Don Juan

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ACTO QUINTO » Escena III

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Escena III

(DON CARLOS, DON JUAN y SGANARELLE)

DON CARLOS: Don Juan, os encuentro oportunamente, y me complace hablaros aquí mejor que en vuestra morada para preguntaros vuestra decisión. Ya sabéis que esta cuestión me concierne y que me he encargado, en vuestra presencia, de este negocio. Por mi parte, no lo oculto, deseo fervientemente que las cosas se arreglen pacíficamente, y nada hay que yo no haga por inducir a vuestro espíritu a tomar ese camino y por veros confirmar públicamente a mi hermana el nombre de esposa.

DON JUAN (Con tono hipócrita): ¡Ay! Quisiera de todo corazón daros la satisfacción que anheláis; mas el Cielo se opone a ello terminantemente; ha inspirado a mi alma el deseo de cambiar de vida, y no tengo más pensamiento ahora que abandonar por completo todas las ataduras del mundo, desprenderme lo antes posible de toda clase de vanidades y corregir en lo sucesivo, con una austera conducta, todos los desordenes criminales a que me ha llevado la fogosidad de una ciega juventud.

DON CARLOS: Ese deseo, don Juan, no me sorprende en modo alguno; y la compañía de una esposa legítima puede acomodaros muy bien con los pensamientos loables que el Cielo inspira.

DON JUAN: ¡Ay! Nada de eso. Es un propósito que ha adoptado vuestra propia hermana: ha decidido retirarse a un convento, y nos ha tocado a los dos a un mismo tiempo la gracia divina.

DON CARLOS: Su retiro no nos satisface, ya que podía imputarse al desprecio en que la tendríais a ella y a nuestra familia, y nuestro honor exige que viva con vos..

DON JUAN: Os aseguro que eso es imposible. Tenía yo, por mi parte, los mejores deseos del mundo, y he pedido consejo hoy mismo, incluso al Cielo, para ello; más, al consultarle, he oído una voz que me ha dicho que no debía pensar para nada en vuestra hermana y que, con ella, no obtendría, seguramente, mi salvación.

DON CARLOS: ¿Creéis, don Juan, que vais a deslumbrarnos con esas bellas disculpas?

DON JUAN: Obedezco la voz del Cielo.

DON CARLOS: ¡Cómo! ¿Queréis que me dé por satisfecho con semejante discurso?

DON JUAN: El Cielo es quien lo quiere así.

DON CARLOS: ¿Habéis hecho salir a mi hermana de un convento para abandonarla después?

DON JUAN: El Cielo lo ordena de tal suerte.

DON CARLOS: ¿Vamos a soportar esa mancha en nuestra familia?

DON JUAN: Imputádselo al Cielo.

DON CARLOS: ¿Eh? ¡Cómo! ¡Siempre el Cielo!

DON JUAN: El Cielo lo quiere así.

DON CARLOS: Basta, don Juan; ya os entiendo. No es aquí dónde quiero interpelaros; el sitio no lo permite, mas dentro de poco sabré encontraros.

DON JUAN: Haced lo que queráis. Ya sabéis que no me falta corazón y que sé manejar mi espada como es debido. Pasaré, de aquí a un rato, por esa calleja apartada que lleva al gran convento; mas os declaro, por mi parte, que no soy yo quien quiere batirse: el Cielo me prohibe pensar en eso, y si me atacáis, ya veremos lo que sucede.

DON CARLOS: Ya lo veremos, en efecto; ya lo veremos

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