Dreamcatcher

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El detalle es que yo no era Julia Roberts. Las películas sucedían porque alguien pagaba mucho para hacerlas pasar y yo no era ninguna productora de cine, así que adiós Hollywood.

- ¿Y cómo sabes todo eso? ¿Leo te contó?

- No. Leo me dijo que era su jefe y ya pero me dejó cinco minutos con un grupo de mujeres y en ese lapso de tiempo aprendí cuánto me costaría una cirugía de senos, cómo hacer sentir culpable a tu hombre para que te regale un auto nuevo y el expediente personal de todos los altos mandos de la empresa.

- Wow, qué productivo.

- En serio, esas mujeres son increíbles. Si hubiese ocurrido un incendio todas estarían formando una montaña de plástico derretido ahora mismo.

- Pues muy bien por eso, te lo merecías. ¡Me botaste!

- No parece que la hayas pasado tan mal, tienes cabello “Postfiesta”.

- No la pasé mal pero igual me botaste.

- Te lo recompensaré, te lo prometo.

El cojín que tenía entre manos le asestó muy bien en la cara -“Bien Evan, has mejorado la puntería”- Pero Vica no se quejó, simplemente me vio con ojos de perro arrepentido y se dirigió a la cocina.

“Entonces Nino y Cosette son hermanos… Interesante”

Ese tema seguía debatiéndose en mi cabeza. ¿Cómo era posible que cosas así sucedieran en la vida real? “¡Hollywood, deja de jugarme bromas!”.

Traté de alejar mi mente de ello con mi distractor principal: John Katzenbach. La sangre, los crímenes y el misterio me caían exquisitos siempre pero últimamente los sueños sangrientos han vuelto esa experiencia con John un tanto nauseabunda.

“Grandioso, ya ni con John puedo contar”.

Entonces me rendí con el libro y decidí salir ese día. Ya los recorridos empezaban cada vez más temprano, y no era mala idea intentar unas fotografías de día.

- Ehh Vic, me voy a dar una vuelta. ¿Vienes?

- ¡Ven acá primero!

Me acerqué a la cocina y vi una pizza de revista puesta sobre el mesón.

- ¿Cómo demonios hiciste eso tan rápido?

- Muy fácil.- Dijo Vica mientras sostenía una bolsa plástica donde se leía “Pizza fácil” – Te dije que te iba a recompensar, y no sé cocinar mucho así que confórmate.

- Se ve deliciosa, gracias. ¿Andas libre?

- Pensaba salir con Leo, pero más tarde. Iré a cambiarme mientras comes, ya yo me llené con las salsas y los chorizos que le puse a la pizza.

- Perfecto, más para mí.

Terminé la pizza, esperé 20 minutos adicionales a Vica porque es una obsesionada con el control y aunque salió casi igual de la habitación no le dije nada. Para ella era perfecto o nada, y decirle que seguía igual significarían 30 minutos más de la espera… “Mejor no”.

- ¿Lista?

- Perfecta, vamos.

Decidimos darnos una vuelta por la Avenida de La Constitución y pasearnos por las vías de del tranvía. La vista siempre es increíble en cualquier calle de Sevilla así que arrastré a Vica por todos lados para tomar varias fotos y enviárselas a Al y mi madre.

Vic es de las activas al ejercitarse y toda la cosa, pero no le dije exactamente que íbamos a recorrer medio Sevilla y ya comenzaba a matarme con la mirada mientras yo trotaba al lado de las bicicletas tratando de conseguir una foto.

- ¿Vas bien, Vic?

- Si me hubieses advertido que no usara tacones para la caminata estuviese perfecta.

- Te hubieses cambiado completamente si te hubiese dicho eso.

- Bueno… quizá no.

- Ajá.

- En fin, estoy cansada. ¿Podemos sentarnos?

- Vale, ya deja de quejarte. Vamos.

Ya estábamos cerca de uno de los puentes así que sugerí sentarnos cerca del canal, aunque creo que Vica no me escuchó, simplemente se quería desplomar en algún sitio donde no pareciera una mendiga. Ni siquiera me dirigió una palabra cuando vio un banco vacío, solo se precipitó hacia él y se dejó caer.

- Gloria a Dios y a todos los santos.

- Exagerada.

No había mucha gente por esos lados, sólo unas pocas personas caminando por la acera y una chica en medio del puente.

- Ehh Vic, ¿Esa no es Cosette? ¡EHH, COSETTE!

- Tu futura cuñada.

- Cállate.

Cosette volteó y nos saludó sonriendo. Vio hacia el horizonte de nuevo y se dirigió hacia nosotras.

- Lo siento Cosette, tú y Evan tendrán que buscarse otro banco. Encontré mi nueva cama.

- No os preocupéis, este lugar no es para andar sentado. ¿Nos damos una vuelta mientras tu amiga se recupera? Tiene una pinta “post – maratón” horrible.

- Todo es culpa de Evan y sus caminatas interminables por toda la ciudad sin pre – aviso. Si hubiese sabido que hacías esto todas las noches, me habría puesto ropa de gimnasia.

- Exagerada. Vamos Cosette, quiero sacar unas fotos antes de perder ese atardecer. Descansa, Vic. Ya volvemos.

- Coge un taxi Evan, yo pediré uno hasta el apartamento, no regreso contigo ni a sueldo.

- Vale. “drama queen”

Cosette y yo seguimos hablando mientras tomaba unas fotos desde el puente. La vista estaba insuperable con un atardecer rosáceo de película

“Esto le encantará a Al”.

- Entonces, ¿Qué haces por aquí?

- Esperaba a mi hermano, pero se ha retrasado. Estaba por acá cerca echándole un ojo a esa librería.

- Mmm.

- ¿De dónde has conocido a mi hermano? Me habéis dicho que eras nueva en la ciudad.

- Digamos que tuve un pequeño accidente y él me ayudó.

- Qué extraño. No suele andar por ahí.

- ¿Un ermitaño?

- Más bien aburrido.

- Interesante. En fin, creo que llegó.

El Peugeot ya sin rastros de nuestro primer encuentro se acababa de estacionar del otro lado del puente, y decidí que quizá era buen momento para irme.

- Te dejo Cosette. Espero que nos veamos pronto, cuídate.

- Ehh no, tú no te vas. Ven, te llevaremos a casa.

- ¡No, no! No te preocupes, iré bien caminando a casa.

- Tonterías, vienes con nosotros.

- No Cosette, de verdad no es nec…

- Por supuesto que no es molestia, vienes con nosotros.

Sonó la voz grave y severa de Nino detrás de mí. Llevaba una cazadora negra sobre una camiseta en V color vino.

“Ay Dios”

Los lentes de pasta negra remarcaban sus cejas pobladas y llevaban la atención justo a sus ojos color miel. “Demonios”.

- Está bien.

“Demonios, demonios”

Luego de haber escupido ese “Está bien” al verlo, no tenía vuelta atrás. Me quedé viéndolos a los dos, mientras Cosette se alejaba e Ignazio esperaba a que avanzara.

- ¿Amanecemos aquí? Me han dicho que es hermoso.

- ¿ah?

- Pues, como no te mueves me has hecho pensar que querías amanecer aquí parada.

“Idiota” Le dirigí una mirada fulminante y me encaminé hasta el carro, con él pisándome los talones.

- No necesito niñero ¿sabías?

- Contigo no se sabe, puedes salir corriendo al medio de la calle sin razón alguna y abollarle el carro a algún idiota.

- Eres insoportable.

Me hizo una mueca burlona sacando la lengua y se adelantó. Sentí el calor subir hasta mis orejas, lo ignoré y me dirigí a la parte de atrás del auto.

- Entonces… ¿Dónde vives?

- En el edificio…

- Vive en el edificio de Leonardo, Nino.

- Ah, vale… Cierto, por eso has ido a la fiesta de la compañía.

Dio vuelta en la esquina y se dirigió en dirección al edificio. Sevilla era mágica, a lo largo del día cambiaba sus tonalidades y en 24 horas puedes observar los matices que te hacen pensar que vives en 5 ciudades distintas… Simplemente mágico.

Me puse a pensar mientras observaba las luces de la ciudad por la ventanilla del auto, y recordé lo que acababa de decir Nino. Su tono fue un tanto desdeñoso. “¿Acaso no me quería allá? ¿Qué se cree?”

- Sí, ¿Algún problema?

Él y Cosette me observaron con desconcierto, quizá por la reacción tardía, pero ya era muy tarde para retirar la respuesta infantil. Nino debió haber pensado lo mismo porque su sonrisita socarrona me cegaba por el espejo retrovisor.

“Engreído”.

- Es por aquella calle, ese edificio…

- Gracias, sé dónde es. ¿Te molestaría acompañarnos a un sitio primero, Evan?

- ¿Un sitio? ¿Adónde? No creo que…

- Perfecto, sólo serán unos minutos.

Al parecer Nino no tomaba en cuenta la opinión de nadie. Cosette lo miraba con cara de “Nino, deja las tonterías” pero a él no parecía importarle. Quería mostrarse serio pero la diversión no abandonaba su mirada.

Pensé en protestar, pero no iba a servir de nada. Pasamos justo frente a mi edificio y seguimos avanzando, las calles relucían con esa luz nostálgica que delatan las farolas viejas y las bombillas amarillas de los postes en la vía. Ese ambiente le daba una calidez increíble a la noche y moría por intentar unas fotos entre esos paisajes perdidos en el pasado.

- ¿Puedes parar un momento?

- ¿Para qué?

- Sólo dos segundos, no me bajaré.

Su cara fue invadida por la intriga y Cosette se había limitado a ignorarnos hundiéndose en el teléfono, bajé la ventanilla mientras el aparcaba y disparé la cámara varias veces apuntando a la vereda, enfocando las hileras de farolas, los transeúntes enamorados, los grupos de jóvenes haciendo tonterías, los niños con sus triciclos y de fondo un cielo completamente negro. “Perfecto”.

- Ya.

- ¿Ya?

- Sí, ya.

- Está bien.

Retomamos la vía y a los pocos minutos aparcamos de nuevo cerca de un conjunto residencial.

- Pasa adelante.

- ¿Qué?

- Que pases adelante, no soy tu chofer.

En ese momento Cosette se bajó, y se despidió de ambos. Me dirigió una sonrisita de complicidad y se adentró entre las residencias. Subí al auto de nuevo y emprendimos camino otra vez.

- Bonito lugar, ¿Vive acá?

- Cosette y yo, nos queda cerca de la universidad.

- ¿Van a la misma universidad?

- Ella va a la escuela de arte, yo estudio Derecho, pero ambas quedan cerca de este lugar.

- Vale… ¿Me vas a decir de qué va todo esto?

Me miró, y pude notarlo dudando en su interior.

- Ya lo verás.

“¿Qué demonios le sucede a este tipo? ¿Qué hago yo en este auto? No sé quién es, podría hasta… ¿Me va a matar? ¡Pero en España la gente no mata, no así! Tienes que dejar de idealizar este país, Evan. Antes de que alguien te mate de verdad… ¿Y quién dice que eso no va a pasar hoy? Me van a matar”.

La paranoia se apoderaba de mí al darme cuenta que me encontraba en un auto con una persona que sólo había visto dos veces en mi vida, amigo de otras personas que no había visto hasta hace unas semanas. -“Oh mierda, mierda” -El pánico comenzó a invadirme mientras el silencio reinaba en el auto.

Mis manos sudaban y mi corazón latía rápidamente.- “Relájate, Evan. Piensa que es una cita. Si fuese una cita saldrías así con alguien después de haberlo conocido y sería perfectamente normal”.- Pero no era una cita, ¿Qué demonios estaba pensando al hacer esto? Las historias de amor surrealistas que me había estado leyendo a lo largo de los años me habían quitado toda capacidad de alerta el día de hoy, y la conciencia había vuelto muy tarde.

“¿Y si tiene que ver con los sueños? ¿Si esto era lo que me habían querido decir?”- Había pasado todo el trayecto tratando de desechar esa idea porque era imposible, absurdo y paranoico. Pero el silencio seguía siendo dueño y señor del lugar y ya había comenzado a hiperventilar.

- ¿Estás bien?

- Oye, creo que esto no es una buena idea…

- ¿Qué?

- Quiero regresar.

- Pero ni siquiera…

- ¡QUIERO REGRESAR!

La calma se había esfumado y el pánico ya estaba a flor de piel. Nino me observó con duda, frunciendo el ceño, sorprendido y observándome con detenimiento. No respiré esos interminables segundos, hasta que su expresión pareció entender y soltó una carcajada.

- ¿Qué te pasa?

- Espera un momento… ¿Estabas pensando que te haría algo?

- ¿Qué? No, es que estoy cansada y…

Su risa incontrolable no me dejó seguir y lo único que podía hacer era sentirme estúpida y removerme en el asiento esperando que se calmara.

- Ya, pues. Fue suficiente.

- Perdona, perdona de verdad. Es que me ha parecido muy gracioso todo eso. Quise disculparme contigo por haberte atropellado, no haber insistido en llevarte a tu edificio luego de salir del hospital, por ser un idiota en la fiesta… Por ser demasiado yo, a veces. Y cuando te vi con Cosette he pensado que podía llevarte a conocer una heladería que me agrada mucho. Debí haberlo aclarado desde el principio pero sabía que no aceptarías y nunca pensé que tu cabeza podría transformarme en un asesino serial.

- Discúlpame tú a mí, ando un poco nerviosa últimamente.

- ¿Por qué?

- He tenido unos sueños un tanto raros, o mejor dicho pesadillas y me tienen con los pelos de punta.

- Ah, vale. ¿Y de qué van?

- ¿Los sueños? Pues tonterías, no es nada. Pronto pasarán.

- ¿Segura?

- Sí, debe ser el estrés de la mudanza.

- Vale, aquí es.

Sabía que no era eso pero no podía decirle mis teorías conspirativas. No si quería conservar mi vida fuera de un psiquiátrico.

Miré por la ventanilla y observé un montón de mesitas de madera y hierro forjado, cubiertas por toldos de color vino y alumbradas por los faroles de la vereda lo que le daba ese toque nostálgico que tanto me gustaba. Un pizarrón hacía las veces de anuncio y señalaba la entrada de la heladería.

- Es muy bonito.

- Y la vista es increíble.

Nino señaló al otro lado del puente, el lado donde quedaba mi edificio y me fijé en que tenía razón. El agua se veía negra como la noche y las luces de los puentes y las aceras hacían una vista increíble… La había observado antes desde el otro lado, pero debo decir que este panorama no tiene nada que envidiarle a aquél.

- Ven, entremos.

Bajamos del auto y pasamos al interior de la heladería que tenía las mismas tonalidades color vino y beige del exterior, con ese aire italiano deambulando por ahí.

Un hombre bastante mayor se encontraba en la barra, usando una boina marrón que a decir verdad le quedaba muy bien, al verlo no podía evitar pensar en Santa Claus.

- Te recomiendo el de pistacho, me lo agradecerás.

- Bueno, veremos entonces.

- ¡Ignazio! Come stai, figlio mio?

- Tutto bene, e tu nonno?

Nino se acercó a la barra y el hombre que se encontraba del otro lado tomó su cabeza entre ambas manos y le estampó un beso en la frente. Nino irradiaba felicidad en ese momento y no pude evitar sonreír.

- ¿Quién es la chica hermosa?

- Es Evan, Nonno, una amiga de Cosette. Se merecía una disculpa mía y ¿qué mejor disculpa que tu helado de pistacho?

- A las mujeres no se les debe dar razones para deberles una disculpa, Graciela se molestará contigo si se entera.

- No se va a enterar, ¿Verdad, Nonno?

- Por esta vez… Entonces, querida: ¿Pistacho?

Se dirigió hacia mí con una sonrisa que le derretiría el corazón al más duro, y además contagiosa. Después de todo era inevitable sonreírle de vuelta al Santa.

- Por supuesto señor…

- ¡Qué mala educación! Mucho gusto señorita, mi nombre es Lázaro.

- El gusto es mío, Sr. Lázaro.

- Acá está su helado, Srta. Evan. Y espero verla de vuelta pronto.

- Por supuesto, Sr. Lázaro.

Esperamos el helado de Ignazio y salimos a comerlos en la orilla de la vereda. Hacía un frío increíble todavía pero era soportable, hasta placentero podría decir.

No dijimos ni una palabra por un rato, pero no era un silencio incómodo, simplemente las palabras no cabían en el momento que estaba muy bueno como para ser arruinado.

No era una cita, donde estás nerviosa la mayoría del tiempo y no sabes qué decir así que se tornó muy agradable pasar el rato con alguien que apreciaba los silencios, y la noche se transformó en una salida de amigos muy gratificante… Eso cuando los lentes no se cruzaban en mi campo visual.

- ¿Y qué tal la disculpa?

- Deberías atropellarme todos los días, este helado está brutal.

- Te lo dije, mi nonno tiene 40 años acá y nadie ha logrado superar sus helados.

- Lo quieres mucho, ¿Verdad?

- Es inevitable querer a tus abuelos, ¿o no Evan?

- Wow, no lo sabía. Tu abuelo es agradable.

- Mi abuela te caería muy bien también, ella hace los helados en la parte de atrás y el nonno se encarga de la barra. Son una máquina bien aceitada cuando están juntos.

- Ohh, no lo sabía. Qué afortunados son de tenerse.

- Nadie se merece más el uno al otro que ellos.

- Interesante…

- Y cuéntame, ¿Tus abuelos qué?

- Mi abuelo es el único que sigue en pie, los demás fallecieron antes de que yo naciera.

- Lo siento mucho.

- No te preocupes, con mi roble es suficiente.

Terminamos los helados, entramos a despedirnos y nos dirigimos al auto de nuevo.

- Muchas gracias. No tenías que hacer esto.

- Sé que eres nueva en la ciudad, y he sido muy grosero contigo. Aunque fueses una loca suicida no debí tratarte así después de arrollarte.

- Gracias… Creo.

- Yo también soy nuevo acá. Antes venía de visita a ver a mis abuelos cada vez que podía, pero ahora me estabilicé para estudiar y cuidar a Cosette. Así que… Tienes dos amigos más acá para cuando lo necesites.

- Igualmente, y lo digo en serio.

Me dejó en mi casa y subí prácticamente en las nubes hasta el apartamento.

“Maldición, esos lentes”.

Y así como llegó despejé ese pensamiento en segundos. No podía empezar a pensar así, me había ofrecido su amistad y quizá podría terminar siendo una duradera si no me ponía a fantasear con pajaritos rosados. En estos momentos lo que necesitaba era amistades y Cosette y Nino parecían caídos del cielo para ello.

- ¿Y tú adónde fuiste?

- Fui con Cosette a comer helados.

Vica seguía con la misma ropa y los tacones hechos a un lado en el sillón. Una pequeña mentira no iba a hacerle daño, porque aunque tenía poco tiempo conociéndola había notado su tendencia a exagerar las cosas.

- Fue bastante largo el paseo.

- Sí, un día de estos le dices a Leo que te lleve y me traes uno de pistacho. Queda al otro lado del puente.

- Bueno, que tengas buenas noches. Sigo muerta por tu culpa.

- Buenas noches, drama queen.

El día de hoy fue el más impredecible de todos. No podía dejar de notar que estaba haciendo lo que nunca pensé que podría lograr: Rehacía mi vida a kilómetros de mi casa, y todo iba tan rápido que ya mi vieja vida se comenzaba a ver lejana.

Muchas cosas sucedieron, y muchas seguirán sucediendo porque ya este era mi hogar, por lo menos en mi futuro inmediato. Tenía que aprender a lidiar con ello y sacarle provecho. Había hecho amigos, me había instalado en mi nueva casa, ya conocía poco a poco la ciudad y el tiempo me gritaba desde lejos que así era la vida, continuaba aunque no lo quisieras.

Me recosté en mi cama, algo cansada pero no lo suficiente para que el sueño me invadiera. Observé el techo y el cuadro que tenía en la pared sobre mí. Mis cavilaciones querían imaginar la noche estrellada de Van Gogh, cómo habían sido en realidad pero en lo único que podía pensar mientras veía el techo de la habitación era en esos lentes de pasta negra.

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 5.

Un escalofrío me recorrió toda la médula espinal y pude notar gotas de sudor escurriéndose por mi espalda.

“Maldita sea, otra vez”

Inmediatamente abrí los ojos y vi el techo de mi dormitorio nuevamente. El alivio recorrió mi cuerpo porque seguía estando en mi cuarto, hasta que el olor inconfundible a guantes de látex y alcohol me hizo notar que algo andaba mal.

Observé alrededor. Era la misma habitación, pero ninguno de mis muebles se encontraba allí y en su lugar la carnicería del destripador había cobrado vida.

“¿Por qué demonios no había notado eso antes?” Quizá el pánico había distraído mi sentido de la razón, pero ya no me sorprendían las pesadillas.

Empecé a recordar las pesadillas de mi niñez. Me era imposible dormir en el auto, en hoteles y en general, en cualquier lugar que no fuese mi casa. Y no porque en mi hogar no me atacaran las pesadillas, pero por lo menos era la misma una y otra vez, cosa que podía llegar a ser reconfortante en comparación a la sorpresa del horror desconocido que me esperaba en otros sitios.

“Todas las noches, me levantaba de la cama usando un camisón azul cielo, me colocaba unas pantuflas acolchadas de color rosa chillón y bajaba las escaleras a una velocidad de tortuga. Sostenía una vela a medio gastar para alumbrar mi camino por las escaleras chirriantes hasta la cocina y observaba por la ventana de la puerta hacia la casa de Aquiles quién sabe por cuánto tiempo, en silencio y abrumada por la nostalgia y la soledad. Siempre deseaba con todas mis fuerzas algo dentro de esa casa, alguien. Pero nunca supe quién, me sentía confundida siempre y la sensación de saberlo todo y a la vez nada me invadía todas las noches. Luego de observar, las lágrimas se deslizaban sin control por mis mejillas, abría la puerta del horno y encendía el gas.

En ese momento el pánico me invadía sin control, y al irme arrodillando rogaba a Dios que se acabara antes de llegar al fin… Pero nunca era así.

De rodillas frente al horno lloraba desconsolada y dirigía mi cabeza dentro de él, siendo sofocada casi inmediatamente por el olor a gas. Un último momento de lucidez extrema se apoderaba de mí, y me decía que no era correcto lo que hacía, pero siempre era muy tarde y terminaba entumecida, sumergiéndome en un sueño profundo hasta que la realidad volvía abruptamente a mí y despertaba para salir corriendo a los brazos de mi mamá”.

La misma historia se repetía cada noche y aunque me aterraba, se volvió un suceso rutinario, y el miedo nunca pasaba de parecerse al que todos sentimos cuando vemos una película de terror repetida.

Mi madre era comprensiva, pero mi padre siempre creyó que estaba loca y la razón definitiva por la que nos dejó fue esa. El nunca lo dijo, mi madre siempre lo negó, pero todos sabíamos la verdad.

La señora Garmendia siempre venía a casa a hacer té con mi madre. No era la actividad favorita de ninguna de las dos, pero con el tiempo se volvió rutina y cuando falleció, las tardes parecían vacías sin sus galletas de mantequilla y el té de durazno que hacía mi madre para las tres. Solíamos discutir sobre el trabajo de mi mamá, las dolencias de la señora Garmendia y mis notas en el colegio.

Un día, surgió el tema de los sueños y mi mamá, con mucha cautela, le comentó sobre mis sueños y el recurrente que tenía en esa casa. Al oír la historia ella fue adquiriendo un aire pensativo y cuando mi madre terminó de contar, la sorpresa se había apoderado de su expresión.

“¡Pero qué curioso! Así murió Marge, la antigua dueña de la casa, ¿Podrá ser que escuchaste esa historia alguna vez, nena?”

Pero ninguno de nosotros sabía eso. El resto de los vecinos eran nuevos, como nosotros, y la única que todavía vivía para contar las historias del pasado de nuestra calle era ella.

Al descartar un subconsciente atrofiado por el conocimiento de la historia tenebrosa que rondaba la casa, la idea se fue por el lado sobrenatural.

“¿Crees que tu hija sea vidente?” Logré escuchar luego de que me mandaran a ver televisión, pero mi madre agitaba su cabeza frenéticamente indicando un NO rotundo.

Esa conversación había quedado olvidada en mis recuerdos hasta el día de hoy. ¿Sería posible la conspiración que la vecina y mi madre habían armado durante el té?

Desde la sala pude escuchar. “¿Y si tu hija percibe cosas del pasado? He escuchado gente hablar sobre eso”.

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