Don Juan

Don Juan


ACTO PRIMERO » Escena II

Página 6 de 36

Escena II

DON JUAN y SGANARELLE

DON JUAN: ¿Qué hombre era el que te hablaba? Paréceme que tiene toda la traza de un buen Guzmán de doña Elvira.

SGANARELLE: Algo de eso es.

DON JUAN: ¿Cómo? ¿Es él?

SGANARELLE: El mismo.

DON JUAN: ¿Y desde cuándo está en la ciudad?

SGANARELLE: Desde anoche.

DON JUAN: ¿Y qué le trae aquí?

SGANARELLE: Creo que suponéis fácilmente lo que puede inquietarle.

DON JUAN: ¿Nuestra partida, sin duda?

SGANARELLE: Le ha mortificado grandemente al buen hombre, y me preguntaba el motivo.

DON JUAN: ¿Y qué respuesta le has dado?

SGANARELLE: Que no me habíais dicho nada de ello.

DON JUAN: Mas, en fin, ¿qué es lo que piensas? ¿Qué te figuras de este asunto?

SGANARELLE: ¿Yo? Creo, sin perderos, que tenéis algún nuevo amorío.

DON JUAN: ¿Crees eso?

SGANARELLE: Sí.

DON JUAN: A fe mía, no te engañas, y debo confesarte que otra persona ha apartado a Elvira de mi pensamiento.

SGANARELLE: ¡Ah, Dios mío! Conozco a mi don Juan al dedillo y tengo a vuestro corazón por el mayor corretón del mundo; le complace ir de lazo en lazo y no le gusta permanecer quieto.

DON JUAN: Y dime: ¿no te parece que tengo razón en emplearlo así?

SGANARELLE: Yo, señor….

DON JUAN: ¿Qué? Habla..

SGANARELLE: Seguramente tenéis razón, si queréis; no se os puede contradecir. Mas si no lo queréis, sería quizás otro asunto.

DON JUAN: Pues bien: te concedo la libertad de hablar y de decirme tu opinión.

SGANARELLE: En tal caso, señor, os diré francamente que no apruebo en absoluto vuestro método y que encuentro muy mal amar a todos los lados como hacéis.

DON JUAN: ¡Cómo! ¿Quieres que permanezca uno ligado a la primera mujer que nos cautiva; que se renuncie al mundo por ella y que no tenga uno ya ojos para nadie? ¡Linda cosa la de querer jactarse del falso honor de ser fiel, enterrándose para siempre en una pasión y permaneciendo muerto en la juventud a todas las otras beldades que pueden conmover nuestros ojos! No, no; la constancia es sólo buena para los ridículos; todas las beldades tienen derecho a seducirnos, y la ventaja de haber sido la primera no debe quitar a las otras las justas pretensiones que tienen sobre nuestros corazones. Por mi parte, la belleza me extasía allí donde la encuentro, y cedo con facilidad a esa dulce violencia a que nos arrastra. Aunque esté comprometido, el amor que siento por una beldad no obliga a mi alma a cometer una injusticia con las otras, conservo mis ojos para ver el mérito de todas, y rindo a cada una los homenajes y tributos a que nos obliga la Naturaleza. Sea lo que fuere, no puedo negar mi corazón a todo cuanto veo de amable, y no bien un bello rostro me lo pide, si tuviera yo diez mil corazones, todos los entregaría. Las nacientes inclinaciones tienen, después de todo, encantos inexplicables, y todo el placer del amor está en el cambio. Se goza una dulzura suma venciendo con cien homenajes el corazón de una belleza juvenil, viendo día tras día los pequeños progresos que uno hace, combatiendo por medio de arrebatos, lágrimas y suspiros el inocente pudor de un alma a la que le cuesta trabajo rendir las armas, forzando poco a poco todas las débiles resistencias que ella nos opone, venciendo los escrúpulos de que se enorgullece y llevándola suavemente allí donde deseamos hacerla llegar. Mas una vez adueñado de ella, no hay nada que decir ni que desear; acaba toda la hermosura de la pasión, y nos adormecemos en la tranquilidad de semejante amor como no venga algún nuevo objeto a despertar nuestros deseos y a ofrecer a nuestro corazón los encantos atrayentes de una conquista a realizar. En fin: nada hay tan dulce como vencer la resistencia de una beldad, y yo tengo, en ese aspecto, la ambición de los conquistadores que vuelan perpetuamente de victoria en victoria sin poder decidirse a limitar sus deseos. Nada hay que pueda detener la impetuosidad de los míos; siento en mí un corazón capaz de amar a toda la tierra, y como Alejandro, desearía yo que hubiese otros mundos para poder extender a ellos mis conquistas amorosas..

SGANARELLE: ¡Cómo os expresáis, por mi vida! Parece que habéis aprendido de memoria y habláis enteramente como un libro.

DON JUAN: ¿Qué tienes que decir a eso?

SGANARELLE: A fe mía, tengo que decir… No sé qué decir, pues dais la vuelta a las cosas de un modo que parecéis tener razón, y, sin embargo, es indudable que no la tenéis. Guardaba yo los más hermosos pensamientos del mundo, y vuestros discursos lo han embrollado todo. Dejadlo; otra vez pondré mis razones por escrito para discutir con vos..

DON JUAN: Y harás bien.

SGANARELLE: Pero, señor, ¿entrará en el permiso que me habéis concedido el deciros que estoy un tanto escandalizado de la vida que lleváis?

DON JUAN: ¡Cómo! ¿La vida que llevo?

SGANARELLE: Muy buena. Mas, por ejemplo, eso de veros casados todos los meses como hacéis….

DON JUAN: ¿Hay nada más agradable?

SGANARELLE: Es cierto. Me figuro que eso es muy agradable y divertido, y consentiría en decirlo si no existiera mal en ello; pero, señor, burlarse de un sagrado misterio y….

DON JUAN: ¡Bah, bah! Eso es una cuestión entre el Cielo y yo, y ya la arreglaremos juntos sin necesidad de que te preocupes.

SGANARELLE: A fe mía, señor, he oído decir que es una burla malvada la que se hace con el Cielo, y que los libertinos no tienen nunca un buen fin.

DON JUAN: ¡Hola, maese necio! Ya sabéis que os he dicho que no me agradan las amonestaciones.

SGANARELLE: Por eso no me refiero a vos; Dios me libre. Vos sabéis lo que hacéis, y si no creéis nada, vuestras razones tendréis; pero hay ciertos pequeños impertinentes por el mundo que son libertinos, sin saber por qué, que presumen de espíritus fuertes, porque creen que esto les sienta bien, y si yo tuviera un amo así, diría claramente, mirándole de frente: «¿Osáis burlaros así del Cielo, y no tembláis al mofaros como lo hacéis de las cosas más santas? ¿Y es misión vuestra, gusanillo de la tierra, pigmeo (estoy hablando al amo que ya he dicho); es misión vuestra querer tomar a burla lo que todos los hombres reverencian? ¿Creéis que por ser de alcurnia, por tener una peluca rubia y bien rizada, unas plumas en vuestro chapeo, una casaca bien dorada y unas cintas color de fuego (no es a vos a quien hablo, sino al otro); creéis, repito, que sois por eso un hombre más hábil, que todo os está permitido, y que nadie debe atreverse a deciros verdades? Sabed por mí, que soy vuestro criado, que el Cielo castigará tarde o temprano a los impíos; que una mala vida trae una mala muerte y que…».

DON JUAN: Basta….

SGANARELLE: ¿De qué se trata?

DON JUAN: Se trata de decirte que una beldad me enamora, y que arrebatado por sus hechizos la he seguido hasta esta ciudad.

SGANARELLE: ¿Y no teméis nada, señor, por la muerte de aquel comendador a quién matasteis hace seis meses?

DON JUAN: ¿Por qué temer? ¿No le maté del todo?

SGANARELLE: Perfectamente, del mejor modo del mundo, y haría mal en quejarse.

DON JUAN: Y obtuve mi absolución en ese asunto.

SGANARELLE: Sí; mas esa absolución no ha extinguido quizá el resentimiento de sus parientes y amigos y….

DON JUAN: ¡Ah! No pensemos en el mal que pueda sucedernos; pensemos solamente en lo que puede proporcionarnos placer. La persona de que te hablo es una joven prometida, la más encantadora del mundo, que ha sido traída aquí por el mismo con quien viene a casarse, y el azar me permitió ver a esa pareja de amantes tres o cuatro días antes de su viaje. No he visto nunca dos personas tan contentas la una de la otra, y haciéndolas ostensible su amor. La ternura visible de sus mutuos ardores me conmovió; afectó mi corazón, y mi amor comenzó por los celos. Sí; no pude soportar, al principio, verlos tan extasiados juntos; el despecho encendió mis deseos y concebí un placer en poder trastornar su acuerdo y en romper ese apego que hería la delicadeza de mi corazón; mas hasta ahora todos mis esfuerzos han sido inútiles, y tengo que recurrir al último remedio. El presunto esposo debe hoy de obsequiar a su prometida con un paseo por el mar; sin haberme dicho ni una palabra, todo está preparado para satisfacer mi amor, y tengo una barquita y unas gentes con las que pretendo raptar muy fácilmente a la beldad.

SGANARELLE: ¡Ah, señor…!

DON JUAN: ¡Eh!

SGANARELLE: Está eso muy bien en vos, y obráis como es preciso; en este mundo no hay más que darse satisfacción.

DON JUAN: Prepárate, pues, a venir conmigo, cuida tú mismo de traer todas mis armas, a fin que… (Viendo a DOÑA ELVIRA): ¡Ah, enojoso encuentro! Traidor, no me habías dicho que estuviera ella aquí.

SGANARELLE: Señor, no me lo habéis preguntado….

DON JUAN: ¡Habrá loca! ¿Pues no ha venido a este lugar sin cambiar de vestido, con su atavío de campo?

Ir a la siguiente página

Report Page