Don Juan

Don Juan


XXII POR LA PATRIA

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XXII

POR LA PATRIA

Algazara, estrépito, clamor de voces que se aleja por la calle y se va apagando poco a poco. Hace un momento han pasado bajo los balcones con una bandera. Se oye el chinchín de una música; suena el tronido de los cohetes. La dama que está sentada en la sala, con la cabeza entre las manos, revive la vida de Carlitos. Lo ve a los dos años, chiquitito, cuando daba los primeros pasos, agarrándose a los muebles para no caer. Luego, a los cinco años, cuando tenía un lápiz en la mano, se inclinaba sobre un papel e iba trazando, él solito, unas letras grandes y torcidas. Su cara, en esos momentos, se tornaba ceñuda y había un mohín de concentrada atención en su, boca. Cada tres, meses, Carlitos estaba enfermo. Las zozobras eran angustiosas, interminables. El termómetro clínico estaba siempre entre los dedos de la madre. La cara de 1. madre se acercaba ansiosa, cerca de la luz, el tubito de cristal. Era frágil, quebradiza como un delgado vidrio, la salud del niño. Al igual que planta de países meridionales en país frío, le habían ido cuidando durante la infancia. ¡Eran tan anchos, vivaces y luminosos sus ojos! ¡Decía las cosas con un son de voz tan dulce! ¿Qué iba a ser este niño en el mundo: gran artista, gran poeta, gran orador? Ahora seguía brillantemente los estudios de ingeniero.

La música toca a lo lejos; se pierden los últimos sones; van y vienen sobre la ciudad las notas sonoras llevadas y traídas por el viento. Suenan repentinamente innumerables cohetes. Ha partido el tren.

De pronto, la dama, pálida, intensamente pálida, se ha llevado las dos manos al corazón; el busto se ha reclinado en el respaldo de la butaca. De su boca ha salido un gemido suave, un leve estertor... Parecía en éxtasis. Los circunstantes, aferrados, la rodeaban.

—Señor —ha dicho don Juan en voz baja, elevando sus ojos al cielo—; Señor: acoge en tu seno el alma dolorosa de una madre.

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