Don Juan

Don Juan


XXX ...Y UNA TENTACIÓN CELESTIAL

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XXX

...Y UNA TENTACIÓN CELESTIAL

—¿Ha visto usted el patio de San Pablo? le ha preguntado el maestre a don Juan. Y como don Juan contestara negativamente, don Gonzalo ha añadido:

—Le avisaré a Natividad, y mañana iremos a verlo.

Han ido al día siguiente al convenio de San Pablo. En el saloncito, de muebles rojos, se yerguen, frescos y pomposos, los ramos sobre la consola. Un leve olor de incienso llega del interior de la casa. El patio está en silencio. Se descubre un cuadro de flores en el centro. Hasta la galería trepa el tupido paramento de los jazmineros, cuajados de olorosas florecitas blancas. Entolda el patio el cielo azul. Los visitantes caminan despacio. Entre los floridos arbustos está sor Natividad. Tiene en una mano un cestito, y en la otra, unas tijeras. Como sutil y transparente randa, en torno do los arcos y en los capiteles de las columnas, se halla labrada la piedra. Sor Natividad va cortando, con gesto lento, las flores del jardín. No se ha estremecido al ver entrar a los visitantes; pero en su faz se ha dibujado leve sonrisa. De cuando en cuando, sor Natividad se inclina o se ladea para coger una flor: bajo la blanca estameña se marca la curva elegante de la cadera, se acusa la rotundidad armoniosa del seno... A1 avanzar un paso, la larga túnica se ha prendido entre el ramaje. A1 descubierto han quedado las piernas. Ceñida por fina seda blanca, se veía iniciarse desde el tobillo el ensanche de la graciosa curva carnosa y llena. ¿Se ha dado cuenta de ello sor Natividad? Ha transcurrido un momento. Al cabo, con un movimiento tranquilo de la mano, sor Natividad ha bajado la túnica.

—Mire usted —ha dicho don Gonzalo, señalando con el bastón la tracería de los arcos—, mire usted qué bella tracería.

Don Juan y sor Natividad han mirado a lo alto. Con la cara hacia el cielo, luminosos los ojos, tenía sor Natividad el gesto amoroso y sonriente de quien espera o va a ofrendar un ósculo.

—Hermosa —ha contestado don Juan, contemplando la delicada tracería de piedra.

Y luego, lentamente, bajando la vista y posándola en los ojos de sor Natividad:

—Verdaderamente... hermosa.

Dos rosas, tan rojas como las rosas del jardín, han surgido en la cara de sor Natividad. Ha tosido nerviosamente sor Natividad y se ha inclinado sobre un rosal.

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