Don Juan

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XXVIII ÁNGELA

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XXVIII

ÁNGELA

En Ángela resalta lo siguiente: sus labios grosezuelos y rojos, la carnosidad redonda y suave de la barbilla, sus manos rosadas. Sus manos llenitas, sedosas y puntiagudas. En la mano de Ángela luce una magnífica esmeralda. La mano de Ángela es una mano que no nos cansamos de contemplar sobre la seda joyanfe de un traje, en la página blanca de un libro, perdiéndose entre la melenita rubia de un niño; es una mano imperativa e indulgente. Ángela tiene estas alternativas de indulgencia y de imperio, de actividad y de languidez. Camina presurosa por la casa; lo ve iodo; todo procura que esté limpio. A los criados no les tolera negligencias; pero sabe mandarles con afabilidad. Cuando está todo ordenado y limpio, Ángela se sienta, pone la mano en la rodilla y clava la vista en la esmeralda. Hay, entonces, en su cara un arrebol de epicureismo satisfecho. La comida está dispuesta y , va a ser servida. Tres o cuatro invitados se sientan diariamente a la mesa. Todo ha sido preparado por Ángela; su mano blanca, carnosita, ha ido delicadamente de una parte a otra. Ángela está sentada. Se repliega voluptuosamente sobre sí misma; su barbilla redonda es más carnosita que antes. ¿En qué piensa Ángela? En profundo silencio está el comedor. Nítido el mantel, brillan sobre la nitidez el cristal límpido y las piezas de argentería. .Ángela sale de sus ensueños. Ya se sientan a la mesa la familia y los invitados. Resuena el ruido de la porcelana y de la plata. Hay un ligero ambiente de enardecimiento y de voluptuosidad. La mano de Ángela, con su esmeralda, reposa un momento sobre el mantel: blanco, rosa y verde.

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