitz, sonriendo de manera sugerente—. En lo que respecta a la comida, las Líneas Aéreas del Oriente Medio ya me la han proporcionado en abundancia. Cuidan muy bien a sus pasajeros.

Con la puerta ya cerrada a sus espaldas, Fitz volvió a abrazar a Lynn y, valseando lentamente, la llevó a través del amplio estudio fotográfico hasta la puerta del dormitorio. Fitz sonrió complacido al ver que la colcha estaba corrida a un lado y la cama abierta. Se volvió de espaldas.

—Fitz —dijo Lynn, riendo—. ¿Cuáles son tus intenciones?

—Mis intenciones son las que he tenido todos estos días, esperando volver a este lugar —respondió Fitz.

Se volvió, besó a la chica, la chica se sentó en la cama y lo hizo sentar junto a ella. El jersey holgado y las faldas

tweed que Lynn llevaba parecía que saldrían fácilmente. Lynn podía leer en la mente de Fitz, como en un libro abierto. Sonriendo, la chica guiñó un ojo, astuta y divertida.

—No es muy difícil leerte la mente, Fitz, de veras —dijo—. ¿Por qué no te quitas los zapatos y te pones cómodo?

Fitz se sacó los zapatos y en seguida la chaqueta, arrojándola hacia una silla. Luego se quitó la corbata y la arrojó encima de la chaqueta. Los dos se pusieron de pie, muy cerca uno del otro, y Fitz hizo correr las manos por debajo del jersey de Lynn. Sus manos se deslizaron por la piel de la chica, subiendo hacia los pechos, sueltos y turgentes.

Lynn alzó los dos brazos por encima de la cabeza y, con las dos manos y en un solo movimiento, Fitz le sacó el jersey y lo arrojó a una silla. Luego hundió la cara por un momento entre los pechos de la chica. Lynn le desabrochó la correa, le abrió los pantalones y empezó a bajárselos. Fitz se sacó primero una pierna y después la otra, arrojando de una patada los pantalones sobre la silla. En pocos instantes los dos, desnudos, se arrojaban abrazados a la cama.

Todo fue tan hermoso como la primera vez.

Después yacieron ambos juntos. El tiempo se deslizaba lentamente y hombre y mujer seguían unidos en un húmedo abrazo. Repentinamente, ambos se sobresaltaron, emergiendo del entresueño, a causa del tintineo del teléfono.

—Abdul —dijo Lynn, resoplando disgustada—. Bueno, pudo haber sido peor. Mira si se le ocurre llamarnos veinte minutos antes, ¿eh?

Lynn cogió el aparato. Era efectivamente Abdul, que preguntó si podía hablar con Fitz. De manera letárgica, Lynn entregó a Fitz el auricular.

—Sí, Abdul —dijo Fitz.

Fitz escuchó que Abdul Hummard reía con sorna al otro extremo de la línea.

—Hice todo lo posible para que vosotros, niños, tuvierais todo el tiempo del mundo antes de mi llamada. Pero necesitaba hablar contigo ahora. Saqr está entusiasmado con la fiesta de mañana, pero también quiere que le prepare algo para esta noche. Creo que me estoy haciendo cargo de él de manera óptima, realmente. Lorenz Cannon llegará mañana de Nueva York, por la mañana. Su asesor jurídico principal, Irwin Shuster, ya se encuentra en Londres, al igual que varios de sus ejecutivos. La firma está concertada para pasado mañana. Se trata simplemente de mero formulismo, ya que todo el mundo ha aprobado los documentos.

Fitz soltó un suspiro de alivio.

—¿Entonces por qué no firmamos todo mañana y asunto concluido? —preguntó.

—No se puede, porque tenemos a Saqr y a su legión árabe aquí y todos están ansiosos por tomar parte en una gran fiesta. La verdad es que he organizado una orgía, un infierno de orgía, con las mismas chicas de la otra vez, todas rubias, ¿las recuerdas?

—Sí, las recuerdo, por supuesto. ¿Eso significa que necesitas a Lynn?

—Es la mejor que conozco para un trabajo de este tipo. A propósito, Saqr insistió en que quería una fiesta exclusivamente árabe para mañana, si sabes lo que eso significa. Me parece que piensa que tu presencia lo puede inhibir. ¿Hubo algo entre tú y Saqr, allá en Dubai, algún roce o algo parecido?

—Te lo explicaré. ¿Recuerdas a Ingrid?

—¡Me preguntas que si recuerdo a Ingrid!

—Muy bien. Saqr la secuestró y se la llevó al desierto una semana entera. Supongo que cada vez que me ve se siente un poco culpable.

Abdul Hummard rió en el aparato.

—¿Así que era eso? —dijo—. Bien, ya no tienes nada que hacer esta noche. Lo único que te pido es que vengas a la oficina a las diez de la mañana. Y dile a Lynn que tiene trabajo para mañana por la noche.

Lynn cogió el teléfono de manos de Fitz y lo colgó. Luego se volvió hacia él.

—¿Qué te parece si tomamos una copa y comemos algunas galletas con un poco de queso? —preguntó—. Las Líneas Aéreas de Oriente Medio no me dieron de comer a mí.

Fitz aguardaba impaciente el regreso de Lynn al apartamento. Lynn seguía sacando fotos en el piso de Abdul, documentando en todas las posturas a Saqr y a su comitiva. Fitz había cenado con Lorenz Cannon y los demás ejecutivos de la «Hemisphere Petroleum Company», todos muy entusiasmados ante la perspectiva de que en poco tiempo estarían extrayendo petróleo del golfo de Arabia. En esos momentos, la «Hemisphere» producía petróleo en Libia, pero las alarmantes intenciones de nacionalizar la producción petrolífera por parte del coronel Gadaffi, revolucionario fanático y dictador militar del país, había reducido a todas las compañías de carburante que operaban en Libia a un estado casi de postración nerviosa.

Fitz decidió que no convenía, ni para sus intereses ni para los de nadie, informar que Laylah le había escrito insistiendo en sus advertencias previas. Fitz prefirió dejarse llevar por la atmósfera de gran optimismo reinante. Habían planificado que no bien Fender Browne y McDermott terminaran de construir la plataforma en Kuwait, harían que la misma fuera trasladada al lugar elegido, justo encima de las estructuras geológicas, para iniciar de inmediato las perforaciones.

Lynn regresó por fin de la fiesta de Hummard, cuando ya era cerca de medianoche, y describió la orgía que había presenciado.

—Ese Saqr es un maldito salvaje —dijo, temblando sin poderse contener—. Le encanta hacer que las chicas aúllen de dolor cuando se las tira. El vicioso bastardo del desierto hizo que todas ellas recibieran sus atenciones especiales.

Fitz dio un respingo.

—¡Ojalá no hubieras visto nada de eso! —dijo, para agregar, con confianza—. Pero ya no hará falta que vuelvas a ser testigo de cosas de ese estilo.

—¿Qué es lo que pasa con Saqr? ¿Por qué esa necesidad imperiosa en sacarle fotos?

—Nunca se sabe cuándo necesitaremos presionar en él —replicó Fitz, sin comprometerse—. Y ahora que ya está hecho todo el trabajo sucio, dediquémonos a finalidades más agradables.

—Yo también estaba pensando lo mismo. ¿Me permites tomar una copa antes? ¿O prefieres que prepare dos?

Lynn sonrió y se dirigió hacia la pequeña cocina adjunta al estudio fotográfico.

La firma del día siguiente había sido planeada como una ceremonia impresionante. Las partes contratantes occidentales del convenio habían contribuido con doce plumas estilográficas de recuerdo, todas las cuales serían utilizadas en la ceremonia. El Departamento de Arabia del Foreign Office había conseguido una sala de reuniones y Abdul había contratado un fotógrafo, en esta ocasión un hombre, para que plasmara la ocasión para la posteridad.

El jeque Saqr tomó asiento tras el escritorio, vestido con la

dish dasha y la

kuffiyah. Las ropas tradicionales árabes eran una concesión al fotógrafo, cuyas fotos de la ceremonia se distribuirían ampliamente por todo el golfo de Arabia. La comitiva árabe se hallaba de pie, a espaldas de Saqr. Lorenz Cannon se encontraba a un lado de Saqr y Fitz al otro lado, los dos también en pie.

Sir Hugh Macintosh y dos empleados del Departamento de Arabia estaban al extremo de la mesa y los documentos, provistos con sellos rojos, cintas y lazos verdes, habían sido depositados en la mesa frente al jeque Saqr.

Cada palabra de los documentos había sido revisada cuidadosamente durante el día anterior y confirmada, mediante iniciales a lápiz, por los abogados del jeque Hamed y de la «Hemisphere», al igual que por la firma de abogados que Majid Jabir empleaba para sus negocios en Londres.

Sir Hugh, por su parte, había dado el visto bueno a todos los acuerdos y preparado una carta dirigida a sí mismo, como jefe del Departamento de Arabia del Foreign Office y la Commonwealth, para que el jeque Saqr la firmara. El segundo párrafo de la carta decía:

En aplicación de nuestros derechos según él artículo 19 del acuerdo de concesión con la «Hemisphere Petroleum Company» y James F. Lodd et al, nos comprometemos a no otorgar nuestra autorización para la transferencia de dicha concesión a cualquier otra persona o empresa, a menos que contemos con la recomendación del Gobierno de Su Majestad.

Sir Hugh Macintosh inició los procedimientos con unas cuantas frases de protocolo muy floridas y luego sugirió que firmaran

Mr. Cannon y

Mr. Lodd. Primero se le acercó una silla a Lorenz Cannon y luego a Fitz, para que se sentaran y estamparan su firma, con las doce estilográficas, en el acuerdo de concesión. En ese instante, Lorenz Cannon colocó un cheque por doscientos cincuenta mil dólares ante el jeque Saqr, que lo examinó un instante con satisfacción mal disimulada. De esta forma, el total de las regalías que recibiría el jeque Hamed ascendía a un millón de dólares. Luego, letra por letra, pluma por pluma, Saqr echó su firma y, usando el anillo real de su padre, estampó el sello oficial de Kajmira en el documento. Todos los signatarios del acuerdo firmaron cuatro copias adicionales y luego Saqr firmó el acuerdo político con el Departamento de Arabia y, a cambio, recibió de manos de

Sir Hugh Macintosh un documento que certificaba que Gran Bretaña aceptaba la concesión. Así terminaron los procedimientos protocolarios.

Ahora tendría lugar la fiesta tradicional, que no se parecería en nada a la orgía que Abdul había montado la noche precedente. En esta ocasión, la fiesta tendría lugar en una

suite del hotel «Grosvenor House».

Las felicitaciones corrían de un lado a otro en momentos en que Cannon entregaba a Fitz un cheque por un cuarto de millón de dólares, con lo que Fitz y su grupo se rembolsaban lo que ya habían entregado al soberano de Kajmira.

Al principio, la fiesta resultó un poco sosa, todos los concurrentes estaban como envarados y Saqr parecía seguir eludiendo a Fitz en todo lo posible. Sin embargo, después de las dos primeras rondas de tragos, Saqr parecía un poco más cómodo y relajado. Fue entonces cuando Fitz decidió que, en interés de las relaciones futuras, lo mejor que podía hacer era efectuar el primer movimiento para demostrar al hijo del soberano que no existía animosidad alguna de su parte a consecuencia del secuestro de Ingrid. Sin embargo, la solemnidad de la ceremonia había impresionado tanto a Fitz que se preguntaba si un hombre como él, que acababa de entrar en negociaciones y convenios de mucha envergadura, podría ser el dueño de un establecimiento como el bar «Ten Tola». Pero eso era algo a lo que tendría que hacer frente más adelante, con tranquilidad.

—Anhelo que tengamos muchos años prósperos, jeque Saqr, trabajando para usted, y por supuesto para Su Alteza, su padre.

Fitz extendió una mano. Saqr se la estrechó dando evidentes muestras de que apreciaba sinceramente el deshielo. Su boca se contrajo y formó una vasta sonrisa, los dientes surgiendo entre la apretada barba negra, con el mostacho perdido en las profundidades pilosas que lo rodeaban.

—Yo siento lo mismo, y sé que mi padre también desea que mantengamos unas relaciones largas y provechosas,

Mr. Lodd —respondió Saqr, muy formal pero cálidamente.

Sir Hugh Macintosh se les unió y se puso a hablar nostálgicamente de los viejos tiempos vividos en el Golfo y de los gratos recuerdos que conservaba del padre de Saqr. Fitz, con la última carta de Laylah aún en un bolsillo, no podía imaginarse cuál era el juego de los ingleses. Lo más probable era que

Sir Hugh estuviera por lo menos relativamente al tanto de los planes que fraguaban el representante en el Golfo, su subordinado Brian Falmey, representante en Dubai, y el director de la «NIOC» de Irán. ¿Acaso

Sir Hugh había dado su refrendo a un acuerdo que poco tiempo más tarde el Gobierno de Su Majestad repudiaría? Y si había hecho eso, ¿cabía la posibilidad de que hubiera obrado a sabiendas?

Después de dos horas de copas y canapés, Fitz le dijo a Lorenz Cannon que lo vería a la mañana siguiente para elaborar en conjunto los planes definitivos respecto a la operación Kajmira. Luego, dando las buenas noches a Saqr y a Abdul —

Sir Hugh se había marchado poco antes— Fitz abandonó la fiesta y se dirigió a toda prisa al apartamento de Lynn.

Majid Jabir se encontraba en el aeropuerto, a las dos de la mañana, esperando la llegada de Fitz y Lynn para conducirlos sin complicaciones por la Aduana y la oficina de Inmigración. Antes de partir hacia Londres, Fitz le había confiado a Majid que quería traer consigo a una joven que le gustaba mucho y con la que deseaba pasar unos días en Dubai. También admitió, ante su socio y amigo, que la chica era judía, pero señaló que era una judía completamente apolítica. Dijo que su gran pasión y su medio de vida era la fotografía. No mencionó en absoluto que Lynn pensaba peregrinar hasta Jerusalén después de marcharse de Dubai.

Brevemente, Fitz informó a Majid de todo lo sucedido en Londres. Le dijo que llevaría a Lynn a su casa, la acomodaría en ella y luego iría a unirse con él al

majlis, donde, aunque ya era una hora muy avanzada, el grupo —Fender Browne, Tim McLaren y Sepah— aguardaba.

Lynn se mostró entusiasmada ante la idea de conocer cuanto antes el local de Fitz y, apenas había puesto Fitz las maletas en el cuarto de estar cuando Lynn, de regreso del cuarto de baño, lo urgía a salir. Los dos pasaron por la cocina hacia el restaurante, que estaba sorprendentemente concurrido para ser la hora que era, casi las tres de la madrugada.

—Dios mío —dijo Lynn, mirando su reloj de pulsera—, no puedo creer lo que estoy viendo.

—Dubai es el verdadero

boom de Arabia —respondió Fitz.

Su silla en el

majlis y una silla vecina estaban vacías y Fitz y Lynn tomaron asiento. Fitz presentó a la chica a todos los presentes a la mesa y luego puso al día a sus socios respecto a los acontecimientos. Todo estaba firmado. Todos se pusieron a especular sobre el extraño comportamiento de los ingleses, que habían garantizado el convenio dispuestos, según los informes de Laylah, a violarlo.

De un bolsillo, Fitz extrajo el cheque por doscientos cincuenta mil dólares y se lo entregó a Tim McLaren.

—Bueno, hemos salido del embrollo recobrando casi todo el dinero invertido y, además, percibiremos un veinticinco por ciento de los beneficios de explotación. Personalmente, creo que las cosas van a marchar bien.

—Creo que hemos obrado de la manera más sabia posible —dijo Majid Jabir—. Nunca conviene olvidarse de la «pérfida Albión».

Después de discutir un poco más, con mucha cautela —nadie se sentía seguro de Lynn, todavía— el

majlis se dispersó y Fitz, después de dar las buenas noches a Joe Ryan, escoltó a Lynn a través de la cocina y de regreso a sus habitaciones.

—¿Qué te parece la idea de ir a nadar un poco? —sugirió Fitz—. Todo es muy íntimo aquí y hace una noche hermosa y cálida.

—Me encantaría, Fitz —dijo Lynn.

Y, sin más, se quitó las ropas y se zambulló en la piscina. Fitz se lanzó al agua inmediatamente después.

—Qué lugar tan excitante has creado, Fitz —dijo Lynn, flotando de espaldas en el agua, moviendo velozmente las manos para mantenerse en la superficie—. Acabo de llegar y ya lo adoro. Apenas si puedo resistir la tentación de empezar a tomar fotos. Me parece que me voy a enamorar del Oriente Medio. Qué tragedia que exista ese horrible cisma en este lugar. ¿Por qué no podremos vivir todos juntos y en armonía, cada cual disfrutando de los países de los demás?

—Cuando hayas estado un poco aquí empezarás a entender. Por supuesto que aquí, en los Estados de la Tregua, la gente se halla alejada del conflicto y únicamente piensa en los negocios. Mañana verás la ensenada en acción.

Lynn giró en el agua y nadó unas brazadas en torno a la piscina, deteniéndose junto a Fitz. Se abrazaron con fuerza, ambos con el agua hasta la cintura en la parte baja de la piscina.

—Esto es exactamente en lo que sueñan todas las chicas trabajadoras de Londres —suspiró Lynn—. Estar desnuda bajo el cielo de Arabia, en una piscina, en brazos de un amante viril. ¿Has hecho esto mismo muchas veces. Fitz? —preguntó—. Tienes muchas chicas encantadoras trabajando en tu local.

—La verdad es que ésta es la primera ocasión en que me he puesto a jugar desnudo en esta piscina en compañía de una chica. Te decía la pura verdad, en Londres, al explicarte que eras la primera chica con la que dormía desde la vez que estuvimos juntos en tu estudio, tiempo atrás.

Lynn depositó un beso en los labios de Fitz.

—Qué hermoso poder hacer algo contigo cuando es la primera vez para los dos.

—También perderás la virginidad aquí en mi casa —dijo, serio, y en seguida se echó a reír ante lo que había dicho—. Por Dios, qué torpeza, incluso yo me he dado cuenta. De todos modos, creo que es mejor que entremos a edificar momentos memorables para la historia de mi hogar. ¿Qué te parece?

—Creo que es una idea encantadora.

Lynn subió los escalones y salió de la piscina. Fitz admiró las formas de la chica y su andar tan gracioso, al verla alejarse a través del patio. De inmediato empezó a seguirla.

Los clientes para el almuerzo llegaban en grupos en momentos en que Fitz y Lynn se levantaban, se daban un baño en la piscina, se desayunaban y se vestían.

—En beneficio de tus experimentos fotográficos, voy a enseñarte algo que nadie aquí en Dubai, salvo Joe Ryan, mi gerente, ha visto hasta el momento —anunció Fitz.

Los dos estaban parados en la planta alta, en el salón que separaba el dormitorio del despacho.

—Se trata, en realidad, del mayor secreto de mi vida —confesó Fitz.

—Me siento muy honrada al comprobar que recibo tantas primeras cosas —dijo Lynn—. Ser la primera chica a la que le has hecho el amor en tu casa nueva y ahora, sea lo que sea…

Fitz introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta de su despacho.

—Aquí es donde trabajo, donde conservo mis cosas, donde hablo por teléfono y, en general, desde donde mantengo en orden mis negocios —dijo Fitz.

Cerró la puerta y se dirigió al cuadro del balandro. Lo quitó y quedó al descubierto el interior del bar «Ten Tola».

Lynn contuvo el aliento, asombrada. Ni siquiera se había dado cuenta de que la vivienda de Fitz estaba pegada a la pared del restaurante.

—¿Qué aspecto tiene del otro lado? —preguntó.

—No es otra cosa que unos paneles decorativos con espejos.

Lynn se acercó a la ventana camuflada y observó la gran actividad que reinaba debajo.

—Debes de sentirte como dueño y señor, que domina desde aquí arriba sus dominios.

—¿Podrías tomar fotos a través de esta ventana? —preguntó Fitz.

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