Don

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Capítulo 22

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CAPÍTULO 22

Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas (Madrid)

20 de marzo de 2016

Tras un vuelo sin turbulencias en el que pasó la mayor parte del tiempo dormido, Don regresaba a Madrid sin contratiempos. La temperatura era de unos diez grados más que en la ciudad báltica, un detalle que agradeció y le hizo sentir de nuevo en casa. A la salida, el arquitecto no logró reconocer a nadie. Bajo la mirada de los que allí se encontraban a la espera de sus queridos, Don abandonó la salida y caminó al exterior cuando reconoció un Audi A8 de color negro que esperaba junto a la parada de taxis. Acto seguido, Mariano aparecía por la puerta del piloto con cierta satisfacción en su rostro y se dirigió al arquitecto para darle un cordial saludo.

—Me alegra que esté de vuelta —dijo metiendo el equipaje en el maletero. Don se acomodó en los asientos traseros y desabrochó el botón de su traje—. Parece algo más delgado… ¿Ha ido todo bien?

El coche abandonó el aeropuerto y se dirigió al centro de la ciudad por una carretera llena de vehículos que regresaban a la capital a la hora de comer.

—Sí, aunque la próxima vez, debo andarme con más cuidado… —respondió Don relajándose sobre la tapicería de cuero—. Necesito unas vacaciones, Mariano.

El chófer rio y continuó en silencio digiriendo las palabras de su jefe. Por la radio sonaba música clásica y por el cristal frontal se observaba un cielo pulcro y azul muy diferente al de la capital báltica.

—Sé que es un poco tarde para decirle esto… —inició el conductor—. Estuve informándome sobre ese Kopeikins… ¿Sabía usted que el apellido Kopeikin es de origen ruso?

Don frunció el ceño. No le sorprendía en absoluto lo que escuchaba, aunque no significaba que le gustara hacerlo.

—Vaya, eso sí que es una sorpresa… —respondió Don—. ¿Le entregaste el mensaje a Marlena?

—Así es —respondió y miró por el espejo retrovisor—. Creo que esa chica pierde los vientos por usted.

—¿A qué se refiere?

—Sin ánimo de ofender, estoy seguro de que usted también se ha dado cuenta de ello… —explicó el hombre—. Ella parece enamorada, pero tales hechizos no duran para siempre, ya me entiende…

—Perfectamente —dijo tajante Don—. Pero es arriesgado, Mariano. Mi vida contiene demasiados secretos como para compartirla con alguien normal.

En pleno paseo de la Castellana, el coche se detuvo en un semáforo.

—Termine lo que dejó a medias —sugirió el chófer—. Deje ver qué pasa… Vaya sin expectativas y si no le compensa, márchese como hace siempre… Negarse al amor, es negarse a la vida.

Don reflexionó sobre las palabras del conductor. Mariano tenía razón, incluso él, que era la persona más cercana a su intimidad, podía sentir la química que existía entre los dos. Pero los hombres como Don no se dejaban llevar, ni pedían lo que ansiaban. Ser diferente al resto tenía un precio y Don no estaba dispuesto a arrojar todo el trabajo labrado hasta el momento por una mujer. Tenía que poner remedio a sus sentimientos hacia Marlena antes de que se convirtieran en el foco de su obsesión. Lo que le ocurría, no era normal, no tenía explicación para un hombre que había crecido en una balsa de dolor y sufrimiento.

Tal vez el arquitecto solo tratara de convencerse de que sufría una anomalía más, un proceso mental controlable por la disciplina y un fuerte entrenamiento. Tal vez el arquitecto deseara remediar algo inevitable: se estaba enamorando por primera vez de una mujer.

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