Dubai

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Tercera parte » Capítulo XXVIII

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CAPÍTULO XXVIII

A las nueve y media de aquella noche, Fitz y Dick Healey estaban sentados juntos, en la cocina, con una botella de coñac en medio, los dos bebiendo el licor en vasos de aspecto antiguo. En cierta forma, Fitz tenía la impresión de que todo lo que había pasado desde que llegó a casa de Dick Healey conducía directamente al momento presente. Antes hablaron de viejos amigos mutuos, Jenna preguntó por Marie y Fitz le informó que estaban tramitando el divorcio, algo que estaba lejos de ser poco usual entre los miembros militares del círculo de amistades de Dick. Luego Fitz les había relatado, en líneas generales, cosas relativas a sus actividades y a su vida en Dubai.

Por supuesto, había evitado cautelosamente toda referencia a Laylah y al contrabando de oro. Durante la cena, Jenna y Dick se habían mostrado lo bastante corteses y educados como para no poner sobre el tapete las historias relativas a Fitz que habían aparecido en la Prensa. Ahora, bebiendo coñac, y habiendo hablado de todas las necedades que había que hablar, Dick accedió ir directo al grano:

—Aún no te he dicho a qué me dedico ahora —señaló.

—Supongo que has sido trasladado a ese feliz y alegre coto de caza al que van a parar los antiguos coroneles de las fuerzas especiales. ¿O acaso me equivoco?

—No, una suposición muy astuta, de veras —replicó Dick—. Y la verdad es que sí, pertenezco a la Agencia. Al igual que tú, me retiré pronto y conseguí un buen trabajo ahí dentro. Estoy haciendo exactamente lo que siempre quise hacer. Sin tener una panda de generales incordiantes y cobardicas dando vueltas alrededor de mí todo el tiempo. Ahora podrías sincerarte conmigo, Fitz, y decirme qué estás haciendo realmente en Dubai o donde demonios sea que estás operando, allá en el golfo Pérsico.

—En primer lugar, se trata del golfo de Arabia. Y, en segundo lugar, hay gran cantidad de motivos por los cuales no me conviene sincerarme con nadie respecto a mis actuales actividades —dijo Fitz—. ¿Por qué estás tan interesado?

—Fitz, hemos sido buenos amigos durante mucho tiempo. Hemos sufrido juntos verdaderas tormentas de fuego de mortero, y los dos casi palmamos juntos en aquella operación que llevamos a cabo en el interior de Camboya. Sudamos juntos para ganar nuestras promociones y sudamos para ganarnos las condecoraciones que nos dieron por nuestros servicios con los Boinas Verdes. ¿De veras piensas que yo sería capaz de usar en tu contra cualquier cosa que me digas? Lo que intento hacer es ayudarte y ayudarme a mí mismo de paso.

—Así que, ¿por qué no abandonas esa actitud y te sinceras conmigo?

Fitz terminó el coñac que le quedaba en aquella copa de aspecto tan anticuado. Dick cogió la botella y volvió a llenar la copa por la mitad.

—De acuerdo, Dick —dijo Fitz—. Creo que será un alivio poder contarle a un amigo todo lo que ha sucedido.

Ya eran casi las diez cuando Fitz completó la saga de su vida sin dejarse nada en el tintero, ni siquiera su romance con Laylah o el contrabando de oro al interior de la India. No bien hubo terminado, Dick frunció los labios dejando escapar un silbido.

—La verdad es que has vivido auténticas aventuras, Fitz. De todos modos, me alegra que hayas acumulado algún dinero. Y dime, ¿de veras crees que algún día podrías ser nombrado embajador americano en algún país árabe?

—Sé que el Gobierno no podría encontrar a nadie más capacitado que yo para ese cargo. He oído decir que cuando los ingleses se marchen los Estados de la Tregua se convertirán en una especie de Unión de Emiratos Árabes o algo por el estilo. Sé que, para entonces, yo podría ser un excelente embajador americano en esa parte del mundo.

—Lo único que yo pienso, Fitz —dijo Dick—, es que todas esas historias aparecidas en los periódicos no van a hacerte ningún bien frente al Departamento de Estado. Por más que luego se haya publicado que desmentías tu participación en actividades de contrabando, que rechazabas haber disparado contra embarcaciones del servicio de guardacostas de la India, incluso así creo que vas a encontrarte con muchos obstáculos. Sin embargo, Fitz, existe un medio por el que podrías ser muy útil a tu país sin dejar de hacer lo que estás haciendo. Me parece que ese bar del que me has hablado…, ¿cómo se llama?

—El «Bar Ten Tola».

—Eso mismo. El «Bar Ten Tola». Me parece que el «Bar Ten Tola» funcionaría perfectamente como pantalla para alguien que trabaje para la agencia.

—¿Acaso me estás tratando de reclutar, Dick? —preguntó Fitz, con una risita.

—Simplemente estoy diciendo que podrías sernos de gran utilidad. Probablemente tenemos menos poderío en las costas árabes del golfo Pérsico que en cualquier otra zona estratégica del mundo. Tradicionalmente, los Estados de la Tregua y los demás países de la zona han sido dominio británico, y la mayor parte de la información que obtenemos proviene de fuentes británicas. Pero ahora necesitamos hacer afirmar nuestra posición. Diversos estudios señalan que, a medida que pasan los años, los Estados Unidos dependen cada vez en mayor medida del petróleo árabe, y principalmente del petróleo que se extrae en el golfo Pérsico y llega hasta nosotros atravesando el océano.

Dick miró a su amigo a través del cristal de su copa, bebió un sorbo de coñac y dejó la copa de nuevo en la mesa.

—Estamos perfectamente al tanto de los movimientos de insurgentes que han brotado en Omán y en la provincia de Dhofar entre Yemen y Omán —dijo.

Tras un instante de silencio, prosiguió:

—También estamos al tanto de que existen muchas posibilidades de que un movimiento insurgente lleve a los comunistas a hacerse con el control de la península de Musandán justo en el extremo de Omán, con lo cual tendrían en sus manos la llave de paso del estrecho de Ormuz. Sabemos que armas rusas y chinas llegan permanentemente a manos de los insurgentes de la provincia de Dhofar y de otros puntos del interior de Omán. Toda esta información la obtenemos gracias a nuestros colegas británicos. Pero cuando los ingleses se marchen, lo que sucederá a más tardar en 1971, ¿quién podrá seguir vigilando esos movimientos insurgentes?

Dick siguió hablando, con un tono de urgencia cada vez más evidente en su voz:

—El rey Faisal de Arabia Saudita y todos esos amigos tuyos, los jeques de los Estados de la Tregua, de Qatar y de Bahrein, apenas si tienen conocimiento del movimiento insurgente que ha estallado en Omán. Pero, a medida que nuestra dependencia del petróleo del Golfo se hace más y más notoria, también es nuestro deseo que los insurgentes comunistas interrumpan sus actividades.

Dick Healey rió desagradablemente, expresando el disgusto que sentía:

—Ahora estamos metidos hasta el cuello en lo de Vietnam, tratando de salir de ahí y, al mismo tiempo, buscamos otro lugar del planeta en el que enredarnos. Tenemos la casi absoluta certidumbre de que a mediados de la década de los setenta estaremos irremisiblemente involucrados en los acontecimientos que se desarrollen en Omán. Se trata de una típica insurrección montada por comunistas. Las guerrillas que en Omán avanzan hacia el Norte para hacerse con el control del estrecho de Ormuz, reciben suministros en armas procedentes de los comunistas. Si los comunistas consiguen subvertir el orden establecido en Omán, sin duda a la larga también llegarán a dominar Arabia Saudita y los demás Estados del Golfo.

—Eso es algo en lo que he venido insistiendo por lo menos desde hace un año —respondió Fitz—. Me alegra comprobar que la Agencia al menos está al tanto en lo que se refiere a esa situación.

—No estamos demasiado al tanto, no vayas a creerte. De hecho, cuando leí por primera vez todo lo referente a tus aventuras en el océano Índico o donde diablos fuera…

—El mar de Arabia —corrigió Fitz.

—Eso mismo. Cuando me enteré de esas cosas di por descontado que Fitz estaba haciendo uso de todos sus viejos trucos y se me ocurrió pensar que, tal vez, pudiera ponerme en contacto contigo de algún modo. Incluso pensé en la posibilidad de hacer un viaje hasta aquella remota parte del mundo para localizarte. Porque, si lograba localizarte, tal vez pudiéramos conseguir que te pusieras a trabajar extraoficialmente para nosotros.

—Naturalmente, Dick, haría todo lo que estuviera a mi alcance para ayudaros y pasaros toda la información que llegara a mis manos. Pero, honestamente, no me gustaría trabajar para la CIA. Soy un hombre de negocios. Con que sólo se filtrara la más pequeña indicación de que yo pudiera ser un agente de la CIA, todos mis planes para negocios futuros en el mundo árabe se irían al traste.

—No te estoy sugiriendo que te conviertas en un agente de la CIA, ni tan siquiera en un empleado de la Agencia, Fitz. Pero hay medios por los que nos podríamos resultar de suma utilidad. Por ejemplo, con nada más que mantener los ojos bien abiertos en todo momento. Incidentalmente, cualquier servicio que puedas prestar a los Estados Unidos de forma extraoficial no redundará en perjuicio tuyo si lo que intentas es asegurarte el nombramiento como embajador. Por lo que me has dicho y por lo que sé personalmente respecto a la administración Nixon, pienso que tus sueños no son del todo imposibles de realizar. Indudablemente eres un hombre calificado para el cargo, dominas el idioma, lo que es muy raro entre los norteamericanos y, para hablar con franqueza, tienes el dinero necesario como para comprar el cargo de embajador. No tenemos ilusiones en lo que se refiere a las relaciones directas que existen entre las contribuciones a las campañas presidenciales y el nombramiento de embajadores… Y embajadoras —agregó burlón—, con destinos muy atractivos en varios puntos del planeta. Y la mayoría de los contribuyentes de dichas campañas no desean ser designados embajadores de ningún país árabe. En otras palabras, lo que quiero indicarte es lo siguiente: tú ayúdanos y nosotros te ayudaremos. Y, por cierto, que en el momento oportuno nuestra ayuda puede ser decisiva. Tricky Dicky[6] ha tenido mucho éxito en colocar a sus contribuyentes principales en puntos verdaderamente neurálgicos.

—Suena de veras interesante. ¿Y de aquí a dónde vamos?

—Le dije a nuestra gente encargada del Oriente Medio que esta noche misma iba a sondearte. Mañana volveré a verlos y luego te llamaré al «Hotel Marriott» para concertar una nueva entrevista. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte por aquí?

—¿Cuánto tiempo quieres que me quede? Tenía pensado trasladarme a Pensilvania a ver a los padres de Laylah y pasar con ellos el próximo fin de semana. Y, por supuesto, también tengo que terminar los trámites relativos al divorcio.

—Oh, en eso no puedo aconsejarte en absoluto, a Dios gracias. Jenna y yo nunca hemos sentido inclinación ninguna por iniciar exploraciones en esa área.

Fitz y Dick terminaron de beber sus copas de coñac y luego Fitz se despidió y cogió un taxi.

Una vez de regreso en el «Hotel Marriott», Fitz se encaminó a la sala de fiestas existente en el piso más alto, desde la cual podía divisarse todo el contorno de la ciudad de Washington D. C.. Allí se encontraba la fuente de toda gran decisión. Y a ese lugar tendría que regresar, eventualmente, en caso que pudiera obtener lo que deseaba. Se preguntó qué se escondería realmente bajo una vaguedad tal como «cooperar con la CIA». ¿Podría terminar eso en la obtención del cargo de embajador ante la Unión de Emiratos Árabes, en caso que esa federación realmente se formara? Fitz podía sentir la fatiga yendo de un lado a otro de su cuerpo, ejerciendo ya una especie de parálisis parcial sobre su mente y sus movimientos. A medianoche, ya estaba de regreso en su habitación y profundamente dormido.

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