Don Juan

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ACTO TERCERO » Escena IV

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Escena IV

(DON ALONSO y tres criados; DON CARLOS, DON JUAN y SGANARELLE)

DON ALONSO (Hablando con los del SÉQUITO DE DON CARLOS y DON ALFONSO, sin ver a DON CARLOS ni a DON JUAN): Dad de beber ahí a mis caballos y traédmelos después (Viendo a los dos) ¡Oh, Cielos! ¿Qué veo? ¡Cómo, hermano mío! ¡Héteos aquí con nuestro mortal enemigo!

DON CARLOS: ¿Nuestro mortal enemigo?

DON JUAN (Poniendo la mano sobre la empuñadura de su espada): Sí, yo soy el propio Don Juan, y la ventaja del número no me obligará a ocultar mi nombre.

DON ALONSO: ¡Ah, traidor! Tienes que morir, y (SGANARELLE corre a esconderse).

DON CARLOS: ¡Ah, hermano mío, deteneos! Le debo la vida, y sin ayuda de su brazo hubiera sido yo asesinado por unos ladrones con quienes topé.

DON ALONSO: ¿Y queréis que esa consideración impida nuestra venganza? Todos los servicios que nos hace una mano enemiga no tienen la menor fuerza para empeñar nuestra alma; y si hay que medir la obligación por la injuria, nuestra gratitud resulta, hermano mío, ridícula en este caso; como el honor es infinitamente más precioso que la vida, es no deber nada, en realidad, el deber la vida a quién nos ha arrebatado el honor.

DON CARLOS: Sé muy bien la diferencia, hermano mío, que un caballero debe hacer entre uno y otra, y el reconocimiento de mi obligación no borra en mí el recuerdo de la injuria; mas permitid que le devuelva ahora lo queme ha prestado y que pague sin dilación la deuda de la vida que con él tengo, aplazando nuestra venganza y dejándole la libertad de gozar durante unos días del fruto de su beneficio.

DON ALONSO: No, no; es arriesgar nuestra venganza el aplazarla, y puede que no vuelva a presentársenos otra ocasión. El Cielo nos la ofrece ahora, y debemos aprovecharla. Cuando el honor ha sido ofrecido mortalmente, no debe pensarse en guardar miramientos; y si os rerpugna prestar vuestro brazo en esta acción, no tenéis más que retiraros y dejar a mi mano la gloria de tal sacrificio.

DON CARLOS: Por favor, hermano mío….

DON ALONSO: Todos estos discursos son superfluos; es preciso que muera.

DON CARLOS: Deteneos, os digo, hermano mío. No toleraré que se ataque a su vida; y juro por el Cielo que le defenderé aquí contra quien sea y que sabré hacerle una muralla con esta misma vida que él salvó; para asestar vuestras estocadas tendréis que atravesarme.

DON ALONSO: ¡Cómo! ¡Tomáis la defensa de nuestro enemigo contra mí! Y, lejos de sentiros agitado ante su presencia por los mismos arrebatos que yo, ¡mostráis por él unos sentimientos rebosantes de afecto!

DON CARLOS: Hermano mío, demostremos moderación en una empresa justa, y no venguemos nuestro honor con esa furia de que hacéis gala. Sepamos dominar nuestro corazón, tengamos un valor que no sea feroz y que obre a impulsos del puro consejo de nuestra razón y no arrastrado por una cólera ciega. No quiero, hermano mío, ser deudor de mi enemigo, y tengo con él una obligación de la que debo librarme antes que nada. No porque aplacemos nuestra venganza será ésta menos sonada; al contrario, obtendrá provecho de ello, y esta ocasión, en que pudimos tomarla, la hará parecer más justa a los ojos de todos.

DON ALONSO: ¡Oh, extraña flaqueza! ¡Oh, espantosa ceguera ésta de arriesgar así los intereses del honor por el ridículo pensamiento de una obligación quimérica!

DON CARLOS: No, hermano mío; no os inquietéis. Si cometo una culpa, sabré repararla, y me encargo de cuidar de vuestro honor; sé a lo que nos obliga, y este aplazamiento de un día que mi gratitud le pide no hará sino aumentar el afán que tengo de satisfacerle. Don Juan, como veis, tengo buen cuidado den devolveros el bien que de vos he recibido, y por ello juzgaréis de todo lo demás, creed que pago con el mismo ardor lo que debo y seré igualmente exacto en pagaros la injuria que el beneficio. No quiero ogligaros aquí a explicar vuestros sentimiento, y os concedo la libertad de pensar despacio en las resoluciones que debáis adoptar. Conocéis lo bastante la magnitud de la ofensa que nos habéis inferido, y deseo que señaléis vos mismo las reparaciones que exige. Existen medios suaves para darnos satisfacción; los hay vehementes y sangrientos; más, en fin: sea cual fuere vuestra elección, me habéis prometido darme satisfacción por Don Juan. Procurad dármela, os lo ruego, y acordaros de que fuera de aquí sólo soy ya deudor a mi honor.

DON JUAN: No os he exigido nada, y mantendré lo que os he prometido.

DON CARLOS: Vamos, hermano mío, un instante de esparcimiento no perjudica en modo alguno la severidad de nuestro deber

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