Don Juan

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ACTO QUINTO » Escena II

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DON JUAN y SGANARELLE)

SGANARELLE: ¡Ah, señor, cuánta alegría siento al veros arrepentido! Hace largo tiempo que lo esperaba, y he aquí, merced al Cielo, todos mis deseos satisfechos.

DON JUAN: ¡Mal haya el necio!

SGANARELLE: ¿Cómo el necio?

DON JUAN: ¡Vaya! ¿Has tomado por cierto lo que acabo de decir y crees que mi boca estaba de acuerdo con mi corazón?

SGANARELLE: ¡Cómo! ¿No es…? ¿Vos no…? ¿Vuestro…? (

Aparte) ¡Oh, qué hombre; qué hombre; qué hombre!

DON JUAN: No, no; no he cambiado; mis sentimiento siguen siendo los mismos.

SGANARELLE: ¿No os rendís ante la pasmosa maravilla de esa estatua movible y parlante?

DON JUAN: Hay algo en eso que no comprendo; más, sea lo que fuere, eso no es capaz de convencer mi espíritu ni conmover mi alma; y si he dicho que quería enmendar mi conducta y hacer una vida ejemplar, es un propósito que he forjado por mera política, una estratagema útil, un gesto necesario a que quiero obligarme para contentar a un padre a quien necesito y ponerme a cubierto, por parte de los hombres, de cien enojosas aventuras que pudieran ocurrirme. Quiero confesarlo Sganarelle, y me agrada tener un testigo del fondo de mi alma y de los verdaderos motivos que me obligan a hacer las cosas.

SGANARELLE: ¡Cómo! ¿No creéis en nada absolutamente y queréis, sin embargo, eregiros en hombre de bien?

DON JUAN: ¿Y por qué no? ¡Hay tantos como yo que se dedican a ese oficio y que utilizan la misma máscara para engañar al mundo!

SGANARELLE: ¡Ah, qué hombre, qué hombre!

DON JUAN: No existe vergüenza ahora en eso; la hipocresía es un vicio de moda, y todos los vicios de moda se consideran virtudes. El personaje «hombre de bien» es el mejor de todos los personajes que pueden representarse. Hoy en día la profesión de hipócrita posee ventajas maravillosas. Es un arte cuya impostura es siempre respetada, y aunque la descubran, no se atreven decir nada en contra de ella. Todos los demás vicios de los hombres está expuestos a censuras, y cada cual tiene libertad para hacerlos abiertamente; más la hipocresía es un vicio privilegiado que, con su mano, cierra la boca de todo el mundo y goza descansadamente de una soberana impunidad. Forma uno, a fuerza de muecas, una estrecha agrupación con todos los miembros del partido. Quien ofende a uno, los tiene a todos encima; e incluso aquellos que se sabe que obran de buena fe y que a todos les consta que están realmente convertidos, ésos, repito, son siempre víctimas de los otros; caen ingenuamente en el lazo de los hipócritas y apoyan ciegamente a los menos con sus actos. ¡Cuántos, puedes creerme, conozco, que, por medio de esa estratagema, han enmendado hábilmente los desórdenes de su juventud y que, utilizando como escudo el manto de la religión, disfrutan, bajo esa vestidura respetada, la licencia para ser los hombres más perversos del mundo! Por mucho que se conozcan sus intrigas y lo que ellos son, no dejan por eso de tener crédito entre la gente, y cualquier inclinación de cabeza, un suspiro apenado y unos ojos en blanco compensan, ante el mundo, todo cuanto puedan hacer. Bajo ese cobijo favorable quiero salvarme y tener mis asuntos en seguridad. No abandonaré mis gratas costumbres; más tendré buen cuidado en ocultarme y me divertiré sin ostentación. Pues si llegan a descubrirme, veré, sin moverme, cómo se ocupa esa partida de mis intereses, y ella me defenderá ante todo y contra todos. En fin, éste será el verdadero medio de hacer impunemente todo cuanto quiera. Me erigiré en censor de las acciones ajenas, juzgaré mal a todo el mundo y no tendré buena opinión más que de mí. No bien me hayan ofendido, por levemente que sea, no perdonaré nunca y conservaré, con toda suavidad, un odio irreconciliable. Me constituiré en vengador de los intereses divinos; y con ese pretexto cómodo persiguiré a mis enemigos, los acusaré de impiedad y sabré desencadenar contra ellos a unos fervientes indiscretos, quiénes, sin conocimiento de causa, los apostrofarán en público, llenándoles de injurias y condenándolos abiertamente con su autoridad privada. Así es como hay que aprovecharse de las flaquezas humanas, así debe acomodarse todo espíritu sabio a los vicios de su siglo..

SGANARELLE: ¡Oh, Cielo! ¿Qué oigo? ¡No os faltaba más que ser hipócrita para consumar totalmente vuestra ruina! Esto es el colmo de las abominaciones. Señor, esta última me desquicia y no puedo dejar de hablar. Haced conmigo lo que se os antoje; pegadme, moledme a golpes, matadme si queréis; necesito descargar mi corazón y, como fiel criado, deciros lo que debo. Sabed, señor, que tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe, y, como dice muy bien ese autor que no conozco, el hombre es, en este mundo, como el pájaro en la rama; la rama está ligada al árbol; quien se liga al árbol sigue buenos preceptos; los buenos preceptos valen más que las bellas palabras; las bellas palabras se hallan en la corte; en la corte están los cortesanos; los cortesanos siguen la moda; la moda dimana de la fantasía; la fantasía es una facultad del alma; el alma es lo que nos da la vida; la vida termina con la muerte; la muerte nos hace pensar en el cielo; el cielo está encima de la tierra; la tierra no es el mar; el mar está sujeto a borrascas; las borrascas atormentan a los navíos; los navíos requieren un buen piloto; un buen piloto tiene prudencia; la prudencia no está en los jóvenes; los jóvenes deben obediencia a los viejos; los viejos aman las riquezas; las riquezas hacen los ricos; los ricos no son pobres; los pobres tienen necesidad; la necesidad no tiene ley; quien no tiene ley vive como una bestia; y, por consiguiente, seréis condenado a todos los diablos..

DON JUAN: ¡Oh, qué bello razonamiento!

SGANARELLE: Después de todo, si no os rendís, peor para vos

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