Drive

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Desde una cabina, Driver marcó el número impreso en los vales. El teléfono sonaba y sonaba y nadie descolgaba. En realidad, todavía era pronto. Quien finalmente respondió fue muy claro, todo lo claro que podía ser con su precario inglés; le informó de que Nino’s no estaba abierto y le sugirió que volviera a llamar a partir de las once.

—Podría hacerlo —dijo Driver—, pero es posible que tu jefe no se alegre precisamente cuando sepa que le has hecho esperar —al parecer, era una parrafada demasiado larga para él—. O tal vez podrías pasarme con alguien que hablara el inglés un poco mejor que tú.

Por la calle pasó un sin techo empujando un carro de supermercado lleno de cosas. Driver volvió a pensar en Sammy, en su carreta y su mula cargada de trastos que no quería nadie.

Oyó otra voz.

—¿Puedo ayudarle, señor?

—Eso espero. Parece que me hallo en posesión de algo que no me pertenece.

—¿Y de qué se trata…?

—De casi un cuarto de millón de dólares.

—Por favor, espere, señor.

Al cabo de un momento se puso al teléfono un hombre que respiraba con dificultad.

—Soy Nino. ¿Quién coño eres tú? Dino me dice que tienes algo que es mío.

¿Nino y Dino?

—Eso parece.

—Bueno, sí, hay mucha gente que tiene cosas que me pertenecen. Yo tengo muchas cosas. ¿Cómo has dicho que te llamas?

—Prefiero no gastar mi nombre de momento. Hace mucho que lo llevo.

—¿Y por qué no me lo dice? Yo tampoco necesito más de los que ya tengo —se alejó del aparato—. ¡Estoy hablando por teléfono! ¿Es que no lo ves? —siguió con la conversación—. ¿Entonces? ¿Cuál es el trato?

—Hace poco he tenido negocios con un hombre de por ahí que conducía un Crown Vic.

—De esos coches hay muchos.

—Es verdad. Lo que quería que supiera es que ese ya no trabajará más. Tampoco Strong, ni Blanche. Ni dos caballeros que salieron por última vez de un Motel 6, al norte de Phoenix, aunque no de su habitación.

—Phoenix es una ciudad dura.

Driver oía la respiración de aquel hombre al otro lado del teléfono.

—¿Y tú quién eres? ¿Una especie de ejército entero, joder?

—Yo conduzco. Nada más. Nada más.

—Sí. Bueno, pues déjame decirte que a mí me parece que, a veces, te extralimitas en tus funciones, no sé si me entiendes.

—Somos profesionales. La gente hace tratos, y tiene que cumplirlos. Así es como funciona, si se quiere que funcione.

—Eso mismo decía mi padre.

—No lo he contado, pero Blanche me dijo que había algo más de doscientos mil en la bolsa.

—Más vale que así sea. ¿Y todo esto por qué me lo cuentas?

—Porque es su dinero y su bolsa. Si me dice lo que tiene que decirme, las dos cosas podrían estar frente a su puerta en menos de una hora.

Driver oyó de fondo una música chispeante y sinuosa, de Sinatra, tal vez.

—Esto no se te da muy bien, ¿verdad?

—En mi trabajo soy el mejor. Y este no es mi trabajo.

—No pasa nada. ¿Qué quieres para acabar con esto?

—Lo que quiero, precisamente, es acabar con esto. Una vez el dinero esté en sus manos, estamos en paz. Usted se olvida del Cocinero y su Crown Vic, se olvida de los matones del Motel 6, se olvida incluso de que hemos mantenido esta conversación. Que nadie se me acerque en una semana, en un mes, de parte suya.

Un largo silencio al otro lado de la línea. La música volvió a sonar al fondo.

—¿Y si me niego? —preguntó Nino.

—¿Por qué tendría que hacerlo? No tiene nada que perder, y un cuarto de millón que ganar.

—Bien pensado.

—¿Trato hecho, entonces?

—Trato hecho. ¿En menos de una hora…?

—Exacto. Recuerde las palabras de su padre.

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