Drive

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Seis de la mañana, primeras luces del alba, el mundo volvía a hilvanarse, a reconstituirse, mientras él miraba.

Un parpadeo, y el almacén al otro lado de la calle emergió de nuevo.

Otro parpadeo, la ciudad acechaba en la distancia, un barco atracaba en el puerto.

Los pájaros iban de árbol pelado en árbol pelado, quejándose. Los coches reposaban junto a las aceras, recibían carga humana, arrancaban.

Driver estaba en su apartamento, sentado, bebiendo whisky a sorbos del único vaso que tenía. El whisky era Buchanan, de calidad media. Nada malo. Uno de los preferidos de los hispanos. Ahí no había servicio de teléfono, nada de valor. La cama, las sillas y el sofá estaban incluidos en el alquiler. La ropa, la navaja, el dinero y otras cosas básicas esperaban en la bolsa de lona, junto a la puerta.

Lo mismo que un buen coche, que aguardaba en el aparcamiento.

La tele la había encontrado junto a unas bolsas de basura, en la acera, cuando fue a dejar sus vasos, platos y objetos varios para que otros los recogieran. ¿Por qué no?, pensó. Pantalla de diez pulgadas, bastante destrozada, pero funcionaba. Así que ahora estaba viendo un documental de animales en el que cuatro coyotes perseguían a una liebre. Los depredadores se turnaban: uno la perseguía un rato, y después venía otro y lo reemplazaba.

Antes o después acabarían dándole caza. Claro. Era solo cuestión de tiempo. Eso Nino lo supo en todo momento. Los dos lo sabían. El resto no era más que un ballet, pasos elegantes, direcciones equivocadas. Florituras con el capote. De ninguna manera iban a dejar las cosas como estaban.

Driver vació en el vaso el Buchanan que quedaba en la botella.

Iba a tener invitados pronto, de eso no había duda.

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