Don Juan

Don Juan


XIX EL CORONEL DE LA GUARDIA CIVIL

Página 21 de 42


XIX

EL CORONEL DE LA GUARDIA CIVIL

La mejor fonda de la ciudad es la fondita de La Perla. El piso bajo es un café; en los demás pisos están las habitaciones, claras y limpias. Don Teodoro Moreno, coronel de 1a Guardia civil, jefe de las fuerzas de la provincia, se halla sentado en el café; con él está Pozas. El coronel vive en la fonda; pero se pasa casi iodo el día y parte de la noche en el café; aquí lee los periódicos y escribe sus cartas. Don Teodoro es un hombre corpulento, fornido, gasta una larga y ancha barba. Sus manos son férreas y nudosas. Don Teodoro hizo de capitán la campaña de Cuba. Los soldados le idolatraban. No usaba nunca armas; llevaba siempre un bastoncito en la mano. En lo más recio de los combates, cuando por todas partes silbaban las balas, don Teodoro se detenía y sacaba un librito de papel de fumar. Cortaba una hoja y se la pegaba en el labio. Las balas pasaban silbando. Sacaba después una fosca petaca de cuero y daba en ella dos golpecitos. La abría y ponía tabaco en una mano. Volaban por el aire cascos de granada; las balas rugían. El tabaco que tenía don Teodoro en una mano lo estregaba suavemente con la otra. Liaba don Teodoro un cigarro, lo encendía, levantaba la cabeza y echaba una bocanada de humo a lo alto...

—Me decía usted, querido Pozas —dice el coronel—, que el principio de autoridad...

—Yo le decía a usted —ataja Pozas— que el principio de autoridad...

—¡Ruperto! —interrumpe el coronel, llamando al mozo.

El mozo, silenciosamente, se lleva el bock vacío que tenía delante don Teodoro, y trae otro lleno.

El coronel se pasa la palma de la mano, con suavidad, por la barba; sus ojos, entristecidos, miran vagamente la calle.

—¿Ha visto usted? —dice bruscamente—. Esa señora que ha pasado tiene 1a misma manera de andar que tenía mi pobre Adela.

En un momento cruza por el cerebro del coronel toda la tragedia de su vida. Su mujer, un día, estando embarazada, como anduviese distraída en los quehaceres de la casa, fué a sentarse en una silla, calculó mal, cayó al suelo, malparió y murió. Luego, el suicidio de su hijo Pepe, en la Academia de Toledo; su hijo Pepe, fan pundonoroso, fan inteligente. Después, su otro hijo, Anfoñifo, un muchacho de doce años, yendo en bicicleta por el campo, recibió una tremenda pedrada y expiró a las dos horas.

—¡Ruperto! —vuelve a gritar el coronel. El mozo, silenciosamente, sirve otro bock.

—Decía usted, querido Pozas, que el principio de autoridad...

Pero de pronto ha aparecido en la puerta un capitán. El capitán se llega hasta don Teodoro, se cuadra marcialmente, saluda y dice:

—Mi coronel: acaba de llegar la conducción de presos de Barcelona.

Don Teodoro ha apartado suavemente el bock que tenía delante. Donde estaba el bock ha puesto el codo, y ha reclinado la cabeza en la mano, con la cara mirando el mármol de la mesa. En esta forma ha estado absorto un instante. Luego ha levantado la cabeza y ha dicho:

—¿Han venido por la carretera de Encinares?

—Sí, mi coronel —ha replicado el capitán—. Han salido de Encinares a las tres de esta tarde y han llegado ahora.

—¿Cuántos son? —ha preguntado don Teodoro.

—Ocho y un niño —ha contestado el capitán.

—¿Un niño? —ha interrogado don Teodoro. —Sí, mi coronel; un niño de doce o trece años.

El coronel ha vuelto a inclinar la cabeza sobre la mesa y ha permanecido en silencio otro instante. Después ha dicho:

—Diga usted que me traigan ese niño.

Un momento después entraba un sargento con un niño. Era un niño rubio, revuelto el pelo, con los ojos vivos y azules. Llevaba una chaqueta muy ancha, atada con una cuerda de esparto, con las mangas cortadas, deshilachadas; los dedos de sus pies asomaban por las roturas de los zapatos. Venía cubierto de polvo.

El niño estaba de pie, silencioso, ante el coronel, mirándole con sus ojillos despiertos.

—¿Cómo te llamas? —le ha preguntado don Teodoro.

—Marianet —ha dicho el niño.

—¿Marianet, cómo? —ha tornado a preguntar don Teodoro.

—Marianet Pagés y Valls —ha dicho el niño.

—¿Qué has hecho en Barcelona?

El niño no contestaba. Subía y bajaba los hombros; movía la cabeza a un lado y a otro: reía.

—¿Qué has hecho en Barcelona? —ha insistido el coronel.

—Nada —ha dicho, al fin, el niño—. Estar en las Ramblas...

El coronel ha sonreído con una sonrisa de tristeza y bondad.

—¡Ruperto! —ha gritado—. Tráete para este niño un par de bocadillos de jamón.

Y al mismo tiempo señalaba su bock vacío.

Ha vuelto el mozo con lo pedido. El niño comía vorazmente sentado al lado del coronel. El coronel bebía lentamente con un gesto de profunda tristeza.

—Decía usted, querido Pozas, que el principio de autoridad...

Ir a la siguiente página

Report Page