Drive

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Era tal como lo recordaba.

Están todos esos sitios en el mundo —pensó—, todas esas bolsas de existencia, en las que nunca cambia casi nada. Charcos que deja la marea al retirarse.

Asombroso.

Suponía que el señor Smith estaba en el trabajo, y la señora Smith en alguna de sus interminables reuniones. En la iglesia, en el consejo escolar, en alguna asociación benéfica.

Aparcó delante de la casa.

Los vecinos espiarían desde las ventanas, separarían con los dedos las bandas de las cortinas venecianas, se preguntarían qué podía tener que ver con los Smith alguien que conducía un Stingray clásico.

A quien vieron fue a un hombre joven que se bajaba del coche, que daba la vuelta y abría la puerta del copiloto para sacar una jaula de viaje para gatos, nueva, y una bolsa de lona bastante usada. Dejó las dos cosas en el porche. Se acercó mucho a la puerta y tras un momento la abrió. Le vieron coger la jaula del gato y la bolsa de lona y entrar. Casi de inmediato, ya volvía a avanzar hacia la acera. Se montó en el Corvette y se alejó.

Se acordó de cómo era, de que todo el mundo se enteraba de la vida de todo el mundo, de todos aquellos secretos a voces, todos creían ser los únicos con una verdadera vida, estaban convencidos de que todos los demás eran copias.

Junto a la jaula del gato y la bolsa de lona dejó una nota.

Se llama Miss Dickinson y no puedo decir que era de un amigo que acaba de morir porque los gatos no son de nadie, pero los dos caminaron durante mucho tiempo por el mismo camino tortuoso. Merece pasar los últimos años de su vida con un mínimo de seguridad. Lo mismo que vosotros. Por favor, haceos cargo de Miss Dickinson igual que os hicisteis cargo de mí y, por favor, recibid este dinero con la intención con que os lo ofrezco. Siempre me he sentido mal por haberme llevado el coche cuando me fui. No dudéis nunca que aprecio lo que hicisteis por mí.

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