Don Juan

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XXXIV EL SEÑOR PERRICHÓN

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XXXIV

EL SEÑOR PERRICHÓN

Monsieur Perrichón ha llegado a la pequeña ciudad. El señor Perrichón ha venido invitado por la familia del maestre; estará con tus amigos quince días y regresará con ellos a París. El señor Perrichón es regordete; sus ojos son diminutos; la cabeza, calva, rosada. Están rojas, encendidas, sus mejillas. Dos gruesos bigotes rubios caen lacios por las comisuras de la boca. Sobre su cabeza se ve un diminuto sombrero de paño, a cuadritos blancos y negros. Penden de una correa unos gemelos.

El señor Perrichón, acompañado de don Gonzalo, ha estado visitando los monumentos, de la ciudad. En la catedral, el señor Perrichón ha exclamado:

—¡Oh, muy bello, muy bello!

En la Audiencia, el señor Perrichón ha repetido:

—¡Oh, muy bello, muy bello!

El señor Perrichón sonríe siempre y se inclina respetuoso y atento ante las damas. —Señor Perrichón —le dice Jeannette ¿quiere usted contarnos su viaje a Suiza?

Volontiers, mademoiselle —contesta Perrichón.

Y comienza su relato, pintoresco e ingenioso. De cuando en cuando ríe a carcajada echando la cabeza hacia atrás. La concurrencia ríe también y palmotea.

Ángela ha querido dar una comida de gala en honor del señor Perrichón. Todos los contertulios estaban en torno de la mesa. Todos los más selectos vinos de España han desfilado por la mesa. Perrichón estaba encantado. Sus ojuelos brillaban. Allí estaban el claro y fresco valdepeñas; el rioja; el oloroso jerez; el fondillón alicantino; el málaga; el montilla... El señor Perrichón se llevaba el vaso a los labios, saboreaba lentamente el delicioso vino y levantaba, extasiado, los ojos al cielo.

—Señor Perrichón —ha dicho don Gonzalo—, una canción a estilo de la vieja Francia...

El señor Perrichón se ha puesto en pie.

—¡Queridos amigos! —ha exclamado.

No ha podido continuar. Se ha llevado las manos al pecho con un gesto silencioso. Todos han aplaudido. El señor Perrichón ha bebido un sorbo de vino, ha levantado la copa en lo alto y ha comenzado a cantar:

Je ne suis qu'un vieux bonhomne,

Ménétrier du hameau;

Mais pour sage on me renomme,

Et je bois mon vin sans eau...

A1 acabar la canción, ha resonado un fervoroso aplauso en la sala.

—¡Viva la vieja Francia! —ha exclamado don Gonzalo.

—!Viva la España! —grita Perrichón, llevándose las manos al pecho.

Y se deja caer, desplomado, en la silla, los ojuelos llorosos, lacios los gruesos y largos bigotes rubios.

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