Don Juan

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XXXIII CANO OLIVARES

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XXXIII

CANO OLIVARES

Quince días después del encuentro de don Juan con el niño descalzo se recibe en la pequeña ciudad una noticia sensacional. En Valparaíso ha muerto un español; nació en la pequeña ciudad. Deja a la pequeña ciudad una cuantiosa fortuna. Se ha de emplear ese caudal en la construcción de unas espléndidas escuelas. Las escuelas estaxán dotadas de pensiones para los niños pobres. Se llamaba el donante don Antonio Cano Olivares. Ha venido de Madrid para conferenciar con el alcalde un delegado del Banco de España.

—¿Quién era dan Antonio Cano Olivares? —pregunta el maestro Reglero en la tertulia del maestre.

—Don Antonio Cano Olivares —dice el doctor Quijano— debía de ser hijo de don Felipe Cano, el que tenía una tiendecilla en la calle de Cordeleros.

—No —replica un contertulio—. Cano Olivares debía de ser un muchacho que se marchó hace cuarenta años; era hijo de doña Jesusa Olivares, hermana del canónigo Olivares, que murió en Zamora.

—Están ustedes confundidos —observa otro contertulio—. Ese muchacho que usted dice no era hijo de doña Jesusa Olivares. Debía de ser...

—!Hay aquí tantos Canos y tantos Olivares! —interrumpe el doctor Quijano.

—En fin —resume el maestro Reglero— , fuera quien fuere, Cano Olivares ha hecho una buena obra. De aquí han salido centenares de muchachos con rumbo a América, que luego no se han acordado de su pueblo...

Se han abierto los cimientos del futuro edificio. A la colocación de la primera piedra asiste todo el pueblo. Toca una música. El alcalde pronuncia un discurso. "Señorea —dice el alcalde—, honremos a Cano Olivares. Cano Olivares era un grande hombre. De grandes hombres podemos calificar a aquellos que con su trabajo perseverante, con sus iniciativas arriesgadas, con su esfuerzo paciente de todos los días, han sabido labrarse una fortuna, y a la hora de la muerte, lejos de la patria, apartados de su ciudad natal por millares de leguas, tienen para ese pueblo, que los vio nacer, un rasgo espléndido y generoso. Honremos, señores, a Cano Olivares, y tengamos para su memoria, en nuestros corazones, gratitud perdurable."

La música toca alegremente. La muchedumbre aplaude. Confundido entre el pueblo, don Juan sonríe.

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