Don Juan

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XVIII HISTORIA DE UN GOBERNADOR

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XVIII

HISTORIA DE UN GOBERNADOR

El nuevo gobernador llegó a la ciudad, sin avisar, en un tren de la noche. Se fue a la fonda, y se acostó. A la mañana siguiente salió a dar un paseo. Le preguntó a un guardia municipal por el Gobierno civil. Entró y vio en la portería a un guardia civil que estaba bruñendo unas bolas.

—¿El señor gobernador civil? —le preguntó.

El guardia, sin levantar la cabeza, contestó: —No hay gobernador; el interino lo es el secretario del Gobierno.

—¿Y no se podría ver al secretario? —insistió el gobernador.

El guardia civil levantó entonces la cabeza y, encogiéndose de hombros, replicó:

—Está malucho y viene tarde.

—Pues, entonces —dijo el gobernador—, esperaré a que venga. ¿Dónde puedo esperar?

El guardia civil volvió a mirarle desdeñosamente, y, señalándole una silla, dijo:

—Si usted tiene empeño en esperarle, siéntese ahí.

Hizo como que iba a sentarse el gobernador; pero, cambiando bruscamente de pensamiento, añadió:

—No; aquí, no. Le esperaré en el despacho del gobernador.

Entonces el guardia civil le miró estupefacto y se puso a reír. Pero el nuevo gobernador abría ya la puerta y entraba en las dependencias del Gobierno. El guardia civil, repentinamente serio, se lanzó hacia él, y el gobernador exclamó:

—¡Soy el nuevo gobernador! Vaya usted a llamar al secretario.

Se le cayeron de las manos al guardia las botas que estaba limpiando; titubeaba; andaba azorado; no sabía si abrir la puerta del despacho y acompañar al gobernador o marcharse corriendo a cumplir la orden que el gobernador le había dado.

A los dos días de tomar posesión. del Gobierno, vinieron de Madrid, a visitar al gobernador, Noblejas, el novelista, y Redín, el crítico. El gobernador era un gran poeta. En el despacho, el gobernador se sentaba encima de la mesa, Noblejas en el brazo de un sillón y Redín a horcajadas en una silla. De cuando en cuando entraba el portero y anunciaba una visita. Desde afuera se oían gritos, fragmentos de frases: "¡Pues a mí, Góngora...!" "!Yo les digo a ustedes que Garcilaso...!"

—El señor gobernador —decía el portero a los visitantes que esperaban en la antesala—; el señor gobernador está celebrando una entrevista importante con unos señores ~ de Madrid.

—¿Es interesante la ciudad? —le preguntó Noblejas al gobernador.

—No lo sé —replicó éste—; no la he visitado todavía; encontré aquí unos libros viejos y he estado revolviéndolos.

Salieron a recorrer la ciudad. Lo primero que encontraron fue un disforme caserón; estaba en la misma calle del Gobierno.

—¿Esto qué es? —preguntaron a un guardia.

—E1 Hospicio —contestó el guardia. —Entremos —dijo el gobernador.

No les querían dejar pasar, y el gobernador, irguiéndose, dijo con voz recia, mientras golpeaba el suelo con el bastón:

—¡Soy el gobernador!

Un dependiente salió corriendo a avisar al presidente de la Diputación. El cuadro que en el Hospicio se ofreció a los visitantes fue horrible. Los niños estaban escuálidos, famélicos y andaban vestidos de andrajos. El presidente de la Diputación había llegado ya. El gobernador iba de sala en sala sumido en una especie de sopor. No oía lo que le decían ni Noblejas, ni Redín, ni el presidente... De pronto, el poeta sale de su estupor y entra en una encendida y terrible cólera. El poeta coge por las solapas al presidente, lo zarandea con una violencia impetuosa y le grita junto a su cara:

—¡Miserablel

Entre las dos manos del gobernador habían quedado los dos jirones de las solapas del presidente. Y el gesto de supremo desdén con que el gobernador los tiró al aire, fué el más bello gesto que ha hecho nunca un artista.

Tres días después fue destituido el gobernador. Un periódico ministerial, al censurar la conducta del gobernador, dijo, entre otras cosas, que "no estaba en la realidad".

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