Don Juan

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VIII SOR NATIVIDAD

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VIII

SOR NATIVIDAD

Sor Natividad, la abadesa del convenio de San Pablo, convento de jerónimas, es hermana de Ángela, la mujer del maestre. Sor Natividad está en un saloncito del convenio. La sillería es roja, con decorados pálidos; sobre una consola se yerguen frescos ramos de rotas. Sor Natividad está con Ángela y con Jeannette, la hija de Ángela.

Sor Natividad tiene una actitud de reposo profundo; sus ademanes son pausados, lentos. Miran sus ojos verdes dulcemente. No se sabe si hay en su cara melancolía o alegría. Su sonrisa es indefinible. Jeannette toca con suavidad. el escapulario, la correa, la blanca estameña de la monja. Sor Natividad ha pasado su mano por el fino paño del traje de Jeannette.

—¡Cuántas cosas veréis en París, Ángela! —exclama sor Natividad.

Y añade:

—¿Es bonito París, Jeannette?

Sor Natividad se levanta lentamente del asiento. A1 estar en pie, hace un movimiento leve para componer la ropa. Es alta; bajo la túnica blanca, al moverse, se perciben las llenas y elegantes líneas del cuerpo. Sor Natividad cruza las manos sobre el pecho y comienza a caminar. Sus ojos miran una lejanía ideal. Pasa sor Natividad por las galerías del claustro. En el centro del primoroso patio plateresco crecen los rosales. Sor Natividad se detiene, silenciosa, extática, en el umbral dé una puerta. En el fondo luce el altar mayor de la iglesia. Multitud de luces, en límpidas arandelas de cristal, brillan, entre ramos, sobre los dorados esplendentes. Sor Natividad permanece un momento en 1a puerta, encuadrada en el marco, como la figura de un retablo.

En su celda, sor Natividad se sienta con un libro en la mano. A ratos va pasando las hojas, y a ralos permanece absorta. Suena una campanita. Lentamente, como quien despierta de un sueño, sor Natividad avanza por los corredores, ya en tinieblas, hacia el coro. Cuando llega el momento del reposo, sor Natividad se va despojando de sus ropas. Se esparce por la alcoba un vago y sensual aroma. Los movimientos de sor Natividad son lentos, pausados; sus manos blancas van, con suavidad, despojando el esbelto cuerpo de los hábitos exteriores. Un instante se detiene sor Natividad. ¿Ha contemplado su busto sólido, firme, en un espejo? La ropa de batista es sutil y blanquísima.

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