Dubai

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Tercera parte » Capítulo XLIII

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—Sí. Hay luz suficiente. Si hubiera traído un teleobjetivo, probablemente podría sacar primeros planos de todos tus clientes. Con esto, si pudieras saber lo que hablan, te enterarías de todo lo que pasa en esta parte del mundo.

Fitz rió incómodo. Nadie, ni siquiera Joe Ryan, estaba al tanto de los chismes que había colocado él, personalmente, en las mesas estratégicas.

—De vez en cuando podrías tomar algunas fotos para la posteridad —dijo Fitz, señalando una de las mesas situada en una esquina—. En aquella mesa se sienta siempre que viene aquí Jean Louis Serrat, ese francés tan misterioso involucrado en el tráfico de armas y en el negocio del petróleo y, según informes, en tráficos tan sucios como el de la droga, por ejemplo: el opio y el hachís. Me gustaría poder tener fotos de todos los que vienen aquí a hablar con él.

—Haré todo lo que pueda por ti, Fitz —respondió Lynn, alegremente—. ¿Por qué no me dijiste que trajera un teleobjetivo?

—Nunca pensé en eso. ¿Lista para el almuerzo?

Lynn asintió con la cabeza.

—Vamos —dijo Fitz—. Y no te pongas a mirar el otro lado de la ventana cuando estemos en el restaurante.

Fitz y Lynn disfrutaron de una maravillosa semana juntos durante la cual Fitz llevó a la chica a los depósitos de equipos para prospección y extracción petrolífera que Fender Browne poseía en la zona de Deira, al otro lado del puente Maktoum. Aunque ya no había oído hablar más respecto a la extensión unilateral de los límites territoriales de la isla de Abu Musa, Fitz estaba ansioso porque todo estuviera listo y se pudieran iniciar las perforaciones. Con Fender Browne discutió todo lo relativo a los adelantos en la construcción de la plataforma. El ritmo era más lento que lo que habían supuesto, pensó Fitz, que ya estaba francamente alarmado. Recordó a Browne que era el único representante de la «Hemisphere» en el asunto y que por tanto, la responsabilidad de colocar la plataforma cuanto antes era suya.

La última noche que pasaron juntos antes que Lynn partiera hacia Teherán e Israel, Fitz y Lynn no concurrieron al bar «Ten Tola». Peter les sirvió la cena en el patio junto a la piscina.

—Fitz, he disfrutado de unas vacaciones maravillosas —dijo Lynn, cuando apenas habían terminado de comer y estaban bebiendo una copa—. Lástima que haya pasado tan de prisa. Detesto la idea de separarme de ti.

—Entonces no lo hagas —respondió Fitz con ardor—. Me gustaría que te instalaras aquí, a vivir conmigo.

—No puedo. Tengo mucho trabajo atrasado y deseo pasar una semana en Israel, gozando de todo y sacando fotos antes de volver a casa y ponerme a trabajar. De otra forma perderé todos los clientes.

—Espero que pierdas a Abdul, por lo menos.

—Te lo prometo, cariño. No más orgías, excepto las que disfrutemos juntos y solos tú y yo.

—Cuando regreses, ¿te acordarás de enviarme las fotos que tomaste aquí?

—Por supuesto. Creo que deberías tener aquí un cuarto oscuro para que yo pudiera revelar las fotos y entregártelas.

—Vuelve y encárgate de instalarlo. La verdad es que podrías merodear por el local preguntándole a la gente si quiere una foto y cobrando a diez rials la unidad. Las fotógrafas de

night-club ganan lo que quieren en Londres y en Nueva York.

—Recordaré lo que me dices. Sería mucho mejor que tener que hacerme cargo de las tareas que me ofrece Abdul.

Ninguno de los dos quería dar a sus relaciones un cariz excesivamente sentimental. Se amaban el uno al otro, pero no estaban enamorados. Desde el punto de vista sexual ambos se satisfacían mutuamente de manera maravillosa y Lynn incluso había introducido algunos experimentos muy excitantes. Primero dentro y alrededor de la piscina y una noche, ya pasada la medianoche, su

pièce de résistence. Ambos habían abandonado juntos el restaurante para ir a darse un chapuzón y luego Fitz siguió a la chica escaleras arriba, pero en vez de dirigirse al dormitorio, Lynn se quedó allí, el agua goteando de su cuerpo, y le pidió a Fitz que abriera la puerta de su despacho. Fitz sacó la llave, abrió la puerta y entró tras ella, cerrando después con llave, como hacía siempre.

Tras hacer el amor y juguetear largamente, Fitz le dijo:

—Espero que vengas a hacerme otra visita, Lynn —dijo, sinceramente.

—Me gustaría, Fitz. Escribámonos a menudo y, cuando estés en condiciones de volver a recibirme, házmelo saber. Veré si puedo hacer una escapada. Tengo pensado matricularme en un curso de cinematografía, muy avanzado, para cuando vuelva. Lamento que no hayamos ido hasta Kajmira en esta ocasión.

—Supón que nos encontremos con Saqr. Debe de haber vuelto de Londres a estas alturas. Aunque lo más probable es que se encuentre en el desierto, descansando de los excesos cometidos cuando fue a cerrar el convenio.

Los dos se rieron.

Fitz acompañó a Lynn al aeropuerto a la mañana siguiente.

—Creo que te quiero más de lo que suponía —dijo Lynn, aunque al hablar parecía reconocer que había roto el tácito acuerdo que ambos mantenían—. De todos modos, me marcho.

—Creo que a mí me ocurre algo parecido —respondió Fitz—. Vuelve cuando lo desees.

—No quiero irme.

Ambos se alejaron hasta el punto en que se permitía que Fitz la acompañara.

—Me gustaría volver a besarte —dijo Fitz—. Mas para los árabes, eso está muy mal visto. Besarse en público es de mal gusto.

—Lo sé. Pensaré en el beso que nos dimos en la piscina esta mañana.

Au revoir, Fitz.

Lynn giró en los talones y presentó su pasaporte y su billete al guardia que había en la puerta y de inmediato se alejó. Fitz permaneció en el aeropuerto hasta el momento en que el avión en que viajaba Lynn se elevó rumbo a Teherán. No podía dejar de pensar en el día en que había acompañado a Laylah para que hiciera aquel mismo vuelo. Por un momento sintió la vieja amargura que conociera cuando se dio cuenta cabalmente de que Laylah ya no estaba enamorada de él, si es que alguna vez lo había estado.

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