Don Juan

Don Juan


XXIX UNA TERRIBLE TENTACIÓN...

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XXIX

UNA TERRIBLE TENTACIÓN...

Dieciocho primaveras ha visto ya Jeannette. Las ha visto con unos ojos anchos y negros. Anchos y negros en una faz de un ambarino casi imperceptible, formada en óvalo suave, picarescamente agudo en el mentón. Una pinceladita de vivo carmín marca los labios. La negrura intensa del pelo aviva lo rojo de la boca. Jeannette entra en un salón, en una tienda, en el teatro: sonríe con leve sonrisa equívoca; su mirada va de una parte a otra, vagamente; en sus ojos brilla la luz que luce en los ojuelos de una fierecilla sorprendida. La mirada quiere demostrar confianza, y dice recelo; quiere mostrar inocencia, y descubre malicia... Ha pasado un minuto. La mirada de la fierecilla ha cambiado. Jeannette está ya segura de sí misma. Domine ya a su interlocutor. Ahora la risa es francamente sarcástica. De tarde en tarde, Jeannette, al igual de una domadora intrépida, hace con la cabeza un gesto instantáneo, enérgico, como queriendo, ante los espectadores del circo, esparcir al aire la cabellera espléndida. Y recuerdan e1 circo todos sus movimientos: vivos, prestos, en que el cuerpo se escabulle, se doblega, se tuerce en ángulos, y curvas que hacen pensar en una masa de goma sólida y flexible, sedosa y tibia.

Jeannette corre y salta por la casa; arregla y desarregla los muebles; canta, se detiene de pronto. Se detiene frente a un ancho espejo. Calla un momento, pensativa. Avanza un poco el busto y se contempla la línea ondulante —deliciosamente ondulante— del torso. Da dos pasos erguida. Sé levanta luego la falda hasta la rodilla y permanece absorta ante la pierna sólida, llena, de un contorno elegante, ceñida por la tersa y transparente seda. El pie —encerrado en brillante charol—se posa firme en el suelo. Las piernas mantienen el cuerpo esbelto, enhiesto, con una carnosa y sólida redondez en el busto. De pronto, Jeannette se hace una mueca picarosca a sí misma y echa a correr riendo.

Oh monsieur le chevalier! —exclama Jeannette ante don Juan.

Le mira en silencio con una mirada fija, penetrante, hace un mohín de fingido espanto y suelta una carcajada. Don Juan calla. Otras veces, Jeannette comienza a charlar volublemente con el caballero, en voz alta, con estrépito; poco a poco va bajando la voz; cada vez se inclina más hacia don Juan; después acaba por decir suavemente, susurrando, una frase inocente, pero con una ligera entonación equívoca. Don Juan calla. Ahora Jeannette pone el libro que está leyendo en manos de don Juan y le dice, con un gesto de inocencia: "Señor caballero, explíqueme usted esta poesía de amor; yo no la entiendo." Una noche, terminada la tertulia, al dar la vuelta a la casa para marcharse a la suya, don Juan ve que en las callejuelas desiertas se marca el cuadro de luz de una ventana. El salón de damasco rojo está iluminado. La ventana está abierta. Sobre el rojo damasco, a través de la ancha reja, destaca la figure esbelta, ondulante, de Jeannette.

Au revoir, monsieur! —grita Jeannette al ver pasar al caballero.

Y en seguida con voz gangosa:

Buona sera, don Basilio!

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