Drive

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—Ya has probado el cerdo con yuca, ¿no?

—Solo unas veinte veces. ¡Qué chaleco tan bonito! ¿Es nuevo?

—Muy gracioso.

Aunque era muy temprano, poco antes de las seis, Gustavo’s estaba abarrotado. Manny entornó los ojos cuando Anselmo le plantó una Modelo delante. Cada vez que abandonaba su guarida, le molestaba la luz.

—Gracias.

—¿Cómo estáis los guionistas?

—Pues nosotros, siempre igual. Sentados todo el día, llevando las cosas hacia el desastre. Cuando el coche, o el guión, caen por el precipicio, empezamos de nuevo —se acabó la cerveza en un par de tragos—. Ya basta de mierda. Vamos a tomar algo bueno —abrió la mochila y sacó una botella—. Esto es nuevo. De Argentina. De uva malbec.

Anselmo apareció con dos copas de vino. Manny lo sirvió y le acercó una. Los dos dieron un sorbo.

—¿Tengo o no tengo razón? —volvió a probarlo—. Sí, claro, tengo razón —aferrándose a la copa como quien se aferra a una boya, Manny miró a su alrededor—. ¿Alguna vez pensabas que tu vida acabaría siendo esto? No es que tenga ni idea de cómo es tu vida, claro.

—La verdad es que no creo que pensara demasiado en ella.

Manny levantó la copa, concentrado en la superficie oscura, girándola como si quisiera devolver al mundo su equilibrio.

—Yo iba a ser el próximo gran escritor americano. En mi mente, al menos, eso está claro. Publiqué cantidad de cuentos en revistas literarias. Entonces apareció mi primera novela y dio la razón a los retrógrados. El fracaso fue estrepitoso. La segunda ni siquiera gritó al precipitarse al abismo. ¿Y tú?

—Yo, la verdad, trataba de sobrevivir día a día. Lo que quería era salir de aquel desván, salir de la miseria, salir de la ciudad.

—Salir, vaya.

—Lo normal en una vida normal.

—Yo odio la vida normal.

—Tú lo odias todo.

—Discrepo, señor, esa es una interpretación errónea. Tal vez sea cierto que me desagrada sobremanera el estiércol del sistema político americano, las películas de Hollywood, las editoriales neoyorquinas, nuestros últimos seis presidentes, todas las películas rodadas en los últimos diez años excepto las de los hermanos Cohen, los periódicos, las tertulias radiofónicas, los coches americanos, la industria musical, la publicidad de los medios de comunicación, las modas incesantes…

—Menudo catálogo…

—… pero por muchas cosas en la vida siento un aprecio rayano en la devoción. Por esta botella de vino, sin ir más lejos. Por el clima de Los Ángeles. Por lo que estamos a punto de comer —llenó de nuevo las copas—. ¿Todavía empalmas un trabajo con otro?

—Bastante, sí.

—Bien. Entonces eso del cine no está acabado del todo. A diferencia de muchos padres de hoy, al menos se cuida de los suyos.

—De algunos.

La comida era tan buena como recordaban, como esperaban. Luego se metieron en un bar cercano, Driver pidió una cerveza y Manny un coñac. Un viejo que casi no hablaba inglés entró con un acordeón desvencijado y se sentó a tocar tangos y canciones de su juventud, canciones de amor y de guerra, mientras los clientes le invitaban a copas y le metían billetes en la funda del instrumento, y a él le rodaban las lágrimas por las mejillas.

Hacia las nueve, Manny ya tenía la lengua pastosa.

—Mi noche de juerga llega a su fin. Antes podía seguir toda la noche.

—Puedo llevarte a casa.

—Claro que puedes.

Pararon frente al bungalow de Manny.

—Tengo que pedirte una cosa —dijo Manny—. La semana que viene tengo que ir a Nueva York. Y yo no vuelo.

—¿Volar? Si casi no puedes ni gatear.

A lo mejor a Driver también se le había subido un poco el alcohol a la cabeza.

—Bueno, lo que tú digas —prosiguió Manny—, pero quería saber si aceptarías llevarme tú en coche. Te pagaría bien.

—No creo que pueda, porque la semana que viene tengo rodajes programados. Pero aunque pudiera no te cobraría nada.

Manny salió del coche con dificultad y se acodó en la ventanilla.

—Piénsalo un poco, ¿de acuerdo?

—Sí, claro, ¿por qué no? Acuéstate y duerme algo, amigo.

A diez manzanas de allí, un coche de policía apareció en su espejo retrovisor. Él mantuvo en todo momento el límite de velocidad y señalizó todos los giros. Al llegar a Danny’s, aparcó mirando a la calle.

El policía pasó de largo. Iba solo, con la ventanilla bajada, un vaso de café del 7-Eleven en la mano. Su radio crepitaba.

Sí, un café, buena idea.

Ya que estaba ahí, también él podía tomarse uno.

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