Don Juan

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CAPÍTULO II » 5.

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5.

Sí. Fue con el nuevo día. Un poco antes de lo previsto, pero el cuerpo de Welcek dolía en todos sus pedazos, el estómago se rasgaba, y las entrañas parecían aposentos de vidrios rotos que las pinchasen y rompiesen. La orgía había alcanzado el clímax y todos chillaban como energúmenos. Cabezas espantadas de vecinos asomaban a las ventanas, y algún madrugador se atrevió a meter las narices en el prostíbulo, y las sacó infectadas del hedor. Garbanzo abandonó a Welcek definitivamente. Encaramado en un candil, contempló, muerto de risa, los estertores de la orgía. Después salió a la calle: estaba tan limpio y fresco el aire, que le hubiera gustado respirarlo.

—Y ahora, a buscar a Leporello, que a lo mejor es un viejales cargado de achaques y dolores, como este que Dios confunda, o un mozo torpe, feo y mentecato, a cuyas deficiencias tendré que acomodarme Dios sabe por cuanto tiempo. Y no vale protestar. Y no vale rebelarse. El hombre tiene sobre nosotros la ventaja de ser libre. ¡Si yo pudiera hacer mi real gana!

Brujuleó entre tejados, orientándose, hasta dar con su nuevo destino. La primera inspección le reanimó. Dormía Leporello con un sueño profundo de joven saludable, y su espíritu flotaba sobre su cuerpo, entretenido en el repaso onírico de una lección moral. Garbanzo entró en el cuerpo y lo recorrió enteramente. Funcionaba a la perfección, y el repaso que hizo de los nervios y músculos, de las vísceras y glándulas endocrinas, del cerebro y esqueleto, no pudo ser más satisfactorio. En vista de lo cual cortó el hilo del espíritu flotante, que allí quedó con su problema moral, y tomó posesión de Leporello. Al sentirse incorporado, una sensación desconocida le invadió hasta turbarle, porque recordaba la antigua y casi olvidada felicidad. (¡Habían pasado tantos siglos!) El cuerpo vivo y quieto le enviaba, en oleadas, rumor de sangre moviéndose con calma y seguridad, majestuosamente. Por un momento, se recogió en sí mismo, espectador de la vida que empezaba a ser suya: el aire hinchaba los pulmones y oxidaba la sangre; las células se reproducían a millones; las arterias y venas, flexibles, casi elegantes, enviaban y recogían la sangre rítmicamente: sin un tropiezo, sin una alteración. Y todo lo que pasaba en el cuerpo sucedía de esta manera perfecta. Hizo funcionar el cerebro, proponiéndole un silogismo que Welcek no había podido digerir, y Leporello sacó las consecuencias rápidamente. Deslizó entonces el recuerdo de algunas imágenes lúbricas, procedentes de la anterior orgía, y el proceso consecuente se verificó en toda su plenitud, dejando al Garbanzo hecho un pasmado del asombro.

—¡Lo que es un hombre! Y nosotros sin pensar en otra cosa que en buscar su perdición. No hay que dudar que somos unos resentidos. ¿No sería mejor que nos pusiéramos a imitarlos en lo posible? Pero la medida de lo posible es muy escasa. El quid del hombre reside en su cuerpo, funciona de otra manera, y esto que llaman vida debe de dar al hombre una manera distinta de ver las cosas, que nosotros nunca podremos entender. No obstante debe de haber razones para que Satanás haya ocultado siempre a sus demonios la realidad de un cuerpo sano. Que yo sepa, esta es la primera vez que permite a uno de nosotros valerse de un hombre joven, inteligente y saludable para el trabajo. Y no creo que lo repita, porque si todos los diablos llegasen a experimentar la vida, a sentirla como la estoy sintiendo, en el Infierno habría una rebelión. Pero sabe Satanás de sobra que cuando cuente mi experiencia, nadie habrá de hacerme caso. Sin embargo, creo que no perderá el tiempo. Por lo pronto, ahora mismo alcanzo a entender muchas cosas de teología que antes me parecían incomprensibles. Y si esto dura algún tiempo, acabaré por entender al hombre, y quizá comprenda algún día las razones que el Enemigo tiene para interesarse tanto por estos que se me antojaban bichejos inteligentes. Hasta ahora, lo más perfecto de cuanto había conocido era el padre Téllez, pero el pobre camina apoyándose en muletas. ¡Y poder dar unos saltos debe de ser tan importante como excogitar delgadas teorías, porque es más agradable!

Le brotó de la sangre el deseo de comprobarlo, y de la cama saltó al suelo iniciando una serie de zapatetas, saltos mortales y contorsiones. El cuerpo rebotaba, y había en los músculos como un regusto satisfecho de su flexibilidad y potencia.

—¡Leporello!

La voz llegó del interior, y casi al mismo tiempo se abrió una puerta y entró Don Juan Tenorio.

—¡Leporello! ¿Te has vuelto loco?

El Garbanzo, definitiva y totalmente incorporado a Leporello, refrenó sus ímpetus y quedó en un rincón, entre avergonzado y satisfecho.

—Hacía mi gimnasia matutina, señor.

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