Dubai

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Tercera parte » Capítulo XXV

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CAPÍTULO XXV

Fitz ya empezaba a conocer de memoria el paisaje que tenía debajo. Siempre se sentaba del lado izquierdo del jet de las líneas aéreas iraníes que hacía el trayecto de Dubai a Teherán, vía Bandar Abbas y Shiraz, de forma que, cinco minutos después de haber despegado el avión, pasando por encima de la línea de la costa, mirando por la ventana conseguía distinguir, a la distancia, la diminuta isla de Abu Musa. Desde el aire era posible distinguir hasta el fondo del mar, la plataforma marítima de la isla cubierta por aguas de escasa profundidad. A bordo del avión, Fitz pensaba que, muy pronto, estarían trabajando en la instalación de los equipos de exploración a nueve millas marítimas de las costas de la isla.

Éste era el quinto viaje que hacía a Irán después de que Sepah y él, junto a Fender Browne y a un apoderado designado por Majid Jabir, firmaran el convenio de exploración y explotación de petróleo con el jeque Hamed. Aquél había sido un momento solemne y emocionante. La parte que Fitz había entregado para cubrir las regalías sumaba ciento cincuenta mil dólares, Justo un poco menos de lo que había recibido de manos de Sepah en el momento de dividir los beneficios derivados del cargamento de oro. Ahora, más que nunca, se sentía próspero. Un día después de la impresionante ceremonia desarrollada en la residencia del jeque Hamed, en Kajmira, Fitz había hecho un viaje en avión a Teherán. Llegó allí un jueves por la tarde, se encontró con Laylah en la Embajada, la llevó a su casa y, desde entonces hasta el sábado por la mañana, que marcaba el final de la semana musulmana, se había dedicado nada más que a hacer el amor, dejándolo tan sólo para comer caviar y beber vodka helado. Fitz odiaba abandonar a Laylah, pero, en la actualidad, se había convertido en un genuino hombre de negocios y siempre estaba muy ocupado. Apenas una semana después de su regreso, Fitz supervisó personalmente las primeras excavaciones de lo que sería el edificio de ciento cincuenta mil dólares en el que se levantaría el «Bar Ten Tola». Había conseguido que el Banco de Tim McLaren le financiara la mitad del costo del edificio y rezaba para que el segundo trayecto de reexportación de oro de la pinaza de Sepah no terminara en un fatal accidente.

Muy poco después de iniciarse las excavaciones, con una empresa que funcionaba bajo supervisión británica dedicada de lleno al trabajo, Fitz se unió a Fender Browne en una embarcación para efectuar prospecciones. El buque, de cincuenta metros de eslora y con propulsión a motores «Diesel», era una sinfonía de lujos en comparaciones con las pinazas de Sepah. Los camarotes y salones eran espaciosos y, además, el barco con una cocina muy moderna de la que se encargaban dos cocineros pakistaníes. Durante varios días navegaron sobre el lugar en el que se encontraban las formaciones geológicas favorables para la exploración, en el borde de la plataforma marítima, a ochenta metros de profundidad. Después de bajar casi dos kilómetros de cables de acero y el martillo electrónico, semejante a un torpedo, que creaba olas por vibración que golpeaban a su vez las profundidades aportando la información sísmica necesaria, Fitz y Browne comprendieron que habían hecho la inversión de sus vidas, probablemente, al asegurarse la concesión del petróleo perteneciente a Kajmira. El siguiente paso ya corría a cargo de Fender Browne, que sería el encargado de conseguir todo el equipo necesario para horadar el fondo de aquella zona del mar de Arabia.

A su regreso de aquel viaje en busca de información sísmica, y habiendo comprobado que los trabajos de construcción del «Bar Ten Tola» seguían adelante, Fitz viajó una vez más a Teherán para pasar otro fin de semana con Laylah. Fitz estaba perfectamente al tanto de la gran popularidad de que Laylah gozaba en Teherán. La chica conocía a todo el mundo y estaba al tanto de todo lo que ocurría. Como siempre, Fitz volvió a proponerle matrimonio antes de separarse de ella. Y como siempre, Laylah le había dicho que podrían discutir más seriamente el asunto después que él se hubiera divorciado. Fitz estaba tan ocupado con todos sus proyectos que, literalmente, no tenía tiempo para tomarse un mes y regresar a los Estados Unidos.

Laylah le confesó que frecuentemente tenía noticias de Harcourt Thornwell y que incluso a veces se veían. Al parecer, Harcourt viajaba constantemente de un Estado árabe a otro en busca de los muchos millones (quinientos millones en petrodólares, según sus cálculos) que necesitaba para empezar a montar su imperio de los medios de comunicación. No habiendo ni oído hablar de Stakes ni de Thornwell desde su regreso en el viaje del oro, Fitz había llegado a la conclusión de que, tras considerar que podían prescindir de sus servicios, ambos habían decidido dar por terminado, así, calladamente, el compromiso informal que habían contraído con él.

Fitz había implorado a Laylah para que fuera con él a Dubai y lo ayudara a llevar adelante sus negocios, pero, como generalmente estaba muy interesada y excitada con su trabajo en la Embajada, Laylah se había negado diciendo que, al menos por el momento, no quería abandonar lo que estaba haciendo. En una de las visitas de fin de semana de Fitz, Laylah le presentó a un consumado gerente de restaurante, un iraní que respondía al extraño nombre de Joe Ryan y que, al igual que Laylah, era el producto de un padre americano y una madre iraní. Joe estaba ansioso por trasladarse a Dubai y ver la evolución diaria de los trabajos de construcción del edificio del «Bar Ten Tola».

En esa ocasión, Laylah también le dio a Fitz unos informes muy interesantes. Le dijo que Brian Falmey había estado en Irán formando parte de una delegación británica que había sido recibida por el sha. Estando los británicos a punto de abandonar la costa árabe del Golfo, se estaban ultimando muchos compromisos. Dos semanas después del regreso a Dubai, las motivaciones de Brian Falmey se hacían evidentes. Después de haber reclamado como suyas y ocupado por la fuerza las estratégicas islas Tumb grande y Tumb chico, situadas en la desembocadura del estrecho de Ormuz y pertenecientes hasta entonces a Ras al Jaimah el sha de Irán reclamaba ahora sus derechos de posesión sobre Abu Musa.

De algún modo, Falmey había conseguido convencer al soberano del Sharjah para que llegara a un compromiso con el sha. Sharjah se haría cargo de la mitad de la isla que daba hacia sus costas mientras Irán se hacía cargo de la otra mitad. Todo beneficio que produjera el petróleo en ese lugar, de entonces en adelante, se dividiría a partes iguales entre el Sha y el soberano del Emirato de Sharjah. Como no había prácticamente ninguna posibilidad de encontrar petróleo dentro del límite de las tres millas marítimas a partir de la línea de la costa, esa cláusula sobre repartición de beneficios derivados del petróleo parecería, a primera vista, puramente académica.

El interés del sha, de acuerdo a lo que dijo Brian Falmey en el momento de anunciar la decisión, era poseer una nueva base militar y naval en el Golfo. Más tarde, Fitz se maldeciría a sí mismo por no haberse figurado cuáles eran los verdaderos alcances del plan de Brian Falmey. Lo que ocurrió fue que su mente estaba casi por entero volcada en Laylah.

Un mes después de su tercer viaje a Irán, Fitz regresó a Teherán una vez más. Un mes alejado de Laylah, sin verla, era algo que le hacía daño tanto física como emocionalmente. Para su aflicción, Fitz se enteró de que Harcourt Thornwell se encontraba en Teherán, ciudad a la que había elegido para establecer en ella su cuartel general, puesto que se encontraba justo en el centro del Oriente Medio y, aunque no era árabe era, sin embargo, musulmana. Courty se veía muchísimo con Laylah, lo cual provocó enorme aprensión en Fitz, a pesar de que la chica se mostraba tan amorosa y tierna como siempre. En ese último viaje, Fitz propuso quedarse más tiempo que el acostumbrado fin de semana en Teherán, pero Laylah le dijo que estaría muy ocupada de allí en adelante y que no podría verlo. Por lo tanto, con al corazón acongojado, Fitz regresó a Dubai llevando consigo a Joe Ryan y dejando a Laylah en una ciudad que ahora consideraba amenazadora y peligrosa en relación con el futuro que se había imaginado junto a la muchacha.

Indudablemente, Joe Ryan era un gran descubrimiento. Tenía mucha experiencia en administración de bares y restaurantes tanto en Teherán como en Beirut. Joe Ryan era un joven descuidado e indiferente en cuanto a su vida personal y, hasta el momento, no había ahorrado mucho dinero. Aunque sus servicios como maître d’hotel o como jefe de camareros eran muy requeridos, la verdad es que ningún propietario de restaurante se encontraba muy ansioso de incluirlo en un generoso sistema de repartición de beneficios o, para decirlo claramente, nadie se mostraba dispuesto a hacerlo su socio.

El padre de Joe fue uno de los primeros vendedores de herramientas y maquinaria que partieron de los Estados Unidos hacia Irán con el propósito de poner en funcionamiento los pozos petrolíferos de la zona. Ya tenía esposa en su tierra, pero se casó asimismo con la madre de Joe y, al retirarse, simplemente se separó de su mujer iraní y del hijo de diez años fruto de su unión, dejándoles diez mil dólares, que era todo lo que había conseguido ahorrar en Teherán, y diciéndoles adiós.

Joe podía pasar tanto por iraní como por norteamericano. Era un joven guapo de espeso cabello negro peinado hacia atrás y combado contra la nuca y tras las orejas. Usaba ropas estrictamente americanas y se expresaba perfectamente en inglés, farsí y árabe, además de chapurrear el francés y el alemán. Fitz le ofreció un salario razonable contra una cuarta parte de los beneficios, que se empezarían a computar después de cinco años, una vez cubiertos los gastos y las amortizaciones correspondientes a la edificación y al mobiliario. Se trataba de un buen acuerdo para ambos.

Laylah había asegurado con gran entusiasmo la honestidad y la destreza de Joe, aunque no le gustara su estilo de vida. Joe era particularmente sensible al juego y a las mujeres.

—Tendrás que pasar sin mujeres, al menos por un tiempo —le advirtió Fitz—. De todos modos, me he asegurado un permiso para traer chicas para números musicales y bailables, además de cuatro mujeres para que actúen como recepcionistas y camareras. Esto último fue una enorme concesión que se me hizo.

Como tomaría parte en la elección de chicas, todo el plan le pareció maravilloso a Joe. Sabía exactamente a dónde debía dirigirse, tanto en Teherán como en Beirut, para conseguir las chicas adecuadas.

—Asegúrate de que se expresan bien en inglés, eso es todo —exigió Fitz.

Una vez en Dubai, Joe se instaló, temporalmente, en casa de Fitz, esperando el momento en que pudiera conseguir un alojamiento adecuado. Desde el comienzo mismo, Joe demostró que valía, haciéndose cargo de todos los problemas relativos a la construcción y amueblamiento del local, así como de adquirir el generador y las unidades de aire acondicionado y supervisar su instalación.

Mientras tanto, Fitz ocupaba la totalidad de su tiempo en los múltiples detalles inherentes al inicio de las operaciones de busca y extracción de petróleo. Gracias a Fender Browne recibió una rápida y profusa educación relativa a todas las facetas del negocio del petróleo.

—Lo que intentamos hacer es algo bastante audaz y arriesgado —le advirtió Browne—. De hecho, no sé de nadie que haya actuado antes como actuaremos nosotros. Una pandilla de sujetos como nosotros, con capital limitado, tratando de llevar adelante un asunto de esta envergadura. Una gran compañía petrolífera gasta diez o quince millones de dólares para hacer lo que nosotros intentaremos invirtiendo apenas un par de millones. Claro que yo puedo montar una plataforma de extracción por la cuarta parte de lo que le costaría a uno de esos grandes productores, porque, de hecho, yo tengo todo el material necesario, o casi todo, y hay gente como McDermott dispuesta a seguirme. La verdad es que, aquí en la ensenada, todo el mundo me está ayudando.

—Pero se llevarán todos su buena tajada también, supongo —comentó Fitz.

—Si damos en el blanco. Y daremos —agregó Fender Browne con determinación—. Yo diría que podremos instalar nuestra plataforma en aguas del Golfo en cuestión de seis meses.

Y ahora Fitz se hallaba en viaje por quinta vez hacia Teherán. Se sentía incómodo, la angustia le formaba un nudo en el estómago y no podía dejar de pensar en Thornwell, operando a gran altura. Éste era guapo, rico, de buena familia, del tipo de Laylah. John Stakes se encontraba siempre junto a Thornwell y, al parecer, estaban causando fuerte impresión en todos los Estados árabes. De todos modos, Fitz conocía a sus árabes, quizás incluso mejor que el propio Stakes. No creía que fuera posible que tan sólo tres o cuatro de los gobernantes de quienes Thornwell quería obtener el dinero para su imperio, pudieran ser convencidos para actuar de común acuerdo. Simplemente porque eso, al parecer, era una cuestión de ética entre los árabes. Les resultaba imposible unirse y lanzarse juntos a una empresa tan vasta como el programa financiero para la gran corporación que Thornwell les proponía.

Fitz también estaba preocupado por alejarse de esa forma de los importantes intereses que tenían en Dubai. Afortunadamente, pensó, Sepah había tenido la suerte de que el segundo cargamento de oro llegara a la India sin problema y, poco antes de partir hacia Teherán, Fitz había recibido algo más de cien mil dólares de manos de su socio y amigo.

Los pensamientos de Fitz se vieron interrumpidos por un timbrazo que indicaba que los pasajeros debían ajustarse el cinturón de seguridad. Mirando por la ventana, Fitz comprobó que el avión descendía hacia Bandar Abbas.

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