Don Juan

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XX OTRO GOBERNADOR

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XX

OTRO GOBERNADOR

Don Juan y Pozas han ido a ver al nuevo gobernador. El nuevo gobernador es el que ha sucedido al poeta. El nuevo gobernador está de pie, en su despacho. Viste un correcto chaqué y sus botas están relucientes. Se mueve con presteza de una parte a otra, cor. tés y afable. En tanto que el gobernador conferenciaba con dos o tres visitantes, don Juan y Pozas esperaban en el hueco de un balcón.

—Estoy a la disposición de ustedes, señores —ha dicho luego, sonriendo amablemente.

Don Juan y Pozas iban a solicitar del gobernador algo que parecía hacedero. Deseaban que los presos que llegaron ayer, por carretera, a la pequeña ciudad, prosigan su viaje en tren.

El gobernador, que se frotaba las manos sonriendo, ha cambiado súbitamente de gesto.

—Lo que ustedes me piden —ha dicho gravemente el gobernador—; lo que ustedes me piden es cosa de más trascendencia de lo que parece.

Don Juan, y Pozas insistían.

—Yo ignoro —ha dicho don Juan— lo dispuesto sobre el particular, pero... —¡Ramírez! —ha gritado de pronto el gobernador llamando al secretario—; Ramírez, tenga usted la bondad de traer el Apéndice sexto al tomo XIV del

Alcubilla y ábralo usted por el capítulo XXXII.

Y luego, sonriendo otra vez, sonriendo fesfiva e irónicamente:

—Ahora les enseñaré a ustedes lo legislado sobre el particular.

Y después de una pausa, sonriendo fambién, frotándose suavemente las manos:

—Yo, señores, no soy más que un humilde guardador de la ley.

Cuando ha venido Ramírez con el volumen del

Alcubilla, el gobernador lo ha tomado y ha estado leyendo en voz alta un largo rato.

—¿Ven ustedes? —ha dicho sonriendo después.

—Pero, señor gobernador —ha dicho don Juan—, nosotros abonaremos todos los gastos del viaje en tren de esos presos.

El gobernador ha tomado a ponerse serio.

—!Oh, no! —ha dicho—. ¿Cómo va a aceptar eso el Estado? El Estado no puede entrar en ese género de transacciones.

Y luego, sonriendo otra vez:

—Lo único que puedo hacer, en obsequio de ustedes, es telegrafiar esta tarde a Madrid, pero desconfío del éxito.

Y continuaba sonriendo, amablemente, mientras se frotaba las manos.

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